miércoles, 24 de febrero de 2021

REGALO DE UN VECINO-

 POR CHRISTOPHER DE VINCK
REGALO DE UN VECINO 

 CADA NOVIEMBRE, durante ocho años, preguntaba a mi vecino si podía tomar prestada su escalera extensible, de aluminio, de cinco metros, para limpiar de hojas mis canalones.
Y cada noviembre, Barry se ponía su abrigo, de cuadros y me acompañaba hasta la parte trasera de su casa, donde guardaba la escalera en un espacio angosto.
—¿Pasarás la Navidad con tus padres este año? —preguntaba.
—Igual que el año pasado —le contestaba yo.
Ambos nos agachábamos y nos abríamos paso entre viejas telarañas, cambiábamos de lugar uno o dos triciclos y quitábamos una manguera de en medio.
Barry asía un extremo de la escalera y yo sujetaba el otro. "Déjame ayudarte a llevar esto a tu casa", sugería mi vecino, mientras yo saltaba la cerca de alambre fino que separaba nuestros patios. La escalera no pesaba mucho. Pero los dos disfrutábamos desempeñando nuestros respectivos papeles. —Creo que debería comprarme una de estas.
—¿Por qué te preocupas? —solía comentar él—. Puedes usar la mía siempre que la necesites. Barry y su esposa Patti asistieron a los bautizos de mis hijos, a quienes cedieron los pantalones, camisas y botas que a sus propios chicos ya no les quedaban. Una noche de febrero, mi familia y yo nos refugiamos en su casa durante unas cinco o seis horas, mientras la compañía que nos surtía de petróleo reparaba nuestra caldera averiada.
—El mecanismo de poleas se atora un poco —me advertía respecto a la escalera.
—Te la devolveré dentro de unas horas.
—No hay prisa. Si no estoy en casa, sólo déjala del otro lado de la cerca.
Con un rápido ademán de despedida, Barry volvía entonces a su casa.
Cada noviembre, indefectiblemente, la misma operación.
El invierno pasado, empero, en el césped delantero de Barry apareció un letrero que anunciaba: Se vende. Realmente, era difícil aceptar que la empresa para la que él trabajaba se estuviese mudando a otra ciudad.
Incluso cuando el camión de mudanzas se detuvo frente a la casa de mi vecino, no reaccioné como debería haberlo hecho. Debí abrazar a Barry, pero me limité a estrecharle la mano y decirle adiós. Al verlo alejarse en su auto, debí haber agitado el brazo una y otra vez en señal de despedida; pero tampoco se me ocurrió.
Aquella noche, cuando salí a guardar el triciclo de mi hijo, encontré, reclinada sobre el muro de mi garaje, la escalera extensible.
0 1988 POR CHRISTOPHER DE VINCK. CONDENSADO DE •THE EVANGELIST- (19-XI-1988), DE ALBANY, NUEVA
YORK. SELECCIONES DEL R.D. ABRIL DE 1990


 


 

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