viernes, 20 de junio de 2025

LA GENTE MÁS FELIZ...9-17

 LA GENTE MÁS FELIZ DE LA TIERRA

LA TAN ESPERADA HISTORIA PERSONAL DE  DEMOS SHAKARIAN

Narrada por  Jhon y Elizabeth Sherrill

9-17

Pero al fin, en un mismo día, todas las dudas de mi abuelo desaparecieron de una vez por todas.

En el año 1900, cuando Isaac tenía ocho años y su hermana menor, lamas, cuatro, llegaron noticias de que un centenar de cristianos rusos se acercaban por la parte alta de la montaña en sus carretas cubiertas. Todos se alegraron, en Kara Kala era costumbre preparar una fiesta para los visitantes cristianos cuando llegaban. A pesar de no estar de acuerdo con "el evangelio completo" que predicaban los rusos, el abuelo consideraba sus visitas como un tiempo reservado para el Señor, e insistía en que la bienvenida tuviese lugar en la explanada frente a su propia casa.

Ahora, el abuelo se sentía orgulloso de su fino ganado. Al escuchar la noticia de la llegada de los rusos marchó al corral para inspeccionar su manada. Elegiría el mejor de sus novillos, el más gordo, para aquella comida especial.

Desafortunadamente, sin embargo, al inspeccionarlo resultó que el más gordo de sus animales tenía una falla, era tuerto.

¿Qué debería hacer? El abuelo conocía la Biblia muy bien, sabía que no debía ofrecer un animal imperfecto al Señor, acaso no dice el capítulo 22 de Levítico, en el versículo 20: "¿Cualquier casa que tenga defecto no debéis ofrecerla, pues ésta no será aceptable...?"

¡Vaya dilema! Ningún otro animal de la manada era suficientemente gordo para alimentar a un ciento de huéspedes. El abuelo miró alrededor, nadie estaba mirando. ¿Supóngase que lo destace y simplemente esconda la cabeza defectuosa? ¡Si, esto es lo que haría! El abuelo condujo el animal tuerto al cobertizo, lo degolló el mismo, y a toda prisa metió la cabeza en un saco y la escondió debajo de un montón de grano de trigo trillado en un rincón obscuro.

El abuelo estuvo apenas a tiempo, parque cuando terminaba de condimentar el novillo, oyó el rumor de las carretas que llegaban a Kara Kala. ¡Que vista tan estupenda...! Por la polvorienta carretera se veía la conocida caravana de carretas, cada una de ellas, tirada par cuatro caballos bañados de sudor. Al lado del conductor del primer carro erguido y en posición de mando, como de costumbre, iba sentado el patriarca de la barba blanca que era el jefe y profeta del grupo. El abuelo y el pequeño Isaac corrieron camino arriba a dar la bienvenida a los huéspedes.

Por todas partes del pueblo se hacían preparativos para la fiesta. Pronto, el enorme novillo se estaba asando sobre un lecho de carbones encendidos. Esa noche todos se juntaron ansiosos y hambrientos en torno de las tablas de madera que les servirían de mesa. Sin embargo, antes de que la cena pudiese comenzar, la comida debía ser bendecida.

Estos viejos cristianos rusos no oraban nunca, ni aún daban gracias por las comidas, hasta no haber recibido lo que llamaban "la unción". Esperaban ante el Señor, hasta que, según sus palabras, el Espíritu Santo descendiese sobre ellos. Ellos clamaban (y esto divertía un poquito al abuelo) que podrían sentir descender la presencia del Señor y cuando este ocurría alzaban sus brazos y danzaban de gozo.

En esta ocasión, como siempre, los rusos esperaron la unción del Espíritu y tal como sucedía, uno y después otro, comenzaron a bailar en su lugar a la vista de todos. Todo marchaba como siempre. Pronto vendría la bendición de los alimentos y la fiesta comenzaría.

Pero, para consternación del abuelo, el patriarca alzó de pronto la mano, no en señal de bendición, sino coma señal para que todos parasen. Dirigiendo al abuelo una mirada penetrante, aquel hombre alto de barba blanca se alejó de la mesa sin decir una palabra.

Los ojos del abuelo seguían los movimientos del anciano, mientras el profeta cruzaba el patio en dirección al establo. Reapareció después de un minuto. En su mano sostenía el saco que el abuelo había escondido debajo de un montón de trigo.

¡El abuelo comenzó a temblar. Cómo pudo saberlo aquel hombre! Nadie lo había visto. Los rusos todavía no habían llegado al pueblo cuando él escondió la cabeza. Ahora el patriarca ponía el saco delante de mi abuelo y lo dejaba abierto, revelando a todos la cabeza con el ojo lechoso.

“¿Tienes algo que confesar, hermano Demos?" pregunto el ruso

. "Si, yo lo tengo", dijo el abuelo temblando, ¿pero cómo lo supo?

“Dios me lo dijo", respondió el hombre con sencillez. Tú todavía no crees que El habla a su pueblo como lo hacía en el pasado. El Espíritu me dio esta palabra de conocimiento por una razón especial, para que tú y tu familia creáis. Habéis estado resistiendo el poder del Espíritu. Hoy es el día en que deja de resistirlo".

Ante vecinos y huéspedes, aquella noche el abuelo confeso el engaño que había proyectado. Con las lágrimas rodando por su hirsuta barba, pidió perdón. "Muéstrame", dijo al profeta, "¿cómo puedo yo recibir al Espíritu de Dios?". El abuelo se arrodilló, y el anciano ruso posó sus manos marcadas por el duro trabajo, sobre su cabeza. Inmediatamente el abuelo prorrumpió en una gozosa oración, en una lengua que ninguno de nosotros conocía. Los rusos llamaban a esta clase de éxtasis "lenguas" y lo tomaban como un signo de que el Espíritu Santo estaba con quien así hablaba. Aquella noche, también la abuela recibió "su Bautismo en el Espíritu Santo".

Este fue el principio de grandes cambios en la vida de mi familia, y uno de los primeros síntomas fue un cambio de actitud hacia el más famoso ciudadano de Kara Kala. Este era conocido en toda la región como “el niño profeta” a pesar de que aquellos días del incidente de la cabeza del novillo, el niño profeta contaba con cincuenta y ocho años.

El verdadero nombre de aquel personaje era Efim Gerasemovitch Klubniken, y tenía una peculiar historia. Era de origen ruso y estaba su familia entre las primeras pentecostales que habían cruzado la frontera para asentarse permanentemente en Kara Kala. Desde su primera infancia Efim había mostrado un don para la oración, practicaba frecuentes y largos ayunos, oraba sin cesar en veladas de oración de toda la noche.

Como todos los vecinos de Kara Kala lo sabían, cuando Efim tenía once años oyó la voz de Dios llamándolo en una de sus vigilias de oración. Esa vez continuó orando durante siete días con sus noches y durante ese tiempo recibió una visión.

Este hecho en sí mismo no era extraordinario. En verdad, coma el abuelo acostumbraba a mascullar, cualquiera que pasase tanto tiempo sin comer ni dormir tenía mucha probabilidad de comenzar a ver cosas. Pero lo que Efim fue capaz de hacer durante esos siete días no resulta fácil de explicar.

Efim no sabía leer ni escribir, sin embargo, cuando se sentó en su pequeña cabaña de piedra en Kara Kala, vio ante si una visión de mapas y un mensaje escrito en una bellísima caligrafía, Efim pidió pluma y papel, y durante siete días, sentado en la dura banca de la mesa de madera donde comía su familia, copió laboriosamente la forma y hachura de las letras y los diagramas que pasaban trente a sus ojos.

Cuando hubo terminado el manuscrito fue llevado a personas del pueblo que sabían leer, y resulto que aquel niño analfabeto había escrito en caracteres rusos una serie de instrucciones y advertencias. En un tiempo futuro que quedaba sin especificar, escribió el muchacho todos los cristianos de Kara Kala estarían en gran peligro. Predijo una época de inexplicable tragedia para toda la región, cuando centenares de miles de hombres, mujeres y niños serían brutalmente masacrados.

 El tiempo llegaría, advertía, cuando todos los habitantes de la región tendrían que huir. Deberían irse a una tierra atravesando el mar. A pesar de que jamás había visto un libro de geografía, el muchacho profeta dibujó un mapa que mostraría exactamente el lugar a donde los cristianos deberían huir. Para asombro de los adultos, el mar que había dibujado con tanta precisión no era precisamente el cercano Mar Negro o el Mar Caspio, ni tan siquiera el más lejano Mediterráneo, sino el distante e inimaginable Océano Atlántico. No había dudas acerca de este, ni tampoco acerca de la identidad de la tierra que se dibujaba al otro lado del mapa, raramente era la costa este de los Estados Unidos de América.

Pero los refugiados no se quedarían allí, continuaba la profecía. Deberían seguir viajando hasta llegar a la costa oeste de la nueva tierra. Allí, escribió el muchacho, Dios los bendeciría y los haría prosperar, y haría que su semilla fuese una bendición para las naciones.

Un poco después, Efim escribió también una segunda profecía, pero lo único que todo el mundo conocía de esta otra era que se refería a un futuro todavía más lejano, cuando la gente tendría otra vez que huir.

Efim pidió a sus padres que sellaran la segunda profecía en un sobre y repitió las instrucciones previas que había recibido. Se le dijo en su visión que únicamente un profeta, elegido por el Señor para esta tarea, podría abrir el sobre y leer la profecía a la iglesia. Cualquiera que se atreviese a abrir el sobre entes, moriría.

Bueno, lo cierto es que mucha gente en Kara Kala sonreía ante estos cuentos del niño. Sin duda tenía que haber alguna explicación para aquella lectura "milagrosa". Quizá había aprendido a leer y escribir en secreto, con el único motivo de hacerle una broma a los del pueblo.

Otros sin embargo, comenzaron a llamar a Efim el niño profeta y no estaban demasiado convencidos de que el mensaje fuese genuino. Cada vez que llegaban noticias frescas sobre la situación política a estas tranquilas cortinas del Monte Ararat, cogían las ya amarillentas hojas para leerlas de nuevo. Los problemas entre los musulmanes-turcos y los cristianos-armenios parecían crecer en intensidad. En agosto de 1896 cuatro años antes de que el abuelo degollara el novillo tuerto ,no hubo acaso una turba enfurecida de turcos que asesinó a seis mil cristianos armenios en las calles de Constantinopla?

Pero Constantinopla estaba muy lejos, y habían pasado muchos años desde que se dio la profecía. Las profecías de la Biblia se daban en docenas y aún hasta centenares de años antes de que se produjesen los sucesos profetizados, pero la mayoría de la gente de Kara Kala, el abuelo entre ellas, creía que esos genuinos dones proféticos habían cesado al completarse la Biblia.

Y después, a poco de comenzar el nuevo siglo, Efim anunció que el tiempo del cumplimiento de la profecía que había escrito hacía casi cincuenta años, estaba cerca. "Tenemos que escapar a América. ¡Todos los que permanezcan aquí perecerán"

Aquí y allá en Kara Kala, familias pentecostales empaquetaban sus casas y abandonaban las pertenencias que habían sido sus posesiones desde tiempos inmemoriales Efim y su familia, fueron de las primeras en marcharse. Cada vez que un grupo de pentecostales abandonaba Armenia, eran la irrisión de los que quedaban atrás. Estos buenos paisanos escépticos e incrédulos, inclusive muchos cristianos, rehusaban creer que Dios podía dar instrucciones exactas a la gente moderna de nuestros días.

Pero las instrucciones demostraron ser correctas. En 1914 un período de horror inimaginable invadió Armenia. Con una cruel eficacia, los turcos iniciaron su sangrienta labor de conducir a dos tercios de la población hacia el interior del desierto de la Mesopotamia. Más de un millón de hombres, mujeres y niños murieron en aquellas marchas mortales, inclusive todos los habitantes de Kara Kala. Otro medio millón fue masacrado en sus pueblos, en un programa que le serviría mas tarde a Hitler de modelo para exterminar a los judíos. "El mundo no intervino cuando los turcos barrieron a los armenios", recordó a sus seguidores, "tampoco intervendrá ahora".

Los escasos armenios que consiguieron escapar al asedio, llevaron consigo relatos de gran heroísmo. Explicaron que a veces los turcos ofrecían una oportunidad de negar su fe, a cambio de sus vidas. El procedimiento favorito de los turcos era encerrar a un grupo de cristianos en un establo y prenderle fuego "Si estáis dispuesto a aceptar a Mahoma en lugar de Cristo, abriremos las puertas." Una u otra vez, los cristianos elegían morir, cantando himnos de alabanza mientras las llamas los devoraban.

Los que habían obedecido al aviso del Niño Profeta y habían buscado asilo en América, escuchaban las noticias con espanto.

El abuelo Demos se contaba entre los que habían huido. Después de su experiencia con el patriarca ruso, el abuelo no volvió a dudar de la validez de la profecía. En 1905 vendió la granja que había pertenecido a su familia durante generaciones y aceptó a cambio el poco dinero que quisieron darle para ella. Después seleccionó las pertenencias que la familia podría llevar consigo a sus espaldas, inclusive su propia tetera rusa de bronce. Y con su esposa y sus seis hijas, Shushan, Esther, Siroon, Magga, Yerchan y Humas, y el, orgullo más de su vida, su hijo de trece años Isaac, partió para América

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