Estos jóvenes galenos, que forman la élite de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, están siempre dispuestos a viajar a cualquier parte del mundo para descifrar misterios médicos.
DETECTIVES DE LA MEDICINA
POR JOHN TOMPKINS
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Agosto de 1988
LA MAÑANA del 15 de
agosto de 1986, el doctor Andrew Pavia,
epidemiólogo de 30 años de edad que
trabaja en los Centros de Control de Enfer‑
medades (CDC, por sus siglas en inglés) en Atlanta, Georgia, emprendió el vuelo a Nueva Orleáns,
Louisiana, para ayudar a investigar
un misterioso brote de cólera.
Después de que los CDC confirmaron un caso, el doctor Philip Lowry se reunió ahí con Pavia. Al
surgir otros dos casos, resultó evidente que las
autoridades de salud pública tenían un grave problema.
Las posibilidades del mal eran espantosas. El cólera, que se propaga más comúnmente a través del agua potable o de los alimentos contaminados por excremento de personas infectadas, es raro en Estados Unidos. No obstante, la última epidemia importante, en 1866, mató a 50,000 víctimas. Aun ahora, la tasa de mortalidad puede sobrepasar el 50 por ciento. En general, los pocos casos descubiertos se deben a viajeros procedentes de Asia, África y, a veces, Oriente Medio.
Aquella tarde, Pavia y Lowry fueron en auto a la región del delta del río Mississippi para ver a una de las víctimas, un trabajador petrolero jubilado. Allí le hicieron una serie de preguntas predeterminadas: cuándo enfermó, qué había comido, a quién había visto la semana anterior, sí había viajado él o alguno de sus parientes o amigos, sí conocía a una persona que también estuviera enferma, y si había estado en contacto con ella.
Mientras ambos médicos trabajaban, aparecieron más casos. Sólo dos enfermos de cólera vivían en Nueva Orleáns; los demás estaban dispersos, fuera de la ciudad. Resultó obvio, entonces, que no encontrarían un solo foco de infección, como un pozo, un restaurante o una tienda de comestibles.
Los infectados conocidos estaban ya hospitalizados. Por tanto, Pavia y sus colegas tendrían que localizar a quienes no habían requerido de tratamiento clínico de urgencia. Una manera de localizar a estas personas consistía en revisar los sistemas de alcantarillado. Esto implicaba colgar una bola de gasa envuelta en alambre dentro de un conducto del alcantarillado durante 24 horas, y llevarla después al laboratorio para analizarla. De este modo, si alguien que usaba ese desagüe tenía cólera, las bacterias aparecerían en la gasa.
El procedimiento fue eficaz; por lo menos una persona excretaba el cólera al sistema de alcantarillado. Con un directorio telefónico de Nueva Orleáns por calles, el equipo de Pavia llamó a todos los números dentro de un radio de diez manzanas. Tras varios días, localizaron a una mujer cuya prueba del cólera resultó Positiva.
Durante las seis semanas siguientes, Pavia y su equipo entrevistaron a más de 150 personas: todos los pacientes conocidos y sus familias, aparte de un grupo testigo, de los vecinos que no estaban enfermos. Lo que vinculaba a las víctimas —y ya eran 12 para entonces— era que todas habían comido camarones o cangrejos en las 48 horas previas a enfermar. Un brote anterior, en 1978, había suscitado la sospecha de que el cólera podía vivir en los mariscos capturados en el golfo de México. Las bacterias viven latentes la mayor parte del tiempo; pero, en ciertas condiciones de temperatura y en determinadas temporadas, pueden multiplicarse lo bastante para infectar a la gente. Y los investigadores en Nueva Orleáns consideraron que el nuevo brote se debía al mismo fenómeno.
UNA LABOR de esmerados detectives, cuando la salud y la vida de miles de personas están en peligro, es la especialidad médica de los Centros de Control de Enfermedades. Este pequeño organismo del Gobierno estadunidense, con unos 5000 empleados y un presupuesto de escasos 771.8 millones de dólares anuales, nació de un programa de la Segunda Guerra Mundial para controlar el paludismo y otras enfermedades tropicales. Ciento veinte médicos constituyen la élite del Servicio de Inteligencia Epidémica (EIS, por sus siglas en inglés) de los CDC, producto de la preocupación por la amenaza de la guerra bacteriológica surgida con la Guerra Fría. En 1951 se resolvió que Estados Unidos necesitaba un cuadro de epidemiólogos: médicos especializados en detectar insólitos brotes de enfermedad, y capacitados para aconsejar sobre su control. Se instrumentó entonces un programa de adiestramiento: un curso intensivo de epidemiología y bioestadística, con sólo tres semanas de duración, seguido de dos años de práctica bajo la supervisión de un experto detective de la medicina.
El 85 por ciento de los especialistas del EIS preparados en Atlanta son doctores en medicina con dos a cinco años de práctica, tras haber egresado de la facultad. El seis por ciento corresponde a veterinarios, y el resto lo integran enfermeras, microbiólogos y bioestadísticos. Algunos países, impresionados por su actuación, han solicitado a los CDC su apoyo para establecer programas de adiestramiento similares. Desde 1984, los CDC han impartido cursos en Francia, que han producido 80 jóvenes detectives de la medicina.
En Tailandia ya se ha completado uno de esos programas, y otros se están impartiendo actualmente en México, Indonesia, Taiwán y Arabia Saudita. Asimismo, se han puesto en marcha sendos programas en la India y en Filipinas, y uno más está previsto para Malawi.
Aunque el EIS constituye el corazón de los CDC, el plural de este nombre refleja una misión que va más allá de la detección de padecimientos. Además del Centro Nacional de Estadística Sanitaria, con sede en Hyattsville, Maryland, existen otros cinco centros especializados en las siguientes áreas: asuntos ecológicos, higiene y seguridad industrial, enfermedades infecciosas, servicios preventivos, y promoción y educación sanitarias.
Los CDC, conjunto de edificios situado en las afueras de Atlanta,reciben generalmente muchas llamadas telefónicas de urgencia. Por ejemplo: el Hospital Cochin de París informa de 325 enfermos de triquinosis por comer carne de caballo. En otro caso, una aerolínea internacional descubre que 104 pasajeros de 13 vuelos han presentado intoxicación por alimentos; los CDC investigan y detectan fácilmente la causa: contaminación por Salmonella. A veces, los servicios del EIS se solicitan para evaluar los aspectos sanitarios relacionados con un desastre u otros acontecimientos explicables: el desastre de la central de energía nuclear de Three Mile Island; la fuga de gas tóxico en Bhopal, India; un programa de inmunización de niños en China; el terremoto de 1985 en la Ciudad de México.
Pero, una o dos veces por semana, algunas solicitudes propician la investigación de casos verdaderamente desconcertantes: un virus desconocido mata gente en Sierra Leona, África; en Tennessee, Estados Unidos, 54 excursionistas procedentes de Arizona caen víctimas de una rara enfermedad pulmonar relacionada con aves. Los médicos del EIS, como el doctor Pavia, están preparados para viajar a cualquier parte del mundo y pasar semanas o meses trabajando, a menudo en condiciones rudimentarias, para descifrar estos misterios de la medicina.
El detective médico parte de una hipótesis razonable, y luego dedica semanas a "gastar la suela de los zapatos en la epidemiología": entre‑vista a las víctimas y a sus familias, husmeando en sus hogares y en su vida privada. Luego, los datos reunidos alimentan a una computadora Portátil, en busca de pautas y relaciones significativas.
Ocasionalmente, descubrir que no existe una auténtica epidemia puede ser tan importante como demostrar que sí la hay. En 1983, la doctora Bess Miller, especialista del Eis, fue enviada con el doctor Philip Landrigan a investigar el misterioso brote de una enfermedad entre centenares de colegialas palestinas de la Faja Occidental, ocupada por los israelíes.
Una joven de 17 años, de la Escuela de Niñas Arrabah, cerca de Jenin, sufrió de pronto un colapso, acompañado de un intenso dolor de estómago; estaba mareada y tenía dificultad para respirar. El mismo día, otras 25 muchachas presentaron síntomas semejantes. Una semana después, en el pueblo de Jenin y en dos aldeas vecinas, ya habían caído enfermas 246 estudiantes y empleadas de seis centros escolares. La tercera oleada fue peor: 518 estudiantes afectadas en cinco escuelas de Hebrón y Tulkarem. Al llegar los doctores Miller y Landrigan, ya había 949 víctimas.
Primero, examinaron a 30 pacientes hospitalizadas. "Yo tenía un intérprete palestino", explica Bess, "y las jóvenes que vi estaban asustadas. Pensaban que quizá habían sido envenenadas". Algunos periódicos palestinos de la región comentaron que se sospechaba la presencia de un veneno que atacaba al sistema nervioso; se insinuaba, además, que el envenenamiento hubiese sido intencional. Así, Bess Miller y Philip Landrigan comprendieron que, aunque los ísraelíes ya habían investigado la enfermedad, querían contar Con los CDc en el caso, para elaborar un diagnóstico independiente, aceptable para los palestinos.
La doctora Miller empezó a hacer preguntas. Además de las habituales acerca de alimentos y bebidas, deseaba saber si alguien había advertido un olor extraño en el aire. "El aula olía a huevos podridos", señaló una joven víctima. El olor a huevos podridos indicaba la presencia de ácido sulfhídrico, cuyos vapores tienen efectos tóxicos y pueden provocar náusea y ardor en ojos, nariz y garganta. Algunas otras chicas recordaron el mismo olor nauseabundo. La doctora tomó muestras de la sangre de unas diez jóvenes, y también de un grupo testigo que no había enfermado.
Las muestras se enviaron a Atlanta para someterlas a análisis toxicológicos. Se obtuvieron, además, muestras del aire en las escuelas afectadas, y se analizaron. Igual se hizo con suelo, polvo y agua, y un extraño polvo amarillo, hallado en los patios de recreo-, todo ello se analizó en busca de muchos indicios, incluso fosfatos orgánicos, que son componentes potencialmente tóxicos de pesticidas letales.
Miller y Landrigan examinaron a otras pacientes y encontraron más síntomas: visión borrosa, dificultad para andar, y aun cierta parálisis en brazos y piernas. Recorrieron las aldeas, efectuaron entrevistas de casa en casa con las familias afectadas, y emplearon a los vecinos como patrón de comparación. Luego, ambos galenos reunieron todos los datos obtenidos a partir de los análisis y entrevistas. No hallaron sustancias tóxicas en la sangre, ni venenos o pesticidas en suelo, aire o agua. El extraño polvo era polen. Su conclusión, pues, fue que la epidemia era una "enfermedad psicogénica masiva"; un numeroso grupo de personas presentó en realidad diversos síntomas, pero sin estar clínicamente enfermas. Probablemente, la epidemia se desencadenó con la primera muchacha que enfermó por las emanaciones del ácido sulfhídrico. Después, la "enfermedad" se propagó con los rumores e informes de la radio y los periódicos. De no haber sido por la tranquila y minuciosa investigación de los CDC, la desconfianza y el resentimiento que impregnan la región habrían desembocado en la violencia.
Aunque el porcentaje de aciertos del lEs resulta elevado, en uno de cada diez casos no se obtiene un diagnóstico seguro. A veces, se hace un diagnóstico, pero la causa permanece en el misterio. Tal fue la situación a la que se enfrentó el doctor Seth Berkley, joven experto del lEs que habla portugués, al ser enviado a Promissáo, Brasil, a solicitud del Instituto Biológico Brasileño. El brote de una enfermedad en esa población había matado a varios niños, de tres meses a ocho años de edad. Los síntomas eran fiebre intensa, vómitos y dolor de estómago, seguidos de la aparición de manchas purpúreas por sangrado debajo de la piel. Las autoridades brasileñas sospechaban que se trataba de algún tipo desconocido de meningitis, pero el doctor Berkley no encontró rastros de este padecimiento.
Una constante que observó, sin embargo, fue que en las dos semanas previas a la aparición de la fatal enfermedad, la mayoría de los niños había contraído una infección ocular a causa de una bacteria llamada Haemophilus aegyptius. En unos cuantos casos, la bacteria siguió produciendo lo que al cabo se identificó como una nueva enfermedad, a la que se denominó fiebre púrpura brasileña. La infección ocular es muy común, y los insectos la propagan con facilidad de un niño a otro. Con todo, aún no se logra explicar por qué, después de la leve infección ocular, algunos niños contraen la fiebre mortal.
El doctor Michael Gregg, de la Oficina de Programas de Epidemiología, recuerda la misteriosa aparición de una infección respiratoria entre 144 residentes y visitantes de Pontiac, Michigan, en el verano de 1968. "Estábamos ante un microorganismo que no podíamos identificar", señala Gregg. "Diez años después, descubrimos que se trataba de la enfermedad de los Legionarios". Finalmente, los CDC pudieron cerrar el caso de Pontiac, porque la sangre obtenida durante la epidemia se había conservado, congelada, entre el cuarto de millón de muestras del banco de sueros y tejidos de Atlanta. De manera semejante, aunque los CDC identificaron el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) por primera vez en Los Ángeles, en 1981, las pruebas encontradas en el banco de sueros demostraron que el SIDA había infectado a los homosexuales de San Francisco tres años antes, por lo menos. Originalmente, las muestras de sangre se habían recogido para un estudio sobre la hepatitis B.
HACE POCO,lOS CDC y otras instituciones de salud pública compartían el ideal de erradicar todas las enfermedades infecciosas importantes. Se creía que la tuberculosis ya era cosa del pasado, y la vacuna Salk parecía eliminar a la poliomielitis. Drogas prodigiosas derrotaban a la mayoría de los azotes de la humanidad. Pero el aumento del turismo, la afluencia de inmigrantes y refugiados, la extensión de la civilización moderna a lugares antes despoblados, y la revolución sexual, han dado lugar, en conjunto, a un entorno donde las enfermedades trasmisibles pueden controlarse, mas no eliminarse. Para nuestra tranquilidad, no obstante, los investigadores médicos de los Centros de Control de Enfermedades proseguirán su trabajo de día y de noche, los siete días de la semana, hasta descubrir el origen de misteriosos brotes de enfermedades, y hacer todo lo posible por contenerlas.
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