SERENATA DE MARIMBAS EN HUEHUETENANGO
Por MANUEL JOSE ARCE
DIARIO DE UN ESCRIBIENTE
EDITORIAL PIEDRA SANTA 1979 Guatemala
Sólo podía haber sido el Chepe Ernesto Monzón (ave canora y canosa, jilguero en motocicleta, guardabarranca con anteojos) quien fuera nuestro guía en el viaje al milagro.
En donde termina octubre y comienza noviembre, los Cuchumatanes se dan un insólito baño de música: las calles friolentas de Huehuetenango queman en hogueras de música todas las marimbas. Las montañas se desvelan, se pasan la noche ojo pelado y oído despierto, alborotadas por las marimbas, cientos de marimbas, manifestaciones multitudinarias de marimbas que llegan, belicosas, a subvertir el orden establecido del silencio.
Todo se vuelve marimba esa noche. El agua de las pilonas de los patios huehuetecos suena a marimba. El llanto de los patojos suena a marimba. Las costillas de los chuchos callejeros, los besos calientes pero castos de las parejas de traídos, el reuma de las viejitas, las jícaras de bebidas perfumadas y los vasos de guaro, las piedras resobadas de las calles, los caites chirriosos de tanto caminar (ora llanta con camión a tuto, ora caite con indio a memeches) suenan a marimba. Hasta las campanas coloniales de amplias y sonoras naguas de bronce, se apean de las torres y se meten dentro de la multitud para cantar con dejos de madera.
Todo se vuelve marimba esa noche.
Las calles de Huehuetenango se transforman en abiertas cañerías de música que va, de ventana en ventana, con chorros abiertos.
Los
"talalaguas" chiantlecos le echan el gallo al mundo al
compás de las baquetas infatigables. Paco
Pérez se fuga de la sombra del tiempo y se va, por calles y callejones,
desgranando sus maravillosas ramplonerías en las ventanas florecidas de traídas
de ojos grandotes en los que cabe el cielo limpio y de bocas
diminutas corno cunas de besos. La Luna de
Xelajú emigra a Huehuetenango.
Esa noche hay más marimbas en la tierra que estrellas en el cielo.
Esa noche todos los árboles tienen envidia del hormigo. Esa noche las chiches de los tecomates amamantan los oídos de toda la gente. Esa noche Huehuetenango se transforma en un Vaticano de la grey de las canciones.
Y después, cuando ya mató el frío de la ciudad, la música se va, amorosamente, victoriosamente, a matar el frío de la muerte.
La música se congrega en el cementerio y cada quien le canta a su muerto la canción que más amaba el difunto cuando era parte de este mundo. Y allá, en un rincón del nicho, bajo el frizer de la losa, una brasa se enciende, crece, se vuelve vida instantánea, y los muertos reviven, recuerdan, despiertan y a lo mejor hasta cantan quedito la vieja cadencia amorosa y quién quita hasta bailan para desentumecerse de tanto estar acostados.
En el Cielo, el Angel del Señor se queda baboso y piensa: "Ay juey j no que era con una trompeta que yo tenía que despertar a los muertos, pues? ¡Habérmelo dicho y habría aprendido a tocar marimba! "
Porque la Serenata de Marimbas de Huehuetenango, verdaderamente, es cosa del otro mundo. Es milagrote grande y alegre. Es transfusión de vida para los muertos y para los vivos que vivimos mediomuertos. Aguacero fecundo en que los tenores suenan a pájaro y los bajos retumban como volcán.
Y no son babosadas: toda la ciudad se vuelve Patria esa noche.
Y a uno se le pone el corazón con piel de gallina. Y el que no tiene novia se jode porque no halla qué hacer con tanto amor que florece adentro. Hasta los mudos cantan. Hasta los huecos se sienten muy machos. Hasta las piedras bailan. Hasta el cielo se agacha para oír mejor. Y Dios le da Gracias a Dios
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