Emergencia-Bajo las luces brillantes del quirófano se producen milagros.
A CINCO MINUTOS DE LA MUERTE
Lo ocurrido ese día en la sala de partos fue la peor pesadilla de un obstetra
Por BOB TREBILCOCK SELECCIONES DEL READER'S DICEST SEPTIEMBRE 1998
EL DOCTOR Kenneth Hekman, ginecólogo obstetra de 52 años, salió de su consultorio en el Hospital Emerson, localizado en Concord, Massachusetts. —Si alguien me necesita, voy a estar en la sala número siete con la señora Shepherd —avisó a la recepcionista.
Eran casi las 3 de la tarde del jueves 28 de diciembre de 1995, y Lesley Shepherd, mujer de 29 años que tenía tres hijos varones y esperaba el cuarto, había entrado por la mañana en la sala de partos. El bebé que esperaba, una niña, llevaba ya dos días de retraso. Hekman y ella acordaron provocar el parto. Si no había imprevistos, la niña llegaría al mundo hacia las 5 de la tarde.
Con más de 3500 partos de experiencia, Hekman no olvidaba el día en que comprendió lo que significa un nacimiento. Criado en Michigan, desde muy joven decidido ser médico. Comenzó la práctica obstétrica cuando aún estudiaba en la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal Wayne. Una noche, en la biblioteca, recordó un parto que había atendido en el día, cuando estaba de turno. ¡Tuve entre mis manos la promesa y la oportunidad de una nueva vida!, se dijo.
Había sido un momento de espiritualidad, que lo dejó profundamente conmovido.
Un profesor suyo se refería al sentimiento como "gracia en retrospectiva"; es decir, el hecho de que a veces no comprendemos la importancia de un suceso sino hasta que, pasado un tiempo, lo recordamos. Era una idea sobre la que Hekman habría de volver a reflexionar.
CUANDO EL MÉDICO entró en la sala de partos, Lesley Shepherd estaba en cama. Su esposo, Nate, de 33 años, director de mercadotecnia de una escuela, estaba sentado junto a ella.
Hekman revisó el electrocardiograma fetal. La enfermera estaba preocupada porque durante las contracciones el ritmo cardiaco del feto disminuía levemente, pero Hekman no vio nada anormal en la gráfica. Tras revisar a Lesley, decidió seguir adelante: le rompió el saco amniótico y revisó el líquido derramado en busca de meconio (excremento del feto), cuya presencia puede ser signo de sufrimiento fetal. El líquido de Lesley estaba transparente.
—No veo nada anormal —le dijo Hekman—. La cabeza de la niña está en el cuello del útero, como debe ser. Vendré en un par de horas.
A poco de que salió, Lesley sintió un dolor opresivo en el pecho.
—Creo que voy a vomitar —dijo, incorporándose en la cama.
Nate tomó una palangana para acercársela a Lesley, pelo, antes de que pudiera hacerlo, ella cerró los ojos y se desmayó.
La enfermera se acercó a toda prisa y la acostó de lado.
—Dígame: ¿dónde está? —le preguntó enérgicamente.
—En el hospital —contestó Lesley abriendo los ojos.
—¿Qué hospital?
Lesley ya no respondió. La enfermera cogió el teléfono.
—Busque al doctor Hekman en seguida —dijo.
La parturienta dejó de respirar. En un santiamén la sala se llenó de enfermeras. Hekman entró poniéndose unos guantes quirúrgicos.
—Lesley —dijo—, voy a revisarla. La causa más común de una reacción así es el desprendimiento prematuro de la placenta. Hekman practicó un examen interno, pero no observó ningún signo de tal desprendimiento, ni siquiera hemorragia. Por el contrario, era notoria la falta de sangre en los tejidos. El aparato vascular de Lesley había dejado de funcionar.
En un instante Hekman descartó algunas complicaciones probables, hasta que sólo quedó una inquietante posibilidad. ¡Dios míol, pensó. ¡Una embolia de líquido amniótico!
En esta rarísima complicación, parte del líquido amniótico entra en el torrente sanguíneo de la madre y llega, a través de la arteria pulmonar, a la red vascular de los pulmones, donde ocasiona una grave obstrucción. Aunque el corazón siga latiendo, la sangre oxigenada deja de fluir a todos los órganos del cuerpo. La falta de oxígeno puede causar la muerte de la madre y del feto en sólo cinco minutos.
Hekman nunca se había enfrentado a esta complicación, pero sabía que es la peor pesadilla de un obstetra. Resulta mortal en alrededor de 70 por ciento de los casos; la mayoría de las veces no se llega al diagnóstico hasta que la parturienta ha muerto, y las que se salvan a menudo sufren graves lesiones cerebrales.
Hekman decidió practicar una cesárea inmediatamente, tanto para salvar a la criatura como para retirar la fuente de líquido amniótico que había causado la embolia.
—¡Vamos! —urgió al personal—¡Hay que operarla cuanto antes!
Había pasado apenas un minuto desde que Lesley sintió náuseas. Hekman tenía cuatro para salvarlas a ella y a su hija.
ESLEY FUE LLEVADA de inmediato al quirófano.
Unas enfermeras le dieiron masaje en el pecho para estimularle el corazón. La piel se le había puesto de color morado negruzco, señal deque su grado de saturación de oxígeno era de alrededor de 70 por ciento, apenas suficiente para mantener las funciones cerebrales.
—Parece muerta —dijo alguien.
Lo mismo pensó Hekman, pero en seguida puso los cinco sentidos en lo que iba a hacer.
En general, una cesárea exige de 20 a 30 minutos de preparación, y unos cinco para sacar al niño, pero Hekman no disponía de tanto tiempo. A los dos o tres minutos del desmayo de Lesley, ya tenía el bisturí en la mano. Decidió practicar un corte vertical para tener un acceso más inmediato al útero.
—No está anestesiada todavía —advirtió una enfermera.
Hekman le inyectó un anestésico local y abrió.
El útero casi no tenía sangre, pero la niña estaba viva. Hekman la sacó, le pintó el cordón umbilical y se la entregó al pediatra, quien la llevó a la sala de recién nacidos.
—Ya tiene pulso —dijo entonces la enfermera anestesista.
Hekman no sabía si eso era bueno o no. Entre la vida y la muerte hay a veces un límite muy borroso en que la persona puede estar ya perdida, aunque le lata el corazón.
El doctor Hekman empezó a suturar.
NATE SHEPHERD había visto cómo se llevaban a su mujer y a su hija aún no nacida al quirófano. A los pocos minutos una enfermera le salió al encuentro en el pasillo.
—Su hija está bien. Puede ir a verla a la sala de recién nacidos. —¿Y mi esposa?
—La están estabilizando.
Nate fue a ver a su hija, que, conectada a varios monitores, lloraba sin parar. Al ver que se encontraba bien, volvió a la puerta del quirófano a esperar noticias de su mujer.
MIENTRAS HEKMAN suturaba, la presión arterial de Lesley casi volvió a la normalidad, indicio de que la embolia había cesado tan súbitamente como le había sobrevenido.
Poco después de las 5 de la tarde la llevaron a terapia intensiva. Nadie sabía si la falta de oxígeno le había afectado el cerebro. Habría que esperar a que pasara la noche.
Hekman explicó lo ocurrido a Nate Shepherd.
Éste entró en la sala de terapia intensiva a eso de las 8 de la noche. Lesley tenía la piel traslúcida y el cuerpo hinchado a causa de la gran cantidad de suero que le estaban administrando. Nate se acercó y le acarició la frente y la mejilla.
—Te amamos —le dijo
Lesley permaneció inconsciente casi todo el viernes, pero al atardecer despertó por fin. Hekman estaba con ella, y le preguntó:
—¿Quiere algo para el dolor? Sin percatarse de que había pasado más de un día, Lesley respondió:
—No, hace un rato me dieron un analgésico y no podía moverme. Hekman sonrió.
—Es que ha tenido algunas complicaciones. Luego le cuento.
Nate se acercó, y Lesley le dijo: —Kerri debe llegar a las 4.
Nate se rió: Kerri era la niñera de la familia y había quedado en llegar a casa a las 4 de la tarde del día anterior; si Lesley se acordaba de la cita, no había duda de que estaba bien.
LA RECUPERACIÓN de Lesley fue sorprendente. El lunes ya tendió su cama. El martes conoció a su hija, una niña de cuatro kilos y medio, en perfecto estado de salud. Sus padres le pusieron el nombre de Lily.
Ni madre ni hija sufrieron secuelas de la complicación, aunque Lesley dice que cuando sostiene en brazos a Lily la aprieta con un poco más de fuerza. "La miro y pienso en lo poco que faltó para perderla. El doctor Hekman hizo un milagro porque no perdió el control".
Kenneth Hekman resta importancia a su intervención, pero no olvida los cinco minutos que su equipo y él tuvieron para salvar dos vidas. "Eso es gracia", dice. "Gracia en retrospectiva". .® 1997 POR ROB TREBILCOCK. CONDENSADO DE YANKEE (DICIEMBRE DE 1997), DE DUBLIN, NEW HAMPSHIRE.
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