DE LAS TINIEBLAS A LA LUZ
Un empeño en busca de la fe, que obtiene recompensa
condensado de “All I Could Never Be)
Por Beverly Nichols
JUNIO1951
Ensayista británico, novelista y dramaturgo, autor de “Veredict on India”
En mis años juveniles publiqué una autosemblanza en que proclamaba la futilidad de la fe, dije así:
“La fe no es virtud, como no es virtud el oído músical; se tiene o no se tiene. Yo anhelo creer en una vida futura; ansío aceptar que las sombras que ahora mismo se van extendiendo lentamente sobre los prados de la vida serán ahuyentadas, cuando la noche venga, por una luna que no ha salido aún. Pero no puedo Ninguna de mis pesquisas, ninguna de mis averiguaciones, me han llevado a terreno firme”
A medida que mi correspondencia aumentaba me fui dando cuenta gradualmente de que con mi constante machaqueo sobre el tema de la futilidad de la fe estaba causando pesar a un gran número de personas. Y cierto día abrí una carta que fue como una puñalada en pleno corazón. Hela aquí:
"Estimado Beverly Nichols:
Chesterton dijo alguna vez que el mayor crimen del mundo era romperle su juguete a un niño. Sólo ahora acabo de comprender lo que el brillante escritor inglés quiso decir, y es a usted a quien se lo debo. Yo tenía un juguete que se llamaba Fe y con él había jugado por cerca de 80 años. Y ahora usted me lo ha roto.
No sé si debo darle las gracias o maldecirlo. Pero yo, que había pensado morir como una chiquilla abrazada a mi juguete, moriré ahora como una anciana insensata, y no tendré nada que estrechar contra mi pecho..."
Desde ese momento juré que fueran cuales fueran mis pobres opiniones sobre los grandes misterios de la vida y del más alla, las reservaría para mí solo.
Empezó entonces un curioso intermedio durante el cual, esquivando siempre toda forma de ortodoxia cristiana, exploré los caminos laterales de la religión. Mis esfuerzos por hallar la fe llevaron a los estantes de mi biblioteca una miscelánea de volúmenes, principiando con el Bhagavad_Gita y terminando con Mental Healers de Zweig. La ayuda que pude hallar en esos credos fue sólo transitoria. Mirando retrospectivamente me parece extraño que hubiera podido yo evadir con tanta persistencia la solución obvia, que era atravesar la puerta de una iglesia. No fue en la penumbra de mi biblioteca sino en la sencilla placidez de mi jardín donde pude hallar finalmente el sinuoso y estrecho sendero que conduce a la verdad.
Voy a decir algo tan simple que a muchos les parecerá que no vale la pena de decirlo: no veo cómo puede un hombre ser a un mismo tiempo jardinero y ateo.
Admirar el corazón de una rosa, enaltecer su belleza y en seguida proclamar que el universo es un caos sin sentido, constituye seguramente el ejemplo más manifiesto de términos contradictorios. El ir descubriendo gradualmente en una y otra primorosa flor, los más exquisitos y completos dechados tuvo para mí el carácter de una revelación religiosa.
Compré una lente de aumento y tarde en la noche, a la luz de la lámpara, la ponía frente a una margarita con sus miles de apretadas estrellas cada una coronada con un casquete de oro por la mano de un artífice maestro. Gozaba con las ricas telas de los lirios, cada uno de cuyos pétalos es un tapiz en miniatura.
Los objetos más comunes eran los más interesantes, por ejemplo, la primorosa disposición de las semillas en el anverso de los helechos, a manera de botoncitos cosidos en un justillo milagroso.
Y así como el sentido de la vista me persuadía de la posibilidad de un modelo divino, el oído me insinuaba la posibilidad de un ritmo universal.El aire mismo se poblaba de vibraciones musicales: las frases de un suave ligado que canta el viento en los trigales, los brillantes arpegios del aguacero, los altos y bajos del flautín de las aves. Con toda esta música tan incesantemente difundida ¿Cómo podría ser que no hubiera una fuente central de armonía y un maestro concertador? Durante mis solitarios paseos por las colinas yo me hacía a mí mismo estas preguntas.
A veces solía entrar en alguna humilde iglesia y me sentaba en un viejo escaño situado atrás; y entonces me invadía insensiblemente una sensación de extraña felicidad. ¡Qué quietud aquella¡ El mismo canto de las aves llegaba como algo muy lejano. Y sin embargo, aunque estaba absolutamente sólo no me sentía aislado. Aquí tal vez podría encontrar lo que había estado buscando__alguien a quien dar gracias.
Después de uno de esos paseos releí, por primera vez en varios años, el evangelio de San Marcos. A medida que iba desarrollándose la sublime historia yo murmuraba en mis adentros: ¡ Si fuera cierto¡ ¡Si fuera cierto¡
De repente me di cuenta de que nunca había hecho ningún esfuerzo serio por comprobar si eso era verdadero, Yo había basado, mi convencimiento en una suposición trivial y fácil: la de que no ocurren milagros por todas partes, desde las flores de mi escritorio hasta ese ramillete fantástico de sombra que proyectan sobre la pared.
decidí hacer una investigación imparcial en el campo de la teología. Me fui a Londres y regresé con una valija llena de libros. Fueron los meses siguientes una de las épocas más emocionantes que he vivido porque anduve verdaderamente en busca de un tesoro, búsqueda que me llevó a través de la historia y cuyo premio final era la Fe.
No me propongo escribir extensamente sobre la evidencia histórica para la cristiandad. Sin embargo, quiero hacer una súplica encarecida. Si alguno de mis lectores pertenece al grupo de los que opinan que el relato cristiano de los hechos es “imposible,” que está contra la naturaleza y si es abiertamente contrario a “la opinión ilustrada; sí, en suma, opina que no pasa de ser una bonita leyenda, le ruego, por su más vital interés propio, que examine esos hechos tan fría e imparcialmente como si fuera miembro de un jurado. Aunque no gane ninguna otra cosa habrá hecho el descubrimiento de que la teología es uno de los estudios más a apasionantes a que puede dedicarse un hombre. Pero ésta, creo, será la menos importante de sus ganancias. Sospecho que encontrar, con gran sorpresa suya, que esas cosas sí pudieron haber sucedido.
Este es sólo, naturalmente, el primer paso. El cristianismo no es un sistema de hechura humana, como el comúnismo que puede ser valorado por un tribunal. Para su realización mística exige a sus adeptos un salto en la oscuridad, un salto que conduce de las tinieblas a la luz.
JUNIO 1951
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