lunes, 5 de julio de 2021

ÁRBOL QUE PUEDE ENRIQUECER AL TERCER MUNDO

 

Esta planta, de rápido crecimiento, útil como leña, material de construcción, forraje y alimento, ha ayudado a iniciar una revolución agrícola que puede impedir la erosión y volver a enriquecer la Tierra.

PRÓDIGO ÁRBOLPARA ENRIQUECER

AL TERCER MUNDO

POR JOHN HUBBELL

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST  Agostode 1988

EL. MUNDO está quedándose rá­pidamente sin árboles…y los efectos son consternantes. Un tercio de la superficie de la Tie­rra es árida, y los bosques tropicales están desapareciendo al ritmo de casi 1200 hectáreas por hora. Haití está desgastándose por efecto de la erosión; el rico humus de Nepal está desapareciendo y dejando des­nudas las laderas montañosas, lo cual provoca inundaciones que destruyen los sembradíos en la India vecina.

En la actualidad, hasta el 90 por ciento de los habitantes del Tercer Mundo cocinan sus alimentos y se calientan con leña. (En las zonas ru­rales, las mujeres dedican hasta 300 días al año a recoger y trasportar leña.) Alrededor del año 2000, si esta situación subsiste, 2500 mi­llones de personas, principalmente en África, Asia y América Latina, se­rán incapaces de encontrar madera, o la consumirán con mayor rapidez de la que necesita para producirse.

¿Qué hacer para impedir tal catástrofe? Aquí entra en acción un notable árbol de la familia de las mimosáceas llamado Leucaena leucocephala. Una de sus variedades, que produce una madera densa, sumamente eficaz como leña, alcanza más de 18 metros de altura en cinco años y vuelve a crecer en cuanto se le corta. El ganado disfruta al ramonear las nutritivas hojas de este árbol, las vainas, las semillas, las flores y hasta las ramas.
Las hojas pueden utilizarse para la alimentación humana como ensaladas, sopas y aderezos, y sus semillas, tostadas y molidas, son un aceptable sucedáneo del café. Este vegetal rejuvenece la tierra, y es­timula el desarrollo de cualquier otra planta, desde tomates hasta bosques de teca. Es útil para la fabricación de rayón, celofán, papel, pisos de madera, muebles y mate­riales de construcción.

En Filipinas, por ejemplo, se es­tán construyendo centrales de ener­gía a base de vapor originado por la combustión de la Leucaena leucoce­phala para suministrar electricidad a las zonas rurales.

Taiwán ha plantado 10,000 hec­táreas de este árbol para producir papel y rayón. En la India, la Fun­dación Agroindustrias Bharatiya ha distribuido 40 toneladas de semillas del árbol por todo el país. Y en re­lación con la Leucaena leucocephala se han lanzado importantes progra­mas en Sri Lanka, Indonesia, Tai­landia, Kenia, Malawi, Haití, República Dominicana y México.

Este árbol por fin está ocupando el lugar que merece en el mundo gracias, en gran parte, a los esfuer­zos de tres hombres: Mark Hutton, de Australia, especialista en forra­jes; Michael Benge, agrosilvicultor, de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (AID), y James Brewbaker, agróno­mo norteamericano.

A Hutton le atrajo por primera vez la Leucaena leucocephala cuan­do era director del Laboratorio Cun­ningham, de Brisbane, Australia, parte de la Organización de Inves­tigación Científica e Industrial de la Mancomunidad Británica especiali­zada en la investigación agrícola tropical. En busca de leguminosas que pudieran desarrollarse en las tierras semiáridas de pastoreo del norte de Australia, Hutton empezó a trabajar con un arbusto leñoso que era una variante de la Leucaena leu­cocephala. Descubrió que sus raíces se arraigaban profundamente y que, como la mayoría de las legumino­sas, al reaccionar con las bacterias formaba nódulos en su superficie.

Estos nódulos asimilan nitrógeno —elemento importantísimo de los fertilizantes— y con él alimentan a las hojas. Una vez recogidas y en­terradas estas hojas, ricas en nutrien­tes, vigorizan la tierra y aportan una continua fuente de fertilizantes para los campesinos pobres.

El ganado engulle las hojas de este árbol con la misma gula de los niños al comer dulces. Hutton des­cubrió que cuando a los animales se les permite pacer antes de que en el árbol se desarrollen los troncos leñosos, la enorme fuerza de des­arrollo de la planta produce nuevas grandes masas de follaje sumamen­te nutritivo, con alto contenido de proteínas y fácil de digerir; un cam­po yermo puede estar listo otra vez para el pastoreo en dos semanas.

Este árbol singular también pro­porciona energía con facilidad. Su madera se quema lentamente y pro­duce mucho calor. Al derribar uno de estos árboles, el tocón empieza inmediatamente a echar nuevos bro­tes, y su desarrollo es rápido. ¡Una de estas cepas crecerá hasta nueve metros en dos años!

Al plantar este árbol en hileras, alternado con otros vegetales para fertilizar las plantas y erradicar las malas yerbas, se mejoraron mucho las cosechas de maíz, quinina, cacao, vainilla y té. En las plantaciones de teca de Indonesia, la cosecha de los sembradíos en que se habían inter­calado hileras de Leucaena leucoce­phala superó la producción de otros campos en casi el 100 por ciento.

Hutton estaba con­vencido de que este árbol era la clave para mejorar la producción de carne y leche en los trópicos. Pero casi nun­ca nadie compartió su entusiasmo, y sufrió burlas por el tiempo y la atención que dedica­ba al árbol. Sus colegas se negaban a creer que un árbol pudiese dar alimento para el gana­do. Pero Hutton persistió, y, aun ya jubilado, siguió tra­bajando en sus investigaciones en Colombia y Brasil, donde desarro­lló una cepa capaz de crecer en sue­los ácidos.

Quizá la empresa más ardua —la de convencer sobre la utilidad de la Leucaena leucocephala y la de crear una revolución en la agricultura--recayó sobre Mike Benge. Tras gra­duarse en agricultura, Benge se ha­bía incorporado a los Servicios Internacionales Voluntarios, precur­sores del Cuerpo de Paz, y en enero de 1963 fue enviado a Vietnam a trabajar con los campesinos de las regiones montañosas del centro de ese país.

Estos campesinos practicaban la técnica agrícola de tala y quema: talaban bosques, quemaban la ma­leza y en los terrenos así resultantes sembraban. En pocos años, los cam­pos perdían su vitalidad, y los cam­pesinos montañeses tenían que tras­ladarse y deforestar otras zonas. Este sistema agrícola de tala y quema destruye casi cinco millones de hec­táreas anuales de los bosques del mundo.

Mientras buscaba una solución a los problemas de los campesinos, Benge halló una variedad de la Leu­caena leucocephala similar a un ar­busto. Crecía en las tierras monta­ñosas. Un australiano, colega suyo y discípulo de Hutton, la identificó como una leguminosa de rápido cre­cimiento, buena como forraje, y con­venció a Benge de que era la res­puesta a las necesidades de los mon­tañeses vietnamitas`.

En enero de 1968 ocurrió la Ofensiva de Tet, y Benge, ya incor­porado a la AID en Ban Me Thuot, capital de provincia, fue capturado, mientras trataba de rescatar a un grupo de misioneros. Acusado de "rudo, belicoso y odioso", pasó casi la mitad de sus cinco años de cau­tiverio en confinamiento solitario, meditando cómo podrían aplicarse los riquísimos atributos de la Leu­caena leucocephala para remediar la crisis cada vez peor de la defores­tación en el mundo subdesarrollado.

Después de ser liberado de una prisión de Hanoi, a Benge se le con­cedió un año de licencia por razo­nes de salud, para recuperarse del beriberi y el paludismo. En lugar de reponerse trinquilamente, volvió a Vietnam, pagándose él mismo el viaje, y averiguó cómo iba su plan de investigación de la Leucaena leu­cocephala. Se encontró con que mu­chos de los campesinos habían sido asesinados y que los sobrevivientes habían convertido la zona en un ce­menterio. A petición del Gobierno de Vietnam del Sur, presentó deta­lladas propuestas para una docena de nuevos programas, que iban des­de la atención a niños amerasiáticos hasta un centro de desarrollo del ganado en las tierras altas del país.

En 1975, Benge fue asignado a la misión de la AID en Manila. Su ta­rea era estudiar la deforestación en Filipinas, donde se han perdido mi­llones de hectáreas de bosques, y buscar soluciones prácticas.

Benge organizó un seminario de la AID en Manila, en el cual James Brewbaker, agrónomo y geneticista botánico de la Universidad de Ha­wai, habló de una gigantesca cepa de la Leucaena leucocephala que ha­bía descubierto en Centroamérica. Brewbaker había llevado semillas a Hawai, y había cultivado grandes grupos de árboles gigantes, demos­trando que se les podía desarrollar en cualquier parte de los trópícos, ¡y rápidamente, pues algunos alcan­zaban una talla de casi seis metros en un año! El árbol (lo que es no­table en especies de rápido creci­miento) es de madera densa, de me­diana dureza.

Luego, Benge editó un manual técnico intitulado "Bayani", que en Filipinas significa "salvador" o "hé­roe". Y obtuvo de una organización agrícola taiwanesa, la Junta Asiática y del Pacífico, el boceto y la tipo­grafía del libro. La Agencia de In­formación de Estados Unidos publi­có el manual y Benge envió 3000 ejemplares a embajadas, a empresas privadas, y a organizaciones agríco­las, ganaderas y silvicultoras de todo el mundo.

En 1978, Benge enfocó su aten­ción a los problemas de la defores­tación y la erosión de las tierras de Haití. Compró y embarcó, a costa de su propio bolsillo, semillas de Leucaena leucocephala para enviar­las a la-misión de la AID en Puerto Príncipe; luego escribió a las orga­nizaciones de voluntarios, urgiéndo­les a ir a dicha misión para pedir semillas e información. Un año des­pués, Benge fue a Haití, en busca de alguien capaz de llevar a cabo un programa para desarrollar ahí el árbol.

Encontró a un hombre extraordi­nario, llamado Aart van Wingerden, que había ido a Haití para estable­cer la "Operación Cosecha Doble", a través de la cual el propio Van Wingerden proporciona a los cam­pesinos emprendedores el equipo, las semillas y los conocimientos ne­cesarios para trabajar con el sufi­ciente éxito para emplear a otros haitianos y obtener dos cosechas al año. Las ganancias de la operación derivan hacia un fondo de desarrollo para ayudar a otros campesinos.

Benge deleitó a Van Wingerden con anécdotas y narraciones acerca de la Leucaena leucocephala, alter­nadas con súplicas y exigencias para que organizara de inmediato un pro­grama. "Yo soy un campesino", le dijo Van Wingerden. "Quiero pro­ducir alimentos, dar de comer a la gente. No me interesa hacer crecer árboles". Benge le preguntó de qué servía producir alimentos sí la gente no tenía leña para cocinarlos. Final­mente, Van Wingerden aceptó plan­tar algunos árboles para proteger contra el viento una cosecha de to­mates. Y pronto quedó convencido de la gran utilidad de la Leucaena leucocephala.

"¡En cuatro años, teníamos árbo­les de un perímetro de 86 centíme­tros! ", exclama Wingerden, que desde entonces ha plantado tres mí­llones de estos singulares árboles y está convencido de que desempeña­rán un papel importante en la sal­vación de Haití.

La cruzada de Benge ha estado dando frutos también en otros lu­gares. Ha convencido a docenas de países del Tercer Mundo de que ha­gan pruebas con el árbol. Varias de estas naciones ya han empezado a desarrollar importantes programas de reforestación con esta especie.

En junio de 1986, el rey Carlos Gustavo XVI de Suecia otorgó a Benge, Brewbaker y Hutton el pri­mer Premio Internacional para In­ventores, en materia de silvicultura, como reconocimiento a las innova­ciones que están ayudando a resol­ver los problemas sociales y econó­micos del mundo. Los tres hombres han desencadenado una revolución del cultivo de los bosques en los países en vías de desarrollo.

La Leucaena leucocephala es sólo el principio; una precursora que abre nuevas posibilidades para que un mundo que ha perdido una parte importante de su vegetación quede reforestado con árboles capaces de captar el nitrógeno, y cuyo gran valor hasta hoy ha pasado en gran parte inadvertido. La obra de estos tres "cruzados" bien podrá ser la salvación de gran parte de la tierra, el ganado y los pueblos del mundo.

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