*Kiril M. Alexciev se muestra de acuerdo con esta cifra (véase la página 93). Victor Kravchcnko, autor de Preferí ser libre (SELECCIONES, marzo de 1947), declara que, cuando era funcionario oficial en Moscú, calculaba que los esclavos ascendían a veinte millones. El coronel Cazalet, miembro del parlamento británico que acompañó al jefe del Gabinete polaco, señor Sikorski, en una visita a los campamentos, informó que un general ruso le había dicho: «No comprendo por qué protestan ustedes tan acerbamente en el caso de los polacos. Hay veinte millones de nuestro propio pueblo que viven en las mismas condiciones.
* NIVI), que significa Comisariado de lo Interior, es el nuevo nombre de la policía política (antes la NKVD y antes aún la GPU)
LOS CATORCE MILLONES.DE ESCLAVOS DEL SOVIET
POR MAX EASTMAN
SELECCIONES DELREADER'S DIGEST Junio1947
ESTA condensación del libro, Nothing But Their Chains, de David J. Dalliny Boris Nicolaevsky, que editará la Yale University Press, se ha complementado con relatos de testigos presenciales (polacos libertados de la servidumbre en virtud del convenio Stalin-Sikorski); informes rendidos por exfuncionarios de la policía soviética y otros empleados de las oficinas administrativas de los campamentos de esclavos, y numerosas notas de la prensa rusa.
Uno de los acontecimientos más asombrosos y repulsivos de nuestro tiempo es el restablecimiento de la esclavitud en la Rusia soviética. Hitler trató de resucitar el antiguo sistema romano que hacía siervos a los extranjeros y a los individuos de razas consideradas «inferiores». Stalin, que no cree en desigualdadas raciales, ha esclavizado a sus propios conciudadanos, así como a los naturales de otros países, en una escala que hasta hoy no había registrado nunca la historia.
En el imperio que la Unión Soviética tiene sometido a trabajos forzados hay actualmente catorce millones de esclavos.* Viven en corrales rodeados de altas estacadas que para mayor seguridad llevan alambre de púas en el extremo superior y están vigilados día y noche por centinelas armados de fusiles; montan éstos guardia en torrecillas provistas de potentes reflectores para buscar a los fugitivos en la oscuridad, y disponen de jaurías para darles caza. Los esclavos allí confinados hacen los trabajos más penosos y agotadores: explotaciones mineras y forestales, desbroce de bosques y construcción de carreteras, ferrocarriles, canales, aeródromos y fábricas.
El trabajo que de estos esclavos se obtiene es barato, constante, fácil de dominar e «independiente» del clima. Pueden ser trasportados, en furgones de carga, como manadas de reses, sin temor a resistencia ni protesta y son susceptibles de explotación hasta su completo agotamiento sin riesgode perder dinero. Porque los esclavos del Soviet no cuestan nada a su dueño, el MVD*, cuyos agentes se limitan a detenerlos en las calles o sacarlos de su cama por la noche. El trabajo de los catorce millones de esclavos se considera factor esencial en la economía del «primer estado socialista». Es cosa sabida que, cuando el número de esclavos disminuye sensiblemente, el MVD envía a cada una de sus sucursales una notificación con la cuota de los supuestos «delincuentes» que han de ser detenidos.
Este sistema de esclavitud desvanece la presuntuosa afirmación de que la propiedad totalitaria ha resuelto el problema del desempleo. Hay más trabajadores permanentemente esclavizados en la Unión Soviética que hubo nunca obreros temporalmente desempleados en los Estados Unidos durante el peor año de la depresión. En algunos campamentos, los esclavos viven en condiciones peores de las que soportaron los hombres de la edad de piedra. Véase, por ejemplo, parte del testimonio de un prisionero polaco que había sido juez:
«Medio desnudos, descalzos y poco menos que muertos, llegamos a la tundra helada y desierta donde no había sino una tabla clavada a un poste: ,Campamento Número 228>. Comimos harina de centeno mezclada con agua, pero sin cocer. Por la noche dormimos en cuevas, acostados sobre ramas húmedas tendidas en el barro, apretándonos unos contra otros para darnos calor.
«A las cuatro de la mañana, el capataz de guardia tocó diana golpeando una sierra de acero con un hacha. Nadie tenía que vestirse porque nadie se había desnudado. Bastaba levantarse y comer la parte de la harina guardada de la noche anterior. A las cinco dieron la segunda señal: ,Salgan a trabajar>. Aquellas criaturas terriblemente sucias y cubiertas de andrajos salieron arrastrándose una tras otra de entre el barro de sus cuevas, tiritando de frío, para empezar la diaria faena. El hedor era insufrible.
«Algunos hombres no se movían, alegando encontrarse enfermos. Si el ayudante del médico que tomaba el pulso al paciente creía que la enfermedad era fingida, sacaban del agujero al infeliz a palos y patadas.
«Eran muchos los que morían todas las noches. Los ordenanzas les rasgaban la ropa para desnudarlos y luego arrastraban los cuerpos hasta el depósito de cadáveres, construcción primitiva de palos y ramas donde se hacinaban los muertos.»
Las líneas siguientes proceden de las declaraciones de otro esclavo: «Vivíamos en tiendas sin piso artificial. Si regresábamos del trabajo, entumecidos y calados hasta los huesos, nos hundíamos hasta las rodillas en el fango. Nos acostábamos con toda la ropa y caíamos en una especie de sopor febril. Si era posible, nos arreglabamos para tener algunas prendas secas por la mañana, cuando venían los guardias con sus perros a sacarnos para otra jornada de trabajo. Si moría algún compañero durante la noche, escondíamos el cadáver bajo las tarimas de dormir hasta que el hedor era insoportable, para recibir su ración de pan.»
Estos ejemplos corresponden a los «campamentos de la muerte» situados en el oriente y en el norte de Rusia. Muchas descripciones semejantes de la vida allí podrían entresacarse de las numerosas pruebas acumuladas. Un informe de cómo se vive en aquellos campamentos, dado por una distinguida dama polaca, que actualmente reside en los Estados Unidos, ha sido corroborado en todos sus detalles por el testimonio escrito de centenares de ex internados.
Los esclavos duermen en largos barracones de madera que tienen a ambos lados filas de tarimas cuyo ancho es igual a la altura de un hombre. Los prisioneros se acomodan allí, uno al lado del otro, con la cabeza hacia la pared y los pies hacia el pasillo. No tienen colchones, sábanas ni mantas, y duermen con los mismos andrajos que visten para trabajar. Están llenos de piojos y chinches. Las ratas les corren por encima. No tienen agua para lavarse, ni les está permitido bañarse más de una vez al mes, y eso usando un solo cubo de agua caliente. En cada barracón hay una estufa que calienta a los que se encuentran dentro de un radio de cinco o seis metros; los demás tienen que conformarse con el calor animal.
A las cuatro y cuarenta minutos de la mañana, guardas armados se encargan de levantar a los esclavos. Si se emperezan, los sacan a empellones de las tarimas. Provistos de una cuchara y un pequeño cuenco de madera (que no han sido fregados nunca) se dirigen hacia un gran caldero donde les sirven un cazo de sopa aguada.y un mendrugo de pan negro.*- *Durante un mes hacen la sopa con pescado y dejan flotando en el caldo
los ojos y las cabezas. Otro mes es de cebada sin descascarar, como la
comen los caballos. Otro mes es de los desperdicios que quedan de la
soya después que se le ha extraído el aceite. Otro mes tiene solamente
coles y agua.- Después de este desayuno, los hacen formar, los cuentan, y los envían al trabajo en grupos de a veinticinco, bajo la custodia de guardas armados de fusiles. Todas las mañanas antes de ponerse en marcha para el trabajo, uno de los guardas dice: «Les advierto que si dan un solo paso a derecha o izquierda, les disparo». Aquello no es una simple amenaza: los guardas disparan sin contemplaciones, y el esclavo que se sale de la fila o da un traspié queda muerto en la cuneta.
Los prisioneros trabajan de diez a doce horas consecutivas, recibiendo a mediodía dos cucharadas bien medidas de kasha (una especie de masa blanda). Por la noche los forman de nuevo, los vuelven a contar, el guarda repite la amenazadora advertencia matinal, y emprenden la marcha de regreso. La cena consiste en otro cazo de sopa y otras dos cucharadas de kasha. Luego trepan a sus tarimas para pasar la noche.
Tal es la vida de los esclavos, siempre y cuando que hayan cubierto la «norma» establecida para el trabajo productivo. Si no han logrado cubrirla, sus raciones infinitesimales se reducen todavía más. Aquellos que se niegan a trabajar—y es de advertir que el hecho de cubrir menos del treinta por ciento de la norma se considera como una negativa—son encerrados en el «aislador», prisión militar con celdas incomunicadas. Cuando las negativas se repiten, suelen castigarse con pena de muerte.
«No obstante», dice otro informe,« son muchos los que se niegan a trabajar, especialmente en invierno. Por lo general, se trata de hombres completamente agotados a quienes ya todo es indiferente y que sólo ansían echarse a morir en un rincón.»
Cada grupo de campamentos tiene un hospital, que es un barracón exactamente igual a los otros, con las mismas duras tarimas por camas. Pero la alimentación es un poco mejor; además, cada enfermo dispone de una manta. Algunos de esos hospitales se han trasformado en una especie de paraíso por la intervención de un médico bondadoso que, generalmente, es también esclavo. Estos médicos luchan contra la falta de medios y contra los reglamentos, que están concebidos más bien para matar que para curar a los enfermos. Por ejemplo, esos reglamentos fijan una «cuota de enfermedad» y aquellos que la exceden no pueden ser admitidos en el hospital.
El detalle más amargo del tráfico nazi de esclavos era el dislocamiento de las familias. Sin embargo, en millares de casos, los alemanes mantuvieron sus prisioneros en grupos de familia. Pero en Rusia es regla general, aun tratándose de deportaciones en masa, que maridos y mujeres queden separados, distantes e imposibilitados de comunicarse. Con frecuencia se aplica esa misma regla a padres e hijos.
El grado de crueldad varía según la época y los lugares, pero las disposiciones que regulan la vida en los campamentos son iguales dondequiera. Porque el propósito principal de la institución es castigar y exterminar a los enemigos de la dictadura, obteniendo incidentalmente de ellos cierto beneficio económico. Hay un constante temor de que la compasión humana suavice la feroz disciplina, y todo guarda sabe que, si no se conduce con la crueldad que el Soviet estima necesaria, corre riesgo de contarse pronto entre los esclavos.
~Qué se toma por base para aplicar esta terrible pena de la esclavitud a los ciudadanos soviéticos? Que obstruyan, combatan o critiquen el régimen comunista, o que infundan sospechas de serle secretamente adversos.
Los esclavos más privilegiados son los delincuentes comunes, tales como rateros, ladrones y asesinos. Los menos privilegiados son aquellos que se oponen al régimen por razón de sus convicciones religiosas, morales o políticas, y a los cuales se califica de «enemigos del pueblo». Solamente el quince por ciento de los internados son verdaderos criminales. Los demás pueden dividirse en siete grupos:
Primero. Bytoviks. Esta nueva palabra soviética designa el delito de «degeneración de conducta» socialista que comprende la «negligencia en el desempeño de cargos públicos» . Como, en el régimen de propiedad del estado, hasta el que tiene un puestecillo de refrescos desempeña cargo público, los descuidos son inagotable manantial de reclutas para los campamentos de esclavos. Véanse unos ejemplos:
La cocinera de una granja colectiva se olvidó de echar sal al puchero y fue acusada de «negligencia en el cumplimiento de sus deberes públicos».
Una granja colectiva envió a un hombre al mercado de la villa próxima para vender centeno. Cuando lo vendió a razón de veintitrés rublos la medida, en vez de a veintiséis o veintisiete, fue detenido por el delito de ser vendedor deficiente.
Segundo. Kulaks. Son granjeros emprendedores que han tenido éxito, laboriosos aldeanos que han adquirido honradamente un poco más de tierra y algún ganado más que sus vecinos, y se creen con derecho a guardar una y otro. Estos kulaks forman el grupo más numeroso de esclavos y son los más valiosos a causa de su fortaleza física y hábitos de trabajo. Fueron deportados por millones (aldeas enteras corrieron esa suerte) cuando se impuso a los agricultores el sistema de las granjas colectivas en 1930 y años inmediatamente posteriores. A medida que mueren los kulaks van llenándose los huecos con trabajadores de las granjas colectivas que, a despecho de la policía y la propaganda, siguen anhelando tener granjas propias.
Tercero. Obreros fibriles condenados por «faltar a la disciplina o perturbarla» , delito gravísimo en el código soviético que comprende las faltas reiteradas de asistencia o puntualidad, y lo que es peor, las protestas contra jornales, horarios o condiciones de trabajo.
Cuarto. Obreros y comunistas de otros países atraídos a Rusia por el espejismo del paraíso soviético. Muchos, que acudieron como peregrinos al santuario del sociclismo internacional, se encuentran hoy recluidos como criminales en un país que considera sospechosos a todos los extranjeros. También entran en este grupo aquellos rusos que, habiendo estado en el extranjero, parecen contaminados por la «cultura burguesa» del mundo occidental, y los que, sin haber salido de su país, tienen relación con visitantes extranjeros.
Citaré, como ejemplo de estos últimos, el caso de una joven llamada Aniechka, que asistió a un baile donde ganó el premio ofrecido al mejor vals. La esposa del cónsul italiano se encontraba en la fiesta y felicitó a la muchacha, conversando amablemente con ella dos o tres minutos. Al día siguiente, Aniechka fue detenida y enviada a trabajos forzados.
Quinto. Sacerdotes y fieles castigados por sus creencias religiosas; e intelectuales acusados de opiniones contrarias a la ortodoxia soviética.
Sexto. Varios millones de ciudadanos de Polonia, Bulgaria y otras naciones satélites de Rusia, con los que se ha formado una nueva categoría de esclavos después de la terminación de la guerra. Los individuos de este grupo son escogidos y tratados lo mismo que los esclavos rusos.
Séptimo. Rusos que cayeron prisioneros de guerra y se les repatrió. El ejército ruso tiene como norma que ningún soldado debe rendirse individualmente, porque su deber es morir luchando. En consecuencia, todos los soldados que son puestos en «libertad» comparecen ante una comisión que decide si son o no culpables. Millares de estos ex prisioneros, muchos de los cuales tienen cicatrices que atestiguan el denuedo con que lucharon, han sido enviados a los campamentos de esclavos. Esta condena a la esclavitud que los amenaza ha sido causa de que millares de soldados rusos hayan rechazado violentamente la oferta de ser reintegrados a su tierra nativa.
LEGALMENTE, toda condena a esos campamentos es por tiempo limitado. Pero el MVD no reconoce ley. Sus sentencias pueden prolongarse y también imponerse por orden administrativa, que es lo general. Se calcula que sólo el cinco por ciento de los condenados a los campos han salido de ellos.
Es un misterio que esta práctica monstruosa haya pasado poco menos que inadvertida por la prensa mundial. En 1930, el departamento del tesoro de los Estados Unidos declaró el embargo sobre la pulpa de madera y los fósforos procedentes del Soviet por tratarse de productos obtenidos por «trabajos forzados ». Pero Molotov—que acababa de ser nombrado primer ministro—acalló los rumores con esta mentira inconcebible: «Muchos obreros desempleados de los países capitalistas envidiarían la vida y condiciones de trabajo de los prisioneros de nuestras regiones norteñas.» El departamento del tesoro levantó el embargo. Cuantos rumores se han filtrado después han sido ahogados por las protestas de los «simpatizadores», que se obstinan en pintarnos los campamentos de esclavos en Rusia como algo semejante a los agradables campos veraniegos de los «Niños Exploradores ».
Al parecer, Henry Wallace no vio, en su visita del año 1944 a Rusia y Siberia, ni uno solo de estos establecimientos que Wendell Willkie calificó de «campos de concentración ordinarios ». Wallace se retrató en la grata compañía de Ivan Nikishov, el brutal director de Dalstroi, que es el más grande y temido de los campamentos de muerte en Siberia. Allí, en un territorio, cuya extensión es varias veces la de Francia y que está regido exclusivamente por el MVD, mueren esclavos a millares en el frenético esfuerzo que hace la Unión Soviética por sobrepasar la producción de oro de otras naciones. En la explicación puesta al pie del retrato, Wallace califica a este capitán de la exterminación humana de «gran jefe industrial».
Tales monstruosidades habrían resultado imposibles a no ser por la manera falaz como la esclavitud empezó en la Unión Soviética. Su advenimiento se efectuó a merced del deslumbramiento causado por un ideal utópico. Lenin enseñó que los criminales no eran enemigos, sino víctimas de la sociedad—de la sociedad capitalista. En el sistema socialista, dijo enfáticamente, bastará educarlos de nuevo por medio del trabajo para que el crimen desaparezca del mundo.
Entonces se inició en Rusia una reforma penal genuinamente humanitaria de la que todavía quedaban huellas el año 1928, cuando el esfuerzo gigantesco de los planes quinquenales acabó con todo ideal que no fuese el del trabajo. La noble idea de reformar a los penados cedió a la rebusca frenética de fuerza bruta para trabajar. Todo cuanto queda del ideal de Lenin es la situación privilegiada de los verdaderos criminales en los campamentos de esclavos.
El MVD y el comisariado de justicia han insistido siempre en que los «enemigos de clase» reciban trato más severo que los criminales no políticos. Semion Firin, alto funcionario del MVD, declaró paladinamente: «Me dirijo a vosotros, los criminales comunes, para deciros que no os consideramos enemigos, porque en vuestras filas no se encuentran hijos de terratenientes ni de fabricantes».
Hay en los campamentos de esclavos millares de niños internados, porque el decreto de 1935 que hace extensivas las penas impuestas por las leves penales a los mayores de doce años, nunca fue revocado. Además, en este imperio del hambre nacen criaturas. Las relaciones sexuales están prohibidas a los esclavos, pero muchas mujeres recurren fríamente a su práctica con la esperanza de que la preñez les proporcione respiro y aumento de ración. Cuando llegan al séptimo u octavo mes de embarazo son trasladadas a un campamento de maternidad, donde trabajan menos por espacio de un año. Trascurrido el año, el estado se hace cargo del niño para criarlo, sin que la madre sepa adónde lo han llevado.
La adopción de la esclavitud como institución plantea a los jefes soviéticos un problema difícil. En 1932-33, el salario medio del trabajo pagado en la Unión Soviética era de mil cuatrocientos noventa y seis rublos anuales, mientras que el sostenimiento de un prisionero en los campamentos se calculaba en quinientos rublos. La economía parece considerable, pero en condiciones normales no es bastante para compensar la bien conocida ineficiencia del trabajo esclavo.
Bien penetrados de esta dificultad, los marxistas soviéticos la han resuelto de un modo que la sociedad capitalista ni siquiera podría intentar. Fuerzan el interés por la tarea teniendo hambrientos a los esclavos y midiéndoles las raciones con proporción al trabajo que rinden. Los que no pueden o no quieren trabajar bastante para cubrir el costo de su subsistencia—los débiles, los enfermos, los que «se niegan» —reciben tan poca comida que mueren antes que su subsistencia se convierta en carga pesada.
Otro informe de un testigo ocular dice así: «Nadie que no haya estudiado la vida en estos infiernos puede formarse ni la más remota idea de los abismos de estupor moral y necesidad animal a que precipita este trato al ser humano. Todo aquello que puede contribuís a sostener la individualidad y la dignidad humanas queda despiadadamente suprimido. Todo lo que es recato, decencia y nobleza desaparece. El efecto bestializante del hambre prolongada, y el embotamiento consiguiente de las facultades mentales y morales, hacen su estrago constante. El ser humano va muriendo progresivamente para ser reemplazado por el animal doliente y embrutecido.»
Para ocultar estos hechos es que ha descendido la «cortina de hierro». Y así continuará, ocultando el siniestro panorama, mientras queden ojos de hombres libres capaces de ver las monstruosidades que se infligen a la humanidad en nombre del socialismo.
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Declaración de Kiril M. Alexeiev
Kiril M. Alexciev, fue en un tiempo ingeniero y posteriormente diplomático de la Unión Soviética; huyó en 1946 de la embajada rusa en México, abjuró del comunismo, y se halla actualmente en los Estados Unidos.
CORRECTO en todos sus detalles—que por cierto presenta el autor con exceso de moderación—el artículo de Max Eastman me produce una sensación de alivio: la de saber que al fin esta verdad terrible, que agobia al pueblo ruso, se dé a la publicidad. Es preciso que ella penetre cuanto antes hasta el fondo de la conciencia de todo el mundo occidental.
Son tantos los campamentos de esclavos establecidos en la Unión Soviética, y tan innumerable la muchedumbre de los reclusos, que no existe apenas familia rusa sin algún pariente cercano reducido a aquel castigo. Nosotros los ingenieros sabemos exactamente lo que está ocurriendo, puesto que muchos hemos trabajado en las gigantescas construcciones acometidas, por lo general, a base de trabajos forzados, especialmente en la erección de nuevas fábricas en los Urales y la Siberia.
Yo mismo me he ocupado en tales empresas, de modo que estoy capacitado para dar fe de que en ellas los trabajadores son en su gran mayoría esclavos llevados de los campamentos vecinos.
Nadie—ni siquiera la MVD, bajo cuya dependencia están estas colonias—conoce a ciencia cierta el número de los penados; pero hace dos años, cuando salí de Rusia, la población de los campamentos, según el censo de la propia MVD, pasaba de los catorce millones. Ni es posible obtener un dato preciso, porque las defunciones se cuentan por millares cada día, aparte de que muchos condenados perecen en el camino cuando los conduecen a su destino. A estos infelices ni siquiera se les considera como seres humanos y la muerte, así sea de centenares de miles, no inquieta a los verdugos, porque las bajas se reemplazan con nuevos arrestos.
La función política de las colonias de esclavos consiste en la eliminación gradual de los llamados elementos «peligrosos", (que son todos los adversarios del partido comunista). No se les ejecuta incontinenti porque el gobierno desea aprovecharlos como trabajadores esclavos antes de matarlos.
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