martes, 3 de agosto de 2021

UNA MAMÁ SIN IGUAL

 El resto del mundo puede, si quiere, devanarse los sesos tratando de discernir el bien

y el mal. Pero mamá lo sabe... Ella es y ha sido siempre mi ancla en este mundo incierto.

MAMÁ SOPORTABA TODA LA CARGA

Por HARRY CREWS

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST        Diciembre DE 1988

CLARO está que soy juez y par­te; no observador imparcial, pero considero a mi madre una mujer extraordinaria. Sus tri­bulaciones empezaron temprano en su vida, y duraron mucho. Mi padre murió de un ataque al corazón cuan­do tenía yo 21 meses de edad, y mi hermano, cinco años. Mamá volvió a casarse con un hombre que ha­bría sido un buen esposo de no ser por sus brutales borracheras. Cuan­do este matrimonio se deshizo, ella, sin ningún oficio ni preparación, em­prendió la pesada carga de criarnos a mi hermano y a mí.

Vivimos los siguientes años una precaria existencia. Nos mudamos varias veces entre el condado de Ba­con, Georgia, y Jacksonville, Flori­da. Mi progenitora trabajaba en una fábrica enrollando puros-, cuando lo­graba enrollar 6000 diarios, apenas teníamos para irla pasando. El olor del lugar habría asqueado a un muerto; con calor infernal, el trabajo era tan sucio como pesado. Yo mismo trabajé ahí un poco de joven, y recuerdo que el primer día pensé: Por todos los santos, ¡cómo pudo soportar esto tanto tiempo mamá!La respuesta en parte es que no tenía alternativas, y en parte, y en parte, que era valiente y orgullosa, y no hhiera pedido caridad; pero, sobre todo, creo que se trataba del inson­dable misterio de la maternidad. Las madres siempre han sido las responsables de sus familias, y en los momentos más desesperados, cuando todos se dan por vencidos, ellas soportan solas toda la carga.

Cuando tenía yo 11 años y mi hermano 15, operaron a mi madre; tuvo que encamarse de espaldas y enyesada. A los tres meses le quita­ron el yeso para que anduviera con muletas. Tres meses después las desechó y regresó a enrollar puros. En el ínterin, mi hermano tuvo que dejar la escuela para trabajar en una fábrica de cajas. Antes de que pu­diera reiníciar sus estudios había crecido y salido del Ejército. Sin em­bargo, nunca se quejó. Le gusta sen­tenciar: "Cuando la situación se pone difícil para los demás, se com­pone para mí". Heredó esta actitud de nuestra madre. Cuando éramos pequeños y los tiempos se ponían difíciles, le preguntábamos:

Y ahora, ¿qué vamos a hacer?

Ella nos contestaba: Arreglárnoslas lo mejor que podamos.

MAMÁ SIEMPRE se enfrentó al mundo tal como era y sin pestaÑar. Nunca lo vio ni más feo ni más bo­nito de lo que era. Recuerdo que conseguí el empleo de vendedor ca­llejero del Journal de Jacksonville. Tendría ocho o nueve años, y había aceptado el empleo porque necesi­tábamos el dinero —por poco que fuera, pero me asustaba ir al centro por los periódicos, venderlos y regresar a casa en autobús, por la noche. Después de la primera tarde de trabajo le dije a mi madre que no regresaría.

—¿Por qué? —me preguntó.

—No querrás que regrese, mamá. ¡No te imaginas lo que hacen, ni cómo hablan! No te gustará que tra­baje en ese ambiente.

—No me gustaría que tú dijeras malas palabras o te portaras mal. Lo que otros hagan y digan, es asunto de ellos. Pero tú puedes vender pe­riódicos sin hacer lo mismo que tus compañeros.

No me dijo que regresara, pero regresé, porque era lo que ella hu­biera hecho. Meses después, cuan­do estaba helándome entre el frío viento procedente del río St. Johns, una señora me dio un billete gran­de, y me dijo: "Ten; te compro el resto de los periódicos. Vete a tu casa; aquí te vas a congelar". Hice lo que hubiera hecho mamá: le agra­decí a la señora, y me quedé a ven­der los demás periódicos. El frío forma parte del invierno, y no es motivo para dejar de trabajar.

EN 1967 una noche llamé por teléfono a ni¡ madre para decirle:

Te tengo buenas noticias: aca­bo de vender mi primera novela.

Se quedó callada. Durante diez años me había visto escribir sin ven­der nada. Había estado entregada en cuerpo y alma a los asuntos prácti­cos de dar de comer a sus hijos y mantenerse viva; le fue difícil acep­tar la idea de que yo quisiera inventar relatos para que otros los leyeran.

—¿Quieres decir que te pagaron de verdad por algo que saben que es mentira? ¡Vaya! ¡Es increíble! ¡Creo que no lo entenderé nunca!

Pero se equivocaba. Ha llegado a entenderlo muy bien. Ha leído todos los libros que he escrito. Se tarda en leerlos casi lo mismo que yo en escribirlos, pero cuando acaba de leerlos, ¡vaya si los ha leído! De inmediato captó que las novelas tra­tan casi siempre de lo mismo: las personas hacen lo más que pueden con lo que tienen. No las lee como símbolos, ni como manifestaciones geniales (le teoría sociológica o psicológica. No son sino personas que viven sus vidas lo mejor que pue­den; a veces con honradez, a veces, deshonrosamente; a veces con valor, otras, no. Mi madre sabe que las circunstancias acaban a veces con lo mejor de nosotros mismos, no por­que seamos malos, sino porque so­mos humanos.

Sabe también que existe• un lenguaje que hemos decidido no utilzar en público, y actos que no llevamos a cabo sino en la intimidad. Empero, sabe que no pasamos todo el tiempo en público. Y que existe el lenguaje, y que la gente lo em­plea, así como sabe que los actos por los que algunos hacen aspavientos, horrorizados, son el pan de cada día.

En una mujer que nunca se ha alejado mucho de su lugar natal y que apenas asistió a la escuela, esta comprensión de la naturaleza del arte es milagrosa. Sólo su simpatía,su compasión y su determinación de vivir la vida sin un optimismo falso, la han hecho posible. Tener a esta madre de niño me permitió hacer el trabajo que hago ahora.

Hace poco me decía un pariente:

—¿Sabes?, puedo entender que escribas lo que escribes; pero que dejes que tu madre lo lea ...

            ¡Un momento! —respondí—Yo no dejo a mamá leer nada, ni se lo impido. Si tú quieres, dile qué puede o qué no puede leer; pero no creo que seas tan insensato.

Por supuesto, no le dijo nada. A sus 76 años, mamá sigue siendo tan independiente y voluntariosa como siempre. Nadie ha podido tratar de dominarla y salirse con la suya.

CUANDO yo tenía 11 años me mo­ría por tener unas chivas. Cuando pusieron un rebaño en venta, mamá juntó su dinero con el de un gran­jero para comprarlo. Él recogió los animales, dejó la mitad en su granja y nos llevó los demás. En la prima­vera, sus chivas empezaron a tener crías, y las nuestras, ninguna. Ella le reclamó:

¿Cómo se atreve a hacerle esto a una      mujer sola con dos hijos?

--Bueno, señora Crews, es que...

Es usted repugnante!

—Pero, señora, usted no ...

_ ¡Es usted de lo más vil! ¡No tiene honor!

—Señora Crews, déjeme que lo arregle.

—Si lo hubiera hecho bien desde el principio, no tendría por qué arreglarlo.Bueno; déjeme que lo arregle.

Refunfuñando, mi madre dejó que le diera la mitad de las chivitas re­cién nacidas, y que las llevara a nuestra casa en su propia camione­ta. ¡Recuerdo qué lástima sentí por el granjero! ¡No le llegaba amamá ni a los talones!

Todo el mundo puede, si quiere, devanarse los sesos para discernir el bien y el mal. Pero mamá lo sabe. Ni mi hermano ni yo tuvimos que pensar nunca qué podíamos hacer y qué no. Nunca tuvimos que pregun­tarnos cómo reaccionaría ella si éra­mos tercos o noíbamos por el buen camino. Lo sabíamos. Ella es y ha sido siempre mi ancla en este mundo incierto.

TENGO pocos adornos sociales, pero, los que sean, se los debo a la preocupación de mi madre por que fuera yo una persona digna y apre­ciable. De pequeño, me decía: "Ensuciarse no es vergonzoso; lo ver­gonzoso es quedarse sucio". Desde que soy adulto, cada vez que me des­pido de ella, me aconseja: "Sé bue­no y pórtate bien". Eso abarca todo lo que uno pueda hacer. Hasta la fecha, cuando me encuentro en un dilema moral, me pregunto qué que­rría mi madre que hiciera yo.

Tenía que ser más que una ma­dre para mí. Tenía que ser también el padre que se había muerto. Y una amiga, y una compañera de juegos, porque tenía el corazón y la mente abiertos a la imaginación de un niño. Desde que tengo memoria era yo muy fantasioso e inventaba histo­rias. Mi madre siempre me seguía la corriente.

Me enseñó a tender trampas para cazar conejos y perdices; a atrapar peces en el río con la mano. Pero, más que nada, me enseñó la necesi­dad de trabajar con ahínco. "Si el buey se cae a la barranca, tienes que sacarlo", decía. No importaba que uno se helara como un témpano, que lloviera, que uno no tuviera ga­nas o que estuviera enfermo. Había que sacar al buey de la barranca. Na­die iba a aparecer mágicamente para ayudarnos. Lo único que nos sacaría del atolladero sería nuestro empeño en el trabajo; la voluntad de luchar hasta resolver lo que fuere. Esto es lo que me ha servido para salir ade­lante cuando nadie más estaba a mi lado para ayudarme.

Y la próxima vez que visite a mi madre, cuando ella me recomiende: —Sé bueno y pórtate bien.

Le contestaré, como siempre: —Trataré, madre; trataré.

(D 1987 POR HARRY CREWS. CONDENSADO DE SOUTHERN MAGAZINE- (MAYO DE 19871.
DE LITTLE ROCK. ARKANSAS ILUSTRACIÓN. LYNN CUTLER

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