MIENTRAS HAYA MUSICA- ( El Mesías de Haendel)
MIENTRAS HAYA MUSICA...
El Mesías se escuchará en los cuatro puntos cardinales.
De entre las muchas páginas del célebre compositor
alemán, estas son sin lugar a dudas las más sublimes.
A decir verdad, no las escribió para una época,
sino para todas las edades del mundo
El Mesías se escuchará en los cuatro puntos cardinales.
De entre las muchas páginas del célebre compositor
alemán, estas son sin lugar a dudas las más sublimes.
A decir verdad, no las escribió para una época,
sino para todas las edades del mundo
POR ADRIÁN WALLER
ARQUEADO sobre su bastón, un hombre de 56 años de edad regresaba a su
modesto aposento luego de una melancólica caminata por las oscuras
callejas de Londres. Durante más de tres decenios su música había
fascinado a la aristocracia inglesa, y a él lo había colmado de honores;
mas llegó el momento en que sus óperas italianas cansaron a la
sociedad, y en aquella noche del 22 de agosto de 1741 su carrera parecía
llegar al borde de la decadencia.
Pero sobre el escritorio le aguardaba un paquete que cambiaría su vida. Contenía un libreto de su amigo Charles Jennens, poeta presumido y solemne que aspiraba a ponerle música a sus líricas. Jorge Federico leyó, uno tras otro, los pasajes de la Biblia que ensalzaban gozosamente la redención cristiana: "Prepara el camino del Señor ... Pues nos ha nacido un niño ... Sé que vive mi Redentor ... ¡Aleluya! ¡Aleluya!"
Encendió una vela y, pluma de ganso en mano, se puso a llenar pentagramas en medio de una frenética inspiración que lo absorbería días enteros sin dejarle casi dormir ni comer. Después de 24 días en que no salió de su habitación siquiera, guardó un manuscrito de 275 páginas en una gaveta y cayó rendido sobre su cama. Había creado uno de los más grandiosos oratorios.
Como en el caso de la ópera, en el oratorio intervienen solistas, coro y orquesta, pero aquí no se necesita escenificación ni vestuarios ni decorados. Haendel compensó hábilmente la diferencia subrayando el dramatismo de la pieza. El Mesías consta de 56 números: arias gloriosas y decorativas para soprano, contralto, tenor y bajo, y coros enormes como: Su sonido se ha apagado, comparado por el director sir Ernest MacMillan con "un gigantesco faro cuyos haces de luz barren la oscuridad de la noche".
La obra se divide en tres partes: la Anunciación y la Natividad, la Pasión y la Resurrección, y la Gloria Eterna. El espléndido y sublime coro del Amén pone punto final a una creación tan excelsa, que 200 años después aún llena de armonía a la Tierra. De Londres a Budapest, de Madrid a Perú, El Mesías nos permite "fugaces visiones del Cielo y de la paz del Señor", en palabras del director sir Malcolm Sargent.
"Borrador de El Mesías". Las representaciones completas del oratorio en cuestión o de alguno de sus coros (como: Pues nos ha nacido un niño) son muy populares en Navidad y Pascua, aunque esto no quita que durante todo el año más de un servicio religioso se engalane con la briosa interpretación del Alabados sean todos los valles en labios de un tenor, o con un jubiloso Aleluya.
Ultimamente la magia de El Mesías ha adoptado formas diferentes: versiones del tipo "hágalo usted mismo" o "cantemos todos juntos", en las que se asocian cantantes, músicos y directores aficionados; en otras palabras, cualquiera que desee participar, tenga talento o no. En 1974, cuatro científicos amantes de la melodía alquilaron el Royal Albert Hall y distribuyeron panfletos anunciando: "Borrador de El Mesías. Una representación para cantantes y músicos. Si desea intervenir en el coro o tocar en la orquesta, venga y únasenos.. Vestimenta elegante, sinser formal".
Respondieron cerca de 4.000 personas.Había bajos en los palcos, tenores en la platea, sopranos y contraltos en una galería. Todos cantaban con entusiasmo; los acompañaba una orquesta de 243 ejecutantes conducida por un profesor de física. Se han llevado a cabo representaciones similares en Toronto (Canadá), Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Sydney (Australia); aquí, concretamente, 250 aficionados se unieron al Coro Filarmónico y a la Orquesta Sinfónica en el Teatro de la Opera de Sydney. "Mantengan la vista sobre mí y canten con alegría", pidió el director John Hopkins a su improvisada masa coral.
Un concierto benéfico. Jorge Federico Haendel nació en 1685 en Halle (Alemania), hijo de un barbero. Un buen día, siendo niño, interpretó un postludio en el órgano de una iglesia vecina, y lo hizo tan bien que lo pusieron a estudiar música en la parroquia de su familia, en Halle. Llegó a sustituir a sus 11 años al organista del templo, y a los 18 lo designaron a modo de prueba como organista de la catedral local. Poco después de cumplir los 20, viajó a Italia a estudiar composición. La bota europea vivía entonces el apogeo de la ópera.
Sin embargo, la mayor parte de la carrera de nuestro protagonista trascurrió en Londres, adonde llegó en 1710. Con el tiempo adaptó su nombre al idioma inglés y se hizo súbdito de Jorge I. De larga y robusta estampa, frente imponente y cejas espesas, pronto intimó con ricos y triunfadores. No obstante, sus 40 óperas, al principio populares, fueron perdiendo poco a poco atractivo. Inglaterra aspiraba a tener su propia música.
En 1737, harto de luchar contra los acreedores y los cambiante~ gustos musicales, sufrió un ataque cardiaco que le paralizó el brazo derecho, y lo obligó a tomarse un descanso en los baños termales de Aix-la-Chapelle. Recuperó el uso de su miembro, volvió a Londres y a sus partituras, pero ni sus óperas ni sus oratorios cosechaban ya gran éxito. Con todo, su popularidad no había mermado —en 1783 recaudó 1.000 libras esterlinas en un concierto benéfico, lo que le permitió mitigar su situación financiera—, pero iba de revés en revés, hasta aquella noche de agosto de 1741.
Algunos historiadores sostienen que escribió El Mesías sólo por dinero, pues que la religiosidad no era precisamente su fuerte. Otros afirman que fue guiado por la inspiración divina. Así se cuenta que un día su sirviente lo encontró llorando, después de completar el coro del Aleluya, y que Haendel dijo con voz entrecortada: "Creo que he tenido una visión completa del Cielo y del mismo Dios". Más adelante —sigue la leyenda—, un amigo le preguntó cómo había escrito el oratorio de marras, y él respondió: "Si mi espíritu estaba dentro o fuera de mi cuerpo es algo que desconozco".
Haendel estaba decidido a no presentarlo en la caprichosa capital londinense; así que aceptó una invitación del virrey y gobernador de Irlanda para presentarlo en Dublín. Allí, el 13 de abril de 1742, ante un auditorio ansioso de 700 personas y luego de un solo ensayo público, se estrenó la obra en el New Musick Hall de la calle Fishamble. "No existen las palabras", decía entusiasmado el Dublin Journal, "para expresar el exquisito deleite que embargó al auditorio". Haendel donó las 4.000 libras esterlinas de la recaudación a las Enfermeras de la Caridad, al Hospital Mercer's y a la Sociedad para el Socorro de los Prisioneros.
"El maestro de todos nosotros". Seguidamente, el 23 de marzo de 1743, presentó su Nuevo oratorio sagrado en el Real Teatro de Londres, en Covent Garden, temiendo que la Iglesia lo considerara agraviante. Y llevaba razón; pero no a todo el mundo le disgustó. El rey Jorge II se sintió tan sobrecogido por la grandiosidad del Aleluya, que permaneció de pie hasta el final. No obstante el entusiasmo del Soberano, la obra resultó aburrida para la mayor parte del público y los clérigos la condenaron por impía. Después de tres representaciones, Jorge Federico tuvo que retirar su Mesías.
Trascurrieron dos años antes que volviera a presentarlo. La frialdad del público resucitó las controversias. Haendel dejó a un lado su manuscrito y comenzó a trabajar en otros oratorios. En 1750 volvió a la carga con El Mesías, esta vez en la capilla del Hospital Para Huérfanos de Londres. En este ambiente de liberalidad, la obra maestra echó finalmente raíces, generando 7.000 libras para la institución en diversas funciones anuales celebradas en vida de Haendel. Crecía al mismo tiempo el número de clérigos que veían en su composición una obra merecedora de su piadoso texto. Tras escuchar por primera vez el Aleluya, el compositor Joseph Haydn se puso de pie junto con el público y, llorando, exclamó a propósito de Jorge Federico Haendel: "Es el maestro de todos nosotros".
El 6 de abril de 1759, el gran maestro de Halle, ya casi ciego, sufrió un desmayo mientras presidía un audición de El Mesías en el teatro de sus mayores triunfos. El 14 del mismo mes, a los 74 años de edad, lanzaba el último suspiro en su residencia. Inglaterra concedió a los despojos mortales el supremo honor de recibir sepultura en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster ante la concurrencia de más de 3.000 admiradores. Una estatua lo inmortaliza hoy, pluma en mano y reclinado sobre una página de su prodigioso oratorio, y en ella se leen las primeras palabras y notas de una de las arias más célebres del mismo: Sé que vive mi Redentor.
No existe un Mesías genuino, estrictamente hablando, pues tal como se estilaba en aquella época, el autor modificó las partituras en muchas ocasiones. A veces remodeló arias enteras cuando el solista de turno no alcanzaba a dar las notas más altas o a alargarlas lo suficiente por falta de aliento. En ocasiones incluso permitía a los vocalistas adornar sus solos con trinos y otras florituras. Y no era raro que traspusiera los tonos por adaptar para una soprano una aria originalmente concebida para contralto, y solos de bajo para tenor.
Hoy día, las corales de profesionales y aficionados tratan de presentar el oratorio de la manera en que, en su entender, Haendel lo hubiera querido. El Mesías es difícil y requiere de voces cálidas, ágiles, de buena dicción, y de coros que sepan mantener la uniformidad. "Los solos de contralto son ingratos", opina la vocalista canadiense Maureen Forrester, quien los ha interpretado muchas veces; "tanto que, si me fuera dado elegír, elegirla los coros".
Mozart hizo una adaptación de la partitura original, y muchos directores han alterado fragmentos para acomodarlos a su modo de ver y sentir la obra. Pero las melodías creadas por Haendel a la luz de la vela son imperecederas. Sir Malcolm Sargent escribió en cierta ocasión: "He conocido, amado, ensayado y dirigido El Mesías durante casi 40 años. Mientras haya música, esta obra seguirá siendo una de las maravillas del mundo".
Pero sobre el escritorio le aguardaba un paquete que cambiaría su vida. Contenía un libreto de su amigo Charles Jennens, poeta presumido y solemne que aspiraba a ponerle música a sus líricas. Jorge Federico leyó, uno tras otro, los pasajes de la Biblia que ensalzaban gozosamente la redención cristiana: "Prepara el camino del Señor ... Pues nos ha nacido un niño ... Sé que vive mi Redentor ... ¡Aleluya! ¡Aleluya!"
Encendió una vela y, pluma de ganso en mano, se puso a llenar pentagramas en medio de una frenética inspiración que lo absorbería días enteros sin dejarle casi dormir ni comer. Después de 24 días en que no salió de su habitación siquiera, guardó un manuscrito de 275 páginas en una gaveta y cayó rendido sobre su cama. Había creado uno de los más grandiosos oratorios.
Como en el caso de la ópera, en el oratorio intervienen solistas, coro y orquesta, pero aquí no se necesita escenificación ni vestuarios ni decorados. Haendel compensó hábilmente la diferencia subrayando el dramatismo de la pieza. El Mesías consta de 56 números: arias gloriosas y decorativas para soprano, contralto, tenor y bajo, y coros enormes como: Su sonido se ha apagado, comparado por el director sir Ernest MacMillan con "un gigantesco faro cuyos haces de luz barren la oscuridad de la noche".
La obra se divide en tres partes: la Anunciación y la Natividad, la Pasión y la Resurrección, y la Gloria Eterna. El espléndido y sublime coro del Amén pone punto final a una creación tan excelsa, que 200 años después aún llena de armonía a la Tierra. De Londres a Budapest, de Madrid a Perú, El Mesías nos permite "fugaces visiones del Cielo y de la paz del Señor", en palabras del director sir Malcolm Sargent.
"Borrador de El Mesías". Las representaciones completas del oratorio en cuestión o de alguno de sus coros (como: Pues nos ha nacido un niño) son muy populares en Navidad y Pascua, aunque esto no quita que durante todo el año más de un servicio religioso se engalane con la briosa interpretación del Alabados sean todos los valles en labios de un tenor, o con un jubiloso Aleluya.
Ultimamente la magia de El Mesías ha adoptado formas diferentes: versiones del tipo "hágalo usted mismo" o "cantemos todos juntos", en las que se asocian cantantes, músicos y directores aficionados; en otras palabras, cualquiera que desee participar, tenga talento o no. En 1974, cuatro científicos amantes de la melodía alquilaron el Royal Albert Hall y distribuyeron panfletos anunciando: "Borrador de El Mesías. Una representación para cantantes y músicos. Si desea intervenir en el coro o tocar en la orquesta, venga y únasenos.. Vestimenta elegante, sinser formal".
Respondieron cerca de 4.000 personas.Había bajos en los palcos, tenores en la platea, sopranos y contraltos en una galería. Todos cantaban con entusiasmo; los acompañaba una orquesta de 243 ejecutantes conducida por un profesor de física. Se han llevado a cabo representaciones similares en Toronto (Canadá), Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Sydney (Australia); aquí, concretamente, 250 aficionados se unieron al Coro Filarmónico y a la Orquesta Sinfónica en el Teatro de la Opera de Sydney. "Mantengan la vista sobre mí y canten con alegría", pidió el director John Hopkins a su improvisada masa coral.
Un concierto benéfico. Jorge Federico Haendel nació en 1685 en Halle (Alemania), hijo de un barbero. Un buen día, siendo niño, interpretó un postludio en el órgano de una iglesia vecina, y lo hizo tan bien que lo pusieron a estudiar música en la parroquia de su familia, en Halle. Llegó a sustituir a sus 11 años al organista del templo, y a los 18 lo designaron a modo de prueba como organista de la catedral local. Poco después de cumplir los 20, viajó a Italia a estudiar composición. La bota europea vivía entonces el apogeo de la ópera.
Sin embargo, la mayor parte de la carrera de nuestro protagonista trascurrió en Londres, adonde llegó en 1710. Con el tiempo adaptó su nombre al idioma inglés y se hizo súbdito de Jorge I. De larga y robusta estampa, frente imponente y cejas espesas, pronto intimó con ricos y triunfadores. No obstante, sus 40 óperas, al principio populares, fueron perdiendo poco a poco atractivo. Inglaterra aspiraba a tener su propia música.
En 1737, harto de luchar contra los acreedores y los cambiante~ gustos musicales, sufrió un ataque cardiaco que le paralizó el brazo derecho, y lo obligó a tomarse un descanso en los baños termales de Aix-la-Chapelle. Recuperó el uso de su miembro, volvió a Londres y a sus partituras, pero ni sus óperas ni sus oratorios cosechaban ya gran éxito. Con todo, su popularidad no había mermado —en 1783 recaudó 1.000 libras esterlinas en un concierto benéfico, lo que le permitió mitigar su situación financiera—, pero iba de revés en revés, hasta aquella noche de agosto de 1741.
Algunos historiadores sostienen que escribió El Mesías sólo por dinero, pues que la religiosidad no era precisamente su fuerte. Otros afirman que fue guiado por la inspiración divina. Así se cuenta que un día su sirviente lo encontró llorando, después de completar el coro del Aleluya, y que Haendel dijo con voz entrecortada: "Creo que he tenido una visión completa del Cielo y del mismo Dios". Más adelante —sigue la leyenda—, un amigo le preguntó cómo había escrito el oratorio de marras, y él respondió: "Si mi espíritu estaba dentro o fuera de mi cuerpo es algo que desconozco".
Haendel estaba decidido a no presentarlo en la caprichosa capital londinense; así que aceptó una invitación del virrey y gobernador de Irlanda para presentarlo en Dublín. Allí, el 13 de abril de 1742, ante un auditorio ansioso de 700 personas y luego de un solo ensayo público, se estrenó la obra en el New Musick Hall de la calle Fishamble. "No existen las palabras", decía entusiasmado el Dublin Journal, "para expresar el exquisito deleite que embargó al auditorio". Haendel donó las 4.000 libras esterlinas de la recaudación a las Enfermeras de la Caridad, al Hospital Mercer's y a la Sociedad para el Socorro de los Prisioneros.
"El maestro de todos nosotros". Seguidamente, el 23 de marzo de 1743, presentó su Nuevo oratorio sagrado en el Real Teatro de Londres, en Covent Garden, temiendo que la Iglesia lo considerara agraviante. Y llevaba razón; pero no a todo el mundo le disgustó. El rey Jorge II se sintió tan sobrecogido por la grandiosidad del Aleluya, que permaneció de pie hasta el final. No obstante el entusiasmo del Soberano, la obra resultó aburrida para la mayor parte del público y los clérigos la condenaron por impía. Después de tres representaciones, Jorge Federico tuvo que retirar su Mesías.
Trascurrieron dos años antes que volviera a presentarlo. La frialdad del público resucitó las controversias. Haendel dejó a un lado su manuscrito y comenzó a trabajar en otros oratorios. En 1750 volvió a la carga con El Mesías, esta vez en la capilla del Hospital Para Huérfanos de Londres. En este ambiente de liberalidad, la obra maestra echó finalmente raíces, generando 7.000 libras para la institución en diversas funciones anuales celebradas en vida de Haendel. Crecía al mismo tiempo el número de clérigos que veían en su composición una obra merecedora de su piadoso texto. Tras escuchar por primera vez el Aleluya, el compositor Joseph Haydn se puso de pie junto con el público y, llorando, exclamó a propósito de Jorge Federico Haendel: "Es el maestro de todos nosotros".
El 6 de abril de 1759, el gran maestro de Halle, ya casi ciego, sufrió un desmayo mientras presidía un audición de El Mesías en el teatro de sus mayores triunfos. El 14 del mismo mes, a los 74 años de edad, lanzaba el último suspiro en su residencia. Inglaterra concedió a los despojos mortales el supremo honor de recibir sepultura en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster ante la concurrencia de más de 3.000 admiradores. Una estatua lo inmortaliza hoy, pluma en mano y reclinado sobre una página de su prodigioso oratorio, y en ella se leen las primeras palabras y notas de una de las arias más célebres del mismo: Sé que vive mi Redentor.
No existe un Mesías genuino, estrictamente hablando, pues tal como se estilaba en aquella época, el autor modificó las partituras en muchas ocasiones. A veces remodeló arias enteras cuando el solista de turno no alcanzaba a dar las notas más altas o a alargarlas lo suficiente por falta de aliento. En ocasiones incluso permitía a los vocalistas adornar sus solos con trinos y otras florituras. Y no era raro que traspusiera los tonos por adaptar para una soprano una aria originalmente concebida para contralto, y solos de bajo para tenor.
Hoy día, las corales de profesionales y aficionados tratan de presentar el oratorio de la manera en que, en su entender, Haendel lo hubiera querido. El Mesías es difícil y requiere de voces cálidas, ágiles, de buena dicción, y de coros que sepan mantener la uniformidad. "Los solos de contralto son ingratos", opina la vocalista canadiense Maureen Forrester, quien los ha interpretado muchas veces; "tanto que, si me fuera dado elegír, elegirla los coros".
Mozart hizo una adaptación de la partitura original, y muchos directores han alterado fragmentos para acomodarlos a su modo de ver y sentir la obra. Pero las melodías creadas por Haendel a la luz de la vela son imperecederas. Sir Malcolm Sargent escribió en cierta ocasión: "He conocido, amado, ensayado y dirigido El Mesías durante casi 40 años. Mientras haya música, esta obra seguirá siendo una de las maravillas del mundo".
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Mayo de 1981
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