Hasta ahora se había considerado "anticientífico" el atribuir rasgos de conducta y sentimientos humanos a los animales, pero en la actualidad se estima lo contrario, tras los interesantísimos estudios del comportamiento de algunas especies superiores.
DE LO HUMANO EN LOS ANIMALES
SELECCIONES DEL READERS DIGEST
Mayo de 1974
POR JEAN GEORGE
Condensado de "INTERNATIONAL WILDLIFE"
EL VIENTO azotaba las escabrosas laderas de la montaña y silbaba en el congelado lecho del río, en el Parque Nacional del monte McKinley (Alaska). De pronto, un cuervo graznó y se movió una sombra. Gordon Haber, de la Universidad de Columbia Británica, catedrático especializado en el estudio del comportamiento de los animales, alzó sus prismáticos y enfocó un lobo que avanzaba río arriba, renqueando hacia una cabaña de guardabosques abandonada. El animal mostraba el lomo herido por las pezuñas de un caribú, afiladas como una cuchilla.
La bestia herida entró en la cabaña sin puerta y se echó en el suelo. Haber pensó que el lobo había llegado hasta allí para morir solo, como suelen hacerlo algunos animales. A la noche siguiente el zoólogo regresó al mismo sitio y, cuando miraba con sus binoculares, vio de pronto que otro lobo, un vigoroso macho negro, iba subiendo por el lecho del río. El recién llegado se metió en la choza y se plantó frente al animal postrado, ante el cual dejó caer un trozo de carne. Momentos después el visitante se alejó. "Varias noches", relata Haber, "el lobo negro fue a alimentar a su compañero, hasta que el herido se recuperó lo suficiente para reintegrarse a la manada".
Haber me contó el incidente hace dos veranos en la cabaña de una sola habitación que tiene en el Parque Nacional del monte McKinley, mientras charlábamos con el especialista en comportamiento animal Michael Fox y con el zoólogo George Edgar Folk, hijo, especialista en fisiología animal. Haber había estudiado a los lobos de aquella remota región durante los dos años anteriores. El científico había observado cómo crían a sus cachorros en las madrigueras, situadas en las alturas que dominan las vertientes del río, y los había visto congregarse para lanzar su grito de caza y rendir pleitesía a sus jefes. Por último, había presenciado algo que nadie antes vio: un lobo en una acción que sólo se podría calificar de caritativa.
Desde que empecé a interesarme por la historia natural me advirtieron que debía rechazar como "anticientífica" toda tendencia al antropomorfismo, es decir, a atribuir -a los animales rasgos de conducta, valores éticos y sentimientos humanos.
Por ejemplo, cierta vez dije a un zoólogo que mi perro me echaba de menos cuando me ausentaba de casa. "¡El perro no echa de menos a nadie!" sentenció. "Usted proyecta en el animal sus propias emociones".
Tal opinión refleja el inflexible criterio que imperaba entonces, y que suscitaba debates entre los científicos y los escritores como yo, que veían o creían ver en los animales expresiones de angustia, preocupación e incluso de amor.
Y he aquí que aquella noche, en Alaska, oía yo narrar a un biólogo profesional lo que me pareció una acción altruista de un lobo. Haber y los otros dos científicos hablaron luego de otros animales que emplean un lenguaje no sólo vocal, sino también juegan, y de señales; que utilizan instrumentos y demuestran tener una capacidad inequívoca de raciocinio
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