lunes, 29 de abril de 2024

EL HACHA, LA CUERDA Y EL FUEGO -Guido de Bress (2)

Capítulo I

EL HACHA, LA CUERDA Y EL FUEGO

El anciano rey estaba traspasando su corona v todo el pueblo de Bruselas se preparaba para los festejos. Las banderas ondeaban al viento, las tiendas estaban cerradas y los ciudadanos vestidos con largos vestidos de seda y pomposos lazos, se agolpaban por las calles. Era en el mes de octubre del año 1555.

Carlos V, el anciano emperador, había decidido cambiar su Imperio por la celda de un monasterio.

Nadie conocía la razón; pero todo el mundo estaba contento de tener una fiesta. Algunos eran incluso bastante ilusos para pensar que el nuevo rey Felipe pudiera ser más tolerante que su padre.

Las estrechas calles de Bruselas ascienden desde el río hasta el palacio en la cresta de la colina.

Allí. en el gran salón principal se habían juntado los príncipes v nobles para oír el discurso de despedida del rey; quien hizo de la ocasión un gran espectáculo. Cojeando por la gota y respirando con dificultad por el asma, Carlos V se apoyaba en el fuerte brazo del príncipe de Orange, mientras contaba la historia de sus cuarenta años como emperador Era un muchacho de negros cabellos, en sus 15 abriles, cuando recibió el cetro v la corona.

Pronto, mediante victoriosas batallas y astuta política, vino a ser el más poderoso gobernante de su tiempo. Emperador de Alemania, de España y los Países Bajos, (Holanda, Belgica) y señor de todos los países conocidos en África, Asia y América, montando su magnífico caballo blanco, había dirigido sus ejércitos en cuarenta expediciones guerreras, desde Inglaterra al África.

¡Qué César había sido!, ¡Qué hombre tan poderoso presidiendo parlamentos o Dietas, firmando tratados y proclamando edictos que. tenían que ver con la vida de todos los súbditos de su granImperio!

«Ha sido un largo y duro camino el de estas victorias -dijo el elocuente v anciano emperador convoz temblorosa, que trajo lágrimas a los ojos de los príncipes.- Y ahora, por amor a mi pueblo y al Imperio corono a mi bien amado hijo Felipe, como rey en mi lugar».

Hubo unas pocas cosas que el emperador de blancos cabellos prefirió omitir en su discurso de

despedida. Podía haber hablado de las derrotas de sus últimos años. De como el joven príncipe alemán, Mauricio le había atacado por sorpresa v hecho huir en un carromato labriego a través de la baja neblina en las montañas. Como el rey francés le había hecho retroceder en una derrota que le costó sesenta mil guerreros. Asimismo su majestad el rey Carlos podía haber contado la sanguinaria historia de como sus edictos contra la herejía, habían llevado al cadalso y a la hoguera a 50.000 protestantes que creyeron en las verdades re-descubiertas en la Biblia.

Pero esto no lo dijo el Emperador. Por el contrario, con su amabilidad usual refirió a sus príncipes v nobles cuanto les amaba y como desecha que ellos sirvieran a su hijo con la misma

lealtad ore le habían servido a El.

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