sábado, 28 de noviembre de 2015
"MUERA EL CRISTIANISMO DICE EL JAPON"
"Odian a Cristo con la misma saña que a los soldados de allende el mar."
(Condensado de «Collier's »)
Por Robert Bellaire
1942
NO HABÍA ESTALLADO la guerra todavía. Estábamos el coronel S.Nichihara, oficial de prensa del Ejército japonés, y yo, en una lujosa casa de Shangai.
Nichihara había bebido mucho. Al parecer, tenía el vino sentimental, porque empezó a sollozar y a pronunciar, lleno de reverente emoción, entre hipo e hipo, el nombre sagrado de Hirohito.
--Usted—me dijo después de una buena mordida al pescado crudo que estaba comiendo — usted también debiera hacerse shintoista y creyente en el Emperador.
—Vamos, vamos, coronel—le respondí—. No lo disimule tanto. Usted es cristiano. Para usted, el Emperador no es el mismo que para los demás japoneses. No me dirá usted que no.
Saltó como si lo hubiese mordido una víbora. El ultraje le llegó a lo más vivo del alma. Con gritos y ademanes descompasados, casi me escupió a la cara:
—Me he inscrito como cristiano, sí, no lo niego; pero, óigalo usted bien, lo he hecho por un solo motivo: por el Emperador.
Tenía los ojos inyectados. Estaba frenético de rabia.
—El Ejército Imperial—prosiguió ordenó que asistiera
a la escuela de una misión cristiana para aprender inglés. Otro tanto han hecho
infinidad de oficiales japoneses para capacitarse como traductores militares.
Según Nichihara, hubo oficiales que se inscribieron también como cristianos
para aprender matemáticas superiores, ciencias, historia extranjera: materias
todas que se consideran indispensables para la creación de un ejército y una
marina capaces de sojuzgar el mundo. En las misiones no se exige a los alumnos
que sean cristianos, pero los jefes militares dispusieron que los oficiales lo
hiciesen así, por temor a que las escuelas se cerráran, si las juntas
misionales de los Estados Unidos veían que el número de «conversiones»
no justificaba el gasto de su sostenimiento.
—Pero ya no necesitamos para nada de las misiones—continuó Nichihara—. Tenemos hospitales y universidades incomparables, hasta mejores. ¿Sabe usted cuál es la única utilidad que nos prestan las misiones ahora? Pues la de suministrarnos divisas para comprarles a ustedes mismos materias primas con el dinero que traen los misioneros.
Le pregunté si, en general, los japoneses estaban agradecidos a los misioneros cristianos por su obra humanitaria.
— ¿Agradecidos ?—El coronel sonrió sarcásticamente---, Todo japones que se respete un poco se siente ofendido y humillado- cuando tiene que aceptar algo de un extranjero. Somos una raza superior. Llegará el día en que el Japón dominará el mundo. Ese día, sépalo usted, ese día barreremos el Cristianismo de la faz del orbe.
Pocas horas antes había comunicado yo a la Prensa Unida que los japoneses acababan de bombardear otra misión cristiana en el interior de China. ¡Era el vigésimo bombardeo en menos de un año! Se habían marcado visiblemente todos los edificios de la misión con banderas norteamericanas. El comunicado oficioso de Nichihara de aquel día rezaba así: «Nuestros aviones han bombardeado con éxito un importante objetivo en la provincia de Honan ».
Al presente, el Japón está librando una guerra tan encarnizada contra el Cristianismo como contra los Estados Unidos. El Cristianismo rechaza y condena las pretensiones de los japoneses de ser una raza superior; niega la divinidad de su soberano; aboga por reformas sociales que sacarán a las masas japonesas del estado de servidumbre feudal en que se hallan. Es, en suma, la religión de la esperanza, la religión que ha tenido la virtud de despertar la fe en su liberación, en millones de indefensos orientales a quienes el Japón se propone someter a yugo ominoso y perdurable. «No se podrá sojuzgar a los chinos », me confesó en una ocasión Jan Suchiya, jefe de propaganda del Ministerio de Estado de Tokio, «mientras los cristianos sigan predicando esa su doctrina de fe y esperanza. ¡Creencias absurdas que tenemos que prohibir!»
El plan que piensa ejecutar el Japón contra el cristianismo es patente. Hay
que destruir hasta la última misión cristiana en China. Mediante más de 800 ataques desde el aire, en estos seis últimos años, han reducido, a ruinas a centenares de misiones, iglesias y hospitales. Los japoneses cuentan con matar a todos los misioneros, u obligarlos, por el terror, a huir de China. Son muy pocos hasta ahora los que han huido. Millares, en cambio, han perecido o han quedado inutilizados en una de las persecuciones más sanguinarias e implacables que se han visto en China.
Hasta lo de Pearl Harbor, cada ataque de los japoneses a una misión provocaba una enérgica protesta de los representantes diplomáticos extranjeros. Y a cada protesta, invariablemente, el Japón expresaba su «profundo pesar» por el error que habían padecido sus aviadores. Por fin, como último remedio, los representantes de los Estados Unidos facilitaron a los japoneses mapas con la situación exacta de todas y cada una de las misiones norteamericanas en China. El resultado fue que, en los dos meses siguientes, aumentó considerablemente el número y la frecuencia de los bombardeos. Los japoneses, inmutables, continuaron repitiendo su sabido subterfugio: « ¡Ha sido una deplorable equivocación!» Jan Suchiya me dijo algún tiempo después que esos mapas habían servido de «excelentes guías a nuestros aviadores».
En las Filipinas y en otras regiones ocupadas se ha dado muerte a la mayor parte de los misioneros, o se les ha encarcelado, o se les ha hecho objeto de tratos tan infames, que no pueden referirse aquí. Se han entregado sus parroquias a «misioneros cristianos» japoneses, adscritos al Departamento de Cultos del Ejército. El número de esos misioneros es quince veces mayor que el de todos los clérigos canónicamente ordenados en el Japón en los últimos treinta años. La mayoría no son más que sacerdotes shintoistas disfrazados y especialmente preparados para combatir al cristianismo «desde dentro». No exhortan a los conversos del país a apostatar del Cristianismo, sino sencillamente a rechazar las «mentiras» que los bárbaros occidentales les han enseñado.
He aquí su versión del Cristianismo. Cristo fue un oriental. Nació en el Japón. Fue un gran profeta que recibió todo su saber de los emperadores-dioses del Japón. Se trasladó al Occidente a difundir sus grandes enseñanzas entre los bárbaros, los cuales lo negaron y lo crucificaron e_interpretaron torcidamente todo lo que él enseñó. Después de resucitar de entre los muertos, Cristo reapareció en el Japón, donde murió y está enterrado. La sabiduría que EL adquirió de las doctrinas de los divinos emperadores, es la misma divina sabiduría que hoy posee Hírohíto.
Los japoneses llevan al Japón a centenares de cristianos chinos y filipinos, a visitar «el sepulcro» del profeta Cristo. (Es un hecho probado que han erigido un santuario.) A los peregrinos se les dice que lo más importante del viaje es la ocasión de pararse ante los muros del Palacio Imperial en Tokio a rendirle homenaje al dios-emperador. Vuelven, pues, a sus hogares con la idea de que Cristo ha muerto, pero que el dios-emperador está vivo, y bien vivo, y que es heredero legítimo de la soberanía omnímoda sobre todo el mundo.
I Corintios 13
1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
2 Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.
3 Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
4 La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
5 es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
6 no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
7 Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
8 La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
9 Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.
10 Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
12 Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.
13 Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.
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