LA LECTURA,
ESE PROCESO MAGICO.
POR JEAN-MARIE JAVRON
READER'S DIGEST Octubre
Ninguna máquina es capaz de reproducir la portentosa complejidad de esta secuencia de fenómenos que ocurre entre ojos y cerebro.
Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Medai hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, hora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
Al leer estas líneas del libro Historias de cronopios y de famas, del escritor argentino Julio Cortázar, no habrá pensado el lector que realizara proeza extraordinaria. Con todo durante unos cuantos segundos hacía practicar a su cerebro ejercicios gimnásticos tan complejos que ningún científico ha logrado describirlos satisfactoriamente. En verdad, tratar de entender lo que sucede cuando leemos pone en juego a disciplinas científicas como oftalmología, la pedagogía, la neurologia, la lingüística, la psicología, la cibernética, la informática y otra más.
Nuestro trabajo, nuestros actos como ciudadanos, las actividades que realizamos en nuestras horas de ocio; casi todo se fundamenta en la palabra impresa. Hasta salir a dar una caminata nos hace leer anuncios publicitarios, los nombres de los comercios, los de las calles. Pero la lectura, tal como ahora la practicamos, no llegó a difundirse hasta hace relativamente poco. Los antiguos griegos y romanos se valían de lectores profesionales, quienes les leían en voz alta, y en los inicios de la Edad Media los monjes seguían haciendo lo mismo. Como en aquella época se acostumbraba escribir juntando las palabras una tras otra, a menudo en forma abreviada, sin espacios que las separaran y sin puntuación, había que recurrir a los servicios de un lector profesional a fin de captar el sentido del texto. Trate el lector de seguir todo un libro escrito así: unseñortomaeltranviadespuesdecomprareldiarioyponerselobajoelbrazomedialioramastardedesciendeconelmisomodiariobajoelmismobrazo.
Según el lingüista francés Lionel Bellenger, no fue sino hasta alrededor del año 1000 de nuestra era cuando la lectura se hizo más visual que oral, gracias a que había mejores manuscritos. La invención de la imprenta, hacia 1440, incrementó más la legibilidad; pero hasta el siglo xix siguió siendo privilegio de una pequeñísima minoría. En Hispanoamérica, la lectura empezó a generalizarse en la segunda mitad del siglo xix, cuando algunos países establecieron la enseñanza primaria obligatoria y gratuita.
Sin embargo, anacrónicamente, la lectura se enseña demasiado a menudo en forma oral, sílaba por sílaba, como hace 1200 años, en la época de Carlomagno; incluso muchos adultos no logran romper el hábito de pronunciar lo que van leyendo. En tanto que una persona promedio puede leer cerca de 500 palabras por minuto, y un consumado lector es capaz de leer hasta 1000, las personas que necesitan pronunciar cada palabra alcanzan apenas una velocidad de 100 a 150.
Lectura a saltos. Poco antes de 1900, el oftalmólogo Émile Javal descubrió que, cuando leemos, nuestros ojos no se desplazan regularmente de izquierda a derecha a lo largo de una línea impresa, sino más bien a saltos fulgurantes. Sin darnos cuenta, con los ojos dividimos cada línea en seis o siete partes de unas diez letras cada una, y los hacemos saltar de un segmento al siguiente en el increíble lapso de cuatro millonésimas de segundo.
Basta sólo un cuarto o un tercio de segundo para identificar cada grupo de letras. ¿Qué hacemos con cada una de las letras? ¡Nada! Ni siquiera las miramos. Al leer el fragmento de Cortázar trascrito, no sumamos t+r+a+ri+v+í+a, pues reconocimos inmediatamente la forma de la palabra "tranvía". Las palabras que no nos son familiares son las únicas que leemos letra por letra. En efecto, en 1843 el notario público Leclair descubrió que si se cortan las palabras por la mitad horizontalmente es suficiente ver la parte superior para reconocer su significado.
¿Cómo entiende el cerebro lo que leemos? La retina, la sensible membrana del ojo humano, compuesta de 500 millones de células receptoras, identifica las palabras casi instantáneamente. Trasmite en seguida estas imágenes por medio de impulsos eléctricos al cerebro, que consta a su vez de miles de millones de células nerviosas, llamadas neuronas. Con su asombrosamente intrincado sistema de circuitos, y su "voraz apetito" de velocidad, el cerebro registra de manera directa las imágenes de las palabras en grupos de dos o tres.
Es más: gracias al enorme cúmulo de información que se archiva en las neuronas, nuestro cerebro es capaz, con gran frecuencia, de prever la conclusión de una frase cuando los ojos acaban de captar el inicio. El filósofo francés del siglo xvii René Descartes escribió: "Al ver un sombrero desde nuestra ventana, deducimos que un hombre pasa por la calle". De igual modo, nos explican hoy los lingüistas, expresiones cortas como "y", "para", "así", "pues", "en efecto", obran como postes indicadores que nos advierten qué viene después, y aceleran notablemente nuestro avance en la lectura.
Capacidad ilimitada. Al cerebro se le compara a menudo con la computadora. Pero la computadora no hace sino aquello para lo que está programada, en tanto que la capacidad del cerebro para improvisar es en verdad ilimitada. Por otra parte, la computadora, a diferencia del cerebro humano, tiene que descifrar las palabras letra por letra. Tomemos la siguiente frase como ejemplo de la clase de acertijos que el cerebro es capaz de resolver: "En aquel banco me esperaban varias personas".
En español, banco puede entenderse como mueble de varios asientos, o bien como el establecimiento donde cambiamos los cheques por dinero en efectivo. Es probable que el 50 por ciento de los lectores interprete banco en el sentido de mueble, y que el otro 50 por ciento tenga la imagen de un edificio o local con ventanillas y cajeros que cuentan dinero. Pero si añadimos que se trata del "lugar donde siempre me cambian los
cheques>', nuestras neuronas captan el significado exacto de "banco" en una fracción de segundo. Entender lo que leemos significa coordinar constantemente el texto con lo que podemos encontrar en nuestra memoria.
Todavía sabemos muy poco en cuanto al funcionamiento de la memoria, sí bien podemos distinguir dos clases de memoria. Lo que los hombres de ciencia denominan "memoria a corto plazo" es lamentablemente débil. Por ejemplo: somos incapaces de recordar más de unas 15 palabras durante más de 20 segundos, luego de haberlas leído. Por esta razón olvidamos a veces el principio de una frase antes de haber llegado a su término, sobre todo si tenemos que volver la página a mitad de la frase.
Por otra parte, nuestra "memoria a largo plazo" es algo que nos deja verdaderamente perplejos. Al leer un texto, esta memoria nos ayuda a filtrarlo; a rechazar lo que nos parece inútil; a simplificar, para almacenarlo, aquello que se relaciona con nuestras preocupaciones personales, a compararlo con lo que ya sabemos, a alterarlo o pasarlo por alto si tropieza con bloqueos del inconsciente. Esta inmensa tarea de separar, mezclar, deducís, asimilar y archivar es algo que nuestra memoria a largo plazo ejecuta con rapidez inconcebible, a tiempo que seguimos con los ojos las líneas del texto y que nuestro cerebro se anticipa a lo que vamos a leer a continuación.
En el extremo final de esa complejísima cadena de operaciones, por lo común sólo retenemos el sentido general de lo leído, pero meses después, y aún años después, el más leve incidente puede evocar lo que leímos alguna vez. El semiólogo Roland Barthes observó que un escrito, al hacer que entren en juego todos los recursos de la inteligencia, "hace de un lector, no un consumidor, sino un productor".
Imágenes verbales. Muchas personas "ven", literalmente, lo que leen. Michel Denis, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, de Francia, ha hecho experimentos respecto a las imágenes que visualizamos al leer. "Lo que es notable", dice, "es que la frase resulta siempre menos descriptiva que lo que ve el lector". Por ejemplo, al leer: "El águila se lanzó en picada sobre el hombre", la mayoría de nosotros veremos al águila lanzándose con las garras extendidas, y tal vez al hombre que se protege con los brazos. La frase no dice nada de esto.
Tan misteriosa aptitud para descubrir la realidad tras unos pequeños símbolos impresos no tiene nada que ver, necesariamente, con la inteligencia. Constituye una aptitud, como la de ser capaz de correr velozmente, y los lectores que más visualizan son dueños de la mejor memoria. También se ha demostrado con experimentos que quienes leen con rapidez diez veces mayor que la del lector promedio recuerdan lo leído dos veces más.
Quienes leen con rapidez son también, por lo general, lectores voraces. De Balzac, el famóso novelista francés del siglo xix, se decía que "devoraba" los libros, y al parecer leía a prodigiosa velocidad. El presidente norteamericano John Kennedy, digería documentos de Estado con vertiginosa rapidez, y al ocupar la Casa Blanca instó a sus colaboradores a aprender la técnica de la lectura rápida. Actualmente tales técnicas se pueden adquirir con facilidad, y aunque no hagan un Balzac o un Kennedy de cada uno de nosotros, sí pueden, bien aplicadas, mejorar en forma considerable nuestra velocidad de lectura.
Pero incluso sin haber estudiado ninguna técnica, todos solemos leer más rápidamente de lo que hablamos. Mientras que un locutor de radio o de televisión habla a razón de 9000 palabras por hora, el individuo promedio es capaz de leer a una velocidad tres veces mayor. Así pues, 20 minutos de noticias trasmitidas por televisión representan apenas el equivalente de la información contenida en tres columnas de un periódico. Ya esto por sí solo bastaría para explicarnos cómo la radio, el cine y la televisión no han logrado sustituir a los libros. En realidad, jamás se habían publicado tantos libros como en los' años trascurridos desde que la televisión entró en los hogares. Sólo en México y Argentina, el número de libros publicados aumentó de 25 millones en 1965 a 171 millones en 1983.
El poder de la lectura. "Al abrirnos el camino hacia el hallazgo de nuevos conocimientos y experiencias humanas", afirma Elisabeth Badínter, filósofa e historiadora, "la lectura es una forma de vivir más plenamente y con mayores satisfacciones".
Podríamos añadir que tal vida más rica pertenece a cada individuo. "Cuando mis alumnos me comentan sobre algún programa de televisión", observa una profesora de segunda enseñanza, "advierto que todos emplean esencialmente las mismas palabras para expresar las mismas opiniones. Pero jamás he conocido a dos estudiantes que lean un libro de igual manera".
Françoís Richaudeau, especialista en comunicación, opina: "La invención de la imprenta nos permitió escapar de la tiranía de la palabra hablada, y ha reforzado el libre albedrío y el sentido crítico. Todas las grandes conquistas del pensamiento moderno han sido fruto de estos dos privilegios".
“MUCHAS GRACIAS, SEÑORA CALABAZA"
Para aquel pueblecito, que Pasaba por una época misteriosa, esta misteriosa señora de edad avanzada y sus sobres de dinero se convirtieron en símbolode solidaridad Y esperanza.
POR CHRISTOPHER PHILLIPS
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre DE 1984
LA PRIMAVERA de 1982 fue amargamente fría para los ciudadanos de Midland, Pensilvama, y para las comunidades vecinas de Ohio y Virginia Occidental. En marzo, los propietarios de Colt Industries, Inc., anunciaron que su División de Fundición de Acero Inoxidable y Aleaciones, la única industria importante de la región, estaba en venta. De no encontrarse comprador, la fábrica de Midland tendría que cerrarse. En el verano, la empresa que había empleado a 5000 trabajadores en su época de auge tenía ya menos de 1000. Las posibilidades de los cesantes de obtener algún otro empleo en la región eran escasas.
Los dirigentes de la Sección 1212 del Sindicato de Trabajadores Unidos del Acero resolvieron crear un "banco de alimentos" en beneficio de las familias más necesitadas. Se reunieron varios miles de dólares procedentes de cuotas de cenas de caridad y de donaciones de iglesias y comercios; a los organizadores, sin embargo, aún les faltaban 2000 dólares para hacer el primer reparto de víveres.
El 5 de agosto, a mediodía, Jack Conway, director del banco de alimentos, se hallaba en la oficina de la Sección 1212 en conferencia con Dick Fink, el representante del sindicato, estudiando diversas formas de conseguir aquella suma. Conway pensaba también en otros problemas. Después de trabajar durante 17 años en la fundidora, el corpulento Conway, de 1.83 metros de estatura, había sido despedido en mayo, y tendría que ver la manera de pagar la educación universitaria de sus dos hijos.
Sin que ellos lo supieran, a la puerta del edificio estaba alguien que habría de alterar de modo impresionante la triste situación de estos dos hombres. Una diminuta señora, que parecía contar más de 70 años de edad, si bien su terso cutis le daba apariencia más joven, lanzó una mirada indecisa al letrero colocado en las puertas de cristal de las oficinas sindicales, y que decía: "Sección 1212". En seguida, entró en el vestíbulo y preguntó: "¿Podría usted decirme dónde están las oficinas del sindicato?"
Se le dijo que en el tercer piso, y una vez allí siguió por el largo pasillo hasta el recinto donde hablaban Jack Conway y Dick Fink. La señora, de pie en el umbral, los miró.
—¿En qué puedo servirle? —le preguntó Fink.
—Aquí traigo esto para el banco de alimentos —repuso la anciana, y le entregó un sobre blanco y abultado que llevaba entre las manos enguantadas— No es mucho…
—Toda cantidad nos es útil—declaró Fink. Y pensó: Serán billetes de un dólar, que esta señora, habrá juntado entre sus vecinos—. Le extenderé un recibo, para que este donativo se le deduzca de sus impuestos.
—El recibo no me interesa —replicó la señora—. Lo único que deseo es ayudar con lo poco que puedo a los trabajadores despedidos.
Tras decir aquello, se volvió bruscamente y se fue.
Fink abrió el sobre y sacó un grueso fajo de billetes atados con una fajilla, como las que utilizan los bancos. A medida que los contaba los ojos se le saltaban de asombro. Eran billetes de 20 dólares, y sumaban 100 en total. " i Jack! ", exclamó con voz ahogada, "¡esa ancianita nos ha regalado dos mil dólares!"
Tal cantidad era, con mucho, la mayor que nadie hubiera aportado. Fink y Conway temieron que su desconocida benefactora se hubiese dejado ganar por un arranque de generosidad, al extremo de dar los ahorros de toda su vida. Fínk llamó por teléfono al banco cuyo nombre venía en la fajilla. Descubrió que aquella señora podía hacer ese donativo. No era precisamente acaudalada, pero había ahorrado una suma considerable, y prefería vivir con austeridad.
A menos que la señora revelara su identidad espontáneamente, Fink la mantendría en el anonimato. Pero un periodista lo convenció de que algo tendría que decírsele a la gente: "Busquémosle algún seudónimo", sugirió Fink.
Tras ponderar diversas posibilidades, recordó que el popular cómico norteamericano Jimmy Durante solía concluir sus programas radiofónicos con una frase en homenaje a una mujer desconocida: "Buenas noches, señora Calabaza", decía. jimrny en tono reverente, "en cualquier lugar en que esté usted". Pero jamás le reveló a nadie quién era esa "señora Calabaza".
El diario Times, del distrito de Beaver, publicó al día siguiente un artículo acerca de la inesperada donación. Decía el titular en grandes caracteres: "Muchas gracias, señora Calabaza, donde esté usted".
Nadie se imaginó que reaparecería la misteriosa dama. Pero el 3 de septiembre, tres días antes de que en Estados Unidos se celebrara ese año el Día del Trabajo, se presentó de nuevo a las oficinas del sindicato y, sin demora, se dirigió al despacho del tercer piso. Como no encontró a nadie allí, se sentó a esperar. Cuando llegó Ron Friess, presidente de la Sección 1212, confundió a la señora por la esposa o madre de alguno de los obreros despedidos, que acudía en busca de una prestación laboral, le preguntó: "¿En qué puedo servirle?"
La señora Calabaza se levantó y puso en manos de Ron un sencillo sobre blanco y volvió a rehusar un recibo. Cuando ella se fue, él vio que en el sobre había 2000 dólares.
La fundidora de acero cerró sus puertas para siempre el 15 de octubre de 1982, y 4500 trabajadores siderúrgicos se quedaron sin empleo. El banco de alimentos necesitaba fondos urgentemente.
El 18 de noviembre, Jack Conway y un numeroso grupo de voluntarios trabajaban en el sótano de las oficinas centrales del sindicato, apilando 3400 pavos que se distribuirían el Día de Acción de Gracias entre las familias de los sindicalizados. A eso del mediodía, la señora Calabaza entró en el edificio, bajó al sótano y dio una palmada en el hombro de Conway.
—Perdone usted, ¿podría atenderme un momento?
Al ver a la señora cubierta con un abrigo negro y un sobre blanco en la mano, Conway se quedó boquiabierto. —Quisiera hacer un modesto donativo —continuó ella, alargándole el sobre y volviéndose en seguida para marcharse. Conway la asió del brazo suavemente y le dijo:
—Quiero darle las gracias por su bondad. Nos ha levantado usted la moral mucho más de lo que puede imaginarse.
—Mi principal preocupación son los muchos jóvenes que están pasando días difíciles, ahora que la fundición ha cerrado. Dios ha sido muy bueno conmigo, y ahora tengo la oportunidad de ayudar.
Conway abrió el sobre, en el que se leía: "Feliz Día de Acción de Gracias". Como antes, contenía 100 billetes de 20 dólares.
Iba estableciéndose cierta pauta. La señora Calabaza se presentaba siempre poco antes de algún día de fiesta nacional, cuando el banco de alimentos, al disponerse a repartir víveres, estaba en graves apuros económicos. Se presentó antes de la Navidad de 1982 y otras seis veces en 1983; instituyó en una de ellas su propio día festivo, ocasión en que escribió en el sobre: "Feliz primavera". A veces entraba en el edificio del sindicato y entregaba el sobre a la primera persona con quien se topaba. Esta circunstancia llevó a Dick Fink a llamarla por teléfono y advertirle que debía ser más cuidadosa.
"¡Pero es que yo confío en todo el mundo!-, le contestó ella.
Y su fe en la gente se vio justificada, porque sus donativos llegaban siempre a manos de alguno de los dirigentes del banco de alimentos.
El 5 de mayo de 1983, pocos días antes del Día de las Madres, la señora Calabaza acudió al sindicato y dio casualmente con Jimmy Lento, entonces secretario de finanzas del organismo. Le entregó un sobre que contenía 1000 dólares.
—Siento mucho que no sea lo acostumbrado —le dijo la señora Calabaza, y se encogió de hombros.
Lento la miró, atónito al ver que pensara en disculparse. Luego, se inclinó y le besó la mejilla.
—Dios la bendiga —murmuró—. Es usted una mujer bellísima.
La señora Calabaza se ruborizó.
—¡Dios mío! —tartamudeó—. ¡Estoy toda despeinada!
Y se alejó apresuradamente.
El banco de alimentos, para expresar su gratitud, mandó publicar en el Times del distrito de Beaver un anuncio con esta leyenda: "Feliz Día de las Madres, señora Calabaza, en cualquier lugar en que esté usted".
En julio de 1983, la señora Calabaza había donado un total de 20,100 dólares al banco de alimentos, y todos sabían de ella en el distrito de Beaver. El Comité de Feste jos del 4 de Julio de Midland deseaba que la señora encabezara el gran desfile de ese día, el 35 desfile anual del Día de la Independencia.
Conway telefoneó a la señora Calabaza para invitarla, pero ella se negó a aceptar, por eludir toda publicidad, como lo había hecho desde el principio.
"Pero le prometo que estaré presente entre la multitud", declaró.
El lunes 4 de julio, 4100 residentes de Midland —o sea casi toda la población— se alineaban en los 13 tramos de la calle principal. Un auto convertible rojo encabezaba el desfile. Era el coche en que se hubiera querido llevar a la señora Calabaza como comandante del desfile. En vez de ella, iba Anthony Pantoni, empleado en el banco de alimentos, quien vestía como el popular Jimmy Durante, el propio "Narizotas", luciendo su estropeado sombrero de fieltro, su enorme nariz de polichinela y todo cuanto
lo caracterizaba. A ambos lados del convertible, un letrero trazado con pintura blanca decía: "Muchas gracias, señora Calabaza".
A los amigos y vecinos que le aplaudían, Pantoni correspondía con frenéticos ademanes; pero al llegar el coche a la altura de la Calle 10, el hombre dejó de pronto de payasear.
Tal vez había visto a la señora Calabaza, tal vez no; Pantoni no lo dice. Pero su actitud cambió de súbito y, con absoluta seriedad y evidente cariño, gritó: "¡Muchas gracias, señora Calabaza, en cualquier lugar en que esté usted!"
EN EL SINIESTRO MUNDO DEL TRÁFICO DE COCAÍNA
Por NATHAN ADAMS
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre de 1984
-FRAGMENTOS-
Huida a Eldorado
INCLUSO si los agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) o de la Administración Ejecutora de las Leyes sobre Drogas ( DEA ) hubieran estado al tanto del vuelo de Jano y conocido su verdadero nombre, no habrían encontrado antecedentes de su existencia en los archivos. Jano siempre se había tomado increíbles molestias para no dejar huellas de sus actividades.
Hasta los 21 años de edad, el mundo de Jano se circunscribió a los confines de la ciudad de Boise, en el estado norteamericano de Idaho, donde trabajaba como mecánico de automóviles. Pero siempre se había movido a ritmo distinto que los demás. Le aburría su trabajo, su matrimonio (el cual terminó en divorcio a poco de comenzar) y su terruño mismo. Quería la libertad. volvió a casarse, esta vez con una joven estudiante guatemalteca que conoció en la Universidad de Idaho. Al poco tiempo, fue con su esposa de visita a la ciudad de Guatemala. Tan pronto como llegó, se dio cuenta de que había encontrado lo que siempre buscó: la libertad para hacer exactamente lo que le viniera en gana.
Rodeada por verdes colinas, la ciudad de Guatemala era una comunidad en la que convivían una docena de nacionalidades y razas: árabes de Oriente Medio, empresarios alemanes, banqueros suizos, indios mayas, comerciantes libaneses y contrabandistas panameños. El olor a madera quemada se mezclaba con el hedor de los desagües de las barracas. Jano aspiró y supo que aquel era el olor de la aventura.
Regresó a Boise sólo para sacar del banco los 8000 dólares ahorrados y adquirir el camión-grúa que precisaría en el garaje-taller que pensaba abrir. Cargó sus pertenencias en el camión y volvió a Guatemala. Una semana después, ya había alquilado un local para instalar el taller y contratado a dos mecánicos.
A finales del primer año, el negocio le había producido beneficios equivalentes a 20,000 dólares. Además, hablaba español con soltura. Su anhelo de aventuras lo animó a construír y pilotar coches de carreras. Un día se enteró de que una avioneta monomotor Píper Arrow estaba a la venta en un aeroclub local y, a pesar de que no había volado en su vida, la compró. Decidió hacerse piloto y especializarse en vuelos sobre la selva. Los peligros del clima y del terreno, tan comunes en Centroamérica, no lo intimidaron. Su fama como piloto creció rápidamente.
Jano sabía que algunos pilotos —socios de su mismo aeroclub—eran contrabandistas. Era difícil no oír sus fanfarronadas en el bar del club cuando estaban bebidos. Hablaban de vuelos clandestinos a Colombia, Venezuela y Brasil, y de enormes ganancias. Aquellas historias inflamaron la imaginación de Jano.
En aquel tiempo, Jano desconocía la vasta y oculta infraestructura del contrabando, piedra angular de muchas economías latinoamericanas. No tardaría en disponer de información de primera mano. Una cadena de desastrosos acontecimientos no le dejaron otra alternativa que ese negocio delictivo.
Primero, un incendio destruyó su taller, lo que lo obligó a aceptar un empleo en una agencia de alquiler de automóviles. Cuando los sindicatos comenzaron a quejarse de que el puesto debería ocuparlo un guatemalteco, Jano comprendió que no tardarían en despedirlo. Su situación —que no era un secreto para los que lo conocían— y sus magníficas cualidades como piloto lo convirtieron en el candidato ideal de un conocido contrabandista local.
Omar Malik, sirio de nacimiento, dirigía una flota de camiones con doble fondo, que trasportaba contrabando entre el puerto franco panameño de Colón y Guatemala. Corruptos militares centroamericanos, que le cobraban por sus servicios una elevada tarifa y un porcentaje de las ganancias, colaboraban con él.
El 13 de marzo de 1973, Malik hizo una oferta a Jano. Contribuiría a financiar la compra de una avioneta apropiada si Jano se comprometía a trasportar contrabando para él. Dicha actividad no entrañaba ningún riesgo, ya que Malik tenía sobornados a militares y aduaneros. Todos los gastos, incluidos el mantenimiento del aparato y el combustible, correrían por cuenta de él. Y ambos serían socios, a partes iguales, en la operación. Jano accedió.
Aquella tarde, Jano y Malik adquirieron una avioneta Piper último modelo. Tres días más tarde, Jano se desplazaba a Colón, en un vuelo de siete horas. La carga era de poca importancia: 1000 relojes de pulsera de bajo precio que le entregó un aduanero panameño. En breves minutos, Jano emprendía el vuelo de regreso. Malik estaba en lo cierto. Siempre que se pagase a las personas adecuadas, aquel trabajo resultaba tan cómodo como lucrativo. Jano había descubierto Eldorado para él.
"Líquidos" letales
UNA NOCHE, ya tarde, Malik telefoneó a Jano para decirle que quería presentarle a unos "clientes importantes" que venían del extranjero. Jano se dirigió en coche a la villa de Malik, en las frescas colinas que dominan la ciudad. En la sala había varios hombres sentados.
—Les presento a mi piloto —anunció Malik al grupo.
A Jano no le gustó el tono de la presentación. Habían quedado en que él era su socio, no su criado. Tampoco le gustó el aspecto de los allí reunidos. Uno era un argentino delgado al que Jano apodó mentalmente "El Estilete". Sus ojos estaban en continuo movimiento. Parecía un hurón atrapado. No me gustaría darle la espalda a este tipo, pensó Jano.
El individuo cincuentón sentado junto a El Estilete vestía con elegancia y tenía un costoso maletín de cuero a sus pies.
—El doctor Weitz-Goldwaser, de Chile —dijo Malik— ha accedido a suministrarnos... los líquidos.
Jano pensó que se trataba de contrabandear whisky. Pero cuando Weitz-Goldwaser dijo: "Cocaína, Malik. Cocaína", Jano se quedó estupefacto.
No dijo nada. Nunca había confiado en los narcóticos. No obstante, escuchó atentamente a Malik cuando hizo las cuentas. Él y Jano pagarían 8000 dólares por kilo de cocaína pura, cristalizada en los laboratorios de Weítz-Goldwaser, en Arica, Chile. El Estilete trasportaría la droga en maletas de doble fondo a la ciudad de Guatemala.
Tomaría vuelos regulares de líneas aéreas comerciales.
Desde Guatemala, Jano se encargaría de llevar la cocaína a los clientes mexicanos de Malik. Allí le pagarían 24,000 dólares por kilo, es decir, una ganancia de 200 por ciento. (Los compradores se encargarían de introducir la droga en Estados Unidos.) El envío inicial sería de cinco kilos, pero los laboratorios de Weitz-Goldwaser estaban en condiciones de suministrarles cientos de kilos de droga. Y lo mejor de todo, Malik señaló, era que Jano no iba a trasgredir las leyes norteamericanas, pues su labor se desarrollaba fuera de la jurisdicción estadunidense.
Jano hizo cálculos. Con los cinco kilos de cocaína ganarían 80,000 dolares que, divididos con Malik, le roporcionarían 40,000.
de acuerdo —dijo Jano Pero no heroína. No llevaré heroína.
Weitz-Goldwaser se echó a reír. —¿Cree que la heroína es realmente mala?
Jano respondió afirmativamente.
Engañado por su socio
EN UNAS oficinas de la capital de Estados Unidos, un grupo de funcionarios de la DEA hablaban del inquietante giro que estaba registrando el consumo de drogas en su país. Hasta hacía poco, sólo un sector adinerado de la sociedad consumía cocaína. Ahora, cada vez aparecían cantidades mayores de dicha droga en las calles. Había adictos a las drogas que se inyectaban una potente —y a menudo mortal— mezcla de cocaína y heroína. Personalidades del mundo del espectáculo y famosos atletas popularizaban el consumo de cocaína. A menos que se tomasen medidas, concluyeron los funcionarios de la DEA, la cocaína no tardaría en remplazar a la heroína como la droga más peligrosa en el país.
Las pruebas de que disponían apuntaban a varias importantes organizaciones de tráfico de cocaína establecidas en Perú, Chile y Colombia. Se sospechaba que por lo menos 35 laboratorios funcionaban a toda su capacidad. Los embarques llegaban a Estados Unidos procedentes de México, Canadá y Sudamérica, la mayoría de ellos por el sur de Florida.
Pero nadie sabía quiénes eran los responsables de este auge repentino de la cocaína. Ni los agentes de la DEA ni los de la CIA en Sudamérica habían podido conseguir un contacto fidedigno que tuviera información de primera mano.
MIENTRAS tanto, en la ciudad de Guatemala, surgían problemas de carácter totalmente distinto. A mediados del verano de 1974, Jano había pasado de contrabando más de 11 kilos de cocaína pura a los clientes mexicanos de Malik. Sin embargo, había cobrado sólo unos 10,000 dólares. Más que socio, se sentía como el recadero.
Para entonces, Jano era ya un contrabandista totalmente profesio‑ nal. Había comprado una pistola Browning de nueve milímetros que disparaba en ráfagas su cargador de trece cartuchos. Ya no lo amedrentaban los pistoleros ni los contra-bandistas que siempre rodeaban a su socio. Había asimilado el estilo de vida de los grandes traficantes. Llevaba el pelo largo y rizado y lucía collares de oro y llamativos brazaletes. Siempre que podía, pasaba los fines de semana con atractivas mujeres en lujosos hoteles de México, Costa Rica y El Salvador. Su esposa, cansada de las prolongadas ausencias y disgustada por sus amistades, solicitó el divorcio.
Cuando Jano presionaba para que le dieran su acordada participación en las ganancias, Malik le contestaba que los clientes mexicanos eran lentos a la hora de pagar y que no disponía de dinero. Pero las sospechas de Jano se confirmaron un día de octubre, en la capital mexicana. Cuando salía del hotel para hacer una entrega de cocaína, notó cómo el portero miraba recelosamente el maletín. Alarmado, Jano se lo tendió.
—Si tanto le gusta, quédese con él —dijo en broma.
El portero se rió y repuso:
—Bueno, si lleva usted tanto como acostumbra llevar su amigo, el señor Malik, seré rico.
—¿Cuánto suele llevar Malik en el maletín? —preguntó Jano.
El portero calculaba que, en alguna ocasión, le había visto unos 50,000 dólares.
Jano sintió un escalofrío por dentro. Su socio lo estaba engañando. Prometió solemnemente desquitarse.
La oportunidad de hacerlo surgió la víspera de Navidad. Un importante traficante colombiano, Carlos Estrada, se puso en contacto con él inesperadamente y lo citó en un hotel de Guatemala. Malik no había sido invitado, pero asistió de todos modos. Estrada le informó que sólo negociaría con Jano. Dirigiéndose a este, el colombiano dijo:
—Si quiere que Malik siga siendo su socio, es asunto suyo.
Entonces le comunicó que "personas importantes" precisaban los servicios de un piloto discreto. Había concertado con ellos un encuentro para el día siguiente en Acapulco, México. Estrada pidió a Jano que lo llevase allí en avión y le preguntó:
—¿Cree que su socio tendrá algún inconveniente?
Con una sonrisa burlona, Jano replicó con cierta lentitud: —¿Qué socio?
Algo de acción
JAMO DESPERTÓ la mañana de Navidad en un lujoso hotel de Acapulco, con una terrible "cruda", como llaman allí a la resaca, y al lado de una muchacha cuyo nombre desconocía. Se la había "facilitado" Estrada. Aquellas Navidades prometían ser las más fructíferas de toda su vida.
Por la tarde, mientras bebían unas copas en la piscina del hotel,Estrada le detalló sus planes. Quería que llevase éter (utilizado en el proceso de purificación de la cocaína en bruto) a unos laboratorios colombianos, que trasportase la droga ya refinada, la dejara caer en un claro de la selva del sur de México y que regresara con las grandes sumas de dinero en efectivo que le pagarían los compradores mexicanos en cuestión.
—No quiero limitarme a trasportar cocaína, Carlos —subrayó Jano—. Tengo contactos y deseo montar mi propio negocio.Tras un momento de titubeo, Estrada le propuso un trato: por cada carga de cocaína que entregara, le daría tres kilos para venerlos a quien quisiera. Además,podría adquirir coca directamente del proveedor de la organización.
El día 26 de diciembre, Estrada presentó a Jano a los clientes mexicanos en los lujosísimos apartamentos del Acapulco Princess. Sus tarjetas de presentación los identificaban como Juan Manuel Reyes y Luis Roldán. La cocaína, se jactó Estrada, estaría en poder de los importadores norteamericanos 24 horas más tarde. Entre sus correos había un prominente banquero y varios abogados, hombres que cruzaban diariamente la frontera por asuntos de negocios.
Tanto Reyes como Roldán operaban desde Tijuana, en la frontera con Estados Unidos. Reyes se hacía pasar por agente de bienes raíces; Roldán era propietario de una empresa farmacéutica que pensaba utilizar como pantalla para la purificación de cocaína. Ambos, sin embargo, estaban disgustados por la falta de precisión de' los últimos lanzamientos de droga desde aviones. Jano sugirió llevarlos en un vuelo de reconocimiento al estado de Chiapas, en el sur de México. Conocía la existencia de una remota pista de aterrizaje en la selva, en la que podría depositar los cargamentos en vez de arriesgarse a lanzarlos desde el aire.
Aquella misma tarde volaron hacia la pista y dieron varias vueltas sobre ella hasta que Estrada quedó satisfecho con su emplazamiento. ¿Podría Jano ir hasta allí en vuelo sin escalas desde Turbo, Colombia? Sí, siempre y cuando llevara combustible extra. Estrada pareció quedar complacido.
Esa noche, ya de vuelta en Acapulco, Estrada le pidió a Jano que hiciera su primer vuelo cinco días después. Un total de 31 kilos de cocaína estarían esperándolo en una pequeña pista situada en una plantación de las afueras de Turbo. Cuando Estrada recibiese la mercancía en Guatemala, tres kilos serían para Jano.
Aquellas nuevas relaciones eran prometedoras. Pero, al día siguiente, El Estilete le dio inquietantes noticias en Guatemala: el argentino, que seguía trabajando con Malik aunque sospechaba que, al igual que a Jano, lo engañaba, advirtió a este que Malik había dado orden de que lo mataran por su deserción. Jano se ocultó inmediatamente. Se mudó de apartamento y contrató los servicios de un guardaespaldas, un ex policía de Seattle, Estados Unidos, que residía en Guatemala, al que ofreció 2000 dólares mensuales por sus servicios.
los 160 kilos de droga se encontraban a salvo en una pequeña villa alquilada con anterioridad para este fin, en las colinas próximas a Quezaltenango, Guatemala. Jano telefoneó inmediatamente a O'Campo, a Medellín. Sí su plan funcionaba, conseguiría independizarse. Si no, sería hombre muerto. Su carrera como simple piloto había acabado. El Hombre le había prometido
En realidad, gracias a la colaboración de Jano, esas aguas han retrocedido y dejado al descubierto el trasfondo del tráfico de dicha droga. Esto, por sí solo, constituye un gran paso adelante.
Jano ha iniciado una nueva vida ---con una nueva identidad— en un país lejano. Hoy, apartado del escenario de su pasada actividad,
casi ha llegado a pensar que todo aquello nunca ocurrió.
Mientras, unos 50 acusados siguen en libertad. Dos se han declarado culpables y han sido condenados por los tribunales de justicia. Y hay órdenes de arresto preparadas para los demás. Los agentes de la Administración Ejecutora de las Leyes sobre Drogas están convencidos de que, antes o después, muchos fugitivos caerán en manos de la Ley. Saben que ninguno logra permanecer oculto para siempre.
Una
Revelacion Divina
del Infierno
Queda Muy Poco Tiempo!
por
Mary Katherine Baxter
Capítulo 13: El brazo derecho del infierno
Después de la primera visión, Jesús y yo fuimos a una parte diferente del infierno. Jesús dijo, “Estas cosas que estás viendo son para el fin de los tiempos.” Otra visión apareció delante de mi.
El fuego se acercó a nuestros pies, pero no nos quemó. El río estaba devorando todo lo que había en su camino. Miré el rostro de Jesús y se veía triste y tierno.
Miré otra vez las almas en el fuego. Eran de un color de fuego rojo y sus huesos estaban negros y quemados. Escuché sus almas gritar de remordimiento.
“Yo sé que muchos jovencitos y jovencitas, hombres y mujeres fueron obligados en contra de su voluntad para cometer actos tan terribles, yo lo sé y no cargaré este pecado contra ellos.” Acuérdense de esto, sin embargo, dijo Jesús, “Yo conozco todas las cosas, y las personas que causaron que estos jóvenes pecaran tienen el pecado mas grande. Yo juzgaré con justicia. Al pecador Le digo, ‘Arrepiéntete, y tendré misericordia. Clama a mi y te escucharé.’
En repetidas veces les pedí a estas almas que se arrepintieran y que vinieran a mí. Yo los hubiera perdonado y limpiado y en mi nombre podrían haber sido liberados. Pero ellos no me escucharon y ellos deseaban la codicia de la carne antes que el amor del Dios vivo. Porque yo soy santo tenéis que ser santos. No toquen las cosas inmundas y los recibiré,” dice el Señor. Yo me sentí muy enferma mientras veía las almas en el lago de fuego.
El respondio: “Ve, oye lo que el Espíritu le dice a las iglesias. El fin está cerca y yo estoy llamando a los pecadores a arrepentirse y ser salvos. Mira ahora.”
Jesús dijo: “Esto sucederá al fin de los tiempos. Ven más alto.” Lector, si estás cometiendo algunos de los pecados de los cuales estoy hablando, por favor deja de pecar y clama a Jesús que te salve. No tienes que ir al infierno. Clama al Señor mientras está cercano, El te escuchará y te salvará. Todo el que clame en el nombre del Señor será salvo.
Capítulo 14: El brazo izquierdo del infierno
Una profecia de Jesús para todos
Ustedes han cometido iniquidades y han hecho lo malo y se han revelado contra mí. Se han apartado de mis preceptos y de mis juicios. Ustedes no han escuchado las palabras de mis siervos, los profetas y las profetizas.
Tú que detienes la verdad con la injusticia y llenas tus bolsillos con oro y plata a costa de los pobres —arrepiéntete, te digo, antes que sea muy tarde. El día del juicio te pararás solo delante mi para dar cuenta de lo que hiciste con mi Santa Palabra; si clamas a mi en arrepentimiento, yo quitare la maldición de tus tierras y os bendeciré. Si te arrepientes y te avergüenzas de tus pecados, yo tendré misericordia y compasión de ti y no me acordaré más de tus pecados. Ora para que seas un vencedor.
He aquí, estoy preparando un ejército santo. Ellos harán grandes exploraciones para mi y destruirán tus lugares altos. Es un ejército de hombres, mujeres, niños y jóvenes santos. Ellos han sido ungidos para predicar el verdadero evangelio, para poner las manos sobre los enfermos, y llamar a los pecadores al arrepentimiento.
Este es un ejército de trabajadores, hombres, esposas, hombres solteros, mujeres solteras y niños escolares. Son gente sencilla, pues no muchos nobles han respondido a mi llamado. En el pasado fueron mal entendidos y maltratados, abusados y rechazados. Pero yo los he bendecido dándoles intrepidez en santidad y en Espíritu. Ellos comenzarán a cumplir mis profecias y a hacer mi voluntad. Yo caminaré en ellos, hablaré en ellos y trabajaré en ellos.
Estos son aquellos que se han tornado a mi con todo el corazón, alma, mente y fuerza. Este ejército despertará a muchos a mi justicia y pureza del espíritu. Yo pronto me comenzaré a mover entre ellos, a escoger a los que deseo para mi ejército. Yo los buscaré en las ciudades y los pueblos. Muchos se van a sorprender con los que he escogido. Los van a ver moverse sobre toda la tierra y hacer hazañas por causa de mi nombre. Mirad y ver mi poder en obra.
Mantengan el lecho del matrimonio santo. Yo hice al hombre para la mujer y la mujer para el hombre y he decretado que sean unidos en el santo matrimonio.”
Ellos harán maravillas para el Señor de La gloria. Yo derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán.
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