sábado, 20 de febrero de 2021

SOY EL HIGADO DE JUAN-

 *Juan tiene 47 años de edad y le va muy bien en sus negocios. Algunos otros órganos suyos ya han hablado de sí mismos en SELECCIONES.

 POR J. D. RATCLIF

SOY EL HIGADO DE JUAN

JUAN SE inquieta por sus dientes,por su pelo, por sus pulmones, por su corazón. En cuanto a mí, casi ni se da cuenta de que existo. Yo soy el hígado de Juan.* Si alguna vez piensa en mí, no le cuesta mucho trabajo imaginarse qué forma tengo: la de un hígado. Soy el órgano más grande de su cuerpo y peso poco más o menos un kilo y medio. Me protegen las costillas y ocupo casi toda la parte superior derecha del abdomen de Juan.
A pesar de mi vulgar aspecto, soy el verdadero virtuoso de los órganos de Juan. En cuanto a complejidad hago sonrojar al corazón y a los pulmones, que siempre figuran en primera línea. Realizo más de quinientas funciones, y, si fallara en alguna de las más importantes, lo mejor que podría hacer Juan sería ir preparando su entierro. Virtualmente participo en todos los actos de Juan: doy combustible a sus músculos cuando juega al golf; digiero las grasas que come; manufacturo la vitamina que le ayuda a ver de noche.
Una gran compañía de productos químicos tendría que montar instalaciones en una extensión de varias hectáreas para poder desempeñar mis funciones más sencillas. Las difíciles, no podría realizarlas nunca. Produzco más de mil enzimas diferentes para hacer mis trasformaciones químicas. Con una cortadura en un dedo, Juan se desangraría hasta morir si no fuera por los factores coagulantes que yo fabrico. Hago anticuerpos que lo protegen contra las enfermedades. Los fragmentos de proteína de ese bistec que tanto le gusta serían para él tan mortíferos como el cianuro si llegaran a pasarle al torrente sanguíneo. Yo los "humanizo": los trasformo de proteínas de bistec en proteínas humanas. Y si hubiera algún excedente que no necesitara su cuerpo, yo lo cambiaría en urea y la mandaría a los riñones para su excreción.
Las glándulas suprarrenales de Juan producen hormonas capaces de retener sal suficiente para hincharlo muchísimo, pero yo destruyo el exceso. Soy incluso una especie válvula de seguridad para su corazón. De mi cara superior sale la vena hepática directamente al corazón de Juan. Si llega un borbotón de sangre que pudiera sofocar la acción cardiaca, me hincho y absorbo sangre como una esponja vascular, pues eso soy. Después suelto poco a poco el líquido para que el corazón pueda hacerlo circular.
Soy el gran desíntoxicante. . Si en los vasos que salen de mí y van al corazón se inyectaran algunos venenos (como la nicotina, la cafeína y varios medicamentos que absorbe todos los días), Juan sería hombre muerto en unos minutos. En cambio, si los inyectan en los vasos sanguíneos que entran en mí, el lapso de seis a diez segundos que tarda la sangre  en pasar por mi cuerpo me basta y sobra para quitar su ponzoña a esas sustancias.
Hasta el alcohol que toma Juan con sus copas (y que, de no ser por tí, se le acumularía en la sangre en entidades mortíferas) lo descompongo en anhídrido carbónico y agua, que son inofensivos. Puedo reducir en una hora el alcohol que contiene medio vaso de jaibol o tres cuartos de lata de cerveza; si Juan bebe a ese ritmo, aunque sea indefinidamente, no sentirá el menor efecto. Lo malo es que tiende a beber con más rapidez y puede hacerme trabajar toda la noche.
Algunos materiales que produce el organismo son, naturalmente, tóxicos, si se acumulan en grandes cantidades. Mi deber es evitarlo, limitándolos. Cuando Juan juega al golf, sus músculos queman glucosa y desechan una sustancia que puede ser mortal: ácido láctico. En vez de deshacerme de este ácido, lo convierto en glucógeno para alinacenarlo. Soy muy ahorrativo; no me gustan los desperdicios en casa.
Cuando Juan come una tableta de chocolate, el azúcar de caña se convierte en el intestino en azúcar sanguínea, que se llama glucosa. Si llegara a su torrente circulatorio demasiada cantidad de esta glucosa, Juan caería en estado de coma y fallecería, como podría ocurrirle al diabético si no se inyectara insulina. Yo procuro que no ocurra eso. Cuando hay demasiada glucosa en la sangre, la convierto en una sustancia semejante al almidón, llamada glucógeno. De esta forma puedo almacenar el azúcar equivalente a casi un cuarto de kilo. Después, cuando baja el contenido de azúcar en la sangre entre una comida y otra (y el defecto puede ser tan malo como el exceso), convierto el glucógeno otra vez en glucosa y la voy soltando en la sangre.
Lo mismo pasa con los glóbulos rojos de Juan. Cada segundo mueren aproximadamente diez millones de esas células sanguíneas y hay que hacer algo con ellas. Yo aprovecho los productos de la desintegración, conservándolos para utilizarlos una y otra vez en la producción de nuevos glóbulos rojos. Y uso algunos desperdicios para elaborar diariamente un litro de bilis (el jugo digestivo amargo y de color amarillo verdoso).
Normalmente este fluido pasa de mí a la vesícula, y después a la bolsita llamada duodeno, que está entre el estómago y el intestino delgado. El jugo sale cuando Juan come, y su misión es deshacer las grandes gotas de grasa y convertirlas en gotitas solubles de agua, que ya se pueden digerir. Y, por añadidura, la bilis arrastra los depósitos de grasa que podrían tapar mis conductos si se acumularan en ellos.
La bilis que estoy escurriendo sin cesar en la vesícula contiene también dos pigmentos, productos de desecho que vienen de la destrucción de los glóbulos rojos. Uno es la bilirrubina (o bilis roja); el otro, la biliverdina (o bilis verde). A veces estos pigmentos pasan en grandes cantidades a la corriente sanguínea y producen ictericia, en que los ojos y la tez se tiñen de amarillo. Síntoma y no enfermedad, la ictericia indica que algo me anda fallando.
Suele haber tres tipos de causas. A veces ciertas enfermedades (el paludismo y algunas clases de anemia ) destruyen rápidamente a los glóbulos rojos. Los pigmentos de los glóbulos destruidos se acumulan tan de prisa que no puedo eliminarlos. También puede haber obstrucciones en la vesícula biliar o en los conductos, y los pigmentos, que no pueden salir, se vierten en la sangre y producen ictericia. O también acaso mis células activas estén inflamadas por la hepatitis u otras enfermedades, o mis conductos bloqueados por grasa y no puedo excretar los pigmentos. Eso significa que estoy en un serio apuro.
Sin embargo, tengo una capacidad enorme de reserva y de regeneración. La enfermedad puede destruir hasta el 85 por ciento de mis células activas y aún sigo funcionando. (Por cierto que esta capacidad de reserva es uno de mis puntos básicos, porque puedo estar gravemente enfermo sin que Juan note ningún síntoma alarmante.) Me pueden extirpar hasta el ochenta por ciento de mi volumen y no dejaré de funcionar normalmente, como ocurre en la cirugía del cáncer hepático. Tengo también una facultad que la mayoría de los otros órganos no tienen: me regenero solo, en pocos meses, hasta volver a tener el tamaño normal.
La hepatitis mata a veces millones de células activas de mi cuerpo, pero en pocas semanas suele ceder esta infección, provocada por virus, y entonces reparo los daños. En la mayoría de los casos recobro mi estado normal.
La infiltración de grasa puede ser muy grave, porque este compuesto desplaza a las células que realizan mis funciones. Si se me acumula mucha, me inflamo y me pongo dolorido. A veces hasta irrumpe en el torrente circulatorio y va a obstruir los vasos que riegan órganos vitales. Y hay algo más: la infiltración de grasa puede ser el preludio de un trastorno mucho más serio: que mis tejidos queden sustituidos por un tejido fibroso y muerto para los efectos de funcionamiento. En ese caso me contraigo, me endurezco, me lleno de protuberancias y adquiero un enfermizo color amarillento. Eso es la cirrosis hepática. Mala cosa.
¿De qué viene la cirrosis? De muchas causas. Puede ser consecuencia de una infección, o de una intoxicación con arsénico u otras sustancias químicas. Pero las dos cosas que parecen desempeñar el papel más importante son la alimentación deficiente y el alcohol. El hombre que come poco y bebe regularmente media botella o más de licor, es un candidato casi seguro al engrosamiento del hígado y a pasar de ahí a la cirrosis. Afortunadamente Juan no entra en esa categoría. Tengo algunas lesiones, pero todavía me quedan muchas células activas.
Me han llamado "órgano silencioso", aunque la verdad es que tengo formas de quejarme cuando paso por dificultades. Si Juan siente una fatiga injustificada, pérdida de apetito, debilidad, hinchazón abdominal, convendría que empezara a pensar en mí. Si nota en alguna parte de su cuerpo vasos sanguíneos rotos que forman como las patas de una araña, lo mejor que puede hacer es consultar con un médico en seguida.
Para averiguar si soy yo el causante de las molestias, el médico dispone de algunas pruebas muy ingeniosas. Hay una que consiste en inyectar un tinte (bromosulfaleína): si estoy en excelente forma, eliminaré el 95 por ciento de la dosis en 45 minutos. Otra prueba que se usa mucho estriba en medir la bilirrubina que contiene la sangre: si se encuentra demasiada cantidad en este pigmento,    estoy en dificultades. Sin enbargo  la prueba más concluyente es introducir en mis tejidos una cánula de biopsias y sacar un trozo de ellos para analizarlo.
Hasta ahora, por lo menos, Juan no ha necesitado nada de esto. Pero aun suponiendo que me volviera cirrótico, los médicos conocen hoy muchos medios para tratar esta enfermedad, la más grave que puedo padecer. Mandarían a Juan que guardara cama y comiera una dieta rica en proteínas. Le darían buenas dosis de vitaminas y le advertirían que no mirara siquiera el alcohol. Con este tratamiento tendría yo muchas probabilidades de empezar a trabajar de nuevo.
¿Qué puede hacer Juan para que no suframos estos contratiempos? Puede vigilar su peso. Cuando él engorda, yo también engordo. Las vitaminas pueden ser buenas para mí, sobre todo las del grupo B. Pero lo mejor es beber moderadamente y seguir un régimen alimenticio sensato. Con tal que me den un mínimo de cuidado, seguiré siendo el estuche de oficios que tanto ayuda a Juan para que pueda desarrollar sus actividades.SELECCIONES DEL READER'S DIGEST    MARZO DE 1983

 

 

 


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