sábado, 27 de abril de 2024

UN AGUILA EXTRAORDINARIA

 Sam era un águila excepcional y la gente de Melbourne del Sur nunca olvidará su presencia

UN AGUILA EXTRAORDINARIA

POR JOHN POWERS

BRIAN Carter, administrador de parques y jardines urbanos en Melbourne del Sur (Australia), se sentía frustrado. En uno de los barrios había estado tratando de interesar a los residentes para embellecer un vecindario descuidado y populoso, con 22.000 personas hacinadas en 15,5 kilómetros cuadrados; pero nadie respondió: "Aquí no conseguirás a nadie que haga algo", se le advirtió una y otra vez cuando buscaba ayuda en calles y tabernas. "A ninguno le importa".

De pronto, desde los cielos, llegó la respuesta a sus sueños.
En octubre de 1975, Carter, de 33 años, acababa de llegar a sus oficinas después de un viaje de negocios cuando un jardinero irrumpió en ella.
—¿Qué vamos a hacer con esa águila sanguinaria? —inquirió.
¿Cuál águila? —preguntó Carter.
El jardinero señaló afuera de la ventana un lugar,del Saint Vincent Place, el mismo parque de dos hectáreas donde se hallaba ubicada la oficina.
Esa águila —dijo—, la que está en el árbol. La hemos tenido allí durante casi cuatro días.
Con zancadas largas, Carter cruzó el parque, atravesando la cancha de bolos construida por la aristocracia colonial durante el tiempo de grandeza en Melbourne del Sur. No perdía de vista la asombrosa visión. Arrogante, y en señal de desafío, un águila australiana se encontraba en una rama alta del pino. Era un pájaro regio y gigantesco de color negro.
Al observarla, Carter se convenció de que esa águila era un don del cielo, un símbolo de la pradera, del aire limpio, de la libertad. Tal vez podría inspirar a los apáticos residentes de Melbourne del Sur a redescubrir los valores que habían perdido.
Pero primero, Carter tenía que asegurarse de que el águila se quedaría. Para hacerla sentirse como en su hogar, Carter consiguió la ayuda de George Dean, un sereno jubilado que vivía frente a Saint Vincent Place. Desde el día en que el pájaro llegó, Dean lo había estado alimentando con patas frescas de conejo y corazones de oveja. También hacía correr el agua de una fuente para que el águila pudiera bañarse.
Desde luego no todos recibieron con gusto a Sam ( nombre que Carter dio al águila). Lo bombardeaban gaviotas, cuervos y aguzanieves. Los gatos lo acechaban. Y algunos residentes de la zona, temerosos, lo declaraban una amenaza para sus bebés y exigían su muerte.
Pero Sam se quedó. Armado con garras, pico y alas no tenía nada que temer, al menos de las porfiadas gaviotas. Sólo precisaba estirar sus garras, pescar al más gordo de sus verdugos y después pararse en un tejado o en la rama de un árbol para disfrutar de una excelente cena.
¿Por qué una gran ave de presa, reina de los cielos australianos, eligió vivir en un parque de dos hectáreas rodeado por 8.000 casas y 50 tabernas, a menos de dos kilómetros del bullente centro de negocios de Melbourne? Quizá, razonó un funcionario, Saint Vincent tenía similitud con algún lugar donde vivió Sam, ya sea en cautiverio o como mascota.

Cualesquiera que hayan sido sus orígenes, Sam se convirtió muy pronto en la atracción de la zona. Con amigos como Dean, se hizo el amo de los prados saltando con desganados brincos para pescar ramitas que caían cerca de él. Los empleados de la oficina, reflexivamente, dejaban de lado sus bolígrafos cuando pasaba frente a sus ventanas. Los niños corrían hasta Saint Víncent Place para mirar asombrados a este símbolo supremo de lo salvaje que vivía en su barrio. En cuanto la prensa, la radio y la televisión descubrieron a Sam, las familias comenzaron a llegar de todas partes de Melbourne para observar sus vuelos o sólo para mirarlo parado en su rama de pino favorita.

Y lo más importante, tal como Carter lo había esperado, Sam se convirtió en el catalizador de un programa de embellecimiento para Melbourne del Sur. La reforestación se aprobó de inmediato, además hubo una participación inesperada y entusiasta de la comunidad. En el año escolar de 1977 a 1978 cada estudiante de Melbourne del Sur plantó por lo menos un árbol. Dos años después había más árboles que personas en la ciudad.

Todos los árboles que se plantaron eran originarios de Australia, no los europeos exóticos que hasta entonces habían constituido la mayor parte de la escasa vegetación del barrio. Estos árboles nuevos primero trajeron de regreso a los insectos que sirven de alimento a los pájaros; a continuación llegaron los grandes pájaros que viven de la caza de los menores. Como resultado, se unieron a Sam pájaros que no se habían visto en la zona durante generaciones.

Ahora, lleno de pájaros, el parque que antes no atraía a más de 20 o 30 personas por semana, era visitado por 1.000 personas durante cada fin de semana. Los adultos venían a descansar. Los niños jugaban a las escondidas entre los numerosos arbustos recién plantados. Los ornitólogos se congregaban para contar el creciente número de aves nativas.

La presencia de Sam impulsó a Carter y al Ayuntamiento a realizar funciones artísticas en Saint Vincent Place para unir más aún a la comunidad. Inmediatamente pusieron en escena una serie de conciertos y se establecieron tardes deportivas.

Los programas para estas ocasiones prometían un sobrevuelo de Sam a las 3 de la tarde. Siempre alrededor de esa hora, el águila se elevaba por encima de los árboles, hacía un par de piruetas sobre la multitud y luego se quedaba en su pino para escudriñar lo que ocurría abajo.

Se fijó el 15 de octubre como el cumpleaños de Sam porque fue ese día cuando llegó a Melbourne. Cada año, un grupo pequeño pero entusiasta llegaba a Saint Vincent Place a las 6 horas con vino para su consumo y carne fresca para Sam, cantándole Feliz cumpleaños.

En octubre de 1976 Sam se vio envuelto en un pequeño escándalo. Sintiéndose protector del parque, agarró a un perro chihuahueño de casta, lo levantó por el aire y luego lo dejó caer. Furioso por haber gastado 200 dólares en el veterinario, el dueño del perro pidió la expulsión de Sam. Pero los residentes enviaron cartas defendiendo al águila. "¿Cómo puede comparar 200 dólares que gastó para curar a su perro, con el lujo de tener un águila australiana?", preguntó un niño. El Ayuntamiento rechazó la petición y decidió conservar a Sam.

Los jardineros estaban felices con la resolución de las autoridades. Desde hacía mucho tiempo, se sentían indignados porque los perros corrían sueltos en el parque y estropeaban las flores. La severa vigilancia de Sam logró que los perros sin dueño anduvieran raras veces en Saint Víncent Place y las flores comenzaron a brotar mejor que antes.

Hubo algo que impresionó sobremanera a la gente que observaba y amaba a Sam. La búsqueda de compañera. Después de dos años en Melbourne del Sur, Sam concluyó que había estado solo demasiado tiempo. Comenzó a buscar novia. La empresa se inició con la construcción del nido ( tarea tradicional del águila macho). Sam atoró varas largas en la unión de las ramas de un árbol durante varios días, hasta que el nido estuvo listo.

Entonces comenzó a realizar vuelos de acoplamiento, se remontaba y se clavaba desde una altura de 3.000 metros; hacía espectaculares acrobacias destinadas a llamar la atención de un águila hembra; sin embargo, ninguna respondió.

Sam perseveró en su ritual durante meses, extendió el área de su exploración e iba desde Hobson's Bay hasta más allá de las montañas Dandenong. Una vez desapareció cuatro días y volvió hambriento pero sin su pareja. El área cubierta durante su búsqueda de acoplamiento sería incalculable, porque las águilas son capaces de volar, con toda facilidad, cerca de 300 kilómetros diarios.

Pero, al fin, tuvo que aceptar que no había otra águila viviendo en zonas ocupadas por sus amigós humanos y dejó de realizar sus espectaculares acrobacias resignándose a su soledad forzada. Sam nunca voló ya a las altas regiones del espacio.

En torno de él, el Ayuntamiento continuaba trabajando en forma incesante. Las calles de Melbourne del Sur fueron remodeladas para limitar el flujo de tráfico por el barrio. Se plantaron más árboles y arbustos, y los que ya estaban empezaron a florecer en forma abundante. Se amplió el viejo mercado. El calor que Sam generaba también hizo desaparecer parte de la soledad que había en Melbourne del Sur. La gente se reunía en los parques, conversaba y se reía. El barrio se convirtió en un lugar más amistoso. En menos de cuatro años Sam había ayudado en la trasformación de la zona.

Para muchas personas Sam simbolizaba tanto, que su desaparición, tres semanas antes de su cuarto aniversario, provocó un enorme impacto emocional. La gente auscultaba los cielos, y los días pasaban. George Dean quería creer que Sam por fin había encontrado una compañera y que andaba de luna de miel en las Dandenong.

El 15 de octubre de 1979, cumpleaños de Sam, Brian Carter despertó lleno de fe. Seguro que hoy regresa, pensaba. Bajó al parque a las 6 de la mañana, como de costumbre, con su botella de vino y carne para el águila. Carter recuerda: "Vagué por los jardines durante media hora dando algunos sorbos al vino, pero Sam no estaba. Me fui a casa muy triste".

Al mediodía, sonó el teléfono de Brian. Era Dean tratando de conservar la voz firme. "Sam está muerto", dijo. "Fue atropellado por un automóvil". Conmocionado, Carter colgó el auricular lentamente. Minutos después, este volvió a sonar. Bob Rogers, de Radio 3UZ estaba en la línea, y le dijo al administrador: "Quisiéramos que participara en un programa que trasmitiremos mañana en memoria de Sam".

Al día siguiente, durante el programa, Carter leyó un poema que había escrito acerca de Sam. Después, la estación recibió cerca de 600 llamadas telefónicas de todo el país. Muchos de los que llamaron estaban llorando.

El Ayuntamiento reclamó el cuerpo de Sam e hizo los preparativos para disecarlo. Los estudiantes de la Escuela Técnica de Melbourne del Sur hicieron una caja de vidrio para su exhibición en la escuela, dándole

un nicho permanente en la historia de la zona. Sin embargo, el verdadero monumento a Sam es el ambiente remodelado de ese rincón de la ciudad que él convirtió en su reino, los árboles ( ahora más de 40.000) cuya plantación él inspiró y la alegre cacofonía de pájaros en un lugar donde las calles y los parques estuvieron antes envueltos por el silencio.

Tal vez el resumen más elocuente de lo que Sam significó para la gente entre la cual decidió vivir provenga del hombre que se sintió inspirado por él mientras luchaba para convertir en realidad su sueño de la reforestación: Brian Carter.

Todo esto se logró en una zona donde decían que no se podría hacer nada!", dice Carter victorioso. "Creo que Sam vino aquí por una razón, para enseñarnos algo. En verdad así lo creo. Era el momento oportuno, se ajustaba a la perfección, demasiado perfecto para ser simple casualidad. Nos enseñó a tener conciencia del ambiente que nos rodea, y en lo que puede convertir, se. Nos mostró que se pueden tener árboles en la ciudad. Que uno puede salir y conversar con su vecino. Y que hay momentos de paz que uno puede crear en la ciudad. A través de él la gente se percató de algo salvaje, pero singularmente nuestro.

"Pero lo esencial para todos nosotros es que Sam estuvo aquí . . . y que fue maravilloso. Ustedes habrán visto volar un águila ... no agita sus alas, sólo planea ... haciendo círculos. Un águila es libre, increíblemente libre. ¡Majestuosa! "

Carter hablaba, haciendo esfuerzos por encontrar la forma apropiada para describir el milagro de un águila en vuelo. Su cara expresaba, mejor que sus palabras, lo que siempre tendrá presente al recordar a Sam: admiración y gratitud.

Selecciones del R.D. Octubre de 1981

 

UN RAYO LE HIZO VER DE NUEVO

Vivía en un mundo de oscuridad, silencio y dolor.

Hasta que un dia llegó el resplandor de un relámpago, el estruendo de un rayo

...Y LA LUZ SE HIZO

POR EMILY Y PER OLA D'AULAIRE

EN El, camino, los parches de hielo refulgían como placas de mercurio por el reflejo de las luces de los faros conforme "Eddie" Robinson, de 53 años, conducía su camión remolque de 19 toneladas, seguía la ruta interestatal 95 cerca de  Providence, en el estado norteamericano de Rhode Island. Eran las 4 de la madrugada del 12 de febrero de 1971. Al cruzar un puente, el automóvil que lo precedía patinó de repente y quedó atravesado en la carretera. Robinson giró el volante a la derecha esperando alcanzar a pasar entre el auto y la barandilla del puente. Por el espejo retrovisor vio que su remolque comenzaba a torcerse hacia afuera de la carretera, la primera etapa de una terrible amenaza. 

 El conductor del automóvil consiguió enderezarse a tiempo, pero la cabina del camión de Robinson derribó la barandilla y quedó suspendida en el aire, prendida del perno del remolque a doce metros de altura sobre otra carretera. Robinson había sido lanzado hacia atrás con tal violencia que rompió el vidrio posterior con la cabeza haciéndose algunas heridas. Empapado de sangre y del combustible Diesel que chorreaba el tanque horadado, tuvo un solo pensamiento: salir a toda prisa. Consiguió abrir la puerta y trepar por el costado de su vehículo hasta el puente donde se tendió.
En un hospital cercano los doctores le suturaron las heridas, le tomaron radiografías, lo auscultaron centímetro a centímetro, le administraron algunos medicamentos y lo felicitaron por su buena suerte. Sus heridas sólo eran superficiales. Al día siguiente a las 11 de la mañana viajaba en un autobús para regresar a su casa en Falmouth, Maine, un suburbio de Portland.
Esa noche Robinson se sentó en la cama quejándose de un dolor intenso. Su esposa Doris, de 32 años, lo llevó en la mañana siguiente a un médico de la localidad. Robinson le explicó que lo habían examinado con cuidado en el hospital y que no le habían encontrado lesión interna alguna, así que el médico dedujo que el dolor era producto de los golpes. Le recetó más analgésicos y lo envió a su casa a descansar.
Agradecido por la vida. Unos días más tarde llegó una carta del hospital, en la cual se le informaba que hubo cierta confusión al interpretar sus radiografías. Los médicos sospechaban que podría haber una lesión más grave y recomendaban un nuevo examen. Las placas nuevas revelaron conmoción cerebral, costillas fracturadas, distensión dorsal y hematoma en la cadera izquierda. Robinson no era propenso a quejarse. Descansó y aguardó con paciencia una mejoría para volver a trabajar.
Sin embargo, su salud empeoró. Su visión disminuyó. En ocasiones el mundo pareció desaparecer delante de sus ojos y tuvo la sensación de perder el conocimiento. Un día entró trastabillando a la casa y bastante alterado dijo a su esposa: "Por un minuto dejé de ver la casa entera. Creo que me voy a quedar ciego".
Un oftalmólogo de Portland, el Dr. Albert Moulton, hijo, comprobó que la vista de Robinson se iba perdiendo con rapidez y lo atribuyó a un daño cerebral. Le dijo que era probable que en unos cuantos meses se quedara ciego por completo. Robinson tomó con calma la noticia. Al regresar a su casa llamó a la Escuela Hadley para Ciegos en Wínnetka, en el estado norteamericano de Illinois, e hizo arreglos para recibir lecciones de Braille y mecanografía al tacto en su domicilio. Para diciembre de 1971 sólo podía distinguir la diferencia entre luz y sombra. Sus brillantes ojos azules habían quedado fijos e inexpresivos, como los de un muñeco, que aparenta estar mirando hacia adelante.
No tardaron en aparecer otros problemas. Perdió gran parte del movimiento de su brazo derecho y para leer Braille tuvo que emplear la mano izquierda. Asimismo, todo ese tiempo sentía un círculo de presión que ceñía su cabeza, como una banda de acero.
Luego comenzó a perder el oído' hasta que no pudo escuchar a Doris ni siquiera cuando le hablaba a gritos. Un audífono especial le ayudó un poco, pero no era igual que antes. Se sintió atrapado. Siempre había sido un hombre activo y a menudo trabajaba 70 horas a la semana. Ahora todo era oscuridad y silencio.
Para conservar el ánimo, el fornido camionero concentró su pensamiento en la gratitud por el mero hecho de estar vivo. Se consolaba con la idea de que, no importaba la magnitud de su tragedia, había en el mundo otros seres menos afortunados que él.
Animales amigos. Empezó a concurrir a la iglesia luterana que estaba frente a su casa y dejó de sentirse acorralado. Volvió a experimentar la sensación de tranquilidad que solamente proviene del interior de uno mismo.
Robinson detestaba que Doris tuviera que ocuparse de sus tareas, de manera que aprendió a realizar quehaceres fuera del hogar, mediante el tacto y la memoria. Amarró una soga en un poste colocado en medio del jardín y la fue enrollando, después ató el otro extremo a su podadora de césped y siguiendo una
trayectoria en espiral a medida que la cuerda se desenrrollaba pudo cortar casi todo el pasto. Reparó una gotera en el techo de su casa, como pudo subió por una escalera y tocando las tejas fue localizando las estropeadas.
Nunca había dejado tiempo para los animales. Ahora comenzaba a percatarse de su presencia mientras se distraía con algún trabajo en la cochera. Alguna cualidad en el hombre ciego hizo que pájaros, ardillas, mofetas y mapaches perdieran su miedo y comenzaran a acercársele. Robinson les hablaba y los animalitos contestaban en su lenguaje. Les traía alimento que ellos comían de su mano.
Una fría tarde de invierno, casi un año después del accidente, un camión que trasportaba aves de corral se volcó en una carretera cercana. Una gallina pigmea escapó de su jaula y llegó al patio de Robinson. Cuando él y Doris la encontraron, a la mañana siguiente, tenía las patas congeladas, la recogieron y la llevaron al sótano para calentarla. Cuando la criatura cloqueaba Robinson le respondía con un tuc-tuc, y este fue su nombre.
Tuc-Tuc se convirtió muy pronto en la favorita de Robinson. Le construyó una casita apoyada contra una pared y una intrincada serie de pasadizos cubiertos para que pudiera entrar al garaje y hacerle compañía. Como él, la gallina había tenido que sobreponerse a la adversidad. Después que sus dedos congelados se desprendieron aprendió a caminar con sus muñones, esto no impedía que fuera como un ave normal.
"¡Puedo ver!

En un día del invierno de 1975, después de quitar la nieve de la entrada de su casa, Robinson tomó su cena y se fue a la cama. Esa noche lo despertaron lo que él llama "destellos de luces neón a través de mi pecho". Los síntomas indicaban problemas cardiacos, fue hospitalizado casi un mes con el fin de ser observado. Regresó a su casa dolorido. El menor esfuerzo le causaba molestias en el pecho y los brazos. Incluso un ejercicio como el de subir la escalera del sótano lo obligaba a tomar una pastilla de nitroglicerina.
Sin embargo, Eddie se rehusó a modificar su rutina cotidiana de trabajar en el taller de su garaje, escuchar sus aparatos de radioaficionado y caminar hasta el pueblo con Doris. Y como lo había hecho cada noche desde que perdió la vista, salió al patio y elevó una plegaria de agradecimiento. "Me di cuenta de que no sabemos apreciar las cosas maravillosas que ocurren a nuestro alrededor cada día. Vivimos con demasiada prisa. Yo reduje el paso para disfrutar mi vida y estaba agradecido".
Lo que no sabía en ese momento era que pronto tendría algo más por qué dar gracias. El miércoles 4 de junio de 1980 a las 3:30 de la tarde, Robinson estaba entretenido en el garaje cuando escuchó el fragor de un trueno y el ruido repentino de la lluvia sobre el techo. Tomó su Bastón para guiarse en torno a la pared exterior del garaje y salió en busca de Tuc-Tuc. Suponía que no estaría bajo la tormenta, pero le preocupaba. Se detuvo cerca de un chopo detrás del edificio para escuchar si el animalito contestaba a sus llamados, entonces oyó un estrépito como el chasquido de un látigo. El árbol había sido alcanzado por un rayo y la descarga eléctrica se propagó por el suelo hasta el lugar en que se hallaba Robinson y lo derribó dejándolo inconsciente.
Veinte minutos después, cuando recobró el conocimiento, caminó tambaleante a la casa de un vecino y pidió un vaso de agua. "Creo que he sido alcanzado por un rayo", dijo todavía aturdido. Las rodillas apenas lo sostenían pero pudo regresar a su casa, donde bebió varios vasos de agua más y se fue a acostar.
Una hora después Robinson salió del dormitorio atormentado aún por una sed insaciable. Contó a Doris lo que le había ocurrido, bebió un par de litros de leche y se dejó caer en el sofá. De pronto se dio cuenta que veía en la pared la pequeña placa inscrita que le habían regalado sus nietos. "Dios no puede estar en todas partes y por eso creó abuelos", leyó con voz entrecortada.
—¿Qué dijiste? —preguntó Doris desde la cocina.
¡Puedo ver ese letrero! —exclamó Robinson.
Incrédula, su esposa corrió hasta la sala.
—¿Qué hora es? —le preguntó, y señaló el reloj de pared.
—Las 5 —contestó—. ¡Doris, puedo ver!
Su esposa notó algo más.
—¿Dónde está tu audífono? --preguntó excitada. Robinson se llevó una mano a una oreja, pero el aparato no estaba allí.
¡Dios Santo —exclamó emocionado, también puedo oír!
Celebridad instantánea. El hombre de 62 años sentía un gran cansancio y dolores en todo el cuerpo. Temerosa de que el rayo pudiera haberle causado algún daño Doris le telefoneó a un doctor para que lo revisara. El así lo hizo y le recomendó que si era necesario llamara al servicio de emergencia en la noche; le dijo además que fueran a su consultorio en la mañana. Doris pasó esa noche en vela observando la respiración de su marido, todavía sin poder creer lo que les había ocurrido.
Al día siguiente el médico lo declaró en perfecto estado de salud. Y cuando el Dr. Moulton examinó sus ojos verificó lo imposible. "No puedo explicarlo", dijo. "Sólo sé que no podía ver en absoluto y ahora puede".
Ese domingo en la iglesia, Eddie pidió permiso al ministro para dirigir unas palabras a la congregación. Desde el accidente lo acompañaba hasta el altar su esposa o un amigo. Pero esa ocasión, cuando el ministro lo invitó a acercarse, Eddie avanzó por la nave con pasos de baile —su versión de una giga irlandesa— para pronunciar en voz alta una plegaria que terminó así: "Y tengo tres palabras más que agregar, Señor: Te agradezco. Amén".
Entre tanto, las agencias de noticias divulgaron el caso y, poco menos que de la noche a la mañana Robinson se convirtió en una celebridad. Recibió llamadas de los periódicos pidiendo entrevistas, vinieron fotógrafos a Falmouth para retratarlo con su gallinita y después llegaron las cámaras de televisión.
Robinson descubrió en forma inopinada que ya no tenía la mirada fija hacia adelante y que sus ojos se habían abierto. Más adelante, durante una visita a su hijo y nietos, en el estado norteamericano de Virginía, notó que comenzaba a tener sensibilidad en su brazo derecho. De hecho, se sintió tan bien que hasta cortó el césped de la casa de su hijo. "No he tenido ningún dolor ni he necesitado ninguna píldora para el corazón desde el día del rayo", comentó.
La terrible banda de dolor en torno a su cabeza desapareció. Las venas varicosas de su pierna derecha ya no estaban alteradas.
Los MÉDICOS que han examinado a Robinson no se explican por qué disminuyeron sus problemas físicos inmediatamente después de ser afectado por la descarga eléctrica, y se preguntan si su ceguera y sordera fueron en realidad causadas por un daño cerebral. ¿Habrán sido acaso una reacción sicológica provocada por el trauma del accidente del camión? ¿Fue la descarga la que volvió a poner cada cosa en su lugar -Aunque hay quienes pueden polemizar sin encontrar una explicación lógica al restablecimiento de Rddie,él y sus familiares no tienen alguna. "Es un acto de Dios" dice con sencillez Robinson. "¿Qué otra cosa podría ser?"
además de sus presentaciones en teleevisión Eddie ha dado pláticas a los estudiantes acerca de lo que signica estar ciego, su enfoque es alguien que después de esa experienncia tuvo el privilegio de volver. "He visto más cosas en en los últimos meses que en toda mi vida", les dice. "Ahora aprecio las maravillas cotidianas de la vida: la luz de la Luna filtrada a través de las hojas; las flores en el jardín, un gusano que teje su capullo.
"Lo que es más, nunca abandoné la esperanza, y quizá lo que me ocurrió a mí le dará valor a otros para no darse jamás por vencidos". Sus sentimientos acerca de la odisea probablemente no podrán ser mejor resumidos que en la inscripción de un cartel pegado en el parachoques de su automóvil: GRACIAS A Dios
POR LOS MILAGROS.

SELECCIONES DEL READE´S DIGEST    Octubre    1981

miércoles, 24 de abril de 2024

DEL PARTIDO Y CORREGIMIENTO DE TOTONICAPA Y HUEHUETENANGO 44-45

 RECORDACIÓN FLORIDA

CAPITÁN ANTONIO DE FUENTES

LIBRO    OCTAVO
CAPITULO I

DEL PARTIDO Y CORREGIMIENTO DE TOTONICAPA Y HUEHUETENANGO, y las calidades y naturaleza de su temperamento.

 

44

digo á este pueblo de Totonicapa y todos los más de la Sierra, mas no absolutamente á este partido, Corre de su país la situación por longitud de la parte de Noroeste al Sudeste, y por su latitud de Norte á Sur. La una que se dilata noventa leguas y la otra alguna cosa más de cincuenta; mirando sus líneas por confín desde Chahul, que linda con Verapaz, á San Gerónimo Motosíntle que confina con la jurisdicción de Soconusco, Y desde el rancho alto de Totonicapa, término de Tecpan atitlán, y el río de Aquezpala, que es la raya entre esta jurisdicción de Totonicapa y la de Chiapas mas como quiera que hayamos apuntado sus cuatro confines, es necesario el advertir, que por la parte del Sueste entra el Corregimiento de Quezaltenango por un ángulo á confinar con este de Totonicapa por el Oestesudeste, y este partido de que vamos tratando, por el Noroeste con tierra de frontera de los infieles de Lacandón, cuya estensión de territorio corre por su circunferencia doscientas y setenta leguas de utilísima tierra y deliciosa; que de su estampa por el todo podrá entenderse su confinanza y gran dilatación, donde en su sitio y su país están situados y erigidos desde la posesión del gentilismo cuarenta y nueve lugares, que los más de ellos se constituyen numerosos, con admirable y grande pueblo, desconocidos en su grandeza y vecindad de lo que fueron primero, de que daremos noticia en su lugar, procurando señir su narración por ser su número escesivo, ó dividirlo en los discursos de algunos capítulos, por no defraudar á los lectores de lo curioso y singular de algunos de ellos. Los montes y los bosques de el partido copiosos y poblados de arboleda, llevan muy útiles maderas para los edificios, en todas aquellas que se hallan y se producen en tierra fría; y entre ellas gran copia de pinabete que mucha manufactura ofrece á los indios con muchas utilidades, y fuera de esto mucho combustible para alimento del fuego, por donde son muy estimables á la conservación de los poblados; y las campiñas y los prados á los rebaños del ganado muy adecuados, y muy propios á su crianza, y procreación; por que sus pastos provechosos y la limpieza de sus llanuras ayuda mucho á su conservacíón, como las aguas que los regalan al beneficio y al riego de setenta y nueve ríos y arroyos que se conocen; por que atraviesan por las sendas y el viaje de unos pueblos á otros, sin los innumerables que se pierden en el provecho entre montañas y cordilleras; que estas que conocemos y señalamos no llevan la sanguijuela, que es tan nociva á los ganados, y solo se halla en los que más detenidos, y rebálsados de las llanuras se remansan en síeneguillas. Pero además de las escelencias que referimos de estos países, añade  su bondad naturaleza, la gran seguridad de sabandijas ponzoñosas, esto es en tierras frías, que en las que son más bajas y calientes, las hay muchas y venenosas, como si fuera en la tierra de la costa, y así en los altos de la sierra

los pastores y los arrieros duermen en medio de los campos sin recelo que los inquiete, ni por razón de los pastages peligran los ganados de estos países. Solo en las mulas y en los caballos se reconoce maleficio, por la yerba que

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llaman jaboneta, por que el activo tufo de su olor á la manera de jabón, que inficiona gran distrito de donde nace y se sitúa, los ataranta y embriaga de calidad que sin comer ni sosegar, gustando de ella quedan muertos por el campo; mas con instinto natural se apartan de ella y son pocas las bestias que peligran.

 

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