12 DE NOVIEMBRE DE 1685
(BODA DEL CAPITAN MELCHOR RODRIGUEZ DE MAZARIEGOS- dueño de grandes terrenos en Xetenam )
“Casados no velados el Capitán Melchor Rodriguez y Doña Antonia de Reyna En el año del Sr. De mil seiscientos y ochenta y cinco en doce de Noviembre ----A MELCHOR RODRIGUEZ, ESPAÑOL VECINO Y NATURAL DEL PUEBLO DE GUEGUETENANGO Y RESIDENTE EN ESTA CIUDAD hijo legmo. De Joseph Rodriguez ya difunto y de Catalina de Mazariegos su mujer, con Dña Antonia de Reyna ,Donzella natural de esta Ciudad hija legma. de Alfonso de Reyna y de Doña Angela de Castro su mujer, ya difuntos-siendo testigos presentes y conocidos el B. Don Franco de Castaño presbítero y Diego de Morales Clerigo de Menores Ordenes y Miguel de Castro, Padrinos Don Antonio de Medina y su mujer Doña-(no se aprecia el resto de nombre)-
HISTORIA DE LA CONQUISTA DE LA PROVINCIA DE EL ITZA
REDUCCION, Y PROGRESOS DE LA DE EL LACANDON,
Y OTRAS NACIONES DE INDIOS BARBAROS, DE LAS MEDIACIONES
DE EL REYNO DE GUATIMALA, A LAS PROVINCIAS DE YUCATAN, EN LA
AMERICA SEPTENTRIONAL
ESCRIBELA
don Juan de Villagutierre Soto-Mayor,
ABOGADO, Y RELATOR, QUE HA SIDO DE LA REAL CHANCILLERIA DE
VALLADOLID:
Y AHORA RELATOR EN EL REAL, Y SUPREMO CONSEJO DE LAS INDIAS
Y LA DEDICA A EL MISMO REAL, Y SUPREMO CONSEJO
nunca fué impresa la segunda PARTE que el autor ofreciera, fué hecha
en Madrid, en 1701
Agregóse en esta villa de Gueguetenango la compañía de cincuenta hombres, que se habían reclutado en aquel partido, á cargo del capitán Melchor Rodríguez Mazariegos, quien se había ofrecido, él, y su alférez Juan Salvador de Mata, y su sargento Pedro de Chávez Galindo, y el ayudante Antonio Galindo, á servir sin sueldo, con sus armas y caballos, en la facción.
Y también se agregaron otras muchas personas voluntarias, de aquella villa,
CAPITULO III
Falta de fomento en los Alcaldes Mayores para las conversiones.
MARGINALES.—Los alcaldes mayores no gustaban de la reducción.
Después, en el año de 1679 por noticias, que dió don Juan de Urquiola, Oidor de la Audiencia
de Guatimala, al Real Consejo de las Indias, expresó: que en las tierras de los cuatro obispados
de el distrito de aquella Audiencia, que son, Guatimala, Chiapa, Nicaragua y Honduras, que
todos tienen la mayor parte a la mar del Norte, había gran número de indios gentiles, y que
eran muy pocos los que se convertían, desde las primeras conquistas de aquellas provincias.
Por lo cual, sería muy conveniente, que parte de los religiosos, que de España se enviaban en
misiones, fuesen asignados para este ministerio; y que los Obispos, y justicias de aquellas
provincias, y obispados, los asistiesen, con todo el fomento, y auxilio necesario; porque era
gran lástima, y compasión, se dejasen perder tan inumerables almas, a los mismos ojos de la
cristiandad.
Avisaba así mismo Sebastián de Olivera, Alcalde Mayor de la Provincia de la Verapaz, de como
algunos religiosos de la Orden de Santo Domingo, habían hecho entradas a la provincia del
Chol, y habían reducido indios infieles, y formado pueblos en ellas, y administrádolos algún
tiempo, y que no sabían, por que razón después lo habían dejado de hacer, y
desampará- dolos; siendo así, que los mismos indios lo sentían en estremo, y clamaban,
porque se les diese, y ministrase el pasto espiritual.
En el mismo año de 1684, siendo ya presidente de Guatimala don Enrique Enríquez de
Guzmán, del Orden de Alcántara, que hoy se halla de el Consejo de Guerra, determinó el Obispo de Guatimala de ir á visitar las provincias del Quiche, y Verapaz, que habia veinte años que no se visitaban, así para cumplir con la obligación de su cargo, como por precisarle la cédula, y encargo, que tenía de el rey, para mirar por la reducción de los infieles.
Propúsolo al Presidente don Enrique Enríquez, pidiéndole, diese despachos para que el Alcalde Mayor de la Verapaz, y las demás justicias de las provincias circunvecinas, le diesen el auxilio, asistencia, y socorros necesarios, para llamar así á los caciques, como á los indios, levantados, y apóstatas del Chol; y que se le diesen para llevar consigo á Andrés de la Peña, español, vecino de aquella ciudad, por ser muy inteligente, y experto en las lenguas de el Chol, y Manché, y haber sido el instrumento principal de su reducción en los principios, y convenir llevarle ahora, para esta espiritual conquista.
El Presidente convocó junta general con esta ocasión; y en ella concurrieron el Obispo, el padre Maestro Fray Juan de Benegas, Vicario general de Nuestra Señora de la Merced; el padre Maestro Fray Agustín Cano, provincial de Santo Domingo; el padre Maestro Fray Diego de Ribas, provincial de la Merced; y los Oidores de la Audiencia. Allí se vió la propuesta del Obispo, y la que hicieron los padres Vicario general) y provincial de la Merced, de que por su parte adelantaría, cuanto se pudiese, aquella reducción, por los pueblos de Santa Eulalia y Istatán del Corregimiento de Gueguetenango, y por las demás doctrinas, confinantes con los choíes, y lacandones.
CAPITULO IV
Parte el Obispo de Guatimala á su visita. — El padre Provincial de la Merced á Gueguetenango. — El de Santo Domingo á la Verapaz. — Vase diciendo lo que obraban.
En los últimos días del año de 1684 se entregaron los despachos al Obispo, y prelados de las religiones; é inmediatamente, á principios de el de 1685, partieron, el Obispo á su visita; el padre Maestro Fray Diego de Ribas, con otros religiosos de su Orden, á Gueguetenango; y en la misma conformidad, para la Verapaz, el padre Maestro Fray Agustín Cano; que viendo estos dos provinciales, que un prelado de la iglesia, tan superior, salía en persona, no les pareció digno de su atención, y buen celo, no procurar imitarle, en todo lo posible.
Y como todos tres fueron por distintas partes, y obraban en un mismo tiempo, me es preciso decir las operaciones del uno, y volver después á las del otro. Tomó, pues, su viaje el santo Obispo al pueblo de Cobulco, de la Verapaz, habiendo anticipado el aviso de su partida al padre Fr. Tomás López de Quintanilla, del Orden de Santo Domingo, ministro doctrinero del pueblo de Cahabón.
Ordenándole también, se valiese de los indios más vaquianos, y sabidores, que hubiese del Chol, para que citasen á los indios choles, estuviesen en Cahabón, para el tiempo que él llegase, en prosecución de su visita, para tratarles de su conversión, en paz, y quietud; pues á ellos era á quien más importaba el vivir en ella, poblándose, y estando en servicio de Dios, y obediencia del Rey.
Y dejando ahora al padre provincial Fray Agustín Cano, y sus compañeros, con sus indios choles, aunque pocos, sosegados en San Lucas, y continuando en ir atrayendo más de aquella nación, con esperanza de que aquel fuese un gran pueblo, ó á lo menos razonable; y de que para freno de aquellos indios se diesen las providencias de puentes, y asistencia de los de Cahabón, que insinuaba, en ínterin que el rey determinaba, se fundase allí la colonia de españoles, por correrse de allí toda la montaña, y ser la tierra la más fértil de aquel reyno, y abundante de maíz, cacao, achicote, algodón, y otros frutos; paso á lo que obró en su entrada el padre provincial de la Merced Fray Diego de Ribas por la parte, por donde había prometido ejecutarla.
CAPITULO V
Refiérese lo que sucedió al padre Provincial Fray Diego de Ribas en su entrada, por la parte de Gueguetenango. — Tierra que descubrió en la montaña. — Y otras cosas que se encontraron.
MARGÍNALES.—Llega el padre provincial Ribas a Gueguetenango.—Presenta sus despachos.—Dispone bastimentos.—Pasa a Chiantla.—Llama a los indios de San Mateo de Istatán.—Propóneles su intento y que le enseñen el camino.—Ofrécense los indios de Santa Eulalia.— Rehúsanlo los de Istatán.—Retíranse algunos a los montes .— Informan falsamente contra el padre León.—Pasa el padre provincial a Santa Eulalia.—Substráense los indios de Santa Eulalia.—Piden nuevas órdenes los padres al Presidente.—Lo que ordenó el Presidente.—Que castigase el corregidor a cinco de los motores—No se puede violentar a los indios a que entren a las montañas .— Parte el corregidor a Santa Eulalia.—Sociéganse los indios.—Llega el corregidor a Santa Eulalia.—No ejecuta castigo alguno.—Hizo al caso el que fuese el corregidor .— Convídanse a entrar los españoles.—El hermano Juan de Santa María belemita .— Vuélvense a ofrecer los de Santa Eullalia —Indios que más se señalaban.—Salen todos de Santa Eulalia.—Llegan a Teashan.—Dicen los indios no hay más camino.—Salen los principales de Santa Eulalia a Istatán.—Descubren paso con mucho trabajo .— Vadéase un rio tres veces.—Llegana Icala-. —Caminan hacia el Norte.—Van abriendo camino.—Salto de el agua.—Llegan a Tipench.—Comulga el corregidor y otros .— Caminan al Oriente.—Hállase una cruz vieja. — Llegan a un río grande.—Lo que dijeron los indios de este sitio.—Llámase Lapoconop.—Hasta aquí habían llegado los cristianos.—Edificio antiguo con un ídolo.—Quebróse el ídolo, y púsose una cruz .—No se halla senda.—Vuélvense a S. Pedro Nolasco.—Salen los exploradores.—Hallan huellas de infieles.—Dan con lacandones.—Eran espías.—Ven los exploradores humadas.—Incorpóranse con los demás.—Determínase la retirada. — Y ejecútase.
Partió de Guatimala, como dije, el padre provincial de la Merced, Fr. Diego de Ribas, acompañado de los padres predicadores Fray Alonso de León, y Fray Mateo de Figueroa; y habiendo llegado al pueblo de Gueguetenango, llevando también consigo á Don Diego Bernardo de el Río, gran práctico de aquellas montañas, hizo notorios sus despachos al Comisario general de la caballería Don Melchor de Mencos, y Medrano, Caballero del Orden de Santiago, que á la sazón se hallaba corregidor de aquel partido; y trató de la disposición de bastimentos, para la entrada.
Pasó al pueblo de la milagrosísima imagen de Nuestra Señora de Chiantla, distante una legua de la villa de Gueguetenango; y como tenía entendido que los indios de los pueblos de San Mateo de Istatán, y Santa Eulalia, de aquella jurisdicción tenían amistad, y comunicación con los infieles del Lacandón, los envió á llamar, y vinieron á aquel pueblo de Chiantla, los cabezas, y principales del de San Mateo, y Santa Eulalia. Propúsoles su intento, y buen celo del viaje, exortándolos á que le fomentasen y ayudasen á la empresa, descubriéndole, y enseñándole, el camino y entrada, que ellos tenían de su pueblo, y del de Santa Eulalia.
Con generosidad cristiana, buen -celo, y desinterés, prometieron los indios de Santa Eulalia abrir camino, y acompañar á los religiosos, hasta las tierras, y poblaciones de los iníieles. Al contrario los de San Mateo Istatán, mostraban renuencia en que se hiciese la entrada, y reducción, diciendo: no se atrevían á entrar en las tierras de el Lacandón. Y retirándose algunos de éstos á los montes, por temor de que se les obligase á ello; informando falsamente al corregidor, de que el padre doctrinero Fr. Alonso de León los obligaba, y compelía á que fuesen de guerra, no habiendo pasado tal cosa, ni aún tomádose en la boca.
Pasó el padre provincial de Chiantla, á Santa Eulalia, asistido de Don Diego Bernardo del Río, y de otros tres españoles, de aquel pueblo; y halló la novedad, de que los indios de San Mateo de Istatán habían amotinado á los zamaguales de Santa Eulalia, quitándoles de la cabeza el que fuesen á asistir á los religiosos á la apertura de caminos, y conducción de mantenimientos ; siendo así que sus principales, y ellos, se habían mostrado dispuestos á acompañarlos, sin más instancias, que haberles propuesto los efectos del viaje á las montañas; y persuadidos de los de San Mateo de Istatán, no solo ahora se negaban á ello, sino que se hablan retirado.
Esto obligó al padre provincial á querer retirarse al pueblo de San Pedro Soloma; y á que pidiesen desde allí, él y el padre Fray Alonso de León, al Presidente de Guatimala, mandase averiguar la falsedad de aquellos indios de San Mateo de Istatán, de decir, les obligaba á que entrasen de gue rra cuando, ni aún les había hecho la menor insinuación para nada.
Pidió asimismo el padre 'provincial al Presidente, diese nuevas órdenes, para que los indios de aquellos dos pueblos de San Mateo, y Santa Eulalia, fuesen los que entrasen á abrir caminos, y á la transportación de bastimentos, por estar inmediatos á las montañas de la entrada; y que favoreciese á los principales de Santa Eulalia, que siempre permanecían en su buen dictamen, y propósito.
Y como el corregidor pidiese también, se le dijese: si podría compeler á aquellos indios á la entrada? Lo que el Presidente ordenó sobre todo, comunicado con la Audiencia, fué: que el corregidor don Melchor de Mencos
(-De Tafalla, Navarra, España-) enviase persona, de toda satisfacción, á aquietar los indios de aquellos dos pueblos ; y que á cinco de los de San Mateo de Istatán, que se decía, haber sido los cabecillas, que habían amotinado á los demás, los hiciese llevar á la cabecera (esto es, á Gueguetenango) y darles veinte azotes á cada uno, y tenerlos algunos días en la cárcel, en caso de ser cierto haber inquietado á los indios, para que no entrasen con los religiosos á la montaña.
Y que respecto, de que no se podían violentar los indios, á que forzados entrasen en la montaña, y para que no se embarazase el fervor de los padres, hiciese, que de cualesquiera pueblos se les dieran doce, ó catorce, indios más, ó menos, para el efecto que decían. Con advertencia, de que para esto siempre serían sospechosos los de aquellos dos pueblos, y que en lo demás, ejecutase las órdenes que tenía, fomentando en lo posible la quietud de los dos pueblos, y el que dejasen libre, y desembarazada la entrada á los religiosos.
Recibida esta orden por el • corregidor Don Melchor de Mencos, se partió luego al pueblo de Santa Eulalia, siguiéndole diez españoles, voluntariamente, asi para asistirle, como por si para el viaje fuesen de algún servicio sus personas. Y con la noticia sólo de que iba el corregidor, se sosegaron los dos pueblos, reduciéndose á ellos los que faltaban; y no sólo no resistiendo la entrada, sino ofreciéndose todos á ir voluntariamente, y á dar avíos á los religiosos, abrir caminos, y conducir mantenimientos.
Llegado el corregidor á Santa Eulalia, y hallando allí ya á los padres, y á los indios sujetos y que con su presencia lo habían asegurado más, y se mostraban más rendidos, y gustosos de ir con los padres, aun los mismos que antes concitaban á los demás, á que impidiesen la entrada, excusó el pasar á ejecutar castigo alguno en ellos; con que todo se dispuso bien: ofreciéndose el mismo corregidor á ir también con los padres, en suposición de que el Presidente, no le había de negar la licencia, que para ello le enviaba, á pedir al padre provincial Ribas.
Era muy del caso, el que el Corregidor fuese á la entrada, porque á espaldas vueltas, los indios, aunque mostraban entrar contentos, en empezando á trabajar, ya sabemos lo que hacen; mayormente no habiéndoles salido de corazón á muchos al principio, el asentir á esta facción.
Ofreciéronse también á ir con él los diez españoles, que le habían seguido desde Gueguetenango, y el hermano Juan de Santa María, betlemita, que también había ido con el corregidor; y los tres españoles, que habían ido de Chiantla, con el padre provincial; todos estos libre, y voluntariamente, para asistir á su corregidor, que iba como capitaneándolos, y por si algo se ofreciese, por ser aquel rumbo, por donde no se había entrado jamás, y ser esta la vez primera que por allí se entraba; protestando todos, no ir con fin de hostilizar, en cosa alguna, á los indios, sino solamente de ayudar en Dios, en todo lo que pudiese ser de servicio.
Otra vez se ofrecieron de nuevo, y voluntariamente, los indios principales, de Santa Eulalia; los cuales sirvieron en esta entrada con especial demostración de fe, devoción, y amistad, señalándose entre todos Don Ambrosio Méndez, D. Juan Basilio, y el alcalde Francisco Díaz; á quienes imitaron otros cuatro indios de San Mateo de Istatán, llamados Felipe Gómez, Andrés Ordóñez, Pedro Marcos, y Marcos Jorge.
Y todos juntos con los demás indios, necesarios para la apertura de caminos, y conducción de bastimentos, salieron de Santa Eulalia, con el corregidor, y los padres, el día ocho de marzo de 1685. Encaminaron su marcha á la montaña, y aquel día se anduvieron seis leguas, hacía la parte del Norte, por camino abierto, pasando una serranía, que de subida, y bajada tenía cuatro leguas, las dos primeras de palizada, lajas, y rebentones, muy altos; y las dos últimas, hasta llegar á un río, eran de tierra de migajón, y desde el prin¬cipio de ellas se vieron milperías de los indios de Santa Eulalia, y vestigios de edificios antiguos, de cal y canto, y desde esta milpería, al río era todo monte claro.
En este paraje se hizo asiento, y la primera mansión, y se llamaba, en el idioma de aquellos indios, Jehachán. Púsosele por nombre San Joseph, y estando en él, los indios, que llevaban á mal esta entrada, dijeron que de allí adelante no había camino para parte alguna, y que para caballerías era imposible el paso, y aún para de á pie muy difícil.
Pero venciendo dificultades, salieron el hermano betlemita, Juan de Santa María, y Don Diego Bernardo del Río, y con ellos los indios D. Ambrosio Méndez, D. Juan Basilio, y Francisco Díaz, principales de Santa Eulalia, y los otros cuatro, que dije de San Mateo, que todos estos llevabaná bien, y esforzaban lo posible esta entrada, y acometieron los imposiblesque los otros ponderaban, rompiendo por ellos, á costa de mucho trabajo,y descubrieron paso, por donde se vadeó tres veces el río.
Y después de vadeado la última vez, se dió en una milpería vieja; y de allí adelante, parte por panojales, muy crecidos, y parte por arboleda, sumamente espesa, por lomas y cuchillas, siguiendo el río abajo, fueron abriendo camino, la distancia de legua y media; después de la cual, se dió en otra milpería vieja, donde había un platanal pequeño, á orillas de un arroyuelo. Era el nombre de este sitio, en aquel idioma, Icalá, y se le puso el de la limpia Concepción ; y allí se asentó aquel día nueve, á la noche.
El siguiente día se empezó á caminar, inclinándose algo hacia la parte del Norte, subiendo por una serranía de arboleda, muy espesa, abriendo siempre camino (que no le había) pues cuando mas, se dejaban ver, y registrar algunas sendas, por las cuales se iban guiando los que iban abriendo el camino,que eran siempre los que ya he dicho; y á distancia de legua y media, se bajó á un arrollo, que tenía un salto de agua pequeño, antes del paso; y esta bajada de la serranía, es por ladera muy empinada; de suerte, que todos la bajabaná pié, y sueltas las caballerías, como así mismo á la subida por ser también agria. Y pasado este paso, se andubo otra legua más á caballo, cerro arriba, por montañas, y breñas; y al fin de ella se hizo mansión, para pasar aquella noche.
La mañana siguiente, primer domingo de cuaresma, celebró allí misa el padre provincial Rivas, y comulgó el corregidor, el padre misionero Fray Mateo de Figueroa, el hermano betlemita, y otros de los españoles. Y á este sitio que en el idioma de los indios se llamaba Tipench, que quiere decir, golpe de agua (por el salto del río pasado) se le cristianó poniéndole el santo Nombre de Jesús.
Habiendo dado gracias á Dios,'acabada la misa, se levantó de aquel sitio, y se prosiguió la marcha, inclinándose al Oriente, y subiendo siempre, hasta distancia de dos leguas, por la misma especie de arboleda. Y habiendo llegado á la cima, y caminando por llano, por cuchilla, como distancia de media legua, se halló una cruz, ya vieja; pero bien formada, y en pie; y el camino abierto duró lo que la cuchilla, hasta empezar á bajar. Bajóse como dos leguas, abriendo siempre camino; porque ya se había perdido el abierto de la cuchilla. Llegóse á un paraje de milperias antiguas, cerca de un río grande pedregoso, donde se hallaron algunos ranchos viejísimos, que los cubría el panojal, y era un sitio plano; después del cual, se bajaba cosa de dos cuadras, y luego se proseguía llano, cosa de un cuarto de legua, hasta llegar al río, poblado de arboleda, espesa, y breñosa.
Este sitio, dijeron los indios, que era antiguamente el socorro de sus hambres, porque en faltándoles el maíz en las tierras altas, por los hielos, se iban á sembrar á aquel paraje, por ser de tierra fértil, y que acudía á los cinco meses con el fruto del maíz. Y en este sitio hay algunos zapotales,( Después de la región fria de Santa Eulalia, Soloma y San Mateo Ixtatán, se llega al territorio de tierra caliente en el valle de de San Ramón,y anexos de Barillas, Huehuetenango) y por su fertilidad se llamaba, en aquel idioma, Lapoconop, que quiere decir lugar de tierra buena. Púsosele por nombre San Pedro Nolasco, y allí se pasó aquella noche, y el día, y noche siguiente, por haber llovido, y no haberse podido caminar.
Hasta este paraje era lo más á que se habían estendido los indios cristianos de la Verapaz antiguamente, aunque ya lo habían desamparado, mucho había, por el temor de los lacandones; y habiendo cesado el agua, se levantó de este sitio, y se fué buscando camino, por una loma muy alta, que mira al Norte, por sobre la cual se anduvieron tres leguas; y á la primera legua,antes de llegar á la cuchilla, se encontró un edificio antiguo, de cal y canto, el cual se subía por gradas al rededor, y encima del edificio estaba un ídolo, de más de media vara de alto, en forma de león, sentado; y aunque se reconoció, que no estaba frecuentado, por estar sucio, y no haber señales de humerios, ni rastro de pies, se quitó de allí, se hizo pedazos, y se conculcó; y en el sitio donde estaba, se colocó una cruz, muy grande, que fué de todos adorada; se bendijo el lugar, y edificio, al cual se le puso por nombre Nuestra Señora de Belen.
Y desde este sitio, caminando hacia arriba de la loma, se subieron otras dos leguas, de mal camino, hasta llegar á la cima. Y habiendo reconocido, que por allí no se descubría senda alguna, ni se podía romper camino, para pasar adelante, se determinó volverse á la mansión de Lapoconop, ó San Pedro Nolasco, de á donde se había salido aquel día, como con efecto lo ejecutaron, habiendo puesto en lo más alto de aquella cima otra cruz, bendecido el lugar, y puéstole por nombre los Reyes.
El día siguiente, que era el catorce de Marzo, salió de aquel sitio el hermano betlemita, con Don Diego Bernardo del Río, y los indios que siempre (que de los demás, mal se hacía carrera) y cogieron el rumbo, inclinados al Occidente, á descabezar aquella loma, por la parte por donde daba vuelta el río; y aquel día, y el siguiente, anduvieron cosa de diez leguas adentro, por huellas que hallaron de los indios infieles; y al cabo de ellas, hallaron señal, como de hasta ocho indios, en un paraje, en que habían dormido; y siguiendo el rastro, dieron con indios lacandones, los cuales como los sintieron, se pusieron en fuga, por una barranca abajo, tan precipitadamente, que apenas se dejaron ver.
Discurrióse, que estos indios lacandones debían de ser espías, por haber empezado su rastro desde donde tenían hecha los nuestros su mansión en San Pedro Nolasco; y así mismo vieron el hermano betlemita, y los que con él iban, á la falda de una loma, á mano derecha, algunas humadas, como de rancherías, que sin duda eran las poblaciones de los infieles, aunque no las pudieron alcanzar á ver, por la mucha, y grande espesura de la arboleda.
Con estas noticias volvieron a incorporarse a la mansión de San Pedro Nolasco, donde había quedado el corregidor, los religiosos y los demás; y habiéndoselas referido á todos, y considerado, no convenía prosiguiesen solos los religiosos, por haberse tenido por cierto, ser espías los lacandones, que se vieron, y ser evidente el riesgo, y que el corregidor no podía tampoco proseguir con la demás gente, por no hallarse obligado, y precisado a choque con los infieles, que es lo que se manda excusar, siempre que se pueda, y por no dejar de estar, y cumplir en todo con las órdenes superiores, se determinó retirarse, con toda la gente, y los padres, otra vez a Gueguetenango, como en efecto se ejecutó, por los mismos tránsitos, y parajes, por donde se había ido hasta allí. Y ahora se seguirán las razones, que dió el padre Provincial Fray Diego de Ribas, para no haber determinado, el que se pasase adelante.
CAPITULO VI
Participa el padre provincial Ribas al Presidente de Guatimala noticias de lo descubierto en aquella entrada al Lacandón. — Calidad de la tierra que se penetró. — Pide la Religión de Santo Domingo, se asiste á los religiosos del Chol. — Despáchame nuevas órdenes del Rey.
MARGINALES.—Envía relación de todo el provincial al Presidente.—Qué frutos tiene la tierra.—Sitio para la población de españoles.—Que conviene la fundación.—Que se aguarda la ocasión de continuar.—Que quedaba vencida la mayor dificultad.—El oidor Saraza estaba en Gueguetenango.—Persuade el oidor al Presidente.
Vueltos de retirada a Gueguetenango, el corregidor y los religiosos, y los indios á sus pueblos, el padre provincial Ribas, remitió puntuales relaciones de todo lo acaecido en el viaje al Presidente dé Guatimala, asegurándole: que toda la tierra que habían penetrado en aquella entrada, era muy fértil, y de migajón, y llena de aguas; y que era de sostén, y tenía palo de maría, ule, guayacán, y otros géneros útiles. Que había mucha miel, pacayas, busnayes, frutos de tierra caliente, aunque aquella no lo era mucho, sino templada; y por lo que se había visto, muy á propósito para todo género de sembrados, así de tierra fría, como de tierra caliente.
Que en cualquiera paraje de la vega de aquel río grande,( Río Ixcán) á donde había llegado, se podía fundar población de españoles, así por estar en el riñón, y en el medio, respecto de la Verapaz, y Ocozingo, como por ser la tierra fértil para todo: y porque de allí adelante no había eminencias de serranías, sino puntas de lomas, pues los exploradores, en las diez leguas, que habían andado, llegaron á tocar en tierra muy caliente y del todo llana: y que era muy conveniente el fundarse allí, para facilitar la reducción de los infieles; pues quedaba ya el camino abierto, para continuar en la misión. Y por que los pueblos de indios cristianos, con quienes confinaban, no se infestasen.
Que el haber ejecutado la retirada, no era desamparar la facción, ni dejar de proseguir en ella, sino solicitar modo para que se lograse mejor el trabajo, con lo sazonado de la ocasión, sin dilatar el tiempo, que procuraría no se perdiese; pues quedaba ya vencida la mayor dificultad, que era la del camino, que se había ya abierto, y la repugnancia de los indios, que le ocultaban; y estar demarcado, y reconocido el sitio, donde convenía fundar la colonia, ó población de españoles, que se había tratado en los juntas generales, á que se podía dar la providencia conveniente.
Hallábase en Gueguetenango, al tiempo que los padres entraron en la montaña, Don Francisco Sarasa, Oidor de la Audiencia de Guatimala; y como habiendo vuelto los padres á aquel pueblo; éstos, y el corregidor le refiriesen lo que habían descubierto y visto, en el progreso de su jornada; persuadía también al Presidente á la prosecución de la empresa, ofreciendo para ella la asistencia de su persona, con el título que el Presidente gustase de darle; pues tanto convenía el fenecerla, por los justificados motivos, que á todos eran notorios.
Con la misma expresión de palabras, en lo que miraba á la gratitud, y deseo en su Magestad,
se libraron las cédulas al Presidente, y Audiencia de Guatimala, para que por aquella parte
se acudiese á la facción, haciendo la entrada por los tres parajes de Chiapa, Gueguetenango
y Verapaz.
LIBRO CUARTO
CAPITULO I
Discurre el Presidente Barrios, en juntas generales, las cosas necesarias para la empresa. — Determina la entrada por tres partes. — Y trátase de algunas prevenciones.
MARGINALES.—Empezó el Prezidente a disponer. —Saca las cédulas y órdenes de el rey.—Convoca junta general.—Resuélvese la entrada para principio de el año.—Que fuese por las tres partes a an tiempo.—Que los soldados sirviesen de escolta.—Que el Presidente solicitase la gente voluntaria. —Qae se librase de ruego y encargo a los obispos, y prelados.—Que encomendasen a Dios la empresa.—No se hallaba en aquella provincia don Juan de Mendoza.—Qae se nombren cabos.—Que se llame a las juntas al padre Ribas, y otros.—Que los gastos fuesen de la real hacienda.—Que sacasen abanzos los oficiales reales.—Que se empezasen las reclutas.—Convoca el Presidente a los vecinos principales.—Exortación que les hizo.—Lo que respondieron los vecinos.—Que convocarían los demás.—Ibase previniendo todo.—Repitense los avisos a los alcaldes mayores, y obispos.—Estaba el oidor Scala en Soconusco.—Díjosele solicitase donativo.
Hemos visto ya, como instantáneamente, que el Presidente don Jacinto de Barrios hizo reflección, sobre las insinuaciones, que los padres misioneros Fray Melchor López y Fray Antonio Margil, y otras personas, le hacían de cuan importante era tratar, con toda eficacia, de la reducción del bárbarismo de aquellas montañas, empezó con toda prontitud, á adelantar las diligencias,que parecían conducentes al caso.
De éstas, fué la primera, sacar las cédulas, y órdenes del rey, y demáspapeles, que acerca de esto hablaban, del letargo del olvido, en que habíanestado, para empezar á ponerlas en práctica, y para discurrir, y tratar el modo, y forma, y con qué medios esto se había de ejecutar. Y para que sobre todo, como mayor acierto, se determinase lo más conveniente, convocó a todos los ministros de justicia, hacienda y cabos militares principales del rey no, para que dijesen su sentir, y parecer en todo; no queriendo fiar de sí solo las disposiciones de una facción de esta gravedad.
Y habiéndose ventilado en la Junta, regulados los pareceres, que sobre cada uno de los puntos, que se movieron, hubo, vino á resolverse por todos los cabos y ministros: que la entrada de la reducción á las montañas, se hiciese á principio del año siguiente de 1695 (que es cuando empieza el verano en aquellas tierras) y que se había de ejecutar por las tres partes á un tiempo,que contenían las órdenes de el rey, de el año de 1692, que venía á ser por las provincias de la Verapaz, Chiapa, y Corregimiento de Gueguetenango, con ejército, dividido por todas tres partes, para las escoltas, no siendo necesario romper la guerra. Y en caso que lo fuese, para hacerla con seguridad, de lograr el designio, por las noticias que había, del crecido número de infieles,que encerraban aquellas montañas, y lo feroz, y belicosas, que eran algunas naciones de ellos. Y que el Presidente solicitase toda la gente voluntaria, que pudiese,y quisiese concurrir á la facción, ó ya fuese á sueldo pagado, ó ya á su propia costa, ofreciéndoles remunerarles sus servicios, con liberalidad, y en el grado,que á cada uno correspondiese, y conforme cada uno más se adelantase en ellos.
Y que desde luego se librasen despachos de ruego y encargo, á los obispos, y demás prelados del distrito de aquella real Audiencia, para que exhortasen á la empresa, y la encomendasen á Dios; y ordenasen lo mismo á sus religiosos, y súbditos, para que su inmensa Magestad fuese servido de concederles á todos el bien, que deseaban, en el logro de el buen éxito de ella. Y como en las mismas órdenes de el rey se prevenía, y mandaba también, el que llevase por cabo de esta empresa al capitán Don Juan de Mendoza, y este se hallase ausente de aquellas provincias, se resolvió, que el Presidente señalase los cabos principales, y subalternos, que se tuviesen por más á propósito para la facción. Y que se llamase á las juntas de guerra á los padres maestros Fray Diego de Ribas, Fray Agustín Cano, Fray José Delgado, Fray Tomás Guerrero, y Fray Pedro Monzón, y demás personas prácticas, y noticiosas de las fronteras, entradas, y montañas de indios infieles, por lo mucho que convendrían sus pareceres, en la determinación de la forma de las operaciones, y modo de penetrar la tierra de las montañas, y como quienes habían entrado por algunas partes de ellas, y examinado muchos parajes, por donde sería conveniente se fuesen guiando; y como quienes habían ya tratado, comunicado, y empezado á reducir á algunas de las naciones infieles.
Asimismo se determinó: que los gastos, que se fuesen resolviendo hacer,y se hallasen por necesarios, fuesen de los reales haberes, y se sacasen abanzos por los oficiales reales, de las cantidades de maíz, frijol, chile y gallinas,que hubiese en ser, y recaudado, y que se pudiese recaudar con brevedad,de lo perteneciente á reales tributos, en las Alcaldías Mayores de las provincias de la Verapaz, Gueguetenango y Chiapa.
Y que se empezase desde luego á reclutar cien hombres de guerra españoles, y se diese aviso de estas determinaciones á las alcaldías mayores referidas, y á don Roque de Soberanis, y Centeno, gobernador de las provincias de Yucatán.
Hizo á este tiempo convocar el Presidente á todos los vecinos principales de la ciudad de Guatimala; y en presencia de los ministros que componían la Junta general, les hizo una larga, suavísima, y discreta exortación, en ordená que se animasen á servir á Dios, y al rey, en una obra tan santa, y de tan convenientes consecuencias á la utilidad y sociego público, y salvación de lasalmas de aquellos miserables gentiles, acudiendo cada uno, ó con su persona, ó con aquello con que pudiese ayudar.
A cuya proposición, con la misma ternura, respondieron los caballeros más principales, de los vecinos que se hallaban presentes, y aun casi todos á una voz: que era petición muy justa, y arreglada á la piedad cristiana, y buen celo del Presidente. Y que respecto de que no habían ido prevenidos del para que se les llamaba, no podían dar otra respuesta, más, de que congregarían á todos los demás republicanos, para que concurriesen en todo lo que pudiesen, á tan justo donativo.
Y sin dejar vacío de tiempo alguno, se iban previniendo, y aprestando,así las reclutas de gente, dentro y fuera de la ciudad, y en otras de aquel reyno, cómo las armas y pertrechos, municiones, y bastimentos, solicitando á los prelados, y religiosos, que habian de entrar con la gente, para que todoestuviese prevenido, y puntual, para el tiempo en que se habia determinado ejecutar las entradas. Y se repitieron los avisos á los alcaldes mayores de los partidos, y las exhortaciones á los obispos, y prelados de las religiones. Y asimismo se dió á entender á don Joséph de Escals, Caballero de la Orden de Santiago, y Oidor más antiguo de aquella Audiencia de Guatimala, que se hallaba en Sonsonate, en diferentes negocios del servicio del rey, y hoy se halla Fiscal del Consejo de Cruzada, que sería muy de el caso, el que se aplicase á solicitar algún donativo en aquella provincia, para el mismo efecto de las prevenciones, que se estaban haciendo, y se le avisaban. Y en el capítulo inmediato se dirá lo que de esta diligencia, y de las demás, que se hicieron, en orden á los donativos resultó del producto de ellas.
CAPITULO II
Participa el Presidente de Guatimala á don Roque de Soberanis, Gobernador de Yucatán las disposiciones para la campaña. — Dícese lo que respondió. — Vanse recojiendo los donativos en Guatimala.
MARGINALES.—Camino recto de acertar las cosas.—Participa el Presidente lo determinado al gobernador de Yucatán.—Lo que respondió el gobernador al Presidente.—Lo que le respondió el Presidente.—Iban llegando los donativos.—Cuales fueron los donativos. Quezaltenango. — Acasaguastlán.—Chiquimula. — Soconusco.—Escuintepeque y Guazacapán.—San Salvador y San Miguel.—Totonicapán y Gueguetenango. — Guatimala, y su valle.—La provincia de Santo Domingo Zuchitepéquez.—Lo que importaron los donativos.—Donativo de el Presidente.—Gente de Tabasco.
No hay camino más llano, derecho, y acertado, para encontrar con el buen efecto de los deseos humanos, que el puntual arreglamiento á la obediencia de los superiores mandatos. Y así en atención á que las órdenes de el rey se dirigían, á que el gobernador de Yucatán concurriese por su parte á esta empresa, entrando al mismo tiempo con su gente á la montaña, para que en nada se faltase á la puntual observancia de ellas, el Presidente de Guatimala participó á Don Roque de Soberanis, muy por menor, las resoluciones, que tenía tomadas, y aprestos, que se estaban haciendo; y cual era el tiempo, que estaba prevenido para empezar la campaña, para que teniéndolo así entendido, acudiese por la parte de aquella provincia de Yucatán, á darse la mano con las tropas, que habían de salir de Guatimala; que esta era la forma de dar principio á encaminar los pasos de las operaciones, por la senda de los reales mandatos, para llegar á la consecución del deseado fin.
Respondióle el gobernador Don Roque de Soberanis al Presidente de Guatimala, con grandes insinuaciones de su voluntad, á cooperar en empresa de tanta importancia, para que ya había tenido hechas algunas disposiciones, desde luego que recibió la orden de el rey; más que no sabría ponderarle el sentimiento y mortificación, que le causaba, el no poder ejecutarlo por entonces, por los pleitos y diferencias, que le había movido el Obispo de aquella ciudad, sobre puntos de jurisdicción, por lo cual le tenia excomulgado; con que totalmente le embarazaba é impedía, para cualquiera operación que quisiese ejecutar en aquellas reducciones, ni en otra cosa alguna. Pero que le aseguraba, que en saliendo de este embarazo, acudiría con toda puntualidad, por su parte, con toda su gente, y demás necesario para el caso; pues así lo tenía determinado, y lo deseaba; y que le remitiría un mapa, y noticias fijas, de las partes por donde mejor se podía entrar á obrar en lo determinado.
El Presidente le respondió, diciéndole: era de gran pesar suyo, el que fuese causa de tanta desazón la que le impidiese el acudir por su parte á facción de tanta gloria; mas que ya tenía hecha la determinación de la entrada á la montaña, para principios de el año siguiente, y se estaban recogiendo los víveres, y cosas necesarias para ella, y había de ejecutarla indefectiblemente por su parte, y que él lo procurase por la suya; á lo cual le instaba, y aún le requería.
Ibase feneciendo el año de 1694, é iban llegando á Guatimala los donativos de las provincias de Chiapa, y de las demás, que habian ofrecídole; y don Joseph de Escals remitió de Sonsonate trescientos y ochenta pesos, á que había reducido cincuenta y seis caballos, que habían dado los vecinos, que fué preciso reducirlos á dinero, á razón de á seis pesos cada uno, con albardilla y freno; que tan corto es ei precio á que hoy valen por aquellas tierras, por haber sido tan dilatadísima la producción, que ha habido, de los primeros, que llevaron los españoles, cuando las primitivas conquistas; que antes no sabían los indios, que cosa eran; no porque no fuesen buenos, sino por la imposibilidad que podía haber, de poder servir, si se sacasen, mudándolos de aquella tierra.
Don Juan Gerónimo Mexía, corregidor de Gueguetenango, remitió cien pesos, que había recogido de donativo, y otros ciento de su bolsa, y asi mismo catorce caballos, los tres aparejados; y las jáquimas, y conducción de todos, lo costeó el Presidente.
A este mismo modo, fueron remitiendo los demás alcaldes mayores, lo que habían recogido de donativos, y porciones, que ellos daban. Con que además de lo que miraba á bastimentos, que dejaban allí, para cuando pasase el ejército, los alcaldes mayores, y corregidor de Chiapa, de la Verapaz y Gueguetenango, remitió el capitán don Juan Gerónimo Mexia, y Céspedes, corregidor y teniente de Capitán General del partido de Quezaltenango, catorce caballos, los tres de ellos aparejados, no habiendo podido recojer más, por ser cortos los medios de los vecinos; y él por si sirvió con cien pesos, que en su nombre entregó el capitán don Francisco Folgar.
El Capitán don Miguel de Azañón, remitió treinta y cuatro caballos, recojidos entre los vecinos del partido de Acasaguastlán, de donde era corregidor.
El ayudante general Cristóbal Fernández de Rueda, teniente de Corregidor del partido de Chiquimula, recogió y remitió sesenta caballos, y cincuenta pesos. El capitán don Pedro Fernández de Santillán, teniente de capitán general de la provincia de Soconusco, treinta caballos, y seis muías, que dieron los vecinos. El capitán Don Alonso Domínguez, Gobernador de las armas de los partidos de Escuintepeque, y Guazacapán, trece caballos, dos muías, y ciento tres pesos. Don Joséph Calvo de Lara, alcalde mayor y teniente de Capitán General de las provincias de San Salvador, y San Miguel, setenta caballos, once mulas, y doscientos pesos.
Francisco de Mella, corregidor, y Teniente de Capitán General del partido de Totonicapa y Gueguetenango, treinta y tres caballos, diez reses vacunas, ochocientas gallinas, y cuatrocientas y veinte fanegas de maíz.
El Capitán don Juan de Langarica, remitió diez y siete caballos, y un macho.
Los vecinos de la ciudad de Guatimala, y su valle, dieron mil ciento y setenta y siete pesos, cuarenta y nueve caballos, y siete muías.
El padre provincial de Santo Domingo Fray Rafael del Castillo, en nombre de su provincia, hizo donativo de cincuenta caballos.
Don Jacobo Barba, alcalde mayor, y teniente de capitán general de la provincia de Zuchitepeque, sirvió por sí con cien pesos.
El sargento mayor Don Francisco López de Albizuri, ofreció servir, con su persona, y armas á su costa; y que en caso de impedimento, ó muerte, daría un soldado, pagado, el tiempo que durase la facción; y otro, en la misma forma, por don Joseph Manuel de Albizuri, su hijo, niño de cuatro años, y cinco meses.
El Gobernador don Juan de Gálvez, sirvió á su magestad con veinte caballos.
El Gobernador de las armas Don Esteban de Medrano, exhibió el sueldo de cuatro soldados,' por seis meses.
De suerte, que importó lo que se recogió de fuera, y juntó en la ciudad de Guatimala, para ayuda á la provición del ejército además de lo que quedó en los tres partidos, como dije, dos mil trescientos y noventa y nueve pesos; y además trescientos y cincuenta y cuatro caballos, veintidós muías, diez reses vacunas, ciento y veinte fanegas de maíz, y ochocientas gallinas.
Y el Presidente dió también, por vía de donativo, ciento y veinte y cinco armas de chispa, que se pusieron luego con las demás de el rey, en su sala real de armas.
Y también se hizo recluta de treinta hombres, en la provincia de Tabasco, por ser más fuertes, y connaturalizados á la montaña, que los de Guatimala; y porque unos con otros se ayudarían, y animarían mejor.
Y se levantó gente en Gueguetenango, y Chiapa, de españoles é indios, y se hicieron otras prevenciones, que fueron las que diré después del capítulo inmediato, en que es preciso hablar algo de lo que pasaba por la parte de Yucatán.
76
CAPITULO IV
Determina el Presidente de Guatimala ir en persona á la campaña. — Nombra
cabos para el ejército. — Y da las órdenes para las marchas, y otras cosas.
MARGINALES.—Todo estaba ya a punto en Guatimala.—Quiere entrar en persona el
Presidente.
—Disuádenle los cabildos.—Representación que le hicieron.—Lo que respon¬día el Presidente
.—Que quería ser el primero en los peligros.—Que ya estaba mejor.
—Quería ir solo mandando la gente.—Eligió por auditor general a don Bartolomé de Amézquita.
—Escusáronse los oidores.—Eligió el Presidente entrar por Chiapa. Nombró cabos para las
otras dos entradas.—Distribuye los demás puestos y da órdenes nuevas—Hizo ordenanzas,
y
se publicaron.—Causa por qué eligió entrar él por Chiapa.—Orden para que deshiciesen los
ranchos en el Próspero.—Noticias de hallarse rastros de lacandones.—Atemorizanse los indios,
que fabricaban los ranchos. — Llaman los lacandones a los indios trabajadores.—Retiranse a
su pueblo los trabajadores.—La cercanía de lacandones inclinó al Presidente a entrar por alli.
—Orden al capitán Guzmán.—Que escolte los trabajadores.—Avisa el Presidente al gobernador
de Yucatán.—Advertencias que le hacia.Llégase
el dia de la salida del Presidente.
Estaban ya á punto en la ciudad de Guatimala todas las cosas necesarias para la campaña, y las
gentes prevenidas las armas, municiones, bastimentos, bagages, y demás pertrechos; hasta
donecillos y cositas de Castilla, de que gustan los indios, para dárselas, y agasajar con ellas á los
infieles. Y siendo ya
tiempo de empesar á marchar las tropas, determinó el Presidente entrar con ellas y con los
padres misioneros, en persona, á la montaña.
Y sin embargo de que los cabildos de aquella ciudad de Guatimala, eclesiástico y seoular, le
procuraban disuadir de ello, representándole: que mirase, que aunque aquella facción era
tan gloriosa, tan en servicio de Dios, y del Rey, y tan en favor de todos, y de la causa pública,
y bien de la cristiandad, no debía arriesgar tan conocidamente su vida en ella; pues lo terrible
del achaque, que padecía, de destemplanza de estómago, y vientre, junto con las incomodidades
de lo penoso del camino, y de la campaña; malas estancias, y peores tránsitos, falta de asistencia,
sosiego, y regalo, la ponían en evidente peligro; y que era de menos inconveniente, y de menor
embarazo, ya que no fuese el dejarla, á lo menos el dilatar su jornada, hasta hallarse más
fortalecido, y seguro en la salud.
Nada contrapesaban estas razones, representaciones, y miedos, al vizarro y fervoroso celo
de el Presidente; pues lo que respondía, era, darles las gracias, por la grande atención, y cariño,
con que miraban por sus conveniencias; pero que la mayor seguridad era, el ser el primero
en los peligros,en servicio de las dos Magestades.
Que ya se hallaba más aliviado, y esperaba en la suma bondad de Dios, que por el mismo caso
le había de dar mucha salud, y vida, para conseguir, y concluir obra tan de su santo servicio,
como á la que su deseo le encamina¬ba; y así, le era preciso el partirse luego á Chiapa, á dar
algunas órdenes, para cosas, cuya ejecución estaba pendiente, hasta su llegada,
No solo deseaba ir en persona á esta jornada, sino que deseaba ir solo mandando la gente:
pero por si acaso sus achaques le apretaban, y no le daban lugar á poder entrar á los infieles,
poderse quedar en paraje algo más seguro, eligió, para que fuese con él, por su Asesor general,
y Auditor de Guerra, á Don Bartolomé de Amézquita, Fiscal de aquella Audiencia de Guatimala.
Y para en caso, que el mismo no pudiese ejecutar esta entrada, le nombró por su teniente de
Gobernador y Capitán General para ella. Porque aunque habia pretendido nombrar para estos
cargos á uno de los tres Oidores, que quedaban en la Audiencia, se habian escusado, por
achaques, y otras causas, que se habian tenido por legítimas.
Y como el Presidente había de ir mandando las tropas, que habían de entrar por la provincia de
Chiapa, que él había elegido para sí, y era preciso nombrar cabos superiores, para las que se
habian de dividir por las otras dos entradas de la Verapaz, y Gueguetenango, para que las
mandasen, y llevasen á su cargo:
Eligió por cabo superior, de las que habían de entrar por la Verapaz, al Capitán don Juan Díaz
de Velasco. Y de las que habían de entrar por Gueguetenango, al Capitán Don Tomás de
Mendoza, y Guzmán. Y distribuidos todos los puestos, y oficios, cargos, y encargos militares,
pasado las muestras, y contribuido las pagas, y dado órdenes á los alcaldes mayores, para los
alojamientos, y tránsitos de los soldados, indios de guerra, y de servicio, custodia de
mantenimientos, y demás, que ya iba saliendo de Guatimala, con gran parte del bagage:
Hizo ordenanzas, que se publicaron, para la mejor forma de las jornadas; modo de portarse,
y distribuirse la gente; y dispuso otras cosas tantas, que el referirlas, fuera grandísima
proligidad.
La causa de haber elegido para sí el Presidente la entrada por la parte de la provincia de
Chiapa, aún antes de salir de Guatimala, fué, por habérsele informado, diferentes, y repetidas
veces, que los infieles lacandones, habitaban las montañas inmediatas, y más cercanas á las
tierras de los pueblos de Comitán, y Ocozingo, últimos de aquella provincia de Chiapa.
CAPITULO V
Parte de Guatimala el Presidente, con el resto de el ejército. — Encaminase á las montañas, y entra en la villa de Gueguetenango.
MARGINALES—Van marchando las tropas.—Religiosos que se adelantaron. —Sale de Guatimala el Presidente.—Acompañamiento que llevaba.—Llega a Jocoicnango. — Admiración de la salida del Presidente.—Don Lorenzo de Montúfar alcalde más antiguo de Guatimala.—Llega el Presidente a ltzapa.—Llega a Pazún y vuélvese Montúfar.
—Entra el Presidente en Gueguetenango.—Gran gozo que recibieron todos, con la llegada del Presidente.—Gran devoción del Presidente con nuestra señora. — Resábale todas las noches el rosario, y letanía.—Esfuerzan la devoción los padres misioneros.
—Agrégase la compañía del capitán Melchor Rodríguez.—Agrégase otra gente voluntaria.—La gente de Tabasco también se agregó.—Detúvose Amézquita en Guatimala.
—Salió Amézquita de aquella ciudad.—Alcanzó al Presidente en Gueguetenango .— En qué se ocupaba el Presidente en Gueguetenango.
Iba ya marchando, por sus tránsitos, la más de la gente, divididos en sus compañías, así de indios, como de españoles, y gran partida del bagage, y víveres, para la campaña; y también se habían adelantado, á esperar al Presidente, en el pueblo, ó villa de Gueguetenango, ú en otro de su cercanía, el padre Fray Diego de Ribas, como asimismo el padre Fray Antonio Margil, con su compañero el padre misionero Fray Pedro de la Concepción, y el maestro Cano, y otros religiosos.
Y llegado el día señalado para la salida del Presidente,la ejecutó aquella tarde, en seguimiento del estandarte real; que desde el primer día, que se empezaron las levas en aquella ciudad, estaba enarbolado; y acompañado de los oidores, y demás ministros de aquella Audiencia, y de todos los primeros, y más principales caballeros, y personas eclesiásticas, y seculares, de la ciudad, y del resto de su ejército, y asistido de la compañía miliciana del barrio de San Francisco, del cargo del capitán don Antonio de Eriarte, salió de la ciudad, hasta el pueblo de Jocotenango, circunvecino de ella, en que se vió el más hermoso, bullicioso y numeroso concurso de personas nobles, y plebeyas, que es imaginable. Admiráronse todos, de ver esta salida, no habiéndose creído, hasta entonces, la ejecutara el Presidente, como lo hizo, poniéndose en camino, con tan manifiesta, como notoria falta de salud. Y despidiéndose de los que se quedaban, montó briosamente á caballo; y con la comitiva de personas nobles, y de su sargento mayor, y del capitán don Lorenzo de Montúfar, que por alcalde ordinario más antiguo se hallaba corregidor de los pueblos del Valle de aquella ciudad de Guatimala; y le tocó, por esta razón, conducirle hasta el pueblo de Pazón, último de su jurisdicción.
Llegaron al pueblo de ltzapa, donde pasaron aquella noche; y la del siguiente día en el de Pazón; desde donde habiéndose vuelto el capitán Montúfar, prosiguió sus jornadas el Presidente, hasta la villa de Gueguetenango, donde entró el día veinte y tres de aquel mes de Enero, habiendo caminado cuarenta y seis leguas que hay de distancia, desde la ciudad de Guatimala á aquella villa.
No es explicable el gozo, que recibieron los afectuosos padres misioneros, los cabos y demás gente, que en aquel pueblo estaban esperando al Presidente, con su llegada, por ser lo más digno de alabanza, y de todo encarecimiento; y tampoco se puede dejar de decir la especialísima devoción,que el Presidente tenia con la sacratísima virgen Maria, madre de Dios, y señora nuestra; pues lo manifestó, en llevarla por norte y guía para esta empresa, en una pequeña y perfectisima imagen, dentro de un primoroso, y dorado nicho, y después en un adornado y curioso cajoncillo. Y en que en presencia de esta señora, con toda veneración y rendimiento devoto, en altas y acompasadas voces, hizo, se rezase todas las noches el rosario y letanía, con toda su familia, y las personas de su comitiva, y toda la demás gente, que podía acudir, continuándolo desde que llegó al pueblo de Pazón.
Y en esta villa de Gueguetenango, se esforzó más la devoción, con los exortos y pláticas espirituales, tan doctas, como fervorosas, que hacían los padres misioneros, Fray Diego de Ribas y sus compañeros, que mientras duró la residencia en aquel pueblo, perseveraron con su asistencia en el rezo, con manifiesto placer, y especial alegria; acabando el ejercicio cotidiano, con alabar al señor omnipotente, y á la purísima virgen María; lo cual se estableció de tal manera, que en noche alguna no se faltó á esta devoción, aún en los sitios, y parajes muy desacomodados, sin escusarse de asistir á ella los más fatigados, del cansancio del camino, y trabajo de las armas, y faenas.
Agregóse en esta villa de Gueguetenango la compañía de cincuenta hombres, que se habían reclutado en aquel partido, á cargo del capitán Melchor Rodríguez Mazariegos, quien se había ofrecido, él, y su alférez Juan Salvador de Mata, y su sargento Pedro de Chávez Galindo, y el ayudante Antonio Galindo, á servir sin sueldo, con sus armas y caballos, en la facción.
Y también se agregaron otras muchas personas voluntarias, de aquella villa, y de otros pueblos de su partido, y de otras partes. Y también se incorporó la gente que se había levantado en la provincia de Tabasco.
Y como el nombramiento de Auditor General, que el Presidente había hecho en Don Bartolomé de Amézquita, hubiese sido en los días próximos á su partida de Guatimala, y le fuese preciso á Don Bartolomé desembarazarse de algunos negocios pendientes, de su incumbencia, y aviarse de un todo para la jornada, se detuvo en la ciudad de donde salió algunos días después, que el Presidente, á quien alcanzó también en esta villa de Gueguetenango; el dia veinte y nueve de aquel mes de Enero; tan. temprano, que por no haber aun luz del día se había propasado al pueblo de Chíantla; de donde, después de haber adorado la milagrosa imagen de nuestra señora, volvió á Gueguetenango.
Ocupábase el Presidente los días que se detuvo en esta villa, en hacer pagas á la gente, que había llegado de nuevo, como era, á los de Melchor Rodríguez, á los de Tabasco, y á otros; y en proveer de caballos á los infantes, que no los tenían; en hacerlos disciplinar, y enseñar; en registrar las armas, municiones, herramientas, y pertrechos; y en determinar la conducción y avío de todo. Y en estas disposiciones, y otras, le dejaremos en Gueguetenango, pasando á referir lo que por este tiempo se ejecutaba y disponía en la Provincia de Yucatán, por don Martín de Ursua, su gobernador, y los suyos.
CAPITULO VII
Sale de Gueguetenango el Presidente de Guatimala. — Camina al pueblo de Santa Eulalia. — Dícese lo que allí ordenó. — Hácese recluta de más indios de guerra, y gastadores; y pasa a Ystatán, y de allí a Comitán.
MARG1NALES.—Concluyó el Presidente las disposiciones.—Echa delante el Presidente al capitán Melchor Rodríguez.—Ordenes que le dio.—Sale el Presidente de Gueguetenango.—Entra en Santa Eulalia.—Manda reclutar indios.—Pagas que se dieron a los indios.—Otros sirven de gracia.—El indio don Juan Basilio.—Mucho se debió a los indios de lstatán.—Sobre todos don Juan Basilio.—Diligencia que hacia el Presidente en Santa Eulalia.—No puede ajustar la mayor cercanía de los lacandones, por donde seria.—A que se atribuía el ocultarse estas noticias—Indios cabezuelas, que no gustaban de la entrada.—Remitió presos el Presidente a Gueguetenango a los cabezuelas—Orden al capataz Guzmán.—Ordenes a el Oidor Amézquita.—Ordenes al capitán Alvarado.—Parte el Presidente a lstatán.—Acelera mucho las marchas .— Llega a lstatán.—Ordénase quede allí el capitán Melchor Rodríguez.—Quédase allí el padre Ribas.—Disposiciones de la forma de noticiarse—Modo de proveer la gente—Pártese el Presidente a Comitán.
Concluyó el Presidente de Guatimala la composición, y recuento de las cosas, que se reconocían necesarias, y estaban congregadas, y mandadas prevenir en Gueguetenango; y queriendo por su persona reconocer el terreno,y entrada de los dos pueblos de Santa Eulalia, y San Mateo lstatán, é informarse tan de más cerca, como de ellos mismos, por donde sería más breve el encuentro con los lacandones.
Habiendo echado delante al capitán Melchor Rodríguez, con su compañia, el día veinte y nueve de Enero, con orden, de que marchase hasta el pueblo de San Mateo lstatán, y que allí le aguardase, salió al siguiente día, con su comitiva, y el resto del ejército, al pueblo de Santa Eulalia, que dista veinte y una leguas de la villa de Gueguetenango, donde entró el día primero de Febrero, siendo asperísimo su camino.
Aquí en este pueblo halló, que el corregidor de aquel partido, aún no tenía reclutados cien indios de guerra, y setenta gastadores, que días antes le había ordenado reclutase, y los tuviese dispuestos, para incorporar con los demás.
Y reconociendo, podían hacer gran falta, los mandó reclutar, con toda brevedad, en aquel pueblo, y en los de San Juan, San Pedro, San Mateo, y otros, y se reclutaron ciento setenta y dos, en todos; y á los ciento y diez de ellos se les dieron pagas para dos meses; y los sesenta y dos no quisieron recibir paga alguna, ofreciéndose servir de gracia, voluntariamente, y sin sueldo alguno, todo el tiempo que durase la facción.
Eran los sesenta y uno de ellos del pueblo de San Mateo Istatán, y el otro era el indio Don Juan Basilio, natural de Santa Eulalia, y á estos indios fueá quien más se debió, en lo que se obró en esta campaña, por haber sido los que con más viveza y actividad, se adelantaban en la ocupación, y trabajo,en las montañas, y fuera de ellas, aún en los tiempos de cumplidas sus remudas.
Y el indio Don Juan Basilio, sobre todos, que se esmeró en ser propiamente el hurón racional de aquellos montes, para con los bárbaros lacandones, solicitando ansiosamente, á todos tiempos, y por todos modos, el hallazgo de ellos, y su reducción.
Mientras estos indios se iban juntando en Istatán, donde se iban remitiendo los que no se reclutaban allí, entendía el Presidente, en Santa Eulalia, en varias diligencias, y adquisiciones de noticias, acerca de averiguar,qué vereda se tomaría, para dar más apriesa con los lacandones; pero nopodía descubrir, ni ajustar cosa alguna provechosa, ni conducente á su deseo; siendo así, que en Guatimala había tenido muchas, y concordantes noticias, y avisos, de que aquellos indios de Istatán tenían trato, y comunicación con los lacandones.
Atribuíase, que de ocultarse estas circunstancias, y retirarse las noticias de los infieles del Lacandón, y el no descubrir señas, en alguna manera, ciertas, de sus habitaciones, pueblos, ó rancherías, era la causa, de que los indios Cristóbal Domingo, Alonso Delgado, y Gaspar Jorge, naturales y cabezuelas de aquel pueblo de San Mateo Istatán, habían manifestado disgusto, de la ejecución de esta entrada, y atraían á su dictamen á otros indios, sus convecinos.
Y considerando el Presidente, que no convenía dejarlos en el pueblo, porque no alborotasen á los demás; y que tampoco podía ser útil el permitirlos, que concurriesen á la entrada; porque en las operaciones de ella procederían torcida, y cautelosamente, y no como debían, los remitió presos á la cárcel real de Gueguetenango, para que allí estuviesen asegurados, hasta que otra cosa se ordenase, averiguando las sospechas, que de ellos se había concebido.
Había ordenado el Presidente, que el capitán don Tomás de Guzmán, con la gente de su cargo, se adelantase al pueblo de Comitán, como dijimos; y también desde Gueguetenango hizo, que se adelantase al mismo pueblo de Comitán su auditor general Don Bartolomé de Amézquita, con órdenes de adquirir informes, acerca de si sería mejor hacer la entrada á las montañas, no trajinadas por aquel pueblo de Comitán, ó por el de Ocozingo, por la variedad de pareceres, y diversidad de noticias, que había habido siempre, de la más, ó menos facilidad de dar con los infieles, y de soportar la fragosidad de los montes, con algún menos trabajo, ó pasos menos inaccesibles.
Dispuso asimismo en este pueblo de Santa Eulalia el Presidente, que el capitán Tomás de Alvarado pasase al mismo pueblo de Comitán, con alguna infantería, y dadas otras órdenes, y disposiciones en este pueblo de Santa Eulalia, se partió para el de San Mateo Istatán, con parte de la gente, que allí había quedado.
Aceleró mucho las marchas á aquel pueblo de San Mateo, para con más brevedad, deliberar finalmente su entrada, ó por Comitán, ó por Ocozingo, y en el pueblo, que eligiese de estos dos, congregar todas sus gentes, y las que por allí estaban prevenidas, y alojadas, para regular las que por cada uno de los tres rumbos habían de entrar, formar de ellas las compañías, con proporción más adecuada, señalarlas sus cabos, y dividirlas, para que se fuesen empezando á penetrar aquellas montañas, por todas tres partes, á un mismo tiempo.
Llegó á San Mateo Istatán el día tres de Febrero, donde le estaba ya esperando el Capitán Melchor 'Rodríguez, con su compañía, como se lo había ordenado. Y después de dadas allí diferentes órdenes, y providencias, mandó: que el capitán Melchor Rodríguez, con la gente de su compañía, y los ciento y setenta y dos indios, que se habían reclutado en aquel pueblo, en el de Santa Eulalia, y en otros, se quedasen en aquel pueblo de S. Mateo, para ejecutar desde allí la entrada á las montañas, al tiempo, cuando, y por donde se le ordenase.
Quedóse también, para el mismo efecto, el Padre Fray Diego de Ribas, habiendo elegido por su compañero al padre misionero Fray Pedro de la Concepción, con quien quedó contentísimo, por las esperiencias que el padre Ribas tenía de su mucha virtud, y eficacia.
Gastóse aquel día, y el siguiente en otras disposiciones, y en platicar, y discurrir, en orden á la forma, y modo de poderse noticiar los unos á los otros, por las montañas, si fuese posible, y avisarse, de los lances, que fuesen sucediendo, y en demostrarle y prevenirle á Joseph de Moscoso, teniente de corregidor de aquel pueblo de San Mateo, la forma que había de tener en proveer la gente, asi mientras estuviese en él, como en entrando en las montañas. Y acabado esto, se partió el presidente, con su séquito, para el pueblo de Comitán, donde acabó de elegir el paraje de su entrada, como se verá.
CAPITULO VIII
Entra en Comitán el Presidente. — Incorpórase la gente de Guzmán, y de el Auditor General. —
Elige su entrada el Presidente por Ocozingo. — Llega á este pueblo. — Hace división de
compañías, para entrar por las tres partes.
MARGINALES.—Lleva muy mal camino el Presidente. Llega a unos llanos donde hizo noche.—
Cayó gran aguacero aquella noche.—Desasocicgo y susto de los nuestros .—
Horrible bramido que se oyó.—Juzgóse fuesen lacandones.—Dice misa antes de amanecer el
padre Margil.—Prosigue la marcha con mucha lluvia.—Llega el Presidente y demás gente a
Comitán.—Allí estaba ya el capitán Guzmán.—También había llegado el auditor general—Junta
que formó el Presidente—Resuélvese la entrada del Presidente por Ocozingo—Ordenes al
capitán Guzmán.—Todo era despoblado hasta Ocozingo.—Que se saliese a encontrar a los de
Chiapa y Tabasco.—El capitán Juan Díaz se quedase en Comitán.—Sale el Presidente de Comitán.
—Entra en Ocozingo.—Recibimiento que le hicieron allí.—Fórmanse las compañías de españoles
e indios.—Repartimiento de compañías.—Nombra el Presidente capitanes.—Publica su partida
el Presidente de Ocozingo.—Ordenes que envió para que los capitanes en¬trasen el mismo día.
—Hace el Presidente componer armas.—Enjaezar caballos, y conducir bastimentos.
Aunque á largos trechos, está la tierra por allí poblada, sin embargo, como es ya tierra
montañosa, y que solo la saben bien las veredas los indios como hijos de los montes, llevó
muy mal camino el Presidente, para este pueblo de Comitán, siendo todo él atolladeros,
barrancas, sumideros, trabajosas subidas, y precipitosas bajadas. En fin, con este trabajo, y
quebrantamiento, caminó, con los que llevaba el dia que salió de San Mateo, once leguas,
hasta llegar á un paraje de llanos, á donde hicieron noche, en ranchos cubiertos, de hojas
de palma.
Corta defensa, y muy débil, fué ésta, para el aguacero tan grande que cayó aquella noche,
que á poca continuación, de la mucha que tuvo, las pasó, siendo el Presidente, no el que más
se mojaba, de los que de ella se cubrían, por haberse fabricado su rancho con más cuidado,
que los demás.
La continuada porfía del agua, privó á todos del sociego, y del sueño, y no menos el susto,
y gran sobresalto, en que les puso á todos, un horrible bramido, y voz, que no á larga distancia
de los ranchos, se oía repetidas veces, recelando fuese de lacandones, que anduviesen por
espías, á que se persua¬dían los del campo, por las continuadas noticias, que se habían vuelto
á suscitar, de que tenían aquellos infieles trato, comunicación y comercio con los indios de
Istatán, aumentando la fuerza de esta presunción, el haber dicho algunas personas, que aquel
día habían visto, de espaldas, y como que iba huyendo, á un indio caribe.
Y así por asegurarse de estos recelos, como por la incomodidad, que causaba la lluvia, dijo la
misa antes de amanecer el padre misionero Fray Antonio Margil; y al romper el alba se empezó
á proseguir la marcha, lloviendo sin cesar, y por camino no menos áspero, y escabroso que el'
de la jornada pasada, y sin hallar ríos, ni arroyos para las aguadas. Y habiendo caminado con
esta penalidad aquel día, solas ocho leguas, al siguiente se anduvieron nueve, la tierra llana; y
antes de el anochecer se entraron en el pueblo de Comitán, distante veinte y ocho leguas de
San Mateo Istatán, á donde había quedado la gente, que dejo dicho.
Halló ya el Presidente en Comitán al Capitán don Tomás de Guzmán, con su gente, y al Auditor
general, con gran parte de la de el ejército, que había llevado consigo, cuando se adelantó á
aquel pueblo; y deseoso el Presidente de acabar de resolver, por última, la parte por donde
había de hacer su entrada á las montañas, y si sería bien por aquel pueblo de Comitán,
donde se hallaba, ó por el de Ocozingo.
Para este fin, la tarde del mismo día, en que llegó á este pueblo de Comitán, hizo que
concurriesen en su presencia su auditor, el alcalde mayor de aquel pueblo, el ayudante
general don Fernando Centurión, el capitán don Gregorio de Vargas, el capitán don Francisco
de Goyenaga, el sargento mayor don Juan de Arismendi; el Capitán don Thomás de Guzmán,
y otros cabos, y oficiales, el padre misionero Fray Antonio de Margil, y los demás, que allí iban.
Y también cinco religiosos, conventuales en el convento de Santo Domingo, de aquel pueblo
de Comitán, y algunas personas prácticas; con las cuales, habiendo conferido el punto
propuesto, se resolvió uniformemente, que convenia que ejecutase su entrada á los infieles,
el Presidente, por el pueblo de Ocozingo.
Con esta última, y fija determinación, al siguiente día hizo marchar el Presidente al capitán
Don Tomás de Guzmán, con la gente de su cargo, al pueblo de Ocozingo, ordenándole
abanzase todo cuanto pudiese, por haber de allí á Ocozingo veinte y cuatro leguas, y haber
de salir en su seguimiento el Presidente con el resto, y ser todo el camino, hasta Ocozingo
despoblado, y tierra muy quebrada.
Y al mismo tiempo despachó orden, para que se saliese á encontrar á la gente, que subía
de Chiapa, y Tabasco, que se había echado por otro camino, para que apresurasen sus marchas,
siguiéndolas derechas al mismo pueblo de Ocozingo.
Y que el capitán Juan Díaz de Velasco, con su gente, y alguna más, que le agregó, y porción
de indios, gastadores, y serviciales, se quedase, en este pueblo de Comitán.
Y acabadas de dar estas órdenes, y otras, y habiendo partido el capitán don Tomás de
Guzmán, el día nueve de Febrero para Ocozingo en la for¬ma que se le ordenaba, al siguiente
día salió en su seguimiento el Presidente, con el resto, que había quedado de el ejército.
Y habiendo ido caminando, por parajes, y estancias asperísimas, con altas subidas, y profundas
bajas, con lluvias incesables, ó muy continuadas, entró el día doce, á las cinco de la tarde,
en el pueblo de Ocozingo; en cuya plaza le estaba ya esperando el capitán Don Thomás de
Guzmán, con su gente, puesta en ala.
Y también la gente de Tabasco, y la compañía de indios de los barrios de Ciudad Real de Chiapa,
que había conducido el capitán Don Martín de Urdanis, habiéndose ajustado los que faltaron
para ciento, de que se componía, de indios de la provincia de los zendales, con los caballos,
armas, mu¬niciones, bastimentos, y otras cosas, que se habían remitido y habían ofrecido
aquellas provincias de Tabasco, y Chiapa.
Parecióles preciso (como en la realidad lo era) al Presidente, su auditor, y á los demás con
quien confería, á los padres misioneros, y cabos, el que se formasen de toda la gente cinco
compañías de españoles, cuatro de indios de guerra, además de los gastadores,
trabajadores, naborios, ú de servicio.
Las tres compañías de españoles, y dos de indios de guerra, para que entrasen con el
Presidente, desde aquel pueblo de Ocozingo, por la parte de Chiapa. Y una compañía de
españoles, y otra de indios de guerra, para que entrasen por la parte de la Verapaz, con el
capitán Juan Díaz de Velasco, y el padre maestro Fray Agustín Cano.
Y otra compañía de españoles, y otra de indios, para que entrasen con el
capitán Melchor Rodríguez Mazariegos, y el padre Provincial Fray Diego de Ribas,
por la parte de Gueguetenango.
Y de las tres compañías de españoles, que habían de entrar con el Presidente, hizo
nombramiento, y dio el cargo de la una al capitán Nicolás de Valenzuela, escribano de
Cámara, y mayor del Gobierno, y guerra, que como tal, le iba asistiendo al Presidente
en esta entrada; de la otra al capitán Lorenzo Morador, por el servicio de haber conducido
la gente de Tabasco, y haberse ofrecido á servir sin sueldo él, y los oficiales de primera plana
de su compañia. Y de la otra al capitán Don Tomás de Guzmán, que había conducido parte
de la gente de Guatimala. Y repartida la gente española en las cinco compañías,
y los indios de guerra en las cuatro, señalando, y remitiendo á cada capitán la que le tocaba:
Publicó su partida de aquel pueblo de Ocozingo, á entrar en las montañas de los gentiles,
para el día último de aquel mes de Febrero, remitiendo órdenes
al capitán Melchor Rodríguez, para que desde el pueblo de San Mateo Istatán, donde le
había dejado, entrase, con la gente de su cargo, el mismo día,
por aquella parte de Gueguetenango.
Y al capitán Juan Díaz de Velasco, para que desde el pueblo de Comitán, donde también le
había dejado, pasase al de Cahabón, y entrase por aquella parte de la Verapaz. el mismo día
último de el mes de Febrero.
Distribuidas las gentes para las tres partes por donde estaba mandada hacer; y determinada
la entrada á esta reducción, y señalado el día fijo, en que todos tres trozos á un tiempo
habían de empezar á penetrar las montañas; en el Ínterin que este plazo llegaba, se ocupó
el Presidente en hacer componer armas, enjaezar caballos, echar gente delante, que formase
los ranchos, en el paraje del Próspero, para el real; adelantar, y conducir los bastimentos, y
demás cosas necesarias, para la prosecución de las jornadas.
Y también en el interior, será bien pasar á referir las nuevas prevenciones, que el gobernador
de Yucatán Don Martín de Ursua hacía, para volver nuevamente á la empresa, de la apertura
del camino, de donde se había retirado su teniente el capitán Alonso García de Paredes,
y su gente, por el acaecimiento del combate de los infieles quehaches, que dejo referido
CAPITULO IX
Hace nuevas prevenciones el Gobernador Ursua. — Dícese el ofrecimiento de los capitulares de
Campeche, y de los capitanes Alonso García de Paredes, y Don Joséph Fernández Estenoz.
MARGINALES.—No gustó el gobernador Ursua de la retirada del . capitán Paredes.—
Hace reclutar otros cincuenta hombres españoles.—Y otros cincuenta indios.—Conciértase
piloto militar ingeniero—Recibe estas órdenes el capitán Paredes.—Proposición que hizo al
cabildo de Campeche.—Pide que ayude el cabildo a la empresa.—Fué bien recibida la
propuesta.—Ofrece el cabildo servir con veinte y cinco hombres a su costa.
—Que se empezasen a alistar desde luego—El capitán Paredes y el capitán Estenoz,
ofrecen otros veinte y cinco.—Que los han de tener siempre a su costa .—
Grande agradecimiento del gobernador.—Despacha órdenes a don Juan del Castillo.
—Manda que saque cincuenta indios.—Que el capitán Paredes reclutase otros cincuenta.
—Llegan nuevos avisos de el ejército de Guatimala.
De gran disgusto le fué, y no pequeña desazón le causó al Gobernador Don Martín de Ursua
la noticia, que le dió su teniente de capitán general Alonso García de Paredes, de su
retirada á la villa de Campeche; más considerando, que las cosas árduas, gloriosas, y
que dan eterna fama, y lustroso nombre, rara vez se consiguen, sin pasar por el camino
de los sinsabores, dificultades, y contratiempos; y que empresa tan del servicio de las dos
Majestades, y del bien de los comercios españoles y salvación de las almas de tantos infieles,
no convenía abandonarla, por un leve suceso, sino antes esforzarla, por todos los modos posibles.
Resolvió, se levantasen otros cincuenta hombres españoles, socorridos á ocho pesos
cada uno, y otros cincuenta indios, los veinte y cinco de armas, y los otros veinte y
cinco gastadores, pagados todos á tres pesos a cada uno, bastimentados, amunicionados,
y pagados todos, como á los demás.
Y porque para seguir mejor la derrota, y rumbos de la apertura de el camino, era muy
conveniente que fuese con la gente piloto, é ingeniero militar, remitió orden, a la villa
de Campeche para que se hiciese concierto con el capitán Manuel Jorge de Zezera,
hombre muy experto, y perito en este arte, y que era vecino de aquella villa, para que
conviniendo en ir á la facción, lo ejecutase, y las demás órdenes que fuesen convenientes,
y se le diesen por el capitán Alonso García de Paredes; y que este con toda la gente, luego
que estuviese reclutada, y á punto, había de volver á la montaña, en prosecución de lo que
había comenzado.
Estas órdenes recibió el capitán García de Paredes en la villa de Campeche; y asistiendo,
como capitular, á los ayuntamientos, que celebraba el Cabildo de la villa, propuso en uno,
como el gobernador don Martin de Ursua había puesto á su cargo el abrir el camino, desde
aquellas provincias, á las de Guatimala, y que la gente, que para ello le daba, mantenida, y
muncionada, se le hacía muy poca, para esta facción de tanta consecuencia; y así, que pues
aquel cabildo siempre le había empleado en el mayor servicio de su magestad, con el gran celo,
que era notorio, le pedía ayudase, contribuyendo por su parte, con lo que quisiese, ó pudiese.
Fué muy bien recibida de los demás capitulares la propuesta; y conferida entre ellos,
y atendiendo al gran bien, y utilidad, que se seguía á aquellas provincias, y el servicio que
se hacía á Dios, y al rey, de un acuerdo, ofrecieron servir, todo el tiempo que durase la
empresa, y hasta que tuviese total conclusión con veinte y cinco hombres, armados, pagados,
amunicionados, y bastimentados á costa de los caudales propios de los dos alcaldes, y cuatro
regidores, que se hallaban en aquella junta, ó cabildo.
Que fueron, Sebastián de Sague, Bernardino de Zubiaur, Fausto de Cicero, el capitán
Alonso García de Paredes, Juan Ramón Sarmiento, y Luis Izquierdo, para que incorporados
estos veinte y cinco hombres, con los que despachase el gobernador Ursua, y debajo de
la mano del mismo capitán Alonso García de Paredes, fuesen á la ejecución de la apertura
del camino.
Señalaron los sueldos, que habían de gozar, y nombraron pagador; y que desde luego se
empezasen á alistar, y á prevenirles de todo lo necesario; y que se les adelantasen dos pagas.
Y después, además deste ofrecimiento de el Cabildo, ú de los seis individuos de él, asimismo
ofrecieron servir con sus personas, y con otros veinte y cinco hombres, el mismo
capitán Alonso García de Paredes, y el capitán don José Fernández Estenoz, en la misma
forma pagados, bastimentados y amunicionados á su costa, y propias expensas, para que
saliesen con toda la demás gente á la apertura del camino, y á encontrarse con el
Presidente de Guatimala, y su gente, habiendo de continuar el tenerlos en pie pagados,
y con todo lo necesario, hasta que totalmente se feneciese esta facción,' llevándolos á su cargo,
con los demás, estos dos capitanes.
Luego que el gobernador Ursua recibió en Mérida el expreso de estos ofrecimientos,
solo pudo explicar el grande agradecimiento, con retornarle, con muy crecida expresión de
gracias, en nombre de su magestad, á quienes tal servicio le hacían.
Y inmediatamente despachó á los pueblos de Tecax, y Oxcuzcab, con órdenes á
Don Juan del Castillo, Alcalde Mayor de aquel Partido, para que de las dos compañías
de indios, que en ellos se habían formado, de mucho tiempo á esta parte, con revelación
de servicios personales, y estaban de pie, para entrar á las montañas, en las ocasiones que
se ofreciesen de reducción, ú de otra cosa, en servicio del rey, sacase cincuenta indios,
á los cuales les daría tres pesos de sueldo al mes á cada uno, y se les conservaría la relevación
de servicios, á ellos, sus mujeres, y hijos.
Y que otros cincuenta indios, los reclutase el capitán Alonso García de Paredes, en el
partido de Sacabchen, con los mismos tres pesos de sueldo al mes, que los daría
don Martín relevándolos, de la misma forma, de servicios personales, á ellos, sus hijos,
y mujeres.
En el tiempo que las reclutas de esta gente se iban poniendo en ejecución, y previniendo
don Martin de Ursua, y los capitulares, y capitanes de Campeche, los bastimentos, armas,
y municiones, y demás necesario, para que con fuerzas, al parecer, no endebles, como la
primera vez se pudiese volver á entrar en la montaña, llegaban noticias, y avisos á Yucatán,
de como el Presidente de Guatimala, iba adelantando las marchas, con su ejército,
por las montañas, encaminándose á la parte, que miraba á aquellas provincias de Yucatán.
Y porque lo por la parte de Guatimala se obró por el Presidente, y sus capitanes, antecedió
en tiempo á lo que obraron las gentes de Yucatán, referiremos aquello, mientras se llega
el tiempo en que sucedió estotro; pues el enlace de los sucesos de unas, y otras partes,
colocados en sus mismos tiem¬pos, hará sin duda más agradable, ó menos molesta, su
leyenda.
CAITULO X
Los tres trozos del ejército de Guatimala entran á las montañas en el día señalado. — Dícese lo que obró el que entró por la parte de Gueguetenango.
MARGINALES.—Repartida ya la gente en tres parte Parten los tres trozos de gente el día señalado.—La gente de Melchor Rodríguez dio primero con lacandones .—
Dijose misa y comulgó la gente.—Salió Melchor Rodríguez y los suyos de Istatán .—
Trabajoso camino que llevaba.—Tierra muy cerrada y umbría.—/base siempre desmontando para abrir camino.—Hallan vestigios de edificios antiguos.—Demostraban haber sido viviendas.—Pasan dos leguas adelante.—Acampan sobre el arroyo Chiup.
—Prosigue la marcha por cuchillas.—Vense en los árboles monos, pavas, faisanes y otros.—En la tierra puercos monteses y colmenas.—Llega a Labconop.—San Pedro Nolasco.—Atli hicieron noche.—Continúan por asperezas el marchar.—Dan en una hoya muy grande.—Hallaron vestigios de edificios.—Arroyo que se hunde por los poros de la tierra—Llegan rendidos los religiosos.—Hízose alto para esperar los caballos, y muías.—Dificultades en pasar adelante.—Sale el ayudante Galindo con el padre misionero.—Papel de un padre misionero al padre Ribas.—Parte el capitán y otros a abrir camino.—Quédase el padre Ribas y los demás en la hoya. — Incorpóranse en la margen del rio.—Vadeante y prosiguen por la otra banda.—Llegan al sitio de San Gregorio.
Destinada, y separada la gente, que había de entrar á las montañas, por cada una de las tres partes, con el cabo, y oficiales, que la habían de ir mandando, y religiosos, que con cada trozo se habían de ir escoltando, partieron todos tres el dia señalado, último de Febrero, y habiendo sido de todos tres trozos á un mismo tiempo. Y no siendo posible decir juntamente lo que iban operando, sino de cada uno de por sí; y acabado lo hecho por el uno, volver al principio de lo ejecutado por el otro. Y como el que entró por la parte del Corregimiento de Gueguetenango, que era el del mando de el capitán Melchor Rodríguez Mazariegos fuese el primero, y que más apriesa dio con la principal de las poblaciones habitadas de los infieles lacandones, y empezasen su reducción los religiosos, á quienes iba haciendo escolta; será este el primero de quien diga lo que les sucedió, hasta este lance, volviendo, después del principio de lo sucedido, á los otros dos.
Habíase quedado, como se dijo, este capitán Melchor Rodríguez, con su trozo de gente, en el pueblo de San Mateo Istatán, y con el padre provincial Fray Diego de Ribas, y el padre misionero Fray Pedro de la Concepción. Y llegado el último día de Febrero, señalado para la entrada; en el cual, habiendo dicho misa, muy de mañana, y confesado y comulgado toda la gente, siendo exortados todos, con fervorosas pláticas espirituales, que los padres les hicieron, persuadiéndoles á la observancia de las buenas costumbres, y cumplimiento de su obligación, y devociones, y al desvio de las licencias que suele traer consigo la guerra.
Puestos todos en orden, y llevando en medio, en el cuerpo de la compañía á los padres provincial Ribas y misionero apostólico Fray Pedro de la Concepción del Orden de San Francisco, y al padre Fray Francisco Romero, secretario del Provincial, y á los padres predicadores Fray Alonso de León, y Fray Lázaro de Mazariegos, también de el Orden de la Merced, salieron del pueblo; y tomando la serranía, que empieza á subir desde el río de allí, fueron caminando, por entre quebradas y atolladeros, á la parte del Leste.
Cogiendo por grandes subidas, y bajadas, por entre raíces muy fuertes, y continuadas, con resbaladeros, que hacían peligrosísimos los pasos, asi por esto, como por la mucha, y muy espesa arboleda, y lo tupido de la breña, bejucos, y zarzas, y estar la tierra siempre mojada, por las continuas nieblas, y lluviesillas, que no la dejaban secar, por estar tan cerrada, y umbría, no pudiendo moverse los caballos, ni muías de carga, sino yendo siempre abriendo, y rozando delante, y cogiendo la vuelta á la serranía, para el Nordeste.
Y á cinco leguas andadas sobre el pueblo de este peligroso camino, se hallaron vestigios de edificios antiguos, levantados del suelo como una vara de piedra bien ajustada, que mostraban haber sido de viviendas, y en medio de ellas mucha muy cerrada, y crecida arboleda; de que se infería haber muchos años, que los desampararon, los que los habitaban.
Y pasado dos leguas más adelante, feneció la marcha de este día, acampando, para hacer noche, sobre un arroyo, que en el idioma de los de Istatán se nombra Chiup, habiendo sido la jornada solo de siete leguas.
Al siguiente día, primero de Marzo, se prosiguió la marcha, por cuchillas, de la misma tierra fragosa, y quebrada, cerrada toda de serranía; y en sus grandes, y levantados árboles, se veían monos, de los grandes, muchas pavas montiscas, oachas, paujiles, faizanes, y algunos quetzales; y por tierra muchos puercos monteses, que tienen el ombligo en el espinazo; y que si luego que se le mata, no se le corta, huele mal toda la carne, y se echa á perder. Y había abundancia de colmenas, y de pacayas, legumbre conocida, y algunos árboles de sosté, que dan una resina muy olorosa, echada sobre las ascuas.
Y habiendo caminado este día ocho leguas, y llegado al sitio, que los indios llamaban Labconop, á el cual en la entrada, que el padre provincial Fray Diego de Ribas había hecho, en el año de mil seiscientos y ochenta y cinco, le había puesto por nombre San Pedro Nolasco, en cuyo paraje se hicieron muy buenos y capaces ranchos, para aquella noche, por haber en él algún pasto, y acampamento algo apacible, y espacioso; y viene á quedar respecto á Istatán, entre Leste y Nordeste. Por la misma aspereza, y fragosidad (no de camino, pues no le había, sino de intrincadas malezas, y por entre levantados riscos), continuaron su marcha, al siguiente dia, y otros, á veces subiendo á eminencias inaccesibles, y á veces bajando á profundísimos valles, de cerradas, y espesas arboledas, acampando algunas noches en los caminos mismos, ó veredas, que se iban abriendo, á fuerza de brazos, y de trabajo de indios hacheros, por no hallar campamento capaz, donde hacer noche, con alguna comodidad.
Hasta que el día sexto de la jornada dieron en una hoya de más de una legua de diámetro, entre serranías, donde se vieron vestigios de edificios muy arruinados, y antiguos, cubiertos de arboledas, junto á un arroyo, que bajando caudaloso de la sierra, en llegando al plano, á una poza, poco honda, se hunde, por los mismos poros de la tierra, sin mostrar cabidad alguna en el fondo.
Llegaron rendidos los padres á este sitio, por haber andado todo lo más de esta marcha á pie, cayendo y levantando, tropezando en raíces, y deslizaderos, y lo mismo todos los soldados, y demás gente; y por quedar muy atrasados los bastimentos, y el ganado, muías y caballos, se hubo de hacer alto en este sitio, para dar lugar á conducirlo.
Y como se reconociese mucha dificultad en buscar tránsito para en adelante, habiéndose abierto más de una legua de camino, hasta arribar á la cumbre de la sierra se ordenó, saliese el ayudante Antonio Galindo, con diez soldados españoles, y quince indios, asistidos de los padres misioneros Fray Pedro de la Concepción, y el Padre Fray Alonso de León; y al siguiente día recibió un papel, el padre provincial Ribas, del padre Fray Alonso de León, en que le decía: haber llegado á un río caudaloso, con gran trabajo, y cuestas muy pendientes, y empinadas; y que era necesario echar por mano derecha, algunas revueltas, para que pudiesen pasar caballerías, sin evidente riesgo de despeñarse.
Con esta noticia, partió luego el capitán Melchor Rodríguez, y el alférez Juan Salvador de Mata, con parte de los soldados, é indios, á abrir camino, por aquella parte, que decía el padre misionero, quedándose en el sitio de la hoya el padre provincial Ribas, y el padre Fray Lázaro de Mazariegos con el sargento Pedro de Chávez y el resto de la infantería, y demás gente, aguardando aviso de su capitán para proseguir en su seguimiento, como lo hicieron, luego que les fué avisado que podían ir caminando. Y habiéndose incorporado todos á la margen de el río, le vadearon, prosiguiendo sus marchas por la banda, ó ribera de él, abriendo siempre camino, con las dificultades que antes, hasta que se empezó á hacer alto, en el sitio, que llamaron de San Gregorio, por haber llegado á hacer noche á él el día de este santo, que es el de doce de Marzo, para proseguir adelante el siguiente día.
CAPITULO XI
Prosigue su marcha el capitán Melchor Rodríguez. — Refiérese lo que á él, y su gente sucedió. — Y como se dió con rastros de indios lacandones.
MARGINALES.—Levanta el real de San Gregorio .— Rio de San Ramón. — Peces, mojarras. —Arboles de cacao.—Caminábase muy poco.—Perdíanse trozos de camino que se abría—Echábanse exploradores.—Vuelven a vadear el rio de San Ramón .— Rio de San Joseph se encontró el día de este santo.—Era más caudaloso este rio.—Muy pedregosa la ribera.—Hay muchos cañaverales.—Peces espinosos, mojarras, caimanes, y ieoteas.—Pájaros pescadores, garzas, patos, y otras aves.—Ibanse alejando mucho. —No daban con los infieles.—No hallaban los exploradores señal de infieles .—Se empezó a amotinar la gente.—Prorrumpían contra don Juan Basilio.—Lo mucho que a este indio se le debió.—Consuela Dios este desaliento.—Caminan por entre las riberas de los ríos.—Descúbrense señales de indios.—Asienta el real en la misma ribera.—Cuan inciertas fueron las noticias en Guatimala.—En cualquier paraje celebraban los religiosos los oficios divinos.—Caso admirable de un pasajero sentonte.
Levantado el real del sitio de San Gregorio, la mañana de el día trece de Marzo, se fué caminando por la orilla deste río de San Ramón (que así le intitularon) en el cual se hallaban los peces mojarras, de más de cuarta de largo, y algunos perros de agua; y en algunas partes, algo más llanas, de su ribera, se hallaron árboles de cacao, de que se cortaron algunas mazorcas.
Y siguiendo la marcha, por entre lo tupido de las arboledas, caminando muy poco cada día; ya porque no podían seguir las caballerías, ni el bagage, por lo fragoso del camino, que á veces se perdían trozos del que se abría, por dar con cerros inaccesibles, y ser preciso volver atrás, y empezar á abrir por otra parte; ya porque también se gastaba tiempo en echar exploradores, por cuatro, y cinco partes, á veces, para inquirir, si había rancherías, rastros, ú otras algunas señales de indios infieles. A que se llegaba, el continuo discurrir, qué rumbos se tomarían, para dar con ellos, ó con muestras de que los hubiese. Y habiendo vuelto a vadear aquel río de San Ramón y caminando algunos días por la ribera de la otra banda, encontraron otro río, que le llamaron de San Joséph, por haberle descubierto, y encontrado con él el mismo día de este santo patriarca. Aun era mucho más caudaloso este río, que el de San Ramón; y siguiendo por su ribera abajo, con alguna menos dificultad, y trabajo, por ser de muy destendidas playas, aunque pedregosas, y con algunos bancos de arena, y muchos cañaverales, así en las orillas, como en las isletas, que hace en parte, dejando, de una, y otra banda, señales, de lo mucho que se explaya con las inundaciones, cuando sale de madre en el invierno. Hay en este río muchos peces espinosos, como mojarras, ieoteas, y otros; y también hay caimanes, ó lagartos, muy grandes. Y en las arboledas de sus riberas, y encima de sus aguas, pájaros pescadores, garzas, patos, guacamayas, papagayos, chocoyos, sinsontes, pavas, chachas, paujies, íaizanes, y un género de aves, de porte de un papagayo, de color cabellado el cuerpo, y la cola mezclada de plumas de muchos colores, hasta la mitad; y de allí, á la punta, coloradas; y otros diversos géneros de pájaros. Juntábase al gran trabajo con que caminaba la gente, por derrota tan intrincada, y penosa, el ver lo que se iban alejando, sin dar con indios infieles, que era el principio esperado, de llegar á cojer el fruto, que se deseaba; pues los exploradores, que cada día se derramaban, á inquirir noticias, ó rastros de ellos, volvían siempre diciendo, no hallaban indicio, ni señal alguna de infieles; cosa que no solo contristaba á los religiosos, y soldados, sino que casi era causa de que se empezase á amotinar la gente, prorrumpiendo los demás indios, y soldados'españoles, contra el indio don Juan Basilio, que era el buzo de las veredas, y el norte de los derroteros; trabajando siempre, sin intermisión, ni descanso, penetrando los montes, y discurriendo las selvas, en que mereció mucho; y mucho más en tolerar los malos tratamientos de los soldados, é indios, que le ajaban y vituperaban, por decir, era la causa de que se hallasen en aquellos desiertos, tan infructíferamente, y con tantos trabajos. Pero no tardó mucho la grande bondad de Dios, en empezar á dar consuelo á este desaliento, y sociego á la desazón, y á satisfacer al buen deseo, aplicación y anhelo de estos santos religiosos, y de los soldados é indios; pues habiendo levantado el campo, de á donde hizo noche, el día de la Encarnación de el Divino Verbo, y caminando por entre las riberas de los dos ríos, y vadeando tercera vez el de San Ramón, por un paso más arriba de donde se junta con el de San Joséph, yendo marchando por la ribera de éste, en que ya iba incorporado el de San Ramón, á veces por la misma playa, y á veces por el mismo llano; ya por subida de cuestas; y ya bajando otras veces á la ribera. En ella descubrieron las primeras señales de indios infieles lacandones, habiendo hallado cortaduras de palos, y otros palillos amarrados á mano, y algunos tizones; lo cual visto, y alentada la gente, con el hallazgo de esta muestra, se asentó el real, poco más adelante, en sitio acomodado, en la misma ribera del río, para que todos se dispusiesen, para cumplir con la iglesia el Jueves Santo, y celebrar allí los divinos oficios. No se puede dejar de reparar aquí, cuan inciertas, y contra la verdad, fueron las noticias, que se tuvieron en Guatimala, y en otras partes, antes de entrar en esta reducción; y cuan siniestros fueron los informes, de que los indios de Istatán tenían frecuente comunicación, y trato con los infieles lacandones; pues en cincuenta y una leguas, que llevaba ya descubiertas, y andadas esta gente, de asperísimas montañas, en treinta días, gastados en penetrarlas, y examinarlas, hacia unas, y otras partes, no solo no hallaron lacandón alguno, sino es, que se contentaron aquí con haber hallado las cortas señales, que he dicho, no habiéndolos encontrado tampoco, ni aún á más larga distancia, por las otras dos partes, ni el ejército del Presidente, ni la gente del cargo del capitán Juan Díaz de Velasco, como después diré. No por andar entre montañas, desiertos, y despoblados, se olvidaba la esclarecida virtud de los religiosos, del mayor culto de Dios, que en la posibilidad cabía; pues en el paraje donde les cogía cada día de festividad, la celebraban, con toda solemnidad, de misas, sermones, y rezo de los divinos oficios, que á cada día, y fiesta correspondía; confesando, y comulgando la gente, y asistiéndoles á los demás actos de virtud, que unos, y otros, podían ejecutar, si estuvieran en sus conventos, ó iglesia, en la ciudad; de que parece, les daba Dios á entender visiblemente, lo que se agradaba, por lo que sucedió, y todos vieron, y oyeron, que fue lo siguiente: Habiéndose compuesto la ermita, para la celebración de los oficios de la Semana Santa, en aquel sitio, donde se había hecho alto, en la ribera del río, armándola de sus palos, y enramadas, lo más decente que se podía, como en otras ocasiones se hacía, donde se paraba; al empezar los padres las tinieblas el Miércoles Santo, por la tarde (que las decían rezadas, por no haber número para cantarlas) se puso en uno de los árboles, que caía sobre la ermita, un pájaro sensonte, que quiere decir cien sones, que se estuvo cantando, sin cesar, así aquella tarde entera, como todo el día siguiente de Jueves Santo, sin haberse apartado, más, que de una rama á otra, con tan dulce y armonioso tesón, y tan admirables trinados, y diferencias de voces, que despertó en todos la atención, admirando la porfiada consonancia con que asistió esta avecilla, celebrando, á su modo, los altísimos misterios de aquellos días; y como que se regocijaba, de suplir con su sonoro y armonioso canto, la música que faltaba en el coro de los padres, y de que su Criador, por todos, y de todos modos, sea alabado por todas sus criaturas.
CAPITULO XII
Sale del real el padre misionero, en busca de noticias de infieles. — Encuentra señales de ellos, y avísalo. — Sigue sus marchas la gente. — Descubre el padre Fray Pedro el pueblo del Lacandón, y vase á él.
MARGINALES.—Sale el padre fray Pedro de la Concepción en busca de señales. — Prosigue la gente la marcha—Noticias que dió el padre fray Pedro.—Otras cosas de que avisaba.—Continúan las marchas —Vrinse hallando mas rastros y señales.—No se pudo vadear el rio.—Discúrrese fabricar canoas. — Hállanse inconvenientes—Hácese una balsilla—Ofrécese a pasar el padre fray Pedro.—Pasó con efecto, y pasaron oíros.— Hallan un ranchillo a la otra banda—Toman un mal distinto sendero.—Pasó una balsilla—Ofrécese a pasar el padre fray Pedro.—Pasó con efecto, —Por qué se llama la villa de los Dolores. Fervorosa exortación del padre Ribas—Ejecutan el pasaje de el rio.
El Jueves Santo, después de haber celebrado los divinos oficios, y cumplido toda la gente con el precepto de la iglesia, se partió el padre misionero Fray Pedro de la Concepción, con dos soldados y siete indios, á reconocer si por allí adelante se descubrían algunas más señales, ó rastros de indios in¬fieles. Y el Viernes Santo, después de acabados los oficios, y adoración de la Cruz, alzó de allí toda la gente, y prosiguió la marcha, por la costa del río adelante; y á cosa de cuatro leguas caminadas, se hizo alto.
Y en este paraje se recibió un papel del padre misionero, en que participaba al padre Fray Diego de Ribas, cómo á poco más de tres leguas, de á donde había salido el dia antes, había pasado el río, por una parte, por donde se dividía en dos brazos, que después se volvían á juntar, vadeándole á pie, y con el agua más arriba de la cintura ; y que siguiendo la ribera abajo de la otra parte, había descubierto huellas de pies descalzos, grandes y pequeños; cortaduras de palos, y otras señales, de andar por allí gente humana.
Y que había llegado á donde aquel río se juntaba con otro, algo más bajo, que era mucho mayor, y llevaba el agua verde, y le tenía por el río de Ocozingo; y así le parecia siguiesen la marcha por aquella parte, donde se hallaban, hasta la junta de los dos ríos, para buscarles tránsito, porque las huellas, y rastros, manifestaban, estar los indios infieles de la otra banda.
Continuóse el ir caminando el día siguiente (celebrados ya los oficios, y Aleluyas con salvas de tiros de la arcabucería) por la misma parte, por donde había ido el padre misionero, hasta que se le alcanzó, y se incorporó con la gente; y no solo se habían ido encontrando los rastros, y señales, que el padre había avisado, sino que pasado bien poco más abajo de la junta de los ríos, en la misma ribera, se halló un tapesquillo, en que se había asado pescado, conchas de icotea, recién comida, cáscaras de plátanos, y el rastro de una canoa, que había estado escondida entre unos cañaverales, y la habían sacado arrastrando.
Y adelantado el desmonte por el indio Don Juan Basilio, y el sargento,y alférez con sus indios, llegó el resto de la gente, y caballería, para pasar á la otra banda del río, por donde llamaban las huellas, y habiéndolo intentado, se halló totalmente invadeable, por llevar ya en sí todo el caudal de los tres muy grandes ríos, de que hemos hablado.
Discurríase en fabiicar una, ó dos canoas, para el pasaje de la gente; y como se hallase el inconveniente de la dilación, en el cortar de las maderas, labrarlas, y que se secasen; y en que era preciso enviar por indios canoeros, y hacheros, al pueblo de Aquespala, de la provincia'de Chiapa, que estaba muy distante; á persuaciones de los religiosos, se determinó un indio tabas-queño, llamado Hermenegildo Diaz de la Rosa, á fabricar una balsilla pequeña, en que pasó á la otra banda; y después se hizo otra mayor, y mejor; y perdido el miedo, con ver, que el indio Hermenegildo habia atravesado el rio, se fueron esforzando los demás, á ir pasando, uno á uno. Y viendo á los primeros el padre misionero, y enfervorizándose, de considerar, que era mucha flema, se determinó á no dilatar el tránsito; y arrojándose á la balsilla, fué tentando el pasar, para ir en seguimiento, y demanda de las huellas, y de quien las había formado; y á reconocer, sí hallaba continuación de los rastros, y si encontraba población, y hallándola, entrar en ella, á dar embajada de paz, que era lo que parecía más conveniente. Pasó con efecto el padre, tercero dia de Pascua de Resurrección por la tarde, y con don Juan Basilio, y otros tres indios, empezó á caminar por la ribera abajo, luego que dieron en tierra de la otra banda del río; y á muy poco andado, hallaron un ranchillo, de media agua, y un tapesquíllo, de asar pescado, y otras señales de haber gente; ydesde allí reconocieron un mal distinto sendero, por el cual tomaron su camino el padre misionero Fray Pedro, y los cuatro indios, que le acompañaban.
Y al siguiente día, el padre provincial Ribas, que quedaba con toda la demás gente, de la otra banda del río, mandó fuese pasando una escuadra por la balsilla, para estar á la mira de lo que le sucedía al padre misionero, en el ínterin que se daba orden de que pasase la demás gente. Y ejecutado asi, en el mismo día recibió el padre provincial Ribas un papel del padre misionero Fr. Pedro, que para que se vea su profunda humildad, y virtud de este religioso, pondré aquí lo que el papel decía, que era así:
"Muy Reverendo Padre Nuestro provincial Fray Diego de Ribas. Viva Jesús, y su dolorosísima Madre, cuya paz sea en el alma de V. Pd. muy Reverenda, y de todos mis padres, y señores, Amén. Porque los portadores darán muy larga razón á V. Pd. muy reverenda, solo digo: que este escribo á la vista de un pueblo, como Soloma, que después de estos volcanes está, en unas grandes sabanas. A los cuatro compañeros, no les ha dado el Señor voluntad de pasar de aquí; por lo cual me voy luego, en nombre del Dulsísimo Jesús, al pueblo de Nuestra Señora de los Dolores (que así le nombró, y se llama hoy, por haberse hallado las primeras huellas de sus moradores el día de Viernes Santo) á anunciarles á sus habitadores la paz de Dios y del Rey. Encomiéndeme V. Pd. muy reverenda al Señor, para que sepa hacer su santísima voluntad en todo, y por todo; aquí, y en la Eternidad. Amen. Fecha una legua corta, de dicho pueblo de los Dolores, hoy miércoles á las doce del día, seis de Abril de seiscientos y noventa y cinco. Fray Pedro de la Concepción”.
Bien se deja considerar, cuan gozoso quedaría el padre provincial Ribas, con esta noticia, y comunicada á toda la gente, y hécholes una breve y fervorosa, y dulce plática, exortándolos á que alentasen la fe, y confianza en el Señor, para esta empresa, ejecutaron el pasaje del río, á toda la priesa que se pudo, siendo el primero el padre provincial, y el último el capitán Melchor Rodríguez, con ánimo de caminar toda aquella noche, para poder llegar al amanecer al pueblo de Lacandón, hoy villa de Nuestra Señora de los Dolores, y sucedió lo demás, que iremos viendo.
CAPITULO XIII
Encamínase la gente al pueblo del Lacandón.—Dícese lo que sucedió antes de llegar á él. — Como entró en él el padre misionero. — Y otras cosas que pasaron.
MARGINALES.—Va pasando el río la gente—Guia la marcha de la gente el indio don Juan Basilio.—Cae un grande aguacero.—Pierde la senda don Juan Basilio.—Todo fue subir y bajar cuestecillas.—Hócese alto junto a un arroyo.—Entró en el pueblo el padre misionero.—Maltrátanle los infieles.—Amánsalos el padre misionero.—Diceles a lo que iban.—Levántase la gente y prosigue su marcha, perdido el rumbo.—Conoce el provincial el yerro y vuélvese.—Prosigue el capitán adelante.—Aparécense indios lacandones. —Dan voces los lacandones.—Suben los dos padres a toda priesa.—Llegan más de sesenta lacandones armados.—Uno de los infieles lloró hincado de rodillas.—Otro acometió a un indio cristiano.—Contiene el alférez al infiel y quiso tirarle.—Vuelve el capitán y demás gente a la cuestecilla .—Voces que daban los lacandones. — Discurso que entonces se hizo.—Fuéronse desapareciendo los infieles—Convidaban los cuatro que quedaron a que fuesen a su pueblo.—Déjanlos ir.—Aguardóse a las caballerías que habían pasado el río.—Vuélvese al real el padre misionero fray Pedro .— Presume no los hallarán en el pueblo.—Habían hecho sacrificios por la noche.
Como se empezase á pasar el rio, luego que el indio don Juan Basilio, y sus compañeros, llegaron al real, y se leyó el papel del padre misionero, quien se había ido derecho á entrarse solo en el pueblo del os Dolores; ya serían cosa de las nueve de la noche, cuando la gente empezó á caminar, por la mal distinta vereda, de la otra banda del río, guiando la marcha don Juan Basilio, á la luz de unos pedazos de teas, ú ocotes, y á poco trecho se empezó á desgajar tan fuerte aguacero, que como todos caminaban á pie, por no haberse podido pasar caballería alguna, sobre bien sudados, del trabajo del camino, iban mejor mojados, durando el agua por más de tres horas. Y lo peor de todo, fué que don Juan Basilio perdió la senda, por donde guiaba. Con que al amanecer el dia siguiente, se halló la marcha aunque unida, y en orden, tan desalumbrada, y caminando tan á ciegas, que todo fué subir, y bajar cuestecillas, y pasar pantanos: con que.fatigados de caminar la tierra, y los cuerpos hechos agua, se hizo alto, junto á un arroyo, que prometía paso, aunque cenagoso. Había ya entrado en el pueblo de los Dolores el padre misionero Fray Pedro de la Concepción; y los indios bárbaros lacandones, admirados de la novedad de el traje, y traza del padre, para ellos nunca vista (porque jamás habían visto frailes franciscos) empezaron unos á maltratarle, y ajarle, en su lenguaje, y otros á defenderle.
Y él con su apostólico celo, caridad y blandura, trabajaba en la forma que podía darse á entender, en amansarlos, y asegurarlos, no era su venida, ni la de los demás, que después verían, á hacerles daño, ni extorción alguna, ni á quitarles nada, sino antes bien, á comunicarles riquezas para sus almas, y vidas y la comunicación con gentes, que se holgarían de ver; y otras cosas de este modo; con lo cual iba no siendo tanto el vituperio, y maltratamiento, como cuando á las primeras vistas empezaron á tratarle.
La infantería, que con su cabo y oficiales, y el padre provincial, y demás religiosos, habían ya descansado, y enjugádose algo, como hasta cosa de la una del día, siete de Abril en la cuestecilla del arroyo, donde habían hecho la noche, levantaron, para proseguir su marcha, y aunque se reconoció perdido el rumbo, determinó el capitán pasar el arroyo, para trepar una serranía, que se hallaba enfrente.
Y á muy poco andado, conociendo el padre provincial el error de aquel intento, trató de volverse, con el padre fray Alonso de León, y dos indios, que llevaban dos crucifijos, á quienes siguió el alférez, para acompañarlos; y aunque pasó la palabra de esto hasta el capitán, sin embargo prosiguió, dando orden, de que volviesen cuatro soldados, á acompañar á los padres, que los alcanzaron, ya de vuelta, al pasar el arroyo, de á donde todos habían salido.
Al subir la cuestecilla del arroyo, habiéndole ya pasado de vuelta, se aparecieron en lo alto de ella dos indios lacandones, con arcos y flechas, aunque sin armarlas, diciendo en su lengua: huhie, huhie, y á llamar, con señas de las manos, á los que estaban abajo. Y vistos por el padre provincial, subió, á toda priesa, la cuestecilla, con el padre fray Alonso, los cuatro soldados, y los dos indios de los crucifijos; y tomando un crucifijo cada uno de los dos padres, no para predicarles, que aún no era tiempo, sino para si acaso les disparaban flechas, ampararse. Y apenas se hubieron puesto en la cima de la cuestecilla, cuando fueron llegando más de otros sesenta lacandones. todos armados con arcos, y flechas, aunque no enstradas.
Aqui se vieron varios afectos entre los bárbaros, porque uno de ellos,arrodillado delante de el padre Fray Alonso, inclinados los ojos al santo Cristo, lloró: otro, al contrario, acometió a uno de los indios cristianos, á quitarle el machete de la cinta; y el alférez, por defenderle, de un empellón, arrojó al indio lacandón al arroyo, de donde salió, de un brinco; y sacando del carcaj una flecha, y enarbolándola, para tirar al alférez, se defendió, y le contuvo, con toda prudencia, y grande aliento, sin llegar á lastimarle, ni á dar lugar á que en los demás causase alboroto, ú desazón su enojo.
A este tiempo como los soldados, que acompañaban á los padres, á grandes voces, hubiesen llamado á la gente, que iba abanzada con su capitán, volvió toda; y pasando el arroyo, hacía la parte donde estaban los padres, con la bulla de los lacandones; quienes como viesen á los nuestros, que se acercaban; á grandes voces decian, y repetían: utz impusical, tüz, impusica1 que es lo mismo, ó quiere decir: está bueno mi corazón.
Discurrióse, que como á la sazón estaba en su pueblo el padre misionero Fray Pedro, y les habría dado noticias, habrían salido aquellos á ver, y reconocer nuestra gente; pues habiéndola visto, se fueron desapareciendo, de suerte, que solo quedaron catorce, de los cuales se desarmaron los ocho; y la marcha, llevándolos en medio, prosiguió, desandando lo andado.
Y de los catorce lacandones, solo permanecieron cuatro, hasta cosa de las oraciones, que el capitán con consulta del padre provincial, viendo que siempre convidaban á todos á que fuesen á su pueblo, y que ésta era muestra de paz, por lo cual no convenía aprisionarlos, los dejó ir libres, donde quisiesen, y se acampó aquella noche muy cerca de á donde se habia cogido el extravío. Al otro día. acabado de desandar lo mal andado, y puesta ya la marcha en el sendero cierto, se aguardó á que llegase parte de las caballerías, que habían ido pasando el río, con bastimentos, é indios de servicio. Llegó también allí el padre misionero, Fr. Pedro, quien refirió por extenso lo que le había sucedido en el pueblo, y lo que habia obrado su embajada.
Y como habiendo vuelto los lacandones, después de haber visto á los nuestros la tarde antes, le habían tratado mejor, y héchole más buen pasaje, que antes; más que sin embargo, tenía por cierto, que cuando llegasen, no los habian de hallar en el pueblo; porque toda aquella noche la habían gastado en sacar de sus casas trastos, en matar gallinas de la tierra, para ofrecer su sangre á los ídolos, quemándoles copal; prevenciones todas, que le parecían eran para huirse, como se verá, que sucedió puntualmente, esto, que el padre misionero predijo.
CAPITULO XIV
Llega la infantería al pueblo. — Hállanle sin gente alguna. — Alójanse dentro de él. — Lo que se halló en las casas de los fugitivos. — Y qué se ordenó.
MARGINALES.—Leyóles el corazón el padre.—Llegan los nuestros al pueblo.—Hállanle desamparado.—Las casas proveídas.—Cosas que se hallaron en ellas.—Cosas que tenía el pueblo.—Adoratorio de idolatría.—Muchos ídolos y señales de sacrificios .— Acomódase la gente.—Quemáronse los idolos.—Compúsose ermita.—Prohibió el capitán no se quitase nada de. las casas.—Imputóse a esta gente haber quitado algo .— No serian más fieles en no quitar los de Chiapa.—Llega todo el bagage.—Hechábanse rondas y batidores—Presumíase haber por alli más pueblos.—Temor de que los infieles diesen sobre los nuestros.—Muy mal se pudieran defender.—Pasar adelante era perder lo adquirido.—Acordóse mantenerse alli.—Que se adquiera noticias de el Presidente.—Que se procure atraer los fugitivos al pueblo.—Ejecútanse las diligencias posibles.
No parece, sino que en las acciones esteriores les habia leído el corazón á los infieles el padre misionero Fray Pedro; pues habiendo caminado el siguiente día con la gente, y trasmontado una serranía baja, y un llano de monte, y milperías, al extremo del valle, llegó toda la marcha, como á las tres de la tarde, á las goteras del pueblo del Lacandón; y no oyendo en él rumor alguno de gente, entró la infantería, y le halló solo, y desamparado de sus moradores que todos se habían puesto en huida, con mujeres, niños y viejos, sin que quedase persona alguna.
Habían dejado sus casas todas proveídas de maíz, frisóles, algodón, y algunos instrumentos de tejer las mujeres, cerbatanas, calabazos, ollas, comales, hachas, azuelas, escoplos, y manos, todo de piedra, y otras alhajas de su usanza, instrumentos de sus bailes, las camillas, en que mecían sus niños, de carrizo, limpio, ajustado, y atado, con toda igualdad, colgadas sobre los tápeseos, á proporción de poder las madres dar de mamar á las criaturas.
Hallóse también cantidad de gallinas de la tierra, algunas de castilla, perros y muchas guacamayas mansas.
Componíase este pueblo del Lacandón de ciento tres casas, las ciento de vivienda de particulares, muy buenas, y las dos mas grandes, de comunidad, y la otra, aún más grande, que todas las otras, era el adoratorio de los perversos ídolos de aquellos lacandones, donde se hallaron muchos de ellos, de formas raras, como asi mismo cantidad de gallinas muertas, braseros con señales de haber quemado copal, y aún se hallaron las cenizas calientes, y otras diversas, ridiculas, y abominables cosas, pertenecientes á la ejecución de sus perversos ritos, y sacrificios.
Acomodáronse los padres en esta casa de Adoratorio, habiendo desbaratado y quemado los ídolos, y quitado las inmundicias, y aparatos de sacrificar, que en ella había, y de el cuerpo principal de la casa se hizo ermita, aderezádola lo mejor que se pudo; y en las otras dos grandes, se acomodó la mayor parte de la gente, en particular la española, y los indios, y demás vívandería, en otras de por allí.
Y todos se alojaron dentro del pueblo, habiendo prohibido el capitán, que ninguna persona entrase á quitar cosa alguna en las casas particulares de los indios infieles, que habían desamparádolas.
Aunque después se imputó á estos de Gueguetenango, no haber andado con toda fidelidad, en cumplir este precepto; yo creo sería la causa de achacárselo, el haber sido éstos los primeros, que encontraron con este pueblo, y entraron en él; que acaso no serian más fieles, en no tomar nada, los que después vinieron de Chiapa, ó ya fuese porque á los indios, que venían con estos de Gueguetenango, les hallasen algunas cosillas escondidas.
Dueños ya los de Gueguetenango (que así los llamamos, porque entraron por aquella parte) de la campaña, y del pueblo, y tan dueños, que no parecían alma viviente, que les pudiese decir: qué hacéis allí, ó á qué habéis venido? Y alojados en él, fué llegando el resto, caballerías, y víveres, habiendo acabado de pasar el río.
Mas como no era el fin principal, que se buscaba, el nido, sino los pájaros, y éstos habían escapado todos, les traía á los religiosos, y gente principal, con grandísimo cuidado, y desvelo, echando continuas rondas, y batidores, á descubrir, si daban con algunos de los infieles fugitivos, para que apresándolos, pudiesen informarse de la gente, y pueblos, que por allí había; porque como aquel había sido el primero con que se habían encontrado, y no les parecía nada pequeño, ni falto de habitadores, se recelaban, hubiese más adelante, ó al contorno de aquél, otros, quizá, muchos, ó mucho mayores.
Y que acaso hubiese crecidísimo número de infieles, y que los fugitivos de aquel pueblo les avisasen, y convocasen, y viniesen á dar sobre ellos, con resolución de darles guerra dentro del pueblo, donde, si el número de infieles fuese grande, mal se podrían defender, por no estar fortificados, ni tener noticias de donde andaba la gente de los otros dos trozos de ejército, para poder fiarse en el socorro, si fuese necesario.
En estas consideraciones; y en la de que, si esto sucediese, sería causa de no lograr el fin principal, que era, reducir á aquellos indios de paz; y que de determinar pasar adelante, en busca de otros pueblos, no hallándose, como no se hallaban, con fuerzas, gente y lo demás necesario, para dejar presidiado aquel, era volver á perder lo adquirido, y exponerle á que sus fugitivos mo¬ radores volviesen, y le quemasen, ó se pudiesen seguir otros mayores inconvenientes.
En cuyas dudas, sobre que se conferenciaba entre los padres, y cabo principal, y demás oficiales, largamente, se resolvió mantenerse allí, en el Ínterin, que se podían adquirir noticias del ejército de el Presidente, y de las demás gentes, procurando solicitarlas por todos los caminos.
Como así mismo se decretó, hacer todas las diligencias posibles, para ver si se podía conseguir el atraer algunos de los indios fugitivos al pueblo, para que con el agasajo se les persuadiese; á que fuesen reduciendo á los demás, á que se volviesen á poblar, y á restituirse á sus haciendas, y pueblo; pues verían, no se les quitaba nada de sus casas, ni se les hacía, ni quería hacer mal, ni daño alguno.
Ejecutábanse estas diligencias, con salidas continuadas, de partidas de soldados, y indios de guerra, que se encaminaban por diferentes veredas; unos, á procurar noticias del Presidente, y demás gentes; otros, á solicitar el apresar alguno, ó algunos de los indios fugitivos. Y mientras que andan en ellas (que duraron por algunos días, sin lograr, ni lo uno, ni lo otro) paso á referir la marcha del Presidente, con su ejército, desde Ocozingo, hasta entrar en esta población de los Dolores, del Lacandón; y lo que en ella le sucedió después de todos juntos.
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