FOTOS CATEDRAL DE HUEHUETENANGO
SÁBADO 3 DE ABRIL DE 2021
viernes, 21 de abril de 2017
EL AMOR DE ANTONIO Y LEONOR A JESUCRISTO- REFORMA EN ESPAÑA
HISTORIA
DE
LA
INQUISICIÓN Y
LA
REFORMA EN ESPAÑA
Por SAMUEL VILA
ESPAÑA
4.
Antonio Herrezuelo y su esposa Leonor de Cisneros.
Era ciudadano
de Toro, Castilla, donde ejercía su cargo de abogado. Su
origen era humilde y había alcanzado la
posición
en que se encontraba gracias a su diligencia y a su talento. Se habla casado
con doña Leonor
de Cisneros, hija de un hidalgo de la población, cuando ella
tenía dieciocho años. El matrimonio fue un modelo de virtudes, distinguiéndose
’especialmente por su espíritu de caridad. Trabó Herrezuelo amistad con don Carlos de Seso, del cual ya sabemos que era corregidor de la ciudad, y como Seso no vivía para otra cosa que para sembrar el mensaje del Evangelio, no se abstuvo de
hablar de él a Herrezuelo y a su esposa.
Esta simiente fue
sembrada en tierra abonada, con lo que recibieron los esposos la medida colmada
de su felicidad. A través de los años, Herrezuelo se había convertido en un colaborador enérgico y entusiasta de Seso, en cuyos planes, oraciones y peligros participaba.
Cuando a los
siete años
del matrimonio vino de repente la catástrofe, prendieron al mismo tiempo al abogado y a su
esposa. No tembló Herrezuelo ante la consideración de que tendría que sufrir y morir por su Salvador; pero la
separación
de su esposa le estremecería el corazón. Sabia que era de esperar la muerte de los dos, pero se
horrorizaba al pensar que sus enemigos podían, con astucia o con violencia, hacer zozobrar
la fe del tierno corazón de ella. Pronto tuvo ocasión de ver
confirmados sus temores.
Cuando
victorioso él
de las asechanzas y el tormento a que había sido sometido, despreciando la
infamia del
auto de fe y desafiando la misma hoguera,
salió,
al fin, de la prisión para ir a la plaza, sólo había en su pecho una angustiosa duda. Buscó en la fila de los que como él se habían mantenido firmes, a su
esposa y con dolor comprobó que Leonor no se hallaba allí, sino un poco más alejada, en la
compañía de los reconciliados.
En efecto,
Leonor había
sufrido la grave prueba con menos valor que su esposo. Ya la separación de él,
a los
pocos años
de casada y a los veinticuatro de edad,
había de’ quebrantar gravemente su ánimo. Aparte de los demás sufrimientos, cabe
pensar que indujera a Leonor a retractarse la insinuación o la afirmación de que su esposo también lo había hecho,
o lo haría ante su ejemplo. Lograron, efectivamente, que Leonor hiciera hablar
a su
boca un lenguaje distinto del de su corazón, quizá por el mismo afecto que sentía hacia su esposo,
pero ¿cuál no
habría de ser su sorpresa cuando la
infeliz vio aquella mañana que él estaba entre los condenados a muerte,en contra de
todas sus esperanzas, y que ella tenia que mostrarse ante sus ojos como incapaz de guardar la fe que había aprendido de
sus labios?
Al pasar los
condenados al suplicio de la hoguera por delante del tendido donde se
encontraban los reconciliados, no pudo Herrezuelo decir ni una palabra a su
esposa, pues una mordaza oprimía su lengua, pero elevaría, sin duda, en su alma una ardiente oración a Dios para que salvase a su esposa, a pesar de su retractación. Dios contestó
plenamente su oración, como veremos en seguida.
Hemos dicho que
Herrezuelo estaba amordazado. Los inquisidores se decidieron a hacerlo por
cuanto no cesaba de alentar a sus compañeros, así como de dar valeroso
testimonio de su fe, con lo cual inficionaba de herejía a los que lo
estaban escuchando. Sin embargo, su entereza predicaba por él con tanta o más
elocuencia
que sus palabras. Al ser atado a la estaca le fue arrojada una piedra que le dio en la cara, de cuya herida empezó a chorrear la
sangre.
Un alabardero le pinchó en el vientre con su
alabarda. Nada le pudo mover de su decisión.
Gonzalo de Illescas, en su Historia Pontifical, dice: «El bachiller Herrezuelo se dejó quemar vivo con una fortaleza sin precedentes. Yo estaba tan cerca de él que pude ver, perfectamente, toda su persona y observé todos
sus gestos y movimientos.
No podía hablar, porque
por sus blasfemias tenia una mordaza en la lengua; en
todas las cosas
pareció duro y
empedernido, y por no doblar su brazo quiso antes morir ardiendo que creer lo que otros de sus compañeros. Aunque yo lo observaba de cerca, no pude ver la menor queja o expresión de
dolor; con todo
eso, murió con la más extraña
tristeza en la cara
que yo haya visto jamás. Tanto que ponía espanto mirarle el
rostro, como aquél
que en un momento había de ser en el infierno con su compañero y maestro Luthero.»
Doña Leonor fue de
nuevo conducida a la cárcel. No es posible imaginarse la confusión y la lucha interior que
debía
haber hecho presa de aquella alma. Poco a poco, sin embargo, se pondría orden
en el caos de sus
sentimientos y de sus ideas: el esposo amado, por el cual, y para salvar su
vida, había
llegado a vacilar en su fe,
estaba ahora en un lugar donde ningún enemigo podía hacerle daño. Leonor
sintió nacer en ella el deseo incontenible de honrar su fe y de honrar la memoria de su
esposo muriendo tal como él lo había hecho.
Despreció resueltamente toda
hipocresía y toda
condescendencia con la doctrina católica y lloró amargamente la debilidad en
que había incurrido, sin
cuidarse para nada de las consecuencias. Confesó de nuevo abiertamente la misma fe por la
cual su esposo había muerto y todas las tentativas para reconciliarla
otra vez se estrellaron ahora ante su
firmeza. Relapsa esta vez, no hubo misericordia. A los treinta y tres años de edad, después de nueve años de sufrimiento, fue condenada,
como su esposo, a la hoguera.
De qué forma recibió la
palma del martirio
nos lo dice el testimonio del mismo Illescas, cuya descripción de la muerte de
Herrezuelo hemos copiado antes. Illescas, católico fanático y testigo
ocular del nuevo
auto de fe, dice: «En el año 1568, el 26 de septiembre, se ejecutó la sentencia de
Leonor de Cisneros, viuda
del bachiller Herrezuelo. Se dejó quemar viva, sin que bastase para convencerla
diligencia ninguna de las que
con ella se hicieron y que fueron muchas. Pero nada pudo conmover el endurecido
corazón
de esa obstinada mujer.» Estas palabras, que no hacen mucho honor a Illescas, sí lo hacen a doña
Leonor
y prueban de un modo indubitable que era
digna de su esposo.
viernes, 26 de mayo de 2017
COMO PODÍAMOS ESTAR GOZOSOS EN PRISIÓN.- RICHARD WURMBRAND
COMO PODÍAMOS ESTAR GOZOSOS EN PRISION
RICHARD WURMBRAND
Al recordar ese periodo de catorce años en prisión, a
veces pasamos tiempos muy felices. Tanto los carceleros como los otros reclusos
a menudo se extrañaban ante la alegría que solíamos demostrar los cristianos a
pesar de las mas terribles circunstancias. No podíamos dejar de cantar, aunque
fuéramos golpeados por hacerlo. Me imagino que hasta los ruiseñores cantarían,
aunque supieran que después de cantar morirían. Los cristianos aun expresaban
su gozo bailando. ¿Cómo podían ser felices en tan trágicas condiciones?
Con
frecuencia, en la cárcel meditaba en las palabras de Jesús a sus discípulos:
“Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis”. Los discípulos acaban
de volver de una gira por Palestina, durante la cual habían visto y presenciado
muchos horrores. Palestina era un país oprimido. En todas partes se podía
apreciar la terrible miseria. Ellos encontraron enfermedades, plagas, hambre y
dolor. Visitaron hogares en que padres y esposas lloraban a los ausentes,
arrastrados a la prisión por sus ideas. Aquello no tenia nada de hermoso.
Sin
embargo, Jesús les dijo: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros
veis”. Hablo así, porque ellos no solo habían visto la miseria y el
sufrimiento; habían visto al Salvador; al Realizador del Ultimo Bien, La meta a
que la Humanidad debe llegar. Por primera vez en su vida algunos gusanos,
gusanos que se arrastran por las hojas, comprendieron que después de esa
miserable existencia, pasan a una vida hermosa, en la forma multicolor de una
mariposa, que vuela de flor en flor. Esa felicidad era nuestra también.
A mi
derredor había varios Job, algunos sufriendo aun mas que el mismo Job, pero yo
sabia el final de esa historia, como recibió el doble de lo que había tenido
antes. Tenía a mi derredor a hombres como el pobre Lázaro, hambriento y
cubierto de llagas. Pero sabia que los angeles los llevarían al seno de
Abraham. En el pobre y sucio mártir cerca de mi, vi al espléndidamente coronado
santo de mañana.
Al
observar a hombres como estos, no como son, sino como serán, también podía
descubrir en los perseguidores, al igual que Saulo de Tarso, a los futuros
Pablo. Algunos de estos ya se han transformado. Funcionarios de la Policía
Secreta ante quienes testificamos de nuestra fe, se hicieron cristianos y se
consideraban felices de sufrir después en prisión, por haber encontrado a
Cristo.
En los
carceleros que nos flagelaban veíamos al carcelero de Filipos, que primero
azoto a San Pablo y después se convirtió. Soñábamos en que pronto nos
preguntarían: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” En aquellos que, en medio de
burlas y mofas miraban a los cristianos cubiertos con inmundicias y excrementos
cuando eran levantados en sus cruces, veíamos a la multitud en el Gólgota, que
después habría de golpear sus pechos por el temor de haber pecado.
Fue
precisamente en la cárcel donde comenzamos a comprender que había esperanza
para los comunistas, que algún día serian salvos. En ese lugar fue donde nos
dimos cuenta de nuestra responsabilidad para con esos hombres. Cuando éramos
torturados por ellos, aprendimos a amarlos.
Gran
parte de mi familia ha sido asesinada. ¡En
mi propia casa el asesino se convirtió! Era también el lugar mas apropiado.
Así también nació en las prisiones comunistas la idea de una Mision Cristiana
para ellos.
Dios ve las
cosas de manera diferente a como nosotros las vemos, de la misma manera que
nosotros las vemos diferentes de cómo las ve una hormiga. Desde nuestro punto
de vista humano, ser atado a una cruz, manchado y sucio de excremento es algo
terrible. Sin embargo, la Biblia, ha hablado de los últimos sufrimientos de los
cristianos, se refiere a ellos como “Leve tribulación”. Para nosotros, pasar
catorce años en prisión es un periodo muy largo. La Biblia lo califica solo
como “momentáneo” que “produce en nosotros un cada vez mas excelente y eterno
peso de gloria. Esto nos da derecho a pensar que los crueles crímenes de los
comunistas, inexcusables para nosotros los hombres, contra los cuales con toda
justicia debemos luchar hasta el fin, son menos graves ante los ojos de Dios.
Tal tiranía comunista que dura ya medio siglo, puede ser ante Dios, para quien
mil años son como un día, solo un instante de extraviado error. Esos hombres
aun tienen la posibilidad de la salvación.
La
Jerusalén Celestial es una madre, y como madre nos ama. Las puertas del cielo
no están cerradas para los comunistas. Tampoco la luz esta apagada para ellos,
puesto que pueden arrepentirse como cualquiera de nosotros y debemos llamarlos
al arrepentimiento.
Solo el amor puede cambiar a los
comunistas (amor que no puede ser confundido con complicidad con el comunismo.
A menudo estos dos términos son confundidos por muchos dirigentes religiosos).
El odio ciega.
Hitler
era anti-comunista, pero odiaba de una manera tal como los comunistas odiaban
también. Por lo tanto, en lugar de conquistarlos, contribuyo a que ellos
conquistaran un tercio del mundo.
Con
amor planeamos en la prisión un trabajo misionero entre los comunistas y de
este modo pensamos, antes que nada, en los gobernantes y jefes comunistas.
Algunos
dirigentes y directores de misiones parecen haber estudiado muy poco la
historia de la iglesia. ¿Cómo se gano Noruega para Cristo? Por medio de la
conversión del rey Olaf. Rusia conoció el Evangelio cuando el rey Rurik fue ganado por el. Convertido el rey Esteban,
toda Hungría siguió sus pasos. Lo mismo sucedió en Polonia. En África, las
tribus se convierten cuando sus jefes son ganados por Cristo. Hemos levantado
misiones para convertir al hombre común, que llega a ser muy buen cristiano pero
que tiene poca, o ninguna influencia para cambiar el estado de cosas imperante.
Debemos
ganar a los gobernantes y estadistas, a las personalidades políticas,
económicas científicas y artísticas. Estos son los verdaderos arquitectos del
alma de un país. Ellos son los que moldean el alma de los hombres. Ganándolos,
atraeremos a las gentes que ellos guían e influyen.
Desde el
punto de vista misionero los comunistas tienen una ventaja que no poseen otros
sistemas sociales, pues están mas centralizados.
Si el
Presidente de los EEUU se convirtiera al mormonismo, no por ello Norteamérica
seguiría sus pasos. Pero si Mao Tse-tung se convirtiera al cristianismo, o Breshnev, o Ceaushescu,
todos sus países podrían ser alcanzados. Tan grande es el impacto de sus dirigentes.
Sin
embargo, ¿puede un dirigente comunista convertirse? Seguramente que si, puesto
que viven una existencia infeliz e insegura, al igual que la de sus victimas.
Casi todos los gobernantes comunistas rusos terminaron en prisión, o fueron
ejecutados por sus propios camaradas. Lo mismo sucede en China. Tenemos el caso
de ministros del interior como Pagoda, Iejov, Beria, quienes parecían concentrar todo el
poder en sus manos, pero que terminaron sus vidas, como el último de los
contrarrevolucionarios, con una bala en la nuca.
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