jueves, 29 de abril de 2021

"MUERA EL CRISTIANISMO DICE EL JAPON"- 2 GUERRA MUNDIAL Selecciones del Reader,s Digest 1942

sábado, 28 de noviembre de 2015

"MUERA EL CRISTIANISMO DICE EL JAPON"

"Odian a Cristo con la misma saña que a los soldados de allende el mar."

(Condensado de «Collier's »)

Por Robert Bellaire 

1942

NO HABÍA ESTALLADO la guerra todavía. Estábamos el coronel S.Nichihara, oficial de prensa del Ejército japonés, y yo, en una lujosa casa de Shangai.

Nichihara había bebido mucho. Al parecer, tenía el vino sentimental, por­que empezó a sollozar y a pronunciar, lleno de reverente emoción, entre hipo e hipo, el nombre sagrado de Hirohito.

--Usted—me dijo después de una buena mordida al pescado crudo que estaba comiendo — usted también de­biera hacerse shintoista y creyente en el Emperador.

Vamos, vamos, coronel—le respon­dí—. No lo disimule tanto. Usted es cris­tiano. Para usted, el Emperador no es el mismo que para los demás japoneses. No me dirá usted que no.

Saltó como si lo hubiese mordido una víbora. El ultraje le llegó a lo más vivo del alma. Con gritos y ademanes des­compasados, casi me escupió a la cara:

Me he inscrito como cristiano, sí, no lo niego; pero, óigalo usted bien, lo he hecho por un solo motivo: por el Emperador.

Tenía los ojos inyectados. Estaba fre­nético de rabia.

 —El Ejército Imperial—prosiguió­ ordenó que asistiera a la escuela de una misión cristiana para aprender inglés. Otro tanto han hecho infinidad de ofi­ciales japoneses para capacitarse como traductores militares.
Según Nichihara, hubo oficiales que se inscribieron también como cristianos para aprender matemáticas superiores, ciencias, historia extranjera: materias todas que se consideran indispensables para la creación de un ejército y una marina capaces de sojuzgar el mundo. En las misiones no se exige a los alumnos que sean cristianos, pero los jefes mili­tares dispusieron que los oficiales lo hi­ciesen así, por temor a que las escuelas se cerráran, si las juntas misionales de los Estados Unidos veían que el núme­ro de «conversiones» no justificaba el gasto de su sostenimiento.

Pero ya no necesitamos para nada de las misiones—continuó Nichihara—. Tenemos hospitales y universidades in­comparables, hasta mejores. ¿Sabe us­ted cuál es la única utilidad que nos prestan las misiones ahora? Pues la de suministrarnos divisas para comprarles a ustedes mismos materias primas con el dinero que traen los misioneros.

Le pregunté si, en general, los japoneses estaban agradecidos a los misioneros cristianos por su obra  humanitaria.

¿Agradecidos ?—El coronel sonrió sarcásticamente---, Todo japones que se respete un poco  se siente ofendido y humillado- cuando  tiene que aceptar al­go de un extranjero. Somos una raza su­perior. Llegará el día en que el Japón dominará el mundo. Ese día, sépalo usted,  ese día barreremos el Cristianismo de la faz del orbe.

Pocas horas antes había comunicado yo a la Prensa Unida que los japoneses acababan de bombardear otra misión cristiana en el interior de China. ¡Era el vigésimo bombardeo en menos de un año! Se habían marcado visiblemente todos los edificios de la misión con ban­deras norteamericanas. El comunicado oficioso de Nichihara de aquel día re­zaba así: «Nuestros aviones han bom­bardeado con éxito un importante ob­jetivo en la provincia de Honan ».

Al presente, el Japón está librando una guerra tan encarnizada contra el Cristianismo como contra los Estados Unidos. El Cristianismo rechaza y con­dena las pretensiones de los japoneses de ser una raza superior; niega la divinidad de su soberano; aboga por reformas so­ciales que sacarán a las masas japonesas del estado de servidumbre feudal en que se hallan. Es, en suma, la religión de la esperanza, la religión que ha teni­do la virtud de despertar la fe en su liberación, en millones de indefensos orientales a quienes el Japón se propone someter a yugo ominoso y perdurable. «No se podrá sojuzgar a los chinos », me confesó en una ocasión Jan Suchiya, jefe de propaganda del Ministerio de Estado de Tokio, «mientras los cristia­nos sigan predicando esa su doctrina de fe y esperanza. ¡Creencias absurdas que tenemos que prohibir!»

El plan que piensa ejecutar el Japón contra el cristianismo es patente. Hay

que destruir hasta la última misión cris­tiana en China. Mediante más de 800 ataques desde el aire, en estos seis últimos años, han reducido, a ruinas a centenares de misiones, iglesias y hospi­tales. Los japoneses cuentan con matar a todos los misioneros, u obligarlos, por el terror, a huir de China. Son muy po­cos hasta ahora los que han huido. Millares, en cambio, han perecido o han que­dado inutilizados en una de las persecu­ciones más sanguinarias e implacables que se han visto en China.

Hasta lo de Pearl Harbor, cada ata­que de los japoneses a una misión pro­vocaba una enérgica protesta de los re­presentantes diplomáticos extranjeros. Y a cada protesta, invariablemente, el Japón expresaba su «profundo pesar» por el error que habían padecido sus aviadores. Por fin, como último reme­dio, los representantes de los Estados Unidos facilitaron a los japoneses mapas con la situación exacta de todas y cada una de las misiones norteamericanas en China. El resultado fue que, en los dos meses siguientes, aumentó considerable­mente el número y la frecuencia de los bombardeos. Los japoneses, inmutables, continuaron repitiendo su sabido sub­terfugio: « ¡Ha sido una deplorable equivocaciónJan Suchiya me dijo al­gún tiempo después que esos mapas ha­bían servido de «excelentes guías a nuestros aviadores».

En las Filipinas y en otras regiones ocupadas se ha dado muerte a la mayor parte de los misioneros, o se les ha en­carcelado, o se les ha hecho objeto de tratos tan infames, que no pueden re­ferirse aquí. Se han entregado sus pa­rroquias a «misioneros cristianos» japo­neses, adscritos al Departamento de Cultos del Ejército. El número de esos misioneros es quince veces mayor que el de todos los clérigos canónicamente ordenados en el Japón en los últimos treinta años. La mayoría no son más que sacerdotes shintoistas disfrazados y especialmente preparados para comba­tir al cristianismo «desde dentro». No exhortan a los conversos del país a apos­tatar del Cristianismo, sino sencillamen­te a rechazar las «mentiras» que los bárbaros occidentales les han enseñado.

He aquí su versión del Cristianismo. Cristo fue un oriental. Nació en el Ja­pón. Fue un gran profeta que recibió todo su saber de los emperadores-dioses del Japón. Se trasladó al Occidente a difundir sus grandes enseñanzas entre los bárbaros, los cuales lo negaron y lo crucificaron e_interpretaron torcidamen­te todo lo que él enseñó. Después de resucitar de entre los muertos, Cristo reapareció en el Japón, donde murió y está enterrado. La sabiduría que EL ad­quirió de las doctrinas de los divinos emperadores, es la misma divina sabiduría que hoy posee Hírohíto.

Los japoneses llevan al Japón a cen­tenares de cristianos chinos y filipinos, a visitar «el sepulcro» del profeta Cris­to. (Es un hecho probado que han eri­gido un santuario.) A los peregrinos se les dice que lo más importante del viaje es la ocasión de pararse ante los muros del Palacio Imperial en Tokio a rendirle homenaje al dios-emperador. Vuelven, pues, a sus hogares con la idea de que Cristo ha muerto, pero que el dios-emperador está vivo, y bien vivo, y que es heredero legítimo de la soberanía omnímoda sobre todo el mundo.

 I Corintios  13
    1    Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo  que retiñe.
    2    Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.
    3    Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
    4    La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
5    es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
    6    no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
    7    Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
    8    La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
    9    Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.
    10    Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
    11    Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las  cosas de niño.
12    Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces  conoceré como soy conocido.
    13    Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

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