jueves, 18 de abril de 2024

LA HISTORIA DE GUIDO DE BRES- 2-

 LA HISTORIA DE GUIDO DE BRES

¿Mártires o herejes?

Al entrar a ocuparnos de los mártires de la Fe Cristiana, surge inevitablemente una pregunta en esta Edad Ecuménica. ¿Debemos apreciar a los que dieron sus vidas por la disidencia religiosa del siglo XVI como verdaderos mártires, poniéndoles en un plano de igualdad con los que perdieron sus vidas en los circos romanos o los misioneros martirizados por el fanatismo pagano de los pueblos a los cuales trataron de evangelizar?

La respuesta, por extraña que parezca en estos días de contemporización y tolerancia, es que la fe, e inquebrantable entereza de los mártires de la Reforma es más, mucho más de valorar que la de los mártires del Paganismo. No porque fuera una fe de mejor calidad, sino por adquirir más mérito a causa de las especiales circunstancias que concurrieron a su manifestación.

Sabemos que los mártires de los primeros siglos, daban sus vidas por un Cristianismo vigoroso

que acababa de surgir de una revelación sobrenatural, .LAS COSAS QUE ENTRE NOSOTROS HAN SIDO CIERTISIMAS. podían afirmar los testigos oculares de la vida muerte y resurrección de Cristo. Sus inmediatos sucesores tenían también eficaces medios a su alcance, en aquellos primeros tiempos, para cerciorarse de la realidad histórica de tales hechos. Esta mayor medida de evidencia resta mérito a la calidad de la Fe, pues como dijo nuestro Señor: «¿Por qué viste Tomás creíste? Bienaventurados os que no vieron y creyeron".

La lucha de los primitivos cristianos era, además, contra Paganismo absurdo y desacreditado, del que se burlaban: a los filósofos escépticos de la época. Jesucristo había venido a llenar el vacío moral y espiritual sentido por los Sócrates, Platón, Platino, Filón y tantas otras mentes

privilegiadas de su época. No es extraño que un filósofo como Justino, después de haber vagado por muchos años en la incertidumbre espiritual, una vez cerciorado de las evidencias que dieron origen a la Fe Cristiana, osara exclamar, respondiendo a la irónica pregunta del procónsul Rufus acerca de su esperanza celestial:

«NO LO SUPONGO, LO SE, Y ESTOY ABSOLUTAMENTE SEGURO DE ELLO».

Pero era muy diferente el caso con los mártires oe la Reforma, los cuales se hallaban en lucha, no con un Paganismo ridículo, de dioses vulgares, y a todas luces inexistentes, sino con una Organización Cristiana históricamente procedente de la misma fuente de Verdad que ellos

defendían; aparentemente poseedora de una autoridad espiritual, dada -según ellos- por el propio Salvador igualmente adorado por todos. Se trataba de conservar o de perder la vida en medio de atroces martirios, por mera interpretación o puntos de vista acerca de las verdades proclamadas por el mismo Señor y Maestro. La tentación era, por tanto, mucho más fuerte en su tiempo para llevarles a dudar de su propia posición. Fácilmente podían preguntarse: ¿No estaré equivocado?

¿No será mi entereza un pecado de presunción y orgullo? ¡ Podría hallarme con un cruel desengaño tras la cortina de la muerte! ¿Voy a arriesgar lo más precioso para mi y para los míos, entregando mi cuerpo a las llamas y a mis amados al desespero y a la infamia, por cuestiones tan sutiles como: «Si es superior el mérito de la fe al de las obras; cuando todos convenimos en que la fe se muestra por las obras? ¿Dará Dios tanta importancia a ser adorado en un lugar desprovisto de imágenes, hasta el punto de condenar a los que tratan de adorarlo con la ayuda de alguna representación material? Y así en otras diferencias dogmáticas tales como la de la transubstanciación consubstanciación o representación del cuerpo de Cristo en la Cena del Señor; el mérito de las indulgencias, o limosnas, para la remisión de pecados, etc.

Tales consideraciones podían atormentar la mente y la conciencia de los mártires de la Reforma,

sobre todo después de sus agudas polémicas con teólogos sagaces de la Fe Católica-Romana, bien versados en la Sagrada Escritura y en literatura patrística. Podían además añadir en su propio beneficio o excusa: ¿«No es mi Dios, el mismo Dios de mis enemigos? Si les permite ser victoriosos y gobernantes ¿no será porque se agrada de ellos? De lo contrario, ¿no podré?

excusarme diciéndole al Señor que me he limitado a cumplir el precepto apostólico de obedecer a las autoridades constituidas, ordenadas por El mismo?

 

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