viernes, 1 de enero de 2021

UN AGUILA EXTRAORDINARIA EN LA CIUDAD

 Lunes, 8 de enero de 2018

UN AGUILA EXTRAORDINARIA EN LA CIUDAD

 Sam era un águila excepcional y la gente de Melbourne del Sur nunca olvidará su presencia
UN AGUILA EXTRAORDINARIA
POR JOHN POWERS
BRIAN Carter, administrador de parques y jardines urbanos en Melbourne del Sur (Australia), se sentía frustrado. En uno de los barrios había estado tratando de interesar a los residentes para embellecer un vecindario descuidado y populoso, con 22.000 personas hacinadas en 15,5 kilómetros cuadrados; pero nadie respondió: "Aquí no conseguirás a nadie que haga algo", se le advirtió una y otra vez cuando buscaba ayuda en calles y tabernas. "A ninguno le importa".
De pronto, desde los cielos, llegó la respuesta a sus sueños.
En octubre de 1975, Carter, de 33 años, acababa de llegar a sus oficinas después de un viaje de negocios cuando un jardinero irrumpió en ella.
—¿Qué vamos a hacer con esa águila sanguinaria? —inquirió.
¿Cuál águila? —preguntó Carter.
El jardinero señaló afuera de la ventana un lugar,del Saint Vincent Place, el mismo parque de dos hectáreas donde se hallaba ubicada la oficina.
Esa águila —dijo—, la que está en el árbol. La hemos tenido allí durante casi cuatro días.
Con zancadas largas, Carter cruzó el parque, atravesando la cancha de bolos construida por la aristocracia colonial durante el tiempo de grandeza en Melbourne del Sur. No perdía de vista la asombrosa visión. Arrogante, y en señal de desafío, un águila australiana se encontraba en una rama alta del pino. Era un pájaro regio y gigantesco de color negro.
Al observarla, Carter se convenció de que esa águila era un don del cielo, un símbolo de la pradera, del aire limpio, de la libertad. Tal vez podría inspirar a los apáticos residentes de Melbourne del Sur a redescubrir los valores que habían perdido.
Pero primero, Carter tenía que asegurarse de que el águila se quedaría. Para hacerla sentirse como en su hogar, Carter consiguió la ayuda de George Dean, un sereno jubilado que vivía frente a Saint Vincent Place. Desde el día en que el pájaro llegó, Dean lo había estado alimentando con patas frescas de conejo y corazones de oveja. También hacía correr el agua de una fuente para que el águila pudiera bañarse.
Desde luego no todos recibieron con gusto a Sam ( nombre que Carter dio al águila). Lo bombardeaban gaviotas, cuervos y aguzanieves. Los gatos lo acechaban. Y algunos residentes de la zona, temerosos, lo declaraban una amenaza para sus bebés y exigían su muerte.
Pero Sam se quedó. Armado con garras, pico y alas no tenía nada que temer, al menos de las porfiadas gaviotas. Sólo precisaba estirar sus garras, pescar al más gordo de sus verdugos y después pararse en un tejado o en la rama de un árbol para disfrutar de una excelente cena.
¿Por qué una gran ave de presa, reina de los cielos australianos, eligió vivir en un parque de dos hectáreas rodeado por 8.000 casas y 50 tabernas, a menos de dos kilómetros del bullente centro de negocios de Melbourne? Quizá, razonó un funcionario, Saint Vincent tenía similitud con algún lugar donde vivió Sam, ya sea en cautiverio o como mascota.
Cualesquiera que hayan sido sus orígenes, Sam se convirtió muy pronto en la atracción de la zona. Con amigos como Dean, se hizo el amo de los prados saltando con desganados brincos para pescar ramitas que caían cerca de él. Los empleados de la oficina, reflexivamente, dejaban de lado sus bolígrafos cuando pasaba frente a sus ventanas. Los niños corrían hasta Saint Víncent Place para mirar asombrados a este símbolo supremo de lo salvaje que vivía en su barrio. En cuanto la prensa, la radio y la televisión descubrieron a Sam, las familias comenzaron a llegar de todas partes de Melbourne para observar sus vuelos o sólo para mirarlo parado en su rama de pino favorita.
Y lo más importante, tal como Carter lo había esperado, Sam se convirtió en el catalizador de un programa de embellecimiento para Melbourne del Sur. La reforestación se aprobó de inmediato, además hubo una participación inesperada y entusiasta de la comunidad. En el año escolar de 1977 a 1978 cada estudiante de Melbourne del Sur plantó por lo menos un árbol. Dos años después había más árboles que personas en la ciudad.
Todos los árboles que se plantaron eran originarios de Australia, no los europeos exóticos que hasta entonces habían constituido la mayor parte de la escasa vegetación del barrio. Estos árboles nuevos primero trajeron de regreso a los insectos que sirven de alimento a los pájaros; a continuación llegaron los grandes pájaros que viven de la caza de los menores. Como resultado, se unieron a Sam pájaros que no se habían visto en la zona durante generaciones.
Ahora, lleno de pájaros, el parque que antes no atraía a más de 20 o 30 personas por semana, era visitado por 1.000 personas durante cada fin de semana. Los adultos venían a descansar. Los niños jugaban a las escondidas entre los numerosos arbustos recién plantados. Los ornitólogos se congregaban para contar el creciente número de aves nativas.
La presencia de Sam impulsó a Carter y al Ayuntamiento a realizar funciones artísticas en Saint Vincent Place para unir más aún a la comunidad. Inmediatamente pusieron en escena una serie de conciertos y se establecieron tardes deportivas.
Los programas para estas ocasiones prometían un sobrevuelo de Sam a las 3 de la tarde. Siempre alrededor de esa hora, el águila se elevaba por encima de los árboles, hacía un par de piruetas sobre la multitud y luego se quedaba en su pino para escudriñar lo que ocurría abajo.
Se fijó el 15 de octubre como el cumpleaños de Sam porque fue ese día cuando llegó a Melbourne. Cada año, un grupo pequeño pero entusiasta llegaba a Saint Vincent Place a las 6 horas con vino para su consumo y carne fresca para Sam, cantándole Feliz cumpleaños.
En octubre de 1976 Sam se vio envuelto en un pequeño escándalo. Sintiéndose protector del parque, agarró a un perro chihuahueño de casta, lo levantó por el aire y luego lo dejó caer. Furioso por haber gastado 200 dólares en el veterinario, el dueño del perro pidió la expulsión de Sam. Pero los residentes enviaron cartas defendiendo al águila. "¿Cómo puede comparar 200 dólares que gastó para curar a su perro, con el lujo de tener un águila australiana?", preguntó un niño. El Ayuntamiento rechazó la petición y decidió conservar a Sam.
Los jardineros estaban felices con la resolución de las autoridades. Desde hacía mucho tiempo, se sentían indignados porque los perros corrían sueltos en el parque y estropeaban las flores. La severa vigilancia de Sam logró que los perros sin dueño anduvieran raras veces en Saint Víncent Place y las flores comenzaron a brotar mejor que antes.
Hubo algo que impresionó sobremanera a la gente que observaba y amaba a Sam. La búsqueda de compañera. Después de dos años en Melbourne del Sur, Sam concluyó que había estado solo demasiado tiempo. Comenzó a buscar novia. La empresa se inició con la construcción del nido ( tarea tradicional del águila macho). Sam atoró varas largas en la unión de las ramas de un árbol durante varios días, hasta que el nido estuvo listo.
Entonces comenzó a realizar vuelos de acoplamiento, se remontaba y se clavaba desde una altura de 3.000 metros; hacía espectaculares acrobacias destinadas a llamar la atención de un águila hembra; sin embargo, ninguna respondió.
Sam perseveró en su ritual durante meses, extendió el área de su exploración e iba desde Hobson's Bay hasta más allá de las montañas Dandenong. Una vez desapareció cuatro días y volvió hambriento pero sin su pareja. El área cubierta durante su búsqueda de acoplamiento sería incalculable, porque las águilas son capaces de volar, con toda facilidad, cerca de 300 kilómetros diarios.
Pero, al fin, tuvo que aceptar que no había otra águila viviendo en zonas ocupadas por sus amigós humanos y dejó de realizar sus espectaculares acrobacias resignándose a su soledad forzada. Sam nunca voló ya a las altas regiones del espacio.
En torno de él, el Ayuntamiento continuaba trabajando en forma incesante. Las calles de Melbourne del Sur fueron remodeladas para limitar el flujo de tráfico por el barrio. Se plantaron más árboles y arbustos, y los que ya estaban empezaron a florecer en forma abundante. Se amplió el viejo mercado. El calor que Sam generaba también hizo desaparecer parte de la soledad que había en Melbourne del Sur. La gente se reunía en los parques, conversaba y se reía. El barrio se convirtió en un lugar más amistoso. En menos de cuatro años Sam había ayudado en la trasformación de la zona.
Para muchas personas Sam simbolizaba tanto, que su desaparición, tres semanas antes de su cuarto aniversario, provocó un enorme impacto emocional. La gente auscultaba los cielos, y los días pasaban. George Dean quería creer que Sam por fin había encontrado una compañera y que andaba de luna de miel en las Dandenong.
El 15 de octubre de 1979, cumpleaños de Sam, Brian Carter despertó lleno de fe. Seguro que hoy regresa, pensaba. Bajó al parque a las 6 de la mañana, como de costumbre, con su botella de vino y carne para el águila. Carter recuerda: "Vagué por los jardines durante media hora dando algunos sorbos al vino, pero Sam no estaba. Me fui a casa muy triste".
Al mediodía, sonó el teléfono de Brian. Era Dean tratando de conservar la voz firme. "Sam está muerto", dijo. "Fue atropellado por un automóvil". Conmocionado, Carter colgó el auricular lentamente. Minutos después, este volvió a sonar. Bob Rogers, de Radio 3UZ estaba en la línea, y le dijo al administrador: "Quisiéramos que participara en un programa que trasmitiremos mañana en memoria de Sam".
Al día siguiente, durante el programa, Carter leyó un poema que había escrito acerca de Sam. Después, la estación recibió cerca de 600 llamadas telefónicas de todo el país. Muchos de los que llamaron estaban llorando.
El Ayuntamiento reclamó el cuerpo de Sam e hizo los preparativos para disecarlo. Los estudiantes de la Escuela Técnica de Melbourne del Sur hicieron una caja de vidrio para su exhibición en la escuela, dándole
un nicho permanente en la historia de la zona. Sin embargo, el verdadero monumento a Sam es el ambiente remodelado de ese rincón de la ciudad que él convirtió en su reino, los árboles ( ahora más de 40.000) cuya plantación él inspiró y la alegre cacofonía de pájaros en un lugar donde las calles y los parques estuvieron antes envueltos por el silencio.
Tal vez el resumen más elocuente de lo que Sam significó para la gente entre la cual decidió vivir provenga del hombre que se sintió inspirado por él mientras luchaba para convertir en realidad su sueño de la reforestación: Brian Carter.
Todo esto se logró en una zona donde decían que no se podría hacer nada!", dice Carter victorioso. "Creo que Sam vino aquí por una razón, para enseñarnos algo. En verdad así lo creo. Era el momento oportuno, se ajustaba a la perfección, demasiado perfecto para ser simple casualidad. Nos enseñó a tener conciencia del ambiente que nos rodea, y en lo que puede convertir, se. Nos mostró que se pueden tener árboles en la ciudad. Que uno puede salir y conversar con su vecino. Y que hay momentos de paz que uno puede crear en la ciudad. A través de él la gente se percató de algo salvaje, pero singularmente nuestro.
"Pero lo esencial para todos nosotros es que Sam estuvo aquí . . . y que fue maravilloso. Ustedes habrán visto volar un águila ... no agita sus alas, sólo planea ... haciendo círculos. Un águila es libre, increíblemente libre. ¡Majestuosa! "
Carter hablaba, haciendo esfuerzos por encontrar la forma apropiada para describir el milagro de un águila en vuelo. Su cara expresaba, mejor que sus palabras, lo que siempre tendrá presente al recordar a Sam: admiración ygratitud.

 


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