DEL JUDAÍSMO AL CRISTIANISMO
SIENDO LA AUTOBIOGRAFÍA DE JONAS ABRAHAM DAVIS
Dios nos ha provisto de algo mejor. La ley se ha convertido en nuestro ayo para llevarnos a Cristo. Obtuve misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. —El converso del tradicionalismo hebreo
PHILADELPHIA
PRINTED FOR THE AUTHOR BY J A. WAGENSELLER
No. 23 North Sixth Street, above Market.
DEL JUDAÍSMO AL CRISTIANISMO * JONAS DAVIS* i-ix
1869.
A todos los israelitas, en verdad, aquellos que acogen la "consolación de Israel"; a todos los verdaderos cristianos, distribuidos entre diversas denominaciones, pero igualmente animados por el espíritu apostólico que infunde su "corazón y oración a Dios para que Israel sea salvo; "
A la innumerable multitud de oídos atentos que han escuchado con manifiesto interés, mostrado en abundantes sonrisas y lágrimas, cada vez que de vez en cuando me he sentido libre para "declarar lo que Dios ha hecho por mi alma: " Y con ellos. A la gran cantidad de amigos personales. Cuyos amables susurros han conspirado para impulsar la escritura de una historia que les agradó relatar; A mi compañero de trabajo en Cristo, el reverendo J. H. Appleton, cuyo cálido interés por mi querida nacionalidad compiten con su estima y ayuda por mí;
Y a TODOS LOS QUE ORAN para que el Mesías sea coronado
That Messiah may be crowned "Lord of All,""Señor de Todo",
LES DEDICO CON CARIÑO
Esta Segunda Edición de mi Autobiografía.
Ix
ARTÍCULO DE CORRESPONDENCIA.
Reverendo J. A. Davis:
Querido hermano:
¡Qué bien recordamos cuando usted, como un extraño aparentemente rudo, llegó por primera vez a nuestra casa! Fue en aquella memorable primavera de 1868. Sus excelentes credenciales —entonces nuestra única garantía— nos permitieron disfrutar de los frutos de la temporada.
Pero ¿cómo, aunque inconscientemente, se ganó nuestro afecto, mientras declinaba la hospitalidad que tan oportunamente se le ofrecía? Y, como si fuera coherente, ¿cómo se ha apresurado desde entonces a madurar, aunque tan levemente complacido, una amistad que alimenta nuestros corazones a nuestro amigo? Su libro, con su abundante manuscrito, aunque llegó buscando su escrutinio, resultó ser un sustituto aceptable. Es tan propio de usted —permítame reconocerlo—, tan simple y directo. Animado de principio a fin por el peculiar humor de su autor, a veces resulta de lo más refrescante en su estilo, pero nunca exhibe la más mínima búsqueda de impacto.
Esa naturalidad con la que esperaríamos que un autor contara la historia de su vida es el espíritu que reina aquí. Podemos confiar plenamente en el relato, a la vez que nos complace su divagar.
Ciertamente, las páginas adquieren una cierta impresión trágica por la perspectiva que ofrecen de la revolución radical que transforma por completo la totalidad del ser de un judío a la plena estatura de un cristiano. Qué extraño que tales angustias acompañen a una transición diseñada desde el principio y exigida como el único y necesario complemento de la dispensación infantil, una transición posible, además, de la manera más fácil y fluida, si el judaísmo en cuestión es genuino y se entiende correctamente. ¿Por qué entonces una catástrofe, tan premonitoria al cambio? Cada página de la narración ofrece una respuesta instantánea y vívida.
En consecuencia, la ternura compasiva que conmueve el corazón al mencionar el judaísmo, fundiéndose en una profunda tristeza al presenciar sufrimientos físicos insólitos, si no prematuros, finalmente estalla en lágrimas ardientes de un sentido de justicia ultrajado, y luego se hunde en emociones siempre despiertas de una compasión indescriptible: pues la consiguiente persecución anticristiana la vemos como una triste prueba del carácter absolutamente intolerante de un judaísmo mutilado.
Por otro lado, una vez lanzado el rayo, con qué claridad y brillantez aparecen como en un instante y brillan para siempre la energía omnipotente y el consuelo omnipresente del cristianismo, esa emanación divina que siempre respira en perfecta armonía un «mujer, ahí tienes a tu hijo» con un «Padre, perdónalos». Ahora, por estas influencias opuestas, se produce en la mente del lector un equilibrio de sentimientos entre el placer y la tristeza; y esto es lo que da a una narrativa capaz de sostenerlo el encanto del romance, sin sacrificar en lo más mínimo, sino más bien haciendo penetrante la sana instrucción de la verdad tangible. El hecho de que el ideal de tal obra no se haya realizado aquí a la perfección, atribuye (creo) directamente su franqueza y naturalidad. No mencionaré defectos incidentales, pues para ellos hay que ser particularmente sensato, siendo un hombre sensato. Pero admitiré, anticipando el consenso general, que hay, en sus declaraciones a veces casi rústicas, muchos pasajes estimulantes que interesarán mejorar, y que sobre todo despertarán, espero, una preocupación demasiado latente en favor, no ciertamente de un religionismo ancestral, sino de aquellos fascinados por la anomalía de un hongo que se adhiere tenazmente al tronco muerto de un judaísmo antaño vigoroso, un judaísmo que, en su pureza, se convirtió al cumplirse en nada menos que nuestro cristianismo expansivo.
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