LA PERLA MÁS GRANDE DEL MUNDO
EN 1934, un grupo de hombres de la tribu dayak buceaba en busca de mariscos cerca de la isla de Palawan, en el sur de Filipinas; uno de ellos no regresó a la superficie. Una almeja gigante, que pesaba más de 110 kilos había atrapado un pie del buzo entre las dos valvas como trampa de acero. Para recuperar el cuerpo del buzo, sacaron al molusco a la superficie. Tenía adentro una enorme perla con forma de cerebro humano que pesaba casi seis kilos y medio. Los hombres, de religión musulmana, la bautizaron como "La Perla de Alá", y esta quedó en poder de Panglima Pis¡, el cacique más poderoso de la región.
Wilburn Dowell Cobb, arqueólogo estadunidense, hacía excavaciones en Palawan cuando fue hallada la gran perla. Regresó dos años después y, al enterarse que el hijo de Panglima estaba muriéndose de paludismo, administró al muchacho un nuevo medicamento antipalúdico que lo curó casi milagrosamente. La recompensa para Cobb fue la posesión más valiosa dé Panglima: la gran perla, que actualmente es propiedad privada de un californiano y su valor estimado es de 40 millones de dólares.
Reimpreso con permiso de "Popular Science", @ 1939 por Times Mirror Magazines, Inc.
SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986
Las perlas naturales no mantienen necesariamente su valor. En 1917, una señora de la alta sociedad de Nueva York, llamada May Plant, cambió una casa ubicada en la Quinta Avenida y la Calle 52, con Cartier, por un collar de perlas valuado en 1.2 millones de dólares. En 1957, tras la muerte de la señora Plant, las perlas se vendieron en sólo 151,000 dólares en una subasta; ya para entonces la casa valía varios millones de dólares. SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986
LIMPIEZA PARA DOS
LAS MUJERES que tienen una gran cantidad de Streplococcus mutan (bacterias que desempeñan un papel muy importante en la caries dental) en la saliva pueden pasar esos nocivos microbios a sus hijos. La costumbre de probar la comida del menor con la misma cuchara es la principal sospechosa de ser el mecanismo de trasporte. Incluso al toser cerca del niño se le pueden trasmitir las bacterias.
Pero mamá puede ayudar a prevenir que el hijo tenga picaduras, -afirma la investigadora sueca Birgitta Kóhler. A un grupo de madres les practicó limpieza dental, les dio tratamiento con fluoruro, tapó picaduras y, lo más importante, les dio instrucciones sobre alimentación; luego lo comparó con un grupo de control que no recibió un tratamiento dental especial.
Dos años y medio después, la investigadora descubrió que esas medidas reducían a una décima parte la cantidad de estreptococos en el primer grupo de madres, y que
el número de hijos portadores de estos microorganismos era 40 por ciento menor que en el grupo de control. El número de niños con caries también descendió: 16 por ciento de los niños en el grupo tratado, contra 43 en el grupo de control.
La lección es clara: si mamá cuida su boca, el bebé se beneficia. . SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986
Pocos años después de haber contraído matrimonio, o, uno de los cónyuges cometió un error, y el divorcio los mantuvo separados durante más de medio siglo. No obstante, en el curso de esos largos y dolorosos años, ambos cultivaron...
EL AMOR QUE NO MURIÓ
POR MICHAEL CAPUZZO
A HISTORIA de Fred y Henrietta comenzó en 1929, poco antes de la Depresión en Estados Unidos. Cierto día, Fred McCoy, propietario de un taller de electricidad en Pine Bluff, en el estado norteamericano de Arkansas, viajó en su auto 65 kilómetros hasta Little Rock para revisar un refrigerador averiado de Betty Bell, esposa de Horace Bell. "Betty tenía unos ojos azules tan hermosos", cuenta Fred, "que cuando me habló de una hermana suya residente en Pine Bluff, le dije en seguida que me gustaría conocerla. Betty me dio el número de teléfono de su hermana".
Fred contaba a la sazón 30 años. Habia prestado servicio a bordo del acorazado Oklahoma durante la Primera Guerra Mundial, viajaba a Sudamérica cuando estuvo de servicio en la marina mercante, y ahora pensaba echar raíces. Henrietta, la hermana de Betty, tenía 19 años y estudiaba enfermería.
Un sábado de enero de 1929, Henrietta llevaba un vestido de lino azul que realzaba sus grandes ojos azules. Fred, delgado, de rizados cabellos rubios, vestía un traje oscuro y mostraba una sonrisa reveladora de su confianza en sí mismo al presentarse de visita. Invitó a la joven al cine.
Ella se negó. No estaba dispuesta a salir con un desconocido. "Pero tomamos asiento y conversamos y quedé cautivada por su sonrisa y la amabilidad de sus palabras".Tres meses después, contrajeron matrimonio. Los recién casados se instalaron en una casa dúplex, situada en la Avenida Harding, en Pine Bluff. Se inscribieron en el club de bridge; solían asistir a los bailes de los Shriners, club social de la localidad. Henrietta lucía con orgullo su anillo de bodas, una sortija de platino ornada con un diamante de un quilate.
"Éramos felices cada día", comentó Henrietta, refiriéndose a los seis años que siguieron a su boda. Y añadió: "Sí, hasta el último".
Con voz que tiembla de sorpresa e indignación, aún ahora, pasado medio siglo, agrega en un susurro: "Fred hizo una cosa que el hombre casado no debiera hacer nunca. Yo le había dicho que podría cometer hasta un homicidio, pero no aquello. Me fue infiel... Con una amiga mía".
Henrietta se divorció de Fred en 1935. Poco después, conoció a Stewart Rosenplanter, nueve años mayor que ella, agente de ventas de una importante empresa de carnes. "Estuve casada con este hombre durante 30 años, pero no lo quería", confiesa. "Me casé con él sólo por despecho". ,
Fred, por su parte, no perdía la esperanza. "Le escribía cartas de amor, tratando de reconquistarla", cuenta.
Tales cartas, ahora amarillentas por el tiempo, destilan añoranza. "Amor mío", escribió Fred el 9 de octubre de 1936, "pienso en ti constantemente, y tengo el convencimiento de que mi vida nunca valdrá nada sin ti".
En 1937, dos años después del divorcio, recuerda ella: "Fred me telefoneó y me dijo que se casaría con otra si me negaba a volver a su lado. Entonces respondí que lo sentía mucho; pero su infidelidad me dolió profundamente. Y así, se casó con Phoebe".
Henrietta se mudó con su segundo esposo a Mobile, luego a Orlando, a Jacksonville, a St. Louis, a Chicago y, por último, en 1952, a Fort Lauderdale.
"Después de que Stewart murió, en 1965", dice Henrietta, "llevé una vida muy solitaria. No salía con ningún hombre; no me interesaba. Amaba a Fred. Pensaba en él todos los días".
Por ese entonces, administraba una tienda de artículos deportivos en Fort Lauderdale, en la playa. Visitó a sus hermanas, residentes en Little Rock, docenas de veces, con la esperanza de encontrarse con Fred, lo que jamás ocurrió. Conservó tres de las cartas de amor de Fred durante medio siglo en una caja de seguridad, en un banco, y luego en un lugar cuya situación se niega a revelar. Las tenía en un sobre amarillo, en el que había escrito: "Lo adoré de veras toda mi vida". Afirma: "Con frecuencia las releía, y lloraba a lágrima viva".
Fred y Phoebe estuvieron casados 47 años. Fred montó su propio negocio en Little Rock, donde vendía equipos de sonido. Tuvieron una hija. Pero Phoebe había estado en-
ferma durante la mayor parte de su vida, y falleció al fin en diciembre de 1984.
Al poco tiempo, Fred llamó por teléfono a Betty Bell ( quien le había proporcionado el número telefónico de Henrietta, en 1929 ), y le preguntó cuál era el número actual de su ex esposa.
"Yo aún la amaba" confiesa Fred, "y me sentía muy solo".
Cierta tarde de febrero de 1985, Henrietta jugaba al bridge con las damas de su club cuando sonó el teléfono.
—Mi vida —oyó una voz al otro extremo de la línea.
Henrietta comprendió al momento de quién se trataba.
—¿Qué tal, mi amor?
Minutos después, Henrietta colgó el auricular; las manos le temblaban. "Fred me contó que había perdido a su esposa. Me dijo que iba a ver a su hermana en California. Al día siguiente telefoneó de nuevo y me preguntó si podría venir a visitarme después".
Durante tres meses antes de la visita anunciada, se cartearon y hablaron por teléfono todos los días. "A mi amada", escribía Fred, "ya sólo pasaré 13 días más sin ti. . . y. luego estaré a tu lado para siempre". Y poco antes de su llegada, escribió: "Te amo, te amo, te amo. Fred".
Fred se presentó en Fort Lauderdale a principios de mayo. Pasaron juntos 19 días.
Fred y Henrietta se casaron de nuevo en la Iglesia Metodista Unida de St. Andrew, en Fort Lauderdale, 50 años después del divorcio que ambos consideran el error de su vida. Henrietta lucía el anillo nupcial que Fred le había dado en 1929. "Durante todos estos años lo mantuve escondido", cuenta, "y a menudo lo miraba para asegurarme de que aún estaba allí". Un cantante interpretó Because, la canción predilecta de los contrayentes. Y Henrietta lloró.
Al momento de cambiar los votos conyugales, Fred y Henrietta se besaron. "Yo temblaba un poco", comenta ella. "La nuestra ha sido una triste historia de amor. Nos hemos querido siempre. Un millón de veces deseé que nos reuniéramos, sin embargo nunca creí que llegásemos a hacerlo".
Igual que en 1929, Fred y Henrietta estaban demasiado atareados para emprender un viaje de luna de miel. Ajustaron sus respectivas cuentas bancarias, seguros de vida y seguros médicos. Henrietta puso en venta la casa de que era dueña en Fort Lauderdale, pues Fred deseaba regresar al estado de Arkansas, a Little Rock, para comenzar
POR QUE TIENE
MIEDO EL PUEBLO
Desilusionado y sin esperanza, un obrero soviético corre un grave riesgo para hacer un llamado a los amos de su patria.
POR OLEG VLADIMIROVITCH ALIFANOV (Desaparecido)
LEGADO DE UNA CARTA-
eso de las 3 de una soleada tarde en Moscú, en julio de 1985, un hombre trepó la verja que rodeaba la Embajada de Francia y corrió hasta meterse en el edificio. El guardia soviético situado en el portón dio inmediatamente la alerta, y en unos cuantos minutos la policía había incomunicado la zona. Varios sedanes de la KGB se apiñaron frente a la Embajada mientras otros autos, sin matrícula, patrullaban los alrededores.
En el interior, el hombre hizo su relato. Se llamaba Oleg Alifanov. Era un obrero semicalificado que estaba harto de la injusticia y la corrupción de la vida en la Unión Soviética. El personal de la Embajada se mostró comprensivo, pero, ¿qué podían ellos hacer? "Si no pueden sacarme del país, al menos publiquen esta carta que he escrito al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética% les rogó. "Si lo hacen, tal vez ellos escuchen".
Les tendió entonces 11 hojas de papel rayado, llenas de una cuidadosa escritura como de niño. No era una obra de arte literario, pero el mensaje era un grito del corazón. He aquí algunos fragmentos:
TENGO 31 años. Llevo 14 trabajando. He sido cerrajero, soldador, albañil. En otras palabras, pertenezco a la clase trabajadora que el Partido de ustedes llama la fuerza motriz del progreso en la sociedad soviética. "Los obreros y los campesinos, junto con los intelectuales, son los soberanos de su patria": no hay una ciudad en que no se vean letreros con esta frase. Pero si un obrero dijese esas cosas en privado, entre nosotros, no habría quien no se burlara de él.
El 95 por ciento de mis compañeros opinan lo mismo. Algunos llevan aguardando 15 o hasta 25 años por un apartamento, viviendo en dormitorios de obreros con sus familias, mientras ven que los que tienen el poder consiguen un lugar para ellos, sus parientes, amigos o novias, en pocos meses o aun horas.
Yo mismo he vivido diez años en dormitorios de Moscú. ¿Cómo son? Varias personas, desconocidas entre sí todas ellas, viven en una misma habitación, se emborrachan durante días después de cada paga, y una vez al mes el director nos dice que hay que tomar un baño y dónde podemos colgar nuestros pantalones. La década que llevo en la capital no ha bastado para que pudiese cambiar la cama de mi dormitorio por una habitación, aunque fuera pequeña.
En el tiempo que he pasado en Moscú he visto muchas violaciones a los derechos de los trabajadores, a la justicia y a la ley. Mencionaré casos en que me vi afectado directamente. En 1975, encontré trabajo como soldador en la fábrica de automóviles AZLK. El capataz a menudo me pedía trabajar tiempo extraordinario por diez rublos más, para cumplir con la cuota de la fábrica. En el primer mes lo hice diez veces, por lo que esperaba recibir 100 rublos como complemento de mi salario mensual de 140. Sólo me dieron 20. El capataz no se preocupó en lo más mínimo cuando hice un llamado a su conciencia. Mis camaradas me contaron después que había hecho la misma jugarreta a todos los nuevos empleados. Luego, este año, el ingeniero jefe de la compañía constructora para la que trabajo nos prometió a cuatro de nosotros 310 rublos por un trabajo que deseaba terminar. Terminamos la obra, pero sólo recibimos 80 rublos para repartirlos entre todos.
El jefe de la compañía constructora puso a sus amigos en la nómina, pero sólo hacían acto de presencia el día de pago. Naturalmente, compartían su salario con él. El secretarío del Partido hizo lo mismo: los obreros tenían que devolverle una parte de sus primas de trabajo. Las mujeres tenían que pagar aún más que los hombres. De cada cheque, entregaban de 10 a 20 rublos al capataz. Si no recibía su parte, podía asignarles más tarea, o decir que el trabajo estaba "mal hecho", por lo que les reduciría la paga.
Oficialmente, un trabajador puede protestar contra estos abusos, pero si lo hace, tal vez nunca vuelva a trabajar con normalidad: será perseguido. Diríase que corresponde a los sindicatos defender nuestros derechos; pero en la realidad no es así. Como yo me lo imagino, los sindicatos fueron creados aquí para que el sistema soviético parezca más atractivo y comprensible a los trabajadores occidentales. Para ellos, los sindicatos realmente defienden los derechos del obrero.
Todos saben que los materiales de construcción son robados de los lugares de trabajo. Los jefes llenan camiones de material robado. Durante el verano, los obreros de la construcción dedican cierto tiempo a trabajar en las casas de campo de los jefes, pero se les paga como si hubiesen trabajado en el sitio oficial de construcción. Los gerentes generales de la fábrica de automóviles ZIL construyeron sus casas de campo con material robado.
Nosotros podríamos cerrar los ojos ante todo esto si tuviésemos un nivel de vida decoroso. Han pasado 40 años desde la guerra, y aún vivimos con los alimentos racionados. Incluso en Moscú, al término de la jornada laboral, es difícil comprar salchichas, leche, yogur, pan fresco y huevos. En Surgut, capital de la región petrolera donde yo trabajé, cada mes se nos asignaban dos kilos de carne por persona; pero, para encontrarlos, había que pasar el día corriendo de una carnicería a otra por toda la ciudad. En mi pueblo natal hay personas que hacen cola durante todo el día para obtener pan y leche. ¡Ya pueden imaginar cómo es eso en invierno! Para aquellos aldeanos, las salchichas son un producto exótico.
La comida y la vivienda son dos necesidades humanas básicas, pero también hay otras. ¿Podría alguien estar satisfecho con los servicios de salud que tenemos? Entre los trabajadores, hace mucho tiempo decimos que preferiríamos pagar, pero al menos recibir un servicio médico decente. Todavía hay pueblos donde no se tiene un dispensario con las más esenciales medicinas y vendas, donde no hay un teléfono para llamar al médico o la ambulancia más cercanos. Mientras, los periódicos rebosan de relatos como el del obrero herido que fue llevado de Siberia a Moscú para que le reimplantaran la mano. Al final de esos artículos siempre hay un largo discurso sobre cómo el Partido no repara en gastos cuando se trata de la salud del pueblo. Cierto, hay docenas de clínicas especiales reservadas a los miembros del Partido, los militares, los artistas y los altos burócratas. Pero, ¿por qué no se les puede atender junto con la gente común, para que todos puedan beneficiarse de las habilidades de sus médicos especiales?
La televisión, la radio y los periódicos hacen todo lo que pueden para convencer al pueblo de que el Partido Comunista es la nación. Las opiniones, y especialmente las acciones que no armonizan con las decisiones del Partido, son llamadas traición: traición a la patria y a su pueblo. Pero si la gente pudiera decir en un referéndum lo que piensa de la guerra de Afganistán, el Gobierno tendría que retirar sus tropas. ¿Por qué los jóvenes sacrifican sus vidas en Afganistán? Creo que es por la revolución comunista mundial, y por esa ambición el Partido Comunista está dispuesto a sacrificarlo todo y a todos.
Si yo dijera esto abiertamente, me arrestarían y me procesarían como a cualquiera que cuestione las decisiones del Partido. Tales personas son aún más peligrosas que los criminales comunes, y las medidas que se toman contra ellas son más radicales. Y no olvidemos a la KGB. Si entre los trabajadores, entre todos nosotros, persiste el temor de tener algún pensamiento de disidencia, se debe a la KGB. Desde luego, los amigos íntimos se cuchichean chistes acerca del Partido y el jefe de Estado, pero el temor de que nos sorprendan y castiguen es grande... Sin embargo, ¿qué pasaría si nadie se atreviera a hablar?
Todo el mundo debiera tener el derecho de expresar su opinión. En nuestro país, este derecho no existe. No sólo yo pienso así. Y bien saben por qué casi todos guardan silencio. Tienen miedo. ¿Por qué?...
Aunque la policía aún estaba esperando, Alilanov decidió que era hora de salir. Los franceses le aseguraron que su mensaje sería escuchado. Aunque no pudieron protegerlo de ulteriores represalias, hicieron que la KGB tuviese dificultades para atraparlo al salir de la Embajada. A partir de las 9 de la noche, autos con matrícula diplomática partieron en distintas direcciones, cada diez minutos, seguido cada uno de cerca por la policía. Cuando ya no quedaban autos soviéticos en el exterior, se condujo a Alifanov hasta una concurrida estación del Metro. Hay pocas dudas de que fue detenido poco después de pasar por la puerta, y al escribirse estas líneas no conocemos su paradero. Esta carta será su legado.
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