PLATERO Y YO
POR JUAN RAMÓN JIMÉNEZ BY GERTRUDE M. WALSH NORTH HIGH SCHOOL. COLUMBUS, OHIO FEDERICO DE ONÍS ILLUSTRATED BY MAUD AND MISKA PETERSHAM D. C. HEATH & CO., PUBLISHERS BOSTON NEW YORK CHICAGO Copyright, 1922 By D. C. Heath & Co.
IV LA ESPINA
Entrando en la dehesa, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo . . . — Pero, hombre, ¿ qué te pasa ? Platero ha dejado la mano derecha un poco levan tada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino. Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la ranilla roja. Una espina larga y verde de naranjo sano , está clavada en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la espina; y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla. 15 Después, hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda . .
V.EL NIÑO TONTO
Siempre que volvíamos por la calle de San José,
estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado
en su sillita, mirando el pasar de los otros. Era
uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el
don de la palabra ni el regalo de la gracia; niño
alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada
para los demás.
Un día, cuando pasó por la calle blanca aquel mal
viento negro, no estaba el niño en su puerta. Cantaba
un pájaro en el solitario umbral, y yo me acordé de io
Curros, padre más que poeta, que, cuando se quedó
sin su niño, le preguntó por él a la mariposa gallega:
Volvo reta d'aliñas domadas. . .
Ahora que viene la primavera, pienso en el niño
tonto, que desde la calle de San José se fué al cielo.
Estará sentado en su sillita, al lado de las rosas
viendo con sus ojos, abiertos otra vez, el dorado
pasar de los gloriosos.
VI EL CANARIO VUELA
Un día, el canario verde, no sé cómo ni por qué,
voló de su jaula. Era un canario viejo, recuerdo triste
de una muerta, al que yo no había dado libertad por
miedo de que se muriera de hambre o de frío, o de
que se lo comieran los gatos.
Anduvo toda la mañana entre los granados del
huerto, en el pino de la puerta, por las lilas. Los
niños estuvieron, toda la mañana también, sentados
en la galería, absortos en los breves vuelos del pa-
jaríllo amarillento. Libre, Platero, holgaba junto a
los rosales, jugando con una mariposa.
A la tarde, el canario se vino al tejado de la casa
grande, y allí se quedó largo tiempo, latiendo en el
suave sol que declinaba. De pronto, y sin saber
nadie cómo ni por qué, apareció en la jaula, otra vez
alegre.
¡ Qué alborozo en el jardín ! Los niños saltaban,
tocando las palmas, arrebolados y rientes como
auroras; Diana, loca, los seguía, ladrándole a su
20 propia y riente campanilla; Platero, contagiado,
igual que un chivillo, hacía corvetas, giraba sobre
sus patas, en un vals tosco, y poniéndose en las manos,
daba coces al aire claro y tibio . . .
No hay comentarios:
Publicar un comentario