viernes, 11 de marzo de 2016

LA RESURRECCION DE LA ROSA Rubén Darío

Rubén Darío
Adaptación
(Tomado de Alborada. Libro de Lectura. Quinto Grado. ODECA 1967.    Sep. 1976)



Amiga pasajera, voy a contarle un cuento. Un hombre tenía una rosa valiosísima; era una rosa que le había brotado del corazón. ¡Imagínese usted si la vería como un tesoro, si la cuidaría con afecto, si sería para él adorable y valiosa la tierna y querida flor¡  ¡Prodigios de Dios¡  La rosa  era también un pájaro, cantaba dulcemente, y a veces, su perfume inefable y conmovedor parecía la emanación mágica y dulce de una.

Un día, el implacable ángel Azrael pasó por la casa del hombre feliz y fijó sus pupilas en la flor.  La pobrecita tembló como si tuviera un gran temor y comenzó a palidecer y a estar triste,
porque el ángel es el pálido e implacable mensajero de la muerte . La flor desfalleciente, ya casi sin aliento y sin vida, llenó de angustias, al que, paternalmente, en ella, miraba su dicha. El hombre se volvió hacía el buen Dios y le dijo:  __Señor, ¿Para qué  me quieres quitar mi dicha, la flor que me diste?__y brilló en sus ojos una lágrima.
Conmovióse el bondadoso Padre, por virtud de la lágrima paternal, y dijo estas palabras: __Azrael, no dejes fallecer esa rosa de perfume inefable. Toma si quieres, cualquiera de las de mi jardín azul.
La rosa resucitó al encanto de la vida; y aquel día, un astrónomo vio, desde su observatorio, que se apagaba una estrella en el cielo.

Martes, 3 de noviembre de 2015

DEBÍ ACORDARME, HIJO MÍO-1943
 Debí acordarme, hijo mío
(del «People's Home Journal»)
Por W. Livingston Larned Condensado de un editorial
1943
 hijo mío! Quiero hablarte mientras duermes, con una de las manecitas apretada debajo de la mejilla; empapados los rubios rizos del sudor que te corre por la frente. He en­trado a tu cuarto en puntillas. Hace unos momentos, cuando estaba en mi despacho leyendo el periódico, sentí el alma llena de remordimiento. Por eso he venido a sentarme a tu cabecera.
¿Sabes, hijo mío? Éstas son las cosas que, al recordarlas, me han traído aquí. He sido duro contigo. Hoy por la maña­na, cuando estabas arreglándote para ir a la escuela, te regañé porque, en vez de lavarte bien la cara con agua y jabón, te pasabas por ella una toalla húmeda. Tam­bién te dije, y de mala manera, que no debías andar con los zapatos sin embetu­nar. Y te pegué un grito al notar que habías dejado algunas prendas de ropa tiradas en el suelo.
Al desayuno, seguí en el mismo son. Que dejabas caer la comida fuera del plato; que engullías, en vez de masticar; que ponías los codos en la mesa; que co­gías la mantequilla a trozos, en lugar de untarla en el pan. Cuando salimos, yo camino del trabajo, tú para jugar un ra­tito antes de irte a la escuela, al cariñoso «¡adiós, papacito!», que acompañabas, sonriéndome, de un ademán de despe­dida, correspondí secamente con un áspe­ro: «¡ya te he dicho que no andes enco­gido: saca ese pecho!»
Y esta tarde volví a emprenderla con­tigo. Al regresar a casa, te encontré ju­gando a las bolas con otros niños. En vez de ponerte en cuclillas, hincabas ambas rodillas en el suelo, y te habías puesto las medias hechas una lástima. Sin reparar en que te humillaba en presencia de tus amigos, te llamé, hice que marcharas de­lante de mí, empecé a reprenderte. ¿Dónde se había visto tratar así la ropa? ¡Las medias costaban 'dinero! ¡Bien se veía que no eras tú quien trabajaba para ganarlo! Y era yo, tu padre, quien te reprochaba a ti, que no eres más que un niño, de esa manera...
Después, ¿te acuerdas?, estando yo leyendo en mi despacho, entraste tú lleno' de timidez, con la súplica y el temor pintados en la cara. Cuando, levantando los ojos del periódico, te lancé una mira­da impaciente, quedaste como clavado en el sitio, sin atréverte a dar un paso más. «¿Qué quieres ahora?» gruñí, más bien que dije.
Sin responderme, te precipitaste hacia mí en un arrebato de cariño, me besaste, me echaste los bracitos al cuello, con esa ternura efusiva que Dios mismo ha pues­to en tu corazón de niño, y que no hay indiferencia, ni desvío, ni dureza capaces de enfriar. Luego te fuiste, trotandito, escaleras arriba.
Pues mira, hijo mío, a poco de haberte ido tú, se me escurrió el periódico de las manos; fue apoderándose de mí un miedo creciente. ¿Qué era lo que me estaba pasando? ¿Qué cambios empezaba a obrar en mí la fuerza del hábito? Ese hábito de mandar, de encontrar faltas, de reprender. De modo que... ¡así te trataba yo, por ser un niño! Y no era que no te quisiera, sino que esperaba de ti algo que no podías dar a tus años; que pretendía
que se portara como un hombre hecho y derecho quien, como tú, pobrecito mío, es sólo un niño.
Y hay tanto de bueno y de sincero en tu modo de ser. Ese corazoncito tuyo, con todo y ser tan pequeño, puede, como la aurora, inundar de luz el mundo en­tero. Así lo he sentido, al ver cómo venías, tan espontáneamente, a precipitarte en mis brazos y a darme, entre besos, las buenas noches. Eso es lo único que im­porta en este momento, hijo de mi alma. Mira, aquí estoy; a tu cabecera, de rodi­llas, avergonzado de mi dureza para con­tigo.
No iguala mi arrepentimiento a mi culpa. Sé que, si te explicara esto que pasa por mí, no lo entenderías. Pero, desde mañana, seré para ti lo que he de­bido ser siempre: tu padre, tu amigo, tu compañero, el que comparta tus penas y tus alegrías de niño. Me diré una y otra vez: «¡Pobrecito! Si no es más que una criatura... »
He pretendido, mucho me lo temo, ver en ti lo que todavía no puedes ser: un hombre como yo. Y ahora, viéndote así, dormido en tu cama, caigo en la cuenta de que eres sólo un niño. Ayer no más, ¡me parece verte!, me sonreías tendién­dome los bracitos desde el regazo de tu madre. Y hoy quería yo que te portaras como una persona mayor. ¡Como si a un niño pudiera pedírsele que no fuera un niño!
«Debí acordarme, hijo mío» es una de esas páginas que, escritas al calor de un mo­mento de sinceridad, hallan eco simpático en el corazón de tan gran número de lectores, que las peticiones de que la reimpriman son casi constantes. Apareció en inglés hace vein­ticinco años, en las columnas editoriales del People's Home Journal. Quince años después, cuando ya llevaba multitud de re­impresiones y la habían traducido a varios idiomas, THE READER's DIGEST publicó una condensación, a instancias de muchos de sus lectores. A la redacción de SELECCIONES han estado llegando, casi desde que se fun­dó esta revista, cartas de toda la América Latina en las cuales se expresa el deseo de leer en nuestro idioma esta página real­mente afortunada.
 Sábado, 2 de septiembre de 2017

¿NO EXISTE DIOS? Por Jim Bishop

 ¿NO EXISTE DIOS?
Por Jim Bishop
Jim Bisbop, popular escritor estadunidense, autor de 21 libros, entre los cuales sobresalen The Day Christ Died ("El día en que Cristo murió"), y The Day Kennedy Was Shot ("El día en que mataron a Kennedy"), falleció en 1987. Esta columna, escrita en los años sesentas, era la favorita de Kelly, la esposa de Bisbop.
Dios No existe. Todas las maravillas que nos rodean son puramente accidentales. Ninguna mano todopoderosa creó los miles de millones de estrellas que pueblan nuestro universo: se hicieron solas. No hay tal poder omnímodo que las conserve en su curso constante desde tiempos inmemoriales. La Tierra gira por sí sola sobre sí misma para evitar que los océanos la abandonen en su caída al Sol y al espacio infinito. Los recién nacidos, también, aprenden solos a llorar cuando tienen hambre o les duele algo. Una florecita se inventó sola para que pudiésemos extraer de sus hojas la digitalina, salvadora de corazones enfermos.
Sin ayuda alguna, la Tierra creó el día y la noche, inclinándose además un poco para que tuviéramos
las estaciones del año. Sin los polos magnéticos, el hombre sería incapaz de navegar por cielos y océanos sin caminos ni memoria; pero estos, simplemente, aparecieron de pronto.
¿Y el termostato de glucosa del páncreas? Gracias a él, la sangre conserva una concentración de azúcar constante y suficiente que nos da energía; sin él, todos caeríamos en estado de coma y pereceríamos.
¿Por qué las nieves permanecen en las.,cumbres de los montes, a la espera del cálido sol primaveral, que las derretirá a tiempo para que las jóvenes siembras de las granjas absorban su agua, tierra abajo? ¡Bah, es sólo un accidente encantador!
¿Quién le dio a la especie humana el don del lenguaje articulado y una mente para entenderlo, y se lo negó a los demás animales?
¿Y quién le enseñó al útero a albergar el producto del amor de la pareja humana y a dividir un diminuto huevo hasta que, con el tiempo, un bebé adquiere el número adecuado de dedos, ojos, orejas y cabellos en los lugares apropiados, y viene al mundo cuando ya es lo bastante fuerte para conservar la vida y valerse por sí mismo?
¿No existe Dios?
Selecciones del Reader´s Digest
Enero 1989

Domingo, 9 de abril de 2017

POR EL COMPARTIR A LA GRANDEZA 

Cuándo yo nací  y  cada vez que mi finada madre me llevaba  al Centro de Salud Sur de la ciudad de Huehuetenango para llevar el control de mi salud infantil, regresaba con un bote grande de Avena, leche,  Aceite vegetal y otros, donde en la lamina brillante, se veía una antorcha con el mapa de  América hispana, donde decía que esos alimentos eran gratuitos y que eran donados por EL PUEBLO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA.
A la edad de seis años fui a estudia el primer año de primaría y de ese año hasta el sexto grado de primaria , de lunes a sábado, diariamente tomabamos un vaso de cereal  con leche. Todo esto durante seis años.  Recuerdo añún cómo en  los sacos o costales del cereal y en los de la Leche se veía  la antorcha encendida con un emblema de la bandera de Estados y la leyenda  en inglés y en Español "DONADO POR EL PUEBLO Y GOBIERNO DE LOS ESTADOs UNIDOS DE AMERICA". En los ratos de la lectura escolar, me deleitaba viendo unos dibujos y el texto de lectura de libros del primer grado hasta el de sexto de primaria, y en la primera y última pagínas de dichos libros, volvía a leer  "DONADO POR EL PUEBLO Y GOBIERNO DE LOS ESTADOs UNIDOS DE AMERICA". Alborada. Libro de Lectura. Quinto Grado. ODECA 1967.    Sep. 1976) !Gracías, Mi señor y mi Dios por tan  Magnifico y Generoso Pueblo, donde tu corazón se ha complacido por  esa generosidad de compartir con los más pobres. 28:2 Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios.
28:3 Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo.
28:4 Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. 
28:5 Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar.
28:6 Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir.
28:7 Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti.
28:8 Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da.  28:10 Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán.
28:11 Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar.
28:12 Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado. 
28:13 Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas,
28:14 y si no te apartares de todas las palabras que yo te mando hoy, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y servirles. Un cerdo para el tío(Condensado de «The Red Cross Courier»)Por Edison MarshallSelecciones del Reader Digest`sSeptiembre de 1946YA los vientos fríos del otoño habían enrojecido, los árboles en el norte de la Florida, cuando, al regreso de una cacería de codornices, me detuve en la granja de mi amigo Sadler, que estaba dando comienzo a la anual matanza de sus cerdos. Era un gran día en la pequeña pero bien cuidada finca. Iban a tener en la casa costillas frescas, chicliarrones y queso de cerdo; y más tarde, en el cuarto de ahumar, ricos jamones y tentadoras lonjas de tocino. Yo miraba absorto a Sadler cortar perniles y lomos. Hattie, su vivaracha esposa, y todos los chicos, bullían en torno suyo ayudándole.Sadler podría ser clasificado entre los hombres pobres por la oficina de impuestos sobre la renta, ya que del principio al fin del año no logró nunca ver reunidos ochocientos dólares en efectivo. Sin embargo, su finca estaba libre de toda deuda, había allí leche, mantequilla, huevos y hortalizas en abundancia, y le sobraban maní y bellotas para cebar sus cerdos.No todos los que mataba iban a su cocina o a su cuarto de ahumar. Este trozo era para el tío Jud; esta cabeza y este lomo para la viuda del primo Late que vivía en Arroyo Negro; la mitad de este cerdo grande para su hermano Mauf, que tenía la mujer en cama y andaba mal de recursos. El más favorecido de todos los parientes fue el Tío Sam, para quien Sadler puso aparte un puerco entero—el más grande y gordo de los que entraron en la matanza.¿A qué se debe que regale usted tanta carne?—le pregunté.—Bueno—repuso—Aa fortuna se ha portado muy bien conmigo. Nunca he visto la cara a dificultades como las que tienen encima el tío Jud y los demás. Usted sabe, a veces un miembro de la familia parece tener toda la buena suerte, aunque, por supuesto, el ser previsor y trabajar duro tienen algo que hacer con eso. Todos los míos esperan que les ayude, y yo no les escondo la mano.Hablaba modestamente, aunque con sano orgullo.Parece que el Tío Sam es, de toda su parentela, el más necesitado.—Eso del Tío Sam no es sino una broma entre mi mujer y yo. Ella fue la de la ocurrencia. Pero él no se va a comer ese cerdo. Va a repartirlo entre sus parientes pobres.—Mi mujer dice—agregó Sadlerque así como ella y yo estamos mejor que nuestros parientes, el Tío Sam está mejor que los suyos, y desea ayudarlos. Quiere ella significar con esto los ricos Estados Unidos y los países pobres del otro lado del mar. Hattie ha leído que andan muy mal; lo mismo los chicos que los grandes, están muriéndose de hambre. Y nosotros vamos a mandarles nuestro mejor cerdo por conducto de la Cruz Roja del pueblo. Eso del Tío Sam y su parentela pobre no es sino una chuscada de Hattie.Y yo pensé, oyendo a Sadler, que todos los países favorecidos por la suerte, debían enterarse de la chuscada de Hattie.
 Lunes, 14 de mayo de 2018 LA PEOR PESADILLA DE HITLER
Historia ficticia, imaginación del autor que bien podría ser haber sido una realidad.
Escrita por  un huehueteco apasionado por la historia 
1967-En algún lugar de la Patagonia
El hombre desperto sudoroso, con la boca reseca y el corazón palpitante.De sun corazón y de su boca salió un torrente de maldiciones. La rubia mujer a su lado, inquieta, le preguntó:_Amor ¿otra  vez, tuviste la misma pesadilla?El viejo lobo sanguinario contesto de forma malhumorada--Estoy cansado de vover a soñar lo mismo_Eva se levantó, se dirigió a la cocina donde fue a prepar un té para los nervios, que seguidamente  le ofreció a su marido.Al cabo de medía hora ,el hombre estaba otra vez dormido. Y VOLVIÓ A SOÑAR. A SOÑAR LO MISMO.Vió como de los campos de concentración y de los hornos crematorios, multitud de seres esqueleticos al borde  de la muerte, se levantaban y caminaban hacia un desierto arenoso , de frente, con la mirada hacía el cielo azul.El sol les iluminaba el rostro y su llanto se  cambiaba en risa.Pasmado vió como las áridas tierras iban reverdeciendo, regadas con el sudor del a frente de valientes  pioneros, ante sus ojos como una pelicula los pantanos terrenos se transformaban en productivas granjas. Miles y miles de gallinas ponian sus huevos y multitud de vacas producían miles, millones de litros de leche para alimentar  a los hijos de Israel.La fragua, el hierro, y el martillo no paraban de edificar edificios tras edificios. Calles repletas de ancianos descansando y niños de tiena edad jugando enlos jardinez y plazas de la Tierra Santa. Miles de Escuelas, colegios y universidades, produciendo a torrentes un vasto conocimiento de Agricultura, ciencia y conocimiento inigualable para el mundo. Miraba en sus sueños teatro, danza, jovenes y viejos entrando a las librerías. Vió con asombro y envidia hombres y mujeres jovenes con la mirada iluminada en sus ideales, mujeres guerreras inspiradas en Deborah, soldados como Josué, David, Sanson. Una fuerza aerea de Israel con sus pilotos calificados como los mejores del mundo. Los paracaidistas israelíes recuperando la Ciudad Santa deJerusalem, después de 2,000 años de exilio judío.Despertó otra vez gritando, deseperado, furioso. Pero esta vez fue demasiado. La furia y la ira de leer el dia anterior que las tropas israelies habían reconquistado la ciudad de Jerusalén, hizo que su corazón cesara de latir.Hiltler había muerto en su latifundio de la Patagonia
 Jueves, 19 de mayo de 20162 GUERRA MUNDIAL- NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus paisanos?   ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? 
UN JAPONES VE LA VERDAD  (Condensado de la revista “The American Mercury”) 
Por William Bradford Huie
  Selecciones MAYO 1944 
Hidalguía en la guerra __ I.

Durante el ataque de la isla de Attu por los norteamericanos, el doctor Cass Stimson y sus ayudantes emprendieron, en el barco de suministros donde se hallaban, la ardua tarea de atender  a los heridos que les llevaran. Los lanchones de la cruz roja iban a la costa y volvían cargados de victimas. Stimson y McCroskey, su anestesista, se afanaban por operar con toda la prontitud posible. En cubierta, varios heridos aguardaban estoicamente su turno. Kovitz, el practicante de a bordo, y Yeargin, un marinero les aplicaban plasma, morfina y los maravillosos sulfos. Desde el encarnizado combate de Chichagof, las lámparas  del cuarto de operaciones permanecían encendidas toda la noche.

Ni un torpedo hubiese producido la conmoción que causó la camilla con el soldado japonés Ito. Cuando lo depositaron en la cubierta al lado de los norteamericanos, todos lo miraron con sorpresa y rencor. Ito no era un hermano de armas. ¡Era el enemigo! DESPRECIABLE ENANO DIENTUDO QUE ODIABA a los Estados Unidos y a los norteamericanos. No hay palabras para pintar lo sucio que estaba. Hedía a carroña. Un artillero que lo miraba desde su barbeta gritó “Oigan mentecatos, échenlo al agua antes que nos asfixie a todos” Un soldado diminuto que tenía la cadera abierta de un bayonetazo se incorporó en la camilla y exclamó furibundo: ¡Denme acá mi cuchillo y verán como opero a ese hijo de…¡Quien tapándose las narices se acercaba a Ito, advertía en seguida que el hombre estaba muriéndose de miedo, aunque resuelto a ocultarlo. Antes de caer en manos de los norteamericanos, él y un compañero habían resistido desesperadamente en su abrigo, hasta disparar el último cartucho, Se apretaron la última granada contra el vientre para suicidarse. La del otro soldado estalló y le destrozó las entrañas, despedazándole además una pierna a Ito. La granada de Ito no estalló. Incapaz de moverse, estuvo Ito varios días en un fétido charco de sangre corrompida y excrementos. La pierna era una masa sucia y verdosa atacada ya por la gangrena. Cuando los soldados norteamericanos lo capturaron, todavía tenía Ito la granada fuertemente asida. Ito le dijo a un intérprete que él sabía muy bien por qué no lo habían despachado de un bayonetazo. Estaba seguro de que lo habían llevado al buque para darle tormento. Le rebanarían las orejas, le saltarían los dientes a patadas y luego lo harían picadillo. Y allí estaba ahora tendido en la cubierta, atormentado por dolores espantosos, pero resuelto a enseñarles a esos yanquis bárbaros cómo muere un japonés.¿Qué diablos se iba a hacer con el niponcillo?  ¿Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus paisanos?  Tenía el doctor Stimson derecho a arriesgar su propia vida poniéndose en contacto con la gangrena altamente infecciosa de aquel enemigo inmundo?  ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? Dos noches antes, los nipones habían penetrado en el campamento norteamericano y dado muerte a mansalva a varios enfermeros desarmados. ¿No era mejor tirar al agua aquella hedionda carroña?El doctor Stimson contempló a Ito, y después de breve vacilación preguntó:__¿Hay heridos nuestros esperando?__Por ahora no_-respondió Kovitz__,Ya hemos curado a todos los que había.--Entonces tráiganlo. 
Le quitaron a Ito el apestoso uniforme y los vendajes provisionales. Entraron en acción el agua, el jabón y los antisépticos. Le inyectaron plasma. Le aplicaron la raquianestesia. El doctor Stimson se adelantó hacía la mesa, bisturí en mano. Iba a cortar la pierna gangrenada. Hasta entonces, Ito había estado ceñudo y desdeñoso. Más, de pronto empezó a mover, interrogantes y recelosos, los oblicuos ojillos. Tenía conciencia de todo. Se veía claramente la lucha que sostenían en su ánimo la seguridad de que los norteamericanos le darían tormento, y el testimonio de sus propios sentidos, que le estaba diciendo que no había tal. Ito se resistía a creer que cuanto sus superiores le habían asegurado fuese mentira. Le temblaban los labios. El sudor le bañaba el rostro. Se le vio esforzarse por encontrar una palabra. Al fin, tartajeó. “! A…mé…ri…ca!  ¡A…mé…ri…ca!”  desecho en lágrimas, parecía dudar aún de lo que para él era INCREIBLE. Sonreía, sacudía violentamente la cabeza.La operación duró más de una  hora, el doctor Stimson operaba con sumo esmero. Hacía una pausa de cuando en cuando para que McCroskey le humedeciese la careta  con una solución desinfectante para mitigar el hedor. Le hizo el tipo de amputación más artístico del oficio. Le cubrió con un colgajo el extremo del muñón para facilitar la articulación de una pierna postiza.  Ito, cuando al fin le desataron las manos, agarró por un brazo al cirujano, rompió en sollozos, y volvió a exclamar. “!A…mé…ri…ca!” Se cruzó las manos debajo de la barba, y varias veces trató de hacer una venia. El médico, que parecía  muy cansado, le sonrió. “Llévenselo, muchachos, y tiren esa pierna al agua.” Yeargin arrojó la pierna al mar. Después vomitó hasta por las narices  Cuando sacaron a Ito del cuarto de operaciones, los norteamericanos que lo vieron salir empezaron a refunfuñar“El doctor debió de haberle hecho la amputación por el pescuezo.”  “ A que no trataron así a nuestros compañeros en  Corregidor?”Sin embargo, cuando el doctor Stimson salió del cuarto, todos se cuadraron y le hicieron el saludo militar con respeto no exento de admiración.A Ito se le cuidó y atendió igual que a los heridos norteamericanos. A los cuatro días ya estaba deshaciéndose en visajes y sonrisas tratando de granjearse la amistad de todo el mundo. Recogió abundante cosecha de barras de chocolate, cigarrillos, maní y frutas. Las naranjas, sobre todo, lo volvían loco de contento.  ¡Qué triste se puso cuando tuvo que abandonar el buque! Estaban ya a punto de bajarlo a una lancha cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Entonces comenzó a llamar a gritos al doctor Stimson. El médico se acercó a la camilla; Ito se le abrazó a las piernas sollozando. Quería irse a los Estados Unidos con el doctor. Éste lo calmo y lo envío a un campamento de prisioneros
.Días después, el médico y yo, sentados en su camarote, hablamos del interesante lance. __Si yo me hubiera tropezado con Ito en su agujero__ me dijo__ y hubiera ido armado, lo más probable esque hubiera atravesado al japonés con la bayoneta, por si acaso tenía otra granada. El soldado que dio con él, no lo mató, quizá porque un prisionero bien vale  correr el riesgo. Sea como fuere, el Ito que llegó al buque era un ser humano  que sufría. Era, además, un prisionero de guerra cuyos  derechos había que respetar. El cuerpo médico de la armada debía hacer por él cuanto fuera dable._- ¿Lo operó usted con tanto cuidado como si hubiera sido un soldado norteamericano? _-le pregunté.__ Por supuesto que sí__ contestó__, para el cirujano, en su misión de salvar una vida, no hay diferencias. No hubiese yo operado al propio capitán con más cuidado. Téngalo por seguro._- ¿ y traerá eso algún efecto favorable pregunté.Creo que sí__ dijo después de reflexionar un momento__, pero con tal que lo interpretemos debidamente El primer móvil de nuestra conducta fue, desde luego, de orden militar. Uno de nuestros soldados expuso su vida por hacerlo prisionero. Mis ayudantes y yo también arriesgamos la nuestra por salvar al prisionero. Lo hicimos, en primer término, por la posibilidad de que la vida de Ito tuviese alguna utilidad militar. Puesto que su cuerpo fétido debía permanecer a bordo, tuvimos que cortarle un pedazo y limpiar el resto. Esto lo hicimos tanto por protegernos a nosotros mismos como por salvar a Ito.  Nos movió,finalmente, un sentimiento humanitario. Creo que el afán de Ito por manifestar su gratitud es buena señal, Opino que  debemos tratar al pueblo japonés  de la misma manera. Debemos exterminar su parte más enferma. Y luego, puesto que tenemos que vivir en el mismo mundo que ellos, debemos ayudar a devolver la salud física y mental a lo que quede.  DEBEMOS DAR una prueba más de nuestra humanidad, y esperar que el efecto en los otros japoneses sea el mismo que en Ito. 
JESUCRISTO EN LA BIBLIA  No paguen a nadie mal por mal. Procuren hace lo bueno delante de todos…Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que sean Dios quien castigueSi tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, así harás que le arda  la cara de vergüenza, no te dejes vencer por el mal. AL CONTRARIO, vence CON BIEN el mal.Romanos 12 17_21PERO YO LES DIGO: AMEN A SUS ENEMIGOS, Y OREN POR QUIEN LOS PERSIGUEN.Mateo 5. 43_48

domingo, 20 de enero de 2019

ENCONTRÉ LECTURA ANHELADA- EL PRIMER AMIGO (El Perro)

 Expulsión del Edén
26 Luego les hizo vestidos de piel, se los puso y los echó del Jardín del Edén. 27 Y el día en que salió del Jardín, ofreció Adán un buen aroma, aroma de incienso, gálbano, mirra y nardo, por la mañana cuando salía el sol, el día en que cubrió sus vergüenzas. 28 En aquel día quedaron mudas 

las bocas de todas las bestias, animales, pájaros, sabandijas y reptiles, pues hablaban todos, unos con otros, en un mismo lenguaje e idioma.
29 Dios expulsó del Jardín del Edén a todo mortal que allí había: todos fueron dispersados, según sus especies y naturaleza, hacia el lugar que se les había creado. 30 Pero sólo a Adán permitió cubrir sus vergüenzas entre todas las bestias y animales. 31 Por eso fue ordenado en las tablas celestiales a cuantos conocen el temor de la ley que cubran sus vergüenzas y no se descubran, como hacen los gentiles LIBRO DE LOS JUBILEOS


HE RECORDADO MUCHO LA SIGUIENTE  LECTURA QUE HICE DE NIÑO,
deseaba con mucho anhelo volver a leerla.
Al fin conseguí el libro ayer Sábado.LO QUE UNA IMAGEN A MIS OCHO AÑOS, MI VIDA DETER... Revela una gran verdad pero ignorada-  —Dios no nos abandona totalmente, puesto ;que nos ha dejado un buen amigo.-No aparece el nombre del autor que tan sabiamente escribieraConcuerda mucho con el libro d elos Jubileos
Hoy la comparto.

                                                       EL PRIMER AMIGO

 Cuando Adán y Eva fueron arrojados del paraíso, todos los animales se dispersaron.
La serpiente se escondió entre los matorrales y desapareció
Las ovejas, los corzos y los ciervos se alejaron, medrosos.
El toro, huraño, arisco, como si hubiese presentido el yugo, se escapaba mugiendo.
El caballo, más tímido, se alejaba a galope.
El león se volvió para desafiar con la mirada al hombre abandonado.
El tigre, el lobo ; todas las bestias más feroces, se pararon también, rechinaron los dientes y dando aullidos de odio se lanzaron sobre las otras presas.
Ya el águila y el buitre se arrojaron buscando palomas.
Una gota de sangre caída de lo alto se mezclaba a las lágrimas de Eva. Entonces, dijo Adán con amargura :
—Hasta hace unos instantes, todos los animales nos amaban ; todos se sometían a mi voz ; ahora huyen y se alejan con terror, amenazando incluso algunos de ellos. ¿Es que todos los seres de la Tierra son ya enemigos nuestros?
El hombre hablaba aún, cuando se sintió lamer las' manos y vio el perro a sus pies.
Le había ido siguiendo paso a paso ; parece que sufría los dolores de su amo; estaban húmedos sus ojos, como si llorase también.
_Adán le dio palmadas en el lomo. Eva enjugó sus, lágrimas para hacerle caricias.
El perro demostraba su sumisión y agradecimiento ; daba saltos, ladraba de alegría y echándose a los pies de Adán y Eva, se les quedó mirando con aquella mirada franca y fiel.
Adán, emocionado, dijo al fin :
—Dios no nos abandona totalmente, puesto que nos ha dejado un buen amigo.
Por esto, desde el primer día, el perro fue llamado el amigo del hombre.

 
iernes, 4 de marzo de 2016

HICIERON DE MÍ, UN CRISTIANO --2 Guerra Mundial Por STANLEY W. TEFFT De la armada norteamericana

.   HICIERON DE MÍ, UN CRISTIANO
Una tribu “salvaje” da ejemplo a los “civilizados”
(Reimpreso de “The Christian Advocate”)
Por  STANLEY W. TEFFT
De la armada norteamericana

Henry P. Van en the Saturday Evening Post:,dice: Factor decisivo en la seguridad de innumerables norteamericanos en las campañas del pacifico ha sido la abnegación  heroica de los indígenas cristianos. Con razón dice el senador Mead.    “Los soldados norteamericanos están recogiendo copiosa cosecha en los campos abonados con larga paciencia por los misioneros”.
“El éxito de esta campaña se debe a la ayuda que nos prestaron los naturales.   No puede calcularse el número de vidas que salvaron con sus infatigables esfuerzos, todo, por un puñado de heroicos misioneros que les enseñaron  las doctrinas del cristianismo. Esos naturales trabajaron sin descanso a favor de las fuerzas norteamericanas, transportando víveres y medicinas, material de curas, y agua”
Dondequiera que las tropas norteamericanas desembarcaron, hallaron indígenas que las acogieron con afecto, las ayudaron y protegieron; diminutas casas misionales con comida, auxilios médicos, hospitalidad incondicional; y una fe y una pureza  de conducta de que habían visto pocos ejemplos en los “cristianos de Estados Unidos. Echaron de ver, en suma, que la religión había pasado por allí.  
Fue una tribu de naturales de las islas Salomón la que hizo de nosotros unos cristianos practicantes.  Aquellos negros de cabellos lanosos habían sido, años atrás, cazadores de cabezas. 
 Yo no había puesto los pies en una iglesia ni en una escuela dominical desde que tenía nueve años Mis camaradas de dotación no eran mucho más piadosos que yo. Todos ahora somos cristianos fervorosos.
Cuando nos varamos en el arrecife coralino de aquella isla ocupada por los japoneses, llevábamos 72 horas a merced de las olas y los vientos, en un botecito salvavidas, éramos el teniente Edward M.Peck, nuestro piloto: Jesse Scott, el radiotelegrafista y yo, artillero de aviación.  Los japoneses pusieron como una criba nuestro avión torpedero, y tuvimos que acuatizar de golpe y porrazo en medio del mar, a medianoche, es algo indescriptible eso  de verse en pleno océano en un botecillo de caucho. Lo único que puede uno hacer es rezar y esperar. Eso hicimos nosotros
Peck, que era católico, preguntó el primer día si alguno tenía un rosario. Scott que era episcopal, no lo tenía. Y vean ustedes, yo, que soy metodista, tenía uno. Un amigo me había dado el suyo, como talismán, cuando me despedía de los míos en Toledo, Ohio.
El segundo día, mientras Peck pasaba las cuentas de su rosario, un avión japonés voló por encima de nosotros. No nos vio. “Después de todo, parece que no es inútil rezar”, exclamó Peck. Creí que debía aprenderme unas cuantas oraciones. Peck me enseño a rezar el rosario. En un botecito salvavidas no tarda uno mucho en advertir que todos los ocupantes, sean católicos, episcopales o metodistas, le ruegan al mismo Dios,.
Metimos nuestro botecillo en una cueva de la isla y estuvimos allí ocultos dos días, hasta que sentimos tanta hambre, que ya fue cosa de salir a buscar algo que comer o dejarnos morir de inanición. A lo lejos veíamos el humo de una aldea de indígenas. Resolvimos ir allá, bien entendido que si topábamos con japoneses o con naturales de islas hostiles, daríamos buena cuenta de tantos de ellos como pudiéramos, antes que nos mataran.
Los primeros naturales con quienes tropezamos se mostraron un tanto recelosos. Uno nos preguntó en inglés chapuceado.:
__¿Hombres del oeste?__
_Norteamericanos.  __ No gustan japoneses__,    contestó Peck
Con gran sorpresa nuestra, vimos que el que parecía jefe llevaba una biblia inglesa muy usada. Se puso a leer en ella y dijo una oración. Entonces, nosotros leímos, por turno, unos cuantos pasajes.
El jefe se llamaba John Havea.  Había pasado tres años en una escuela misional de otra isla. Era todo un prócer en su aldea. John  nos enteró de que estábamos  en la isla del Mono.  Nos manifestó que, puesto que éramos cristianos, su gente nos  ocultaría de los japoneses. Estos habían destruido los huertos, matado  los cerdos y  pollos, y ahuyentado a los habitantes hacía la maleza.
Acordamos volver a la cueva, desinflar el botecillo y esconderlo. Allí mismo recibimos otra lección de piedad cristiana. Los indígenas inclinaron sus cabezas, y John Havea oró en alta voz, por nuestra seguridad.
Camino de la cueva me separé de mis camaradas para ir a recoger un hacha que había dejado en la orilla. Una patrulla japonesa que por allí pasaba debió de habernos visto. Yo me zampé de cabeza en unos matorrales y allí me estuve conteniendo el resuello. Al pasar, los japoneses apostaron un centinela a unos cuantos pasos de donde yo estaba. Estuve allí cuatro horas, rezando sin cesar. La pierna, en la cual tenía una herida de bala, me dolía horriblemente. A eso del oscurecer, empezó a subir la marea. Me las arreglé para arrastrarme hasta el mar. Nadando por debajo del agua pude llegar a otro lado de la orilla, fuera del alcance del centinela japonés. Por fin,  conseguí meterme otra vez en la cueva donde estaban escondidos Scott y Peck.
Los tres meses siguientes constituyeron una aventura inolvidable para nosotros. Hacíamos la vida de aquellos naturales, a quienes unos misioneros australianos habían apartado de su ejercicio de cortar y coleccionar cabezas, haciéndolos entrar en el redil cristiano. Los misioneros se fueron de la isla en 1937, pero su obra perduró, y  gracias a ella se prolongaba nuestra existencia cada día, Los indígenas no echan una semilla, ni hacen una comida, ni realizan un solo acto importante sin impetrar el auxilio divino.
Las  patrullas japonesas nos seguían constantemente los pasos. Cuando nuestros perseguidores llegaban a una parte de la isla, los naturales nos llevaban a escondernos a otra, por lo general, en cabañas hechas de yerba. Adondequiera que estuviésemos nos traían comida y nos curaban las heridas con hojas de plantas silvestres Por la noche nos reuníamos con ellos. Leíamos la biblia y cantábamos a coro los himnos que los naturales sabían.
No éramos lo que se dice buenos cantantes, pero poníamos el alma en lo que cantábamos. Los indígenas cantaban o tarareaban los himnos en su lengua. John y unos cuantos más sabían el texto en inglés. Hasta los niños seguían la melodía. No parecía haber en la tribu ninguno que hiciera de sacerdote o ministro. Cualquiera de ellos dirigía los oficios.
También nosotros los dirigíamos algunas veces, con la diferencia de que teníamos que leer en la vieja biblia resobada, al paso que los indígenas se sabían de memoria los pasajes. No tardé mucho en aprenderme  yo de memoria una porción de ellos.
Al cabo de un mes,  o cosa así, llegó corriendo a nuestro escondite un indígena. Venía a decirnos que los norteamericanos estaban desembarcando. “Los norteamericanos” se redujeron a uno, el teniente Ben H. King, piloto de un P_38.  Había pasado este oficial seis días a flote en un botecillo de goma. Después que conseguimos hacerlo volver en sí , nos contó que los yanquis se habían apoderado de más islas y que pronto estarían en la del Mono.
A los tres días llegaron tres aviadores en otro botecillo. Eran el alférez Joe D. Mitchell, el radiotelegrafista Chauncey Estep y el artillero Dale Vere Dahl. Se ocultaron en  nuestro escondite y se unieron a nosotros en nuestras plegarias. No eran hombres muy devotos que digamos, pero, al cabo de pocos días, tomaban parte en nuestros actos religiosos con verdadero fervor. Todos los habitantes de la isla sabían donde  nos encontrábamos. Sin embargo, los japoneses nunca pudieron dar con nosotros.
Por último, resolvimos tratar de ganar una de las islas ocupadas por nuestras tropas. Los indígenas sacaron nuestros botecillos de noche; los inflaron; Los cargaron de cocos para que tuviéramos que comer y que beber, y se reunieron en sus  canoas en torno nuestro. John Havea predicó un sermón, y los demás rezaron por nosotros.      A  pesar de que remamos con todas nuestras 
Fuerzas, no pudimos adelantar gran cosa, porque el mar estaba muy picado. Volvimos, pues a la orilla. Los indígenas empezaron a rezar dando gracias porque estábamos otra vez en salvo. Era de noche todavía y nuestros salvadores nos condujeron a nuestro escondite a través de la aldea en que dormían los japoneses.
Pocos días después, Peck, King, Mitchell y yo, acordamos intentar de nuevo la fuga. Los otros tres que estaban hasta la misma coronilla de la vida en bote, prefirieron quedarse con los naturales. Esta vez el mar estaba en perfecta calma. Salimos a media noche. Los indígenas nos acompañaron en sus canoas como tres minutos mar afuera. Antes de separarse, rodearon nuestra balsa y se pusieron a rezar por nosotros con el mayor fervor. Nunca olvidaré aquel momento. Era la primera vez que veía a cuarto norteamericanos, hombres de armas tomar, llorando como niños. Estábamos profundamente conmovidos.
Era una balsa de tres plazas. Sirviéndose de canaletes improvisados, tres de nosotros bogaban constantemente, mientras el cuarto descansaba. Así estuvimos noventa y seis horas, o sea, cuatro días con sus noches. Recorrimos sesenta millas. Navegamos, pues, a razón de tres cuartos de milla por hora. A menudo orábamos en alta voz, con excepción de Peck, que rezaba su rosario para Si
La cuarta noche, poco después de las doce, oímos el ruido de los motores de un PBY
Los motores norteamericanos se conocen en seguida. Teníamos una lata de kerosina con una mecha. La prendimos. El piloto vio la llama, pero no se atrevió a encender sus luces. Una voz secreta le dijo, sin embargo, que no éramos japoneses. Acuatizó, y vino a nuestro encuentro. La tripulación empezó a lanzar cosas al agua para aligerar el avión. Nos subieron  a bordo. A las cinco horas estábamos en un hospital comiendo pollo, primera carne que probamos en 87 días.
Cuando oí aquel PBY, hice la promesa de ir a la iglesia como es debido. Y  la he cumplido. No creo que ninguno de nosotros olvidará jamás la fe y la devoción de aquellos indígenas. Nada de particular tendría que sus oraciones hayan contribuido más que las nuestras a sacarnos bien de aquel trance peligrosísimo. ¿No llevaban por ventura mucho más tiempo que nosotros practicando la virtud de la oración.
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Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.  Eclesiastés  11.
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Conclusiones:
*El bien que hacemos, nuestra descendencia lo cosechara

Donde los abuelos sembraron, los nietos cosechan..
*Dios no hace acepción de personas.
 viernes, 26 de febrero de 2016
 UN NOBLE PASTOR Y SUS OVEJAS CIEGAS El Marqués de Normamby

 UN NOBLE PASTOR Y SUS OVEJAS CIEGAS

(Condensado de “Newsweek 
Por Al Newman

1944 

De la bruma que flotaba aquella mañana sobre el puerto emergía, alta y blanca, la proa del buque hospital. Por encima del agua que nos separaba de los heridos a bordo diríase que llegaban hasta nosotros, en la orilla, efluvios de la emoción que embargaba a los repatriados. Teníamos un nudo en la garganta.

  De pronto sonaron las sirenas de todos los barcos fondeados el puerto, el jubiloso coro saludaba de aquella tradicional discordante manera al Atlantis. Una banda atacó las notas de Tipperary. Los hombres de a bordo empezaron  Ya estaban lo bastante cerca para verles las caras. Uno, que llevaba ambos ojos cubiertos con un vendaje negro, cantaba con tanto brío y entusiasmo, que tenía la cara  como un tomate. Debía cantar por dos,Ya que el compañero que estaba al lado no podía hacerlo, ocupado como estaba, en ir dándole los pormenores del cuadro.Unos tullidos bailaban en los Botes salvavidas haciendo  fantásticos equilibrios. Agitaban sus muletas en el Aire. 
 Un bravo de los comandos lloraba.Estaban de nuevo en la patria, ellos, que habían perdido toda esperanza de volver. Dos son los terribles miedos que torturan al soldado en la guerra. Dos, que no son ni el dolor físico, ni el de la muerte. El primero de los dos es el miedo a sentir miedo, y el segundo es el de no volver a la patria. 
El lord alcalde de Liverpool, de sombrero de copa, con una cadena de oro al cuello, pronunció un  discurso de bienvenida.  ¡Magnífica, sentidísima alocución¡  Unas bandas empezaron a tocar el himno de las barras y estrellas en honor de los catorce norteamericanos que venían a bordo. Se hizo el silencio. Uno de los norteamericanos gritó desde la cubierta: “¿Quién ganó la serie mundial?” Un corpulento, aguerrido coronel de aviación le contestó desde el muelle cual  nuevo Esténtor: “! Los Yanquis!” Se le quebró la potente voz. Se llevó el pañuelo a la cara. En los cinco minutos que siguieron lo vi enjugarse más de una vez los ojos.  La primera camilla. La cargan dos sargentos  del  Real Cuerpo de Sanidad Militar. Siguieron desfilando horas y hora: Los heridos de Dunquerque, los de Dieppe, los de Libia, los de Túnez, los de Sicilia. Unos iban  en camillas; otros marchaban por su pie, otros apoyados  en algún camarada. Los ordenanzas sanitarios llevaban en la mano su pobre equipaje, un equipaje de ascetas: unas cajas de cartón o de madera con la insignia de la cruz roja. En medio de uno de los grupos que desembarcaron destacábase, alto, erguido, apuesto, rasurado, un joven oficial inglés. Tenía la nariz aguileña, inconfundible, de los aristócratas  de Albión. En torno suyo, triste rebaño sin luz, apiñábanse unos treinta ciegos. , un capitán de Barco de setenta y dos años, a quién la metralleta había dejado sin ojos en un combate con un corsario alemán, se agarraba con tal fuerza al brazo del teniente, que tenía los nudillos casi blancos. Aquel alto y gallardo era el Marqués de Normamby, herido y prisionero en Dunquerque. En el campo de prisioneros a donde lo llevaron había unos cuantos ciegos. En lugar de abandonarse al ocio infecundo de aquella existencia monótona, el joven se puso en comunicación con St. Dunstan, Una sociedad inglesa para la reeducación de los ciegos, aprendió solo el alfabeto de Braille, para enseñárselo a sus infortunados compatriotas. Logró que lo aprendieran. Con fósforos de madera abría los agujeros en el papel. Y ahora,  ahora, el joven pastor volvía a la patria guiando sus ovejas cieguitas. Tengo la seguridad que si sus antepasados hubiesen  podido contemplarlo, se les habría henchido el corazón de orgullo.  Nunca olvidaré aquel día. Nunca, nunca, he visto en tantos rostros, una felicidad tan serena.








1 comentario:

  1. Gracias por visitar, leer y su comentario.buscaré su lectura sugerida.

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