miércoles, 17 de febrero de 2021

ABRAHAM LINCOLN- A LA SOMBRA DEL EMANCIPADOR

 A LA SOMBRA DEL EMANCIPADOR- ABRAHAM LINCOLN-Por T. E. Murphy 1950

A la Sombra del Emancipador

Por T. E. Murphy
1950

El mayor tributo rendido a Lincoln  es eI profundo sentimiento que

inspira el noble monumento conmemorativo en Washington

  Más de un millón y medio de Personas visitan cada año el monumento conmemorativo de Lincoln en la ciudad de Washington. Allí Abraham Lincoln pertenece otra vez al pueblo. La mayor parte de los que van a verlo son hombres y mujeres sencillos venidos de las aldeas, los llanos y las montañas de los Estados Unidos, de Europa y de la América Latina. Aunque entre ellos hay diversidad de lenguas, todos se sienten atraídos por un magnetismo cuya fuerza aumenta año tras año.  ¿Y por qué? La mejor manera de hallar la contestación a esta pregunta es hacérsela a los visitantes mismos.

El sol de la mañana acaba de retirarse de la cámara interior donde Lincoln está serenamente sentado en su gran sillón de 3,8 metros de alto. La estatua, cuya altura de los pies a la cabeza es de 5,8 metros, se compone de 28 trozos de mármol blanco de Georgia. Son las nueve, y un guarda vestido de uniforme verde oliva quita la cadena que sirve de barrera

Entonces principia la peregrinación. Hay que subir una escalera de 58 peldaños. Al llegar arriba la mayor parte de los hombres se descubren y contemplan reverentemente la pensativa figura. Una mujer se enjuga los ojos; y otra de manos encallecidas por el trabajo y traje que delata pobreza, cae de rodillas como lo haría ante un altar. "Cosas así suceden con frecuencia," dice el guarda.

Y es que en esta estatua heroica, obra del escultor Daniel Chester French, Abe* Lincoln, sale de los libros de historia y habla con el pueblo. Este sentimiento de intimidad y afecto puede percibirse claramente en las facciones de los que contemplan arrobados la estatua, a veces hasta por 45 minutos. Y se hace más notorio viéndolos leer en voz baja o alta el discurso de Gettysburg grabado en la pared meridional del Monumento, o los extractos del discurso de la segunda inauguración esculpidos en la pared del norte.

“Cada vez que leo estos discursos encuentro en ellos algo nuevo, “, dice  un vendedor procedente de Nueva York.

Cerca de él está un hombre agachado que se esfuerza en explicarle las palabras a un niño. Una mujer de cabeza cana, oriunda de Dakota del Sur, dice mirando fijamente la estatua: "Es cautivadora„” y se lleva el pañuelo a los ojos. No lejos de ella está una joven alta, superintendente de una fábrica de ropa del estado de Ohío. Es más expresiva que la otra.

Me gusta Lincoln, dice, porque con todos era justo."

Un hombre de mediana edad, ex ingeniero. de minas de Colorado, expresa un juicio que otras bocas repiten una y otra vez durante el día.  "He aquí un hombre, declara, que nunca cedió a la presión de las minorías. Era demasiado probo para ser un verdadero político, demasiado probo para ser secuaz servil de una corrompida camarilla política. Siempre fue paladín de la justicia y la rectitud."

Y sonriendo como si quisiera excusarse agrega. "No sé qué opinará usted de estas cosas; pero en mí causan profunda impresión. Mi abuelo fue gobernador de Kentucky. Abe Lincoln lo invitó para que se presentara como candidato a la vicepresidencia. "

Detrás de una de las pilastras jónicas de 15 metros de altura, otro hombre lee el discurso de la segunda inauguración de Lincoln. Cuando vuelve la cara, me fijo en la expresión de seriedad y mesura que hay en sus ojos castaños. Es don Antonio José Coello, de Honduras. Me dice en excelente inglés que es director de La Liberación, semanario que se publica en San Pedro Sula y cuya circulación asciende a 15.000 ejemplares.

Para nosotros los centroamericanos- me dice- Lincoln es el grande hombre, el más grande del mundo. Lo queremos por sus puros ideales de libertad. Lo conocemos perfectamente y en nuestros planteles de educación se estudian sus discursos.Siempre vengo a ver a Lincoln cuando estoy en Washington. Soy amante fervoroso de la libertad. Mi padre, Augusto Coello, escribió el himno nacional de Honduras cuando era secretario de Estado”.

Luego mueve la cabeza tristemente y agrega:

-Lo que hoy necesitamos es otro Lincoln.

Un joven medio tullido pero de cara alegre asciende penosamente la larga escalera; se apoya en un bastón y va moviendo primero una pierna y después la otra. Es un artista de Washington.

-“Bueno ¿qué opina del monumento-me pregunta con aire de propietario-Yo vengo aquí muy a menudo. Me gusta venir porque ésta es una bella obra de escultura-- Y agrega --Lincoln era un hombre paciente. Por eso lo admiro.”

El sol ya está alto, y de los auto­buses que llevan paseantes a los lugares de interés sale infinidad de gente. Un grupo de niños de escuela suben la escalera en pares que van muy ordenados uno tras otro. Yo comento con la maestra el buen comportamiento de los niños.

-Están más callados y quietos de lo que deberían estar- dice melancólicamente- Es a causa de que son negros y se ven en un medio extraño.”

Los niños, con los ojos muy abiertos, se aprietan los unos contra los otros como para protegerse. Cuando por casualidad hablan, lo hacen cuchicheando.

La maestra también es negra.

-“Tengo dos hijitos -me dice- y mucho pienso en el modo como debo enseñarles a mirar con ecuanimidad las distinciones de raza y otras cosas así. No quiero que  las vean con  amargura         sino filósoficamente. Es un problema  muy difícil.

 --Lincoln era un  visionario y un idealista—agrega mirando afectuosamente la estatua- Todavía  queda muchísimo por hacer.

Tras una pausa, exclama:

-Yo detesto la palabra tolerancia. Hay que ir mucho más allá. Queremos que se nos mire y se nos trate como seres de la especie humana, no como seres de otra especie.

Son casi las doce del día, y el guarda mira su registro. "Hoy el número de visitantes pasará de 10,000," dice.

"Algunos días vienen más de 50.000. Casi todos traen cámaras fotográficas."

Allí no se permite fumar, comer ni beber nada. "Tales cosas no se hacen en la iglesia ¿verdad " pregunta el guarda sucintamente.

Otro hombre lisiado sube con trabajo la escalera, apoyado en dos muletas. "Eso no es nada, dice el guarda. El otro día subieron a un hombre en una silla de ruedas."

El señor Arturo Pardo, de Caracas, importador de telas y hombre de mucha cultura, me dice tomándome del brazo:

-Venga conmigo y le enseñaré un poco de historia.

Se detiene delante del discurso de Gettysburg y me dice:

-Mire usted. Cuando Lincoln terminó este magnífico discurso, no hubo aplausos ni vítores; solamente silencio. ¡Pobre hombre! Se volvió hacia uno de sus amigos y le dijo: "He fracasado otra vez›

"Pero no; ¡no fracasó!-exclama con entusiasmo el señor Pardo ‑

¿Qué diría ahora de sus fracasos si viera este soberbio monumento y estas multitudes que vienen de toda la tierra a rendirle tributo

"Ah, sí señor! -continúa- En Suramérica lo conocemos sobre todo por sus palabras de fe en la libertad. Allí también es nuestro grande hombre. El fue, por decirlo asl, un compendio de virtudes humanas, sin que le faltaran sus flaquezas. Lincoln no fracasó.”

 

 Hablo con un hombre y su esposa, ambos de edad avanzada, que miran arrobados la estatua. Son tímidos, y la mujer retrocede un poco y dice algo a su marido en una lengua extranjera. El, de pelo cano y rala barba blanca, dice suavemente;  “No hablamos bien el inglés. “  Debe de ser un rabino.

--Mi nombre no importa. Hemos estado esperando 20 años. Ahora lo vemos cara a cara ¿verdad, querida ¿

La mujer mueve la cabeza afirmativamente,

-Allá en nuestra tierra del Viejo Mundo leímos acerca de él, y siempre habíamos esperado verlo algún día. Y ahora lo vemos ahí. Precisamente como yo te lo decía -agrega dirigiéndose a su esposa y acariciándole las manos.

El sol ha desaparecido y empieza a caer una melancólica lluvia de otoño. En el interior del venerable monumento hace un frío que hiela los huesos. Sin embargo, continúan entrando multitudes de gente. En la confusión de voces quedas que llenan el recinto se distingue una que otra frase. Así, alcanzo a oír que un guarda dice: " Si, señora, desempolvamos la estatua cada dos o tres días."

He aquí un vendedor de granos, ya retirado del oficio, que ha traído a su nieta. "Abe Lincoln trataba a sus enemigos con honor y con paciencia," dice. "¡Cuán diferente de los politicastros de nuestros días,. Que tratan a sus opositores con ruindad o los ponen en ridículo!"

A lo lejos se ven como cuadritos fulgurantes las ventanas de los desparramados      edificios         del gobierno.  Uno de los guardas mira su registro v dice: "Lo que yo  esperaba. Más de 10,000 personas hoy, a pesar de la lluvia."

Pronto descenderán de nuevo la noche y el silencio, y Abe Lincoln se quedará otra vez solo, como vivió cuando el desolador torbellino de la guerra civil azotaba su patria.

El muchacho tímido y rústico de un pueblo apartado de Illinois, el tosco abogado de cara mustia, el triste y angustiado Presidente del mantón y el viejo sombrero de copa, aguardará sentado allí, y mañana, con la regularidad de la salida del sol, llegará al recinto otra multitud de peregrinos a reverenciar su memoria y a buscar inspiración,   consuelo y esperanza en su noble grandeza.

*Los   norteamericanos   dan afectuosamente a Lincoln el nombre de Abe (éib) diminutivo de Abraham

Martes, 22 de marzo de 2016

ANECDOTARIO DE ABRAHM LINCOLN --William Herndon

“ABRAHÁN FUE un chico muy juicioso, y yo puedo decir de él lo que acaso apenas podría decir una madre entre mil: nunca me dijo una palabra dura ni me lanzó una mirada rencorosa, ni rehusó hacer nada de cuanto le mandé. Era diligente para el estudio, leía cuanto libro encontraba. Si algún pasaje le llamaba la atención, lo escribía sobre alguna tabla si no tenía papel a mano. Cuando conseguía papel, lo copiaba, lo leía y lo releía.

— SARA LINCOLN, en declaración hecha aWILLIAM HERNDON

 SE METÍA un libro debajo de la camisa, se llenaba los bolsillos de los pantalones con tortas de maíz y se iba a arar o a rastrillar. A mediodía se sentaba bajo un árbol a leer y a almorzar. Cuando llegaba a casa por la noche, recostaba una silla contra la chimenea, engarzaba los pies en el travesaño y se agachaba a leer

Tía Sarita le ponía una vela sobre la repisa y muchas veces Abrahán tomaba su cena allí mismo, comiendo todo cuanto ella le servía sin dejar de leer. Entraban los vecinos, se quedaban mirándolo sin que él se diera cuenta siquiera, y volvían a salir haciéndose cruces











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