domingo, 18 de abril de 2021

UN EPISODIO DE LA JUSTICIA BRITÁNICA

 

Todo el poderío de la justicia inglesa entra en acción para salvar del
terror comunista a  un humilde marinero polaco

Por Alexander Jordan

UN EPISODIO DE LA JUSTICIA BRITÁNICA

EL MIÉRCOLES 28 de julio de 1954 el  barco laroslaw Dabrowski, en el cual ondeaba la ban­dera de la Polonia comunista, estaba descargando enormes fardos de he­bra de madera para embalar, en el viejo desembarcadero londinense de Mark Brown. El estibador londi­nense Sidney Palmer estaba en la bodega sujetando fardos a las cade­nas que colgaban de una grúa.

De pronto Palmer dio un grito de espanto. Un brazo largo y delga­do sobresalía de entre unos fardos en ademán suplicante. Apresuráron­se a acudir los otros estibadores y descubrieron a un joven extenuado que estaba tendido entre la carga. Se encontraba demasiado débil para ponerse en pie,lo único que hacía era decir una y otra vez  «policía inglesa, y «agua, agua …”

Los estibadores lo subieron a cubierta ... y, acto seguido, los oficales del barco lo encerraron bajo llave en un camarote.

El asunto pudo haber termina así a no ser por el prejuicio inglés contra la posibilidad de que se d tenga a cualquiera que no esté legalmente procesado. Según la ley habeas corpus de 1679, todo aquél  que tenga noticia de la detención ilegal de una persona puede solicítar un auto en el cual se ordene al carcelero «que presente ante los Real Tribunales de Justicia el cuerpo del detenido.» 

El polizón Antoni Klimowicz había iniciado su vida marinera a los 17 años, en 1949, y servido dos años en el laroslau, Dabrowski. En 1951 le pidieron que espiase a sus compañeros. Rehusó él hacerlo y quedó marcado como «sospechoso político.» Cuando llegó a la edad del reclutamiento, no fue destinado a la armada, como era lógico al tratarse de un marinero, sino al ejérci­to, donde las ocasiones de fugarse eran mucho menores. Una vez li­cenciado, solicitó su antiguo empleo en el laroslaw Dabrowski, pero se lo negaron. Su expediente de la po­licía secreta le perseguía.

Conocía Klimowicz las fechas aproximadas de salida de su antiguo barco y cuando lo vio en el muelle de Gdynia, Polonia, el 22 de julio, calculó que llegarla a Londres cua­tro días después. Impulsivamente se escondió en la bodega, sin llevar consigo provisiones ni agua. Muy pronto empezaron a bajar fardos de hebra de madera que fueron acu­mulándose encima y lo dejaron po­co menos que sepultado.

Ciertas dificultades mecánicas retrasaron un par de días la salida del buque. Para entonces el polizón es­taba atormentado por el hambre y la sed y pensando si duraría vivo todo el viaje. Cuando el barco ama­rró por fin en los muelles de Lon­dres, el pobre hombre había pasado casi seis días acurrucado, sin probar bocado ni gota de agua, en la más completa oscuridad.

Al siguiente día de haber sido des­cubierto, Klimowicz fue interrogado por un funcionario de inmigración que se sirvió del capitán comunista como intérprete. Convencido de que se trataba de un polizón corriente, el funcionario británico le negó el permiso para desembarcar.

Un funcionario polaco en Londres visitó a Klimowicz. Se mostró seductoramente cortés: «Si firma us­ted este documento por el cual se aviene a regresar voluntariamente, procuraré que le concedan una beca para la Academia de la Marina Mer­cante. Tiene usted ante sí una ca­rrera brillante, amigo mío.» Pero Klimowicz sabía muy bien lo que le esperaba si caía en manos de la policía secreta y se negó a firmar.

El mismo funcionario repitió la visita al siguiente día y le amenazó con que ordenaría a varios mari­neros polacos le diesen una paliza. Aun así, enfermo y agotado, el mo­zo mantuvo su negativa.

Para el viernes la historia se ha­bía difundido entre los refugiados de la Polonia Roja residentes en Londres. Aquella noche Liq cente­nar de ellos acudieron al desembar­cadero y pidieron encolerizados la libertad de su compatriota.

También se encontraban en el lu­gar de la escena reporteros y fotó­grafos, aunque por diferente moti­vo. Habían ido a reseñar la marcha voluntaria de dos ciudadanos norteamericanos a bordo del mismo bu­que y rumbo a Gdynia: el doctor José Cort, de 26 años, y su esposa, que habían residido algún tiempo en Inglaterra. Cuando Cort recibió del consulado norteamericano la orden de alistarse en las fuerzas arma­das, declaró que no regresaría a los Estados Unidos, donde había naci­do, para ser objeto de «terror y per­secución» por sus opiniones comu­nistas, y que se iría a establecer en la Checoslovaquia Roja para «vivir en un país libre.»

Uno de los refugiados polacos an­ticomunistas del muelle, a quien llamaremos Kowalski para resguar­dar su identidad, tuvo la idea de procurarse la ayuda de la policía mediante la presentación de una de­nuncia falsa contra Klimowicz. Se dirigió al inspector que mandaba las fuerzas policiacas destacadas en el muelle y le dijo:

—Un hombre que está en este barco me ha robado la cartera que contenía una libra y 13 chelines. Se llama Klimowicz. Quiero que lo de­tengan antes de que esté fuera de la jurisdicción inglesa.

El inspector adivinó el motivo real de la denuncia y rehusó actuar.

Inmediatamente Kowalski corrió al domicilio del magistrado más cer­cano y lo levantó de la cama.

—¿Está usted seguro —preguntó el magistrado— de que contenía so­lamente una libra y 13 chelines?

Kowalski se dio prisa a recordar que eran 10 libras y el magistrado admitió la denuncia y libró la or­den de detención.

De vuelta al muelle, Kowalski presentó triunfalmente la orden, pe­ro el inspector le dijo:

—Está usted mal informado.

 Kowalski levantó la voz para ha­cerse oir de los reporteros:

—¡Será día de luto para este país el día que la policía se arrogue las funciones del Poder Judicial! Sola­mente un juez puede decidir si yo estoy bien o mal informado.

Rodearon los periodistas a Ko­walski y lo abrumaron a preguntas. Entretanto, el capitán del Jaroslaw Dabrowski hizo subir a bordo un práctico y el buque empezó a nave­gar Támesis abajo hacia el mar. Pe­ro, si los polacos habían perdido el primer encuentro en la lucha por la libertad de Klimowicz, habían echa­do a andar las ruedas de la justicia inglesa y, una vez en marcha, las ruedas no vuelven a pararse.

En aquel caso rodaron algo más aprisa que de costumbre. A las 2:20 de la madrugada, y ya a cierta dis­tancia en el Támesis, el Jaroslaw Dabrowski fue detenido por las si­renas de las lanchas de la policía, avisada por radio. El sábado por la mañana la radio y los periódicos die­ron plena cuenta del «secuestro co­munista,» nombre que le dio alguno de los diarios. El Primer Ministro, Sir Winston Churchill, era puntual­mente informado.

Esa misma mañana Jan Jaxa, abo­gado londinense nacido en Polonia, decidió invocar la lev del habeas cor­pus en beneficio de Klimowicz. Des­graciadamente empezaba la anual vacación bancaria inglesa y casi todo el mundo se había marchado de Londres para pasar el fin de sema­na en el campo. Sin embargo, el ar­chivero del Tribunal Supremo de Justicia, una vez enterado del asun­to por Jaxa, accedió a estar de guardia todo el día y aun el domingo,su fuere necesario, con todo su personal, para emitir el mandamientode habeas corpus tan pronto como loutorizara un juez.

Jaxa corrió entonces al domicilio magistrado Davies. Debía éste estar  ya informado del objeto de la visita porque dijo en seguida:

—Me temo, señor Jaxa, que llega usted demasiado tarde.

El abogado, aturdido, imaginó al barco comunista rebasando impune las aguas jurisdiccionales británicas; pero Davies calmó su ansiedad:

El presidente del Tribunal Supremo de Inglaterra, Lord Goddard —le dijo— acaba de otorgar licencia para librar un mandamiento de habeas corpus y se están tomando ya las medidas adecuadas.

La atención despertada sobre el asunto por las manifestaciones de los refugiados polacos en el muelle y la denuncia contra el polizón ha­bían tenido sus repercusiones.

Quedaba por resolver la manera de presentar el mandamiento de ha­beas corpus al capitán del barco po­laco. Cuando enteraron de la situa­ción a Churchill, se dice que dio un bufido: «¿ No nos queda ningún destructor?» La subsiguiente acción fue rapidísima. El destructor Obdu­rate navegaba muy pronto aguas abajo del Támesis para detener al barco polaco si pretendía deslizarse entre las lanchas de la policía.

Aquel sábado por la noche las lu­ces del Jaroslaw Dabrowski estaban amortiguadas. A oscuras en su ca­marote, Klimowicz esperaba empa­vorecido oir el ruido de las máqui­nas del barco que indicaría la salida al mar abierto. Pero lo que oyó fue el ruido de las lanchas motorizadas. Eran las 10:45 de la noche del 31 de julio.

Diez lanchas de la policía del Tá­mesis rodearon el barco y 30 vigoro­sos policías mandados por Sir John Nott-Bower, director de Scotland Yard, treparon por la escala de cuer­da. Sir John pidió cortésmente al capitán que le entregase «el cuerpo de Antoni Klimowicz.»

El capitán Glowacki, que había estado conferenciando todo el día con el embajador polaco, se negó. Unos 30 hombres de la dotación se enfrentaron con los policías, desarmados según vieja tradición inglesa, pero Sir John dio orden de registrar el buque. Los guardias no tardaron en encontrar un camarote cerrado con llave. La puerta cayó hecha as­tillas a golpes de las hachas de in­cendio. Un funcionario inglés de inmigración fue el primero que sa­ludó a Klimowicz.

—Está usted en libertad—le dijo—.

A los esposos Cort, reanudado su viaje, el caso de Klimowicz debe ha­berles dado que pensar. Se trataba de un marinero común y corriente, hijo de obreros, que arriesgaba la vi­da para escapar del yugo soviético.

Una gran nación democrática, des­de los estibadores del muelle hasta el presidente del Tribunal Supremo de Justicia y el Primer Ministro, se ha­bía movilizado a todo correr para asegurar la libertad de un humilde ser humano.

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST octubre 1956

  UNA SOLUCIÓN PARA LOS JAPONESES

Condensado de «The Rotarian»

Gracias a Paul Rusch, los montañe­ses del lapón derivan hoy el sustento de cerros hasta hace poco estériles

Por loseph Phillips   SELECCIONES DEL READER'S DIGEST octubre 1956

CERCA DE la cumbre del Monte Yatsu, 113 kilómetros al oeste de To­kio, el estadounidense Paul Rusch, hombre de 57 años de edad, ha iniciado una salvadora mudanza en la agricultura del Japón. Más de 100.000 campesinos han aprendido a deri­var el sustento de las laderas y re­ducidos valles en donde hasta hace poco había solamente peñascos, ár­boles y azaleas color de fuego. Hoy crecen allí el trigo, el centeno, las hortalizas, los árboles frutales. Pace el ganado de raza en sus ricos pas­tos y una vaquería moderna rinde leche y mantequilla en abundancia. Familias campesinas que no supie­ron nunca lo que era un médico reciben asistencia facultativa. Una biblioteca circulante, de las pocas con que cuenta el Japón en las zonas rurales, presta gratuitamente libros a los campesinos que por primera vez tienen a su alcance algo que leer.

La salvadora mudanza iniciada por Paul Rusch proporcionará a los japoneses dos cosas que estaban ne­cesitando en extremo: sustento y es­peranza. Más de 89 millones de hom­bres viven apiñados en cuatro islas cuya superficie total equivale apenas a la mitad del territorio de Chile. Contra lo que por lo común cree­mos en Occidente, no es cierto que el suelo del Japón esté aprovechado con meticulosa eficacia; de hecho, apenas el 16 por ciento corresponde a tierras de labor; la restante y más extensa porción, compuesta en su mayoría de fragoso terreno de mon­taña, permanece sin cultivar. La nación produce nada más que 80 por ciento de lo que consume para sustentarse; año tras año, en la me­dida que aumenta el número de ha­bitantes, disminuye la cantidad de víveres disponible por individuo, y se encarecen los abastos. La iniciati­va de Paul Rusch indica a gran par­te del Japón la manera de resolver este grave problema.

Rusch estuvo por primera vez en las tierras altas del Japón hace bas­tantes años, en el de 1925. Había ido a las islas formando parte de una comisión de socorro a los damnificados por un terremoto. Aunque su propósito era permanecer un año solamente, lo persuadieron a que in­gresara en la facultad de la Univer­sidad de Rikkyo, en Tokio. Este fue el principio de toda una vida dedi­cada a la enseñanza y a la colabora­ción con el pueblo del Japón.

Fue amigo al par que maestro de sus alumnos, y ellos colaboraron con entusiasmo en sus labores. (A 22 de esos jóvenes les ayudó a costearse la carrera con dinero ahorrado de su modesto sueldo.) Durante la guerra, cuando estuvo internado, sus alum­nos le llevaban a escondidas víveres, pese al riesgo, mortal a veces, a que esto les exponía. Más de 5000 anti­guos discípulos suyos, muchos de los cuales ocupan hoy puestos impor­tantes en la industria, el gobierno o la vida pública, le dan el honroso tratamiento de sensei (maestro); ha apadrinado a 634 hijos de ellos.

Puesto en libertad en el primer canje de prisioneros, le asignaron después de la rendición del Japón al servicio de información del estado mayor del general MacArthur. Entre las funciones que le correspon­dieron en las fuerzas de ocupación se contó la de encaminar a la de­mocracia a un pueblo que no la co­nocía ni de nombre.

¿Cómo y por dónde empezar esta labor?

—Reparé en la historia de mi pro­pia patria —dice Rusch—. ¿Cómo arraigó la democracia? Los peregri­nos del Mayflower abonaron el te­rreno. En periódicas reuniones pú­blicas cambiaban ideas acerca del gobierno de la pequeña colonia fun­dada por ellos. Más adelante estable­cieron una asociación de agriculto­res, ensayaron diferentes cultivos y la cría de ganado y de aves. Demos­(raron que haciendo se aprende. Si lográsemos echar en el Japón la si­miente de la democracia, los japo­neses cuidarían sin duda de la planta que de ella naciera.

Eligió Rusch para campo de ensa­yo la aldea montañesa de Kiyosato. Aunque dista sólo 113 kilómetros de ciudad tan moderna como Tokio, los habitantes de la región estaban tan atrasados como sus antecesores hacía un siglo. Como viven en tie­rras demasiado altas para el cultivo del arroz y demasiado alejadas del mar para abastecerse de pescado fres­co, su alimentación se reducía a una pasta grisácea llamada soba, algas marinas secas y de cuando en cuan­do alguna legumbre. Para ganarse la vida trabajaban en los veranos de­rribando pinos, de los que hacían carbón vegetal, y en los inviernos fabricaban una especie de zuecos llamados geta. De cada cinco mon­tañeses había uno aquejado de tu­berculosis o de otra enfermedad del pecho. Los niños, una vez termina­da la lactancia, no volvían a probar siquiera la leche.

Paul Rusch aseguró a los habitan­tes de esas breñas que había manera de salir de la miseria y el hambre en que vegetaban. Les dijo que esas tierras cubiertas de árboles y male­za podían producir alimentos para ellos y pastos para el ganado; para esto se necesitaba trabajo y ayuda. Si ellos estaban dispuestos a traba­jar, él se encargaría de conseguir la ayuda.

Puesto a ello consiguió del gobier­no 350 hectáreas de terrenos baldíos para principiar el ensayo. Por la no­che dedicaba sus horas libres, así como los fines de semana, a hablar con altos funcionarios, con indus­triales y comerciantes influyentes, con eclesiásticos, con oficiales de las fuerzas de ocupación, a fin de ex­ponerles su plan y solicitar su ayuda. El dinero así recaudado procedió de personas de tan diversa categoría co­mo el ex presidente del consejo de ministros Yoshida, una cocinera, un ingeniero inglés, un coronel estadounidense. De su propia paga de ofi­cial Rusch costeó la construcción de una carretera que iba de la estacióndel tren en Kiyosato al lugar donde se proponía establecer el centro civico y social de la comunidad.

Campesinos de las aldeas y gran­jas circunvecinas comenzaron en no­viembre de 1947 a construir el edifi­cio destinado a iglesia y centro cí­vico. Terminado en la primavera del año siguiente, quedó a cargo del padre Juji Uematsu, de la iglesia episcopal del Japón, al cual se unie­ron en breve 20 connacionales su­yos, que formaron con el padre lo que lleva hoy el nombre de Kiyo­sato Educational Experiment Pro­ject (Proyecto experimental educa­tivo de Kiyosato), más comúnmente conocido por las siglas KEEP.

El único estadounidense que in­terviene directamente en esta obra es Paul Rusch, que dedica ahora a ella todo su tiempo. En 1949 regre­só a los Estados Unidos para ser li­cenciado del ejército y, ya en su cali­dad de civil, viajó por treinta estados de la Unión a fin de exponer al pú­blico el objeto del KEEP y su utili­dad para demostrar a los japoneses cómo funciona la democracia. El sincero fervor de su palabra movía a los oyentes a contribuir con lar­gueza. Donaron ropa, mantas, dine­ro; se comprometieron a allegar ma­quinaria agrícola, simiente y ganado.

De vuelta en el Japón, Rusch ha­lló a los montañeses atareados en le­vantar paredes y tender techos para convertir las ideas en realidades. En 1950 quedó terminado el dispensa­rio, en el cual dos médicos v cuatro enfermeras asistieron a 4000 perso­nas en los 12 primeros meses. Un año después se inauguró la bibliote­ca circulante.

Empezaron luego a llegar de los Estados Unidos los donativos que habían prometido a Rusch: ganado vacuno, gallinas, incubadoras, tracto­res, toneladas de semilla, equipo de vaquerías e instrumentos de labran­za. Una casa fabricante de material quirúrgico donó el equipo completo de una sala de operaciones; una con­gregación religiosa, el equipo de un gabinete de dentista.

Con actividad y celo inusitados entre ellos, los montañeses limpia­ron las 16 hectáreas donde iba a es­tablecerse la primera granja expe­rimental. Arrancaron pedrejones y desarraigaron árboles de sus propias parcelas para cultivar calabazas, ha bichuelas y maíz. En el nuevo cen­tro comunal construyeron una le­chería moderna, dotada de instalaciones eléctricas, y un par de silos, de 12 metros para almacenar el fo­rraje en el invierno.

En la mente de los montañeses alentaba ahora un pensamiento nue­vo: cooperar para mejorar. Por es­pacio de siglos la gente de esas mon­tañas había sobrevivido o perecido en grupos aislados. Estaba cayendo ahora en la cuenta de lo que alcan­zaba a lograr trabajando unida. For­maron cuadrillas para abrir caminos en la montaña; construyeron en las laderas un terraplén para campo de béisbol. Manifestación de solidari­dad nunca vista entre los meneste­rosos habitantes de esas tierras altas: visitaban al padre Uematsu espon­táneamente y le entregaban unos cuantos yenes, de los ganados tan penosamente, «para una familia ne­cesitada

En 1954 empezaron Paul Rusch y los japoneses a ver convertidos en realidad sus sueños. Los progresos alcanzados en sólo cinco años superaban a todo lo hecho en los cinco siglos anteriores. Montañeses que hasta hace poco no tenían ni idea de la mecánica, se adiestraban en guiar tractores. En las laderas de la granja experimental, 35 vacas jersey y Hereford, y 20 terneros nacidos de ellas en suelo japonés, pacían en los pastos de simiente importada de los Estados Unidos y el Canadá. En cientos de pequeñas granjas había 19 clases de hortaliza y siete varie­dades de grano.

Se oía dondequiera el cacareo de las gallinas. A cada granjero le ha­bían entregado 10 gallinas a condi­ción de que entregase él 10 de los polluelos que ellas sacaran a un granjero de la vecindad, el cual, por su parte, haría otro tanto con 10 de los polluelos nacidos en su granja. Mediante este procedimiento au­mentó a 12.000 el número de aves de corral.

El dispensario ha pasado a ser hos­pital de 20 camas, dotado de moder­nos adelantos y de sala de cirugía. Tres médicos y cinco enfermeras prestan anualmente asistencia a 6000 pacientes, a más de los muchos en­íermos a quienes asisten en los dis­pensarios establecidos en las aldeas de la comarca. Médicos y enferme­ras están poniendo en práctica por primera vez en el Japón un programa coordinado de higiene ru­ral, al difundir nociones de sanidad e insistir en lo necesario que es me­jorar el régimen alimenticio de los niños.

 Madres que nunca habían contado con la asistencia ni los con­sejos de parteras experimentadas, re­ciben ahora instrucción prenatal y cuidados durante el embarazo.

La noticia del rotundo buen éxi­to del KEEP corrió como un regue­ro de pólvora por todo el Japón. El año pasado acudieron de todo el país —a pie, en autobuses, en tren—más de 8000 personas deseosas de ver con sus propios ojos cómo se ha­bían trasformado en campos fértiles las tierras donde antes hubo tan sólo peñascos y árboles silvestres. Los prefectos de siete provincias han invitado a Paul Rusch a iniciar obras como el KEEP en el territorio de su mando. El Gobierno nacional  se ha inspirado en el ejemplo del  KEEP al importar cuatro mil cabezas de ganado Jersey para venderlas a los campesinos de las tierras altas a menos del costo.

—El KEEP es demostración patente de que las tierras altas del Japón son apropiadas para la agricultura —dice Ichiro Hatoyama, pre­sidente del consejo de ministros—. La obra realizada es, en verdad, elocuente testimonio de cuánto pue­den la iniciativa, la caridad y la fe.


CARTA 
ACERCA DEL ORIGEN
 DE LA IMAGEN DE GUADALUPE

POR JOAQUIN GARCÍA  ICAZBALCETA
MEXICO

Año de 1883
Advertencia

Con el deseo de publicar el señor licenciado don José Antonino González su apología de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe de México, solicitó en 1883 la correspondiente licencia de la autoridad eclesiástica. El ilustrísimo señor Arzobispo, don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, pasó el manuscrito al señor don Joaquín García Icazbalceta a fin de que diese su opinión;Insistió el señor Labastida, diciéndole pero este Señor se lo devolvió inmediatamente, pidiéndole que le excusase de ocuparse en este asunto, pues no era teólogo ni canonista. por escrito que no le pedía su opinión como teólogo o canonista, sino como persona muy versada en la historia eclesiástica del país, y añadía «que se lo rogaba como amigo y se lo mandaba como prelado». Cediendo el señor García Icazbalceta a estas instancias, se resolvió a dar su parecer, y le dio en efecto: aunque desentendiéndose de juzgar la obra del señor González, se ocupó en general de las Apariciones de la Santísima Virgen y de su imagen de Guadalupe, bajo el aspecto puramente histórico. Tal es el origen de la Carta que ahora se publica.

Varias personas ilustradas tuvieron oportunidad de ver el autógrafo original y aun de sacar copias. El señor don José María de Ágreda y Sánchez le tuvo tres veces, por lo menos, en su poder y sacó copia íntegra. También estuvo en las manos del señor don Francisco del Paso y Troncoso y en las del sabio padre carmelita fray José María de Jesús, a quienes lo envió el autor por conducto del señor Ágreda, y no mucho tiempo antes de la muerte del señor Icazbalceta le vieron, entre otras personas, el señor don Jesús Galindo y Villa y el distinguido académico don Rafael Ángel de la Peña. El señor Ágreda instó al autor a que publicara la Carta; pero éste se excusó diciéndole que no tenía vocación de mártir, y que de publicar aquella, se expondría, sin duda alguna, a las iras de los aparicionistas, quienes, si no habían respetado al señor Obispo de Tamaulipas, que rehusó sostener la llamada tradición, por no hacer traición a su conciencia, mucho menos respetarían a él, que no estaba revestido de tan alto carácter.

No faltó, empero, quien se procurase una de las copias de la Carta, la tradujese al latín, y dándole nueva forma, la publicase en un folleto de 61 páginas en 4.º común, y dos hojas de índice y erratas, intitulándola: De Beatissima Maria Virgo Apparitione in Mexico sub titulo de Guadalupe Exquisitio Historica. Sin fecha ni lugar de impresión. El señor don Fortino Hipólito Vera, Canónigo entonces de la Colegiata y exaltado aparicionista, la tradujo enseguida al castellano y la insertó en su abultado e indigesto volumen que lleva por título: Contestación histórico-crítica en defensa de la Maravillosa Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe al anónimo intitulado: Exquisitio Historica -Querétaro.- Imp. de la Escuela de Artes. Calle Nueva núm. 10.-1892. En 4.º, XV pág. 715 de texto y una hoja de índice. El mismo autor de la traducción latina, suprimiendo la pretendida refutación del señor Vera y anotando la traducción castellana de éste, la imprimió de nuevo con el título de Exquisitio Historica. Anónimo escrito en latín sobre la Aparición de la Beata Virgen María de Guadalupe. Segunda edición. -Jalpa. Tipografía de Talonia. -1893.- En 4.º, 47 páginas y una hoja de Tabla.

Pero ninguna de estas ediciones reproduce íntegro el texto del señor García Icazbalceta. El traductor latino, cambiando la forma epistolar, lo publicó como disertación, omitió varios párrafos y mutiló otros. En la traducción castellana se siguió enteramente el texto anterior, y así quedó desfigurado el estilo en que fue escrito el original.

La presente edición, única correcta e íntegra, se ha hecho teniendo a la vista la copia fiel y exacta que, con permiso expreso del autor, sacó del original el señor Ágreda.

Por último, hay que advertir que desde el año 1883, en que fue escrita la Carta, hasta el presente, han sido impresos varios documentos que el autor de ella cita como manuscritos.

En cuanto al mérito de la Carta, el lector imparcial encontrará en ella, el mismo recto criterio y honradez que caracterizaron a los escritos del docto bibliógrafo y eminente historiador.

(Octubre 1833).

 Ilustrísimo señor.

1.- Me manda Vuestra Señoría Ilustrísima que le dé mi opinión acerca de un manuscrito que se ha servido enviarme, intitulado: Santa María de Guadalupe de México, Patrona de los Mexicanos. La verdad sobre la Aparición de la Virgen del Tepeyac, y sobre su pintura en la capa de Juan Diego. Para extender, si posible fuera, por el mundo entero el amor y el culto de Nuestra Señora.

2.- Quiere también Vuestra Señoría Ilustrísima que juzgue yo esta obra únicamente bajo el aspecto histórico; y así tendría que ser de todos modos, pues no estando yo instruido en ciencias eclesiásticas sería temeridad que calificara el escrito en lo que tiene de teológico y canónico.

3.- No juzgo necesario hacer un análisis de él, por cuanto que no me propongo impugnarle: prefiero poner sencillamente a la vista de Vuestra Señoría Ilustrísima lo que dice la historia acerca de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego.

4.- Quiero hacer constar que en virtud del superior y repetido precepto de Vuestra Señoría Ilustrísima falto a mi firme resolución de no escribir jamás una línea tocante a este asunto, del cual he huido cuidadosamente en todos mis escritos.

5.- Presupongo desde luego que al hacerme Vuestra Señoría Ilustrísima su pregunta, me deja entera libertad para responder según mi conciencia, por no tratarse de un punto de fe: que si se tratara, ni Vuestra Señoría Ilustrísima me pediría parecer, ni yo podría darle.

6.- Las dudas acerca de la verdad del suceso de la Aparición, tal como se refiere, no nacieron de la Disertación de don Juan Bautista Muñoz: son bien antiguas y bastante generalizadas, a lo que parece. Prueban esto último las muchas apologías que ha sido necesario escribir, lo cual fuera excusado si el punto hubiera quedado esclarecido de tal modo desde el principio, que no dejara lugar a duda. En cuanto a la antigüedad de la desconfianza, puede Vuestra Señoría Ilustrísima ver entre los libros y papeles que le dio el señor Andrade una carta autógrafa del padre Francisco Javier Lazcano, de la Compañía de Jesús, fecha en México a 13 de abril de 1758 y dirigida a don Francisco Antonio de Aldama y Guevara, residente entonces en Madrid. Contesta a una de éste, escrita el 10 de mayo de 1757, en que se habla ya de la impugnación de un «desatinado fraile jerónimo», sobre lo cual pide más datos el padre Lazcano. La Bula de la concesión del patronato es de 1754; de suerte que antes de los tres años de conocida, ya hubo un religioso que de palabra o por escrito no temiera impugnar lo que se dice aprobado en aquella bula. El doctor Uribe, en los últimos años del siglo anterior, estimulado sin duda por el sermón del padre Mier, aunque no lo nombra, tuvo que salir a la defensa del milagro. La Memoria de Muñoz, escrita en 1794, permaneció sepultada en los archivos de la Real Academia de la Historia, hasta el año de 1817.

7.- Para añadir hoy una nueva apología a las varias que ya se han escrito, convendría tener a la vista los muchos documentos descubiertos después de publicada la última, que es la del señor Tornel (pues no quiero dar tal nombre al virulento folleto anónimo no ha mucho publicado en Puebla). Parece que el autor del manuscrito no ha conocido estos documentos, pues no los cita.

8.- Muñoz tampoco los conoció, ni pudo conocerlos; pero todos ellos no han hecho más que confirmar de una manera irrevocable su proposición de que «antes de la publicación del libro del padre Miguel Sánchez, no se encuentra mención alguna de la Aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego».

9.- Caímos ya en el argumento negativo, tan impugnado por los apologistas de la Aparición, sin duda porque conocen que no puede haber otro contra un hecho que no pasó. Porque sería absurdo exigir que los contemporáneos tuvieran don de profecía, y adivinando que más adelante se inventaría un suceso de su tiempo, dejaran escrito con anticipación que no era cierto ni se diera crédito a quienes lo contaran.

10.- La fuerza del argumento negativo consiste principalmente en que el silencio sea universal, y que los autores alegados hayan escrito de asuntos que pedían una mención del suceso que callaron. Ambas circunstancias concurren en los documentos anteriores al padre Sánchez; y aun hay en ellos algo más que argumentos negativos, como pronto vamos a ver.

11.- Que no hay informaciones o autos originales de la Aparición, es cosa que declaran todos sus historiadores y apologistas, incluso el padre Sánchez, y explican la falta con razones más o menos plausibles. Algunos se han empeñado en que realmente existieron, y quieren probarlo refiriendo que el señor arzobispo don fray García de Mendoza (1602-1604) leía con gran ternura los autos y procesos originales de la Aparición, lo cual no consta más que por una serie de dichos. Cuentan también que fray Pedro Mezquia, franciscano, vio y leyó en el Convento de Vitoria «donde tomó el hábito el señor Arzobispo Zumárraga», escrita por este prelado a los religiosos de aquel convento, la historia de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, «según y como aconteció»... El padre Mezquia partió para España y ofreció traer a su vuelta el importantísimo documento; pero no le trajo, y reconvenido por ello, respondió que no lo había hallado, y que se creía haber perecido en un incendio que padeció el archivo; con lo cual quedaron todos satisfechos, sin meterse a averiguar más. Vuestra Señoría Ilustrísima sabe que el señor Zumárraga no tomó el hábito en el convento de Vitoria, ni aun consta que alguna vez residiera en él: tampoco hay otra noticia del oportuno incendio del archivo. Por lo demás, la falta de los autos originales no sería, por sí sola, un argumento    decisivo contra la Aparición, pues bien pudo ser que no se hicieran, o que después de hechos se extraviaran: aunque a decir verdad, tratándose de un hecho tan extraordinario y glorioso para México, una u otra negligencia es harto inverosímil.

12.- El primer testigo de la Aparición debiera ser el ilustrísimo señor Zumárraga, a quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los muchos escritos suyos que conocemos no hay la más ligera alusión al hecho o a las ermitas: ni siquiera se encuentra una sola vez el nombre de Guadalupe. Tenemos sus libros de doctrina, cartas, pareceres, una exhortación pastoral, dos testamentos y una información acerca de sus buenas obras. Ciertamente que no conocemos todo cuanto salió de su pluma, ni es racional exigir tanto; pero si absolutamente nada dijo en lo mucho que tenemos, es suposición gratuita afirmar que en otro papel cualquiera, de los que aún no se hallan, refirió el suceso. Si el señor Zumárraga hubiera sido testigo favorecido de tan gran prodigio, no se habría contentado con escribirlo en un solo papel, sino que le habría proclamado por todas partes, y señaladamente en España, adonde pasó el año siguiente: habría promovido el culto con todas sus fuerzas, aplicándole una parte de las rentas que expendía con tanta liberalidad; alguna manda o recuerdo dejaría al santuario en su testamento; algo dirían los testigos de la información que se hizo acerca de sus buenas obras: en la elocuente exhortación que dirigió a los religiosos para que acudieran a ayudarle en la conversión de los naturales venía muy al caso, para alentarlos, la relación de un prodigio que patentizaba la predilección con que la Madre de Dios veía a aquellos neófitos. Pero nada, absolutamente nada en parte alguna. En las varias Doctrinas que imprimió tampoco hay mención del prodigio. Lejos de eso, en la Regla Cristiana de 1547 (que si no es suya, como parece seguro, a lo menos fue compilada y mandada imprimir por él) se encuentran estas significativas palabras: «Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo». ¿Cómo decía eso el que había presenciado tan gran milagro?... Parece que el autor de la nueva apología no conoce los escritos del señor Zumárraga, pues nunca los cita y solamente asegura que si nada dijo en ellos, dijo bastante con sus hechos levantando la ermita, trasladando la imagen, etc. Es necesario decir, para de una vez, que todas esas construcciones de ermitas y traslaciones de la imagen no tienen fundamento alguno histórico. Todavía el autor discute la posibilidad de que el señor Zumárraga hiciera una de esas procesiones a fines de 1533, siendo ya cosa probada con documentos fehacientes que estaba entonces en España, y que volvió a México por octubre de 1534.

13.- Si del señor Zumárraga pasamos a su inmediato sucesor, el señor Montúfar, a quien se atribuye parte principal en las erecciones de ermitas y traslaciones de la imagen, hallaremos que en 1569 y 70 remitió, por orden del visitador del Consejo de Indias don Juan de Ovando, una copiosa descripción de su Arzobispado (que tengo original), en la cual se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra, y para nada se menciona la ermita de Guadalupe. Por pequeña que fuese, lo ilustre de su origen y la imagen celestial que encerraba merecían muy bien una mención especial, con la correspondiente noticia del milagro. Interrogando a los primeros religiosos, los hallaremos igualmente mudos. Fray Toribio de Motolinía escribió en 1541 su Historia de los Indios de Nueva España, donde refiere varios favores celestiales otorgados a indios; mas no aparece nunca en ella el nombre de Guadalupe. Lo mismo sucede en otro manuscrito de la obra, que poseo, muy diferente del impreso. Es muy notable el silencio de la célebre carta del ilustrísimo señor Garcés al señor Paulo III en favor de los indios, en la cual refiere también algunos favores que habían recibido del cielo. Tampoco se halla cosa alguna en las cartas del V. Gante, del señor Fuenleal, de don Antonio de Mendoza, y de otros muchos obispos, virreyes, oidores y personajes, que últimamente se han publicado en las Cartas de Indias, y en la voluminosa Colección de Documentos inéditos del Archivo de Indias.

  14.- Fray Bartolomé de las Casas estuvo aquí en los años de 1538 y 1546: indudablemente conoció y trató al señor Zumárraga, pues ambos asistieron a la junta de 1546: de su boca pudo oír la relación del milagro. Con todo, en ninguno de sus muchos escritos habla de él, y eso que le habría sido tan útil para esforzar su enérgica defensa de los indios. ¡Qué efecto no habría producido en los católicos monarcas españoles la prueba de que la Virgen Santísima tomaba bajo su especial protección la raza conquistada! ¡Qué argumento contra los que llegaron a dudar de la racionalidad de los indios y los pintaban llenos de vicios e incapaces de sacramentos!

15.- Fray Jerónimo de Mendieta vino en 1552: compuso su Historia Eclesiástica Indiana a fines del siglo, valiéndose de los papeles de sus predecesores: era ardiente defensor de los indios: cuenta, lo mismo que Motolinía, los favores que recibían del cielo; y particularmente en el capítulo 24 del libro IV trae la aparición de la Virgen el año de 1576 al indio de Xuchimilco Miguel de S. Jerónimo, quien la refirió al mismo padre Mendieta; pero nada dice de Nuestra Señora de Guadalupe, ni tampoco en sus cartas, de que tengo algunas inéditas. Aun hay más, porque escribió de propósito en tres capítulos la vida del señor Zumárraga, y calló todo el suceso ¿Para cuándo guardaba su relación? Podrá haber acaso almas caritativas que, por haber yo publicado esa obra, hagan el mal juicio de que suprimí algún pasaje. Debo advertirles para su tranquilidad, que el manuscrito existe en poder del señor don José María Andrade, y que esa misma biografía silenciosa de Mendieta fue enviada al General de la Orden, fray Francisco de Gonzaga, quien la imprimió traducida al latín en su obra De Origine Seraphicae Religionis. El general de la orden franciscana no echó de ver aquella omisión, ni dijo en 1587 cosa alguna de tan notable acontecimiento.

16.- En las demás crónicas de aquel tiempo, escritas por españoles o indios, buscaremos también en vano la historia. Muñoz Camargo (1576), el padre Valadés (1579), el padre Durán (1580), el padre Acosta (1590), Dávila Padilla (1596), Tezozomoc (1598), Ixtlilxochitl (1600), Grijalva (1611), guardan igual silencio. Tampoco  dijo nada el padre fray Gabriel de Talavera que en 1597 publicó en Toledo una historia de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, aunque hace mención del santuario de México. El cronista franciscano Daza, en su Crónica de 1611, Fernández en su Historia Eclesiástica de nuestros tiempos (1611) y el cronista Gil González Dávila en su Teatro Eclesiástico de las Iglesias de Indias (1649) escribieron la vida del señor Zumárraga y callaron la historia de la Aparición. Ya la contó el padre Luzuriaga en la vida del mismo prelado, como que publicó su Historia de Nuestra de Aránzazu en 1686.

17.- Vengamos ahora al padre Sahagún. El autor del manuscrito copió honradamente el famoso texto: no así el anónimo de la disertación poblana, que con mala fe le truncó, suprimiendo lo que contrariaba su intento. Haga Vuestra Señoría Ilustrísima la comparación entre ambos textos: va subrayado, para mayor claridad, lo que omitió el escritor de Puebla.

Texto del padre Sahagún

 

Texto de Puebla

Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejas tierras. El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los Dioses, que ellos la llamaban Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejas tierras, de más veinte leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas: venían hombres y mujeres y mozos y mozas a estas fiestas. Era grande el concurso de gente en estos días; y todos decían «vamos a la fiesta de Tonantzin»; y ahora que está allí edificada la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomando ocasión de los predicadores, que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin. De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto; pero esto sabemos de cierto, que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua; y es cosa que se debería remediar, porque el propio nombre de la Madre de Dios, Señora nuestra, no es Tonantzin sino Dios y Nantzin. Parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin; y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes; la cual devoción también es sospechosa porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lejas tierras a esta Tonantzin como antiguamente.

Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían (los indios) hacer muy solemnes sacrificios, y venían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y agora se llama Nuestra Señora de Guadalupe. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que la llamaban Tonantzin,     quiere decir nuestra Madre... y agora que está allí edificada de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores que a Nuestra Señora la Madre de Dios llaman Tonantzin... y vienen agora a visitar esta Tonantzin de muy lejanas tierras.

Este pasaje del padre Sahagún se encuentra igual en la edición de don Carlos María de Bustamante y en la de Lord Kingsborough.

18.- No sólo aquí habló de Nuestra Señora de Guadalupe el padre Sahagún. En un códice manuscrito en 4.º que existe en la Biblioteca Nacional, rotulado por fuera Cantares de los Mexicanos y otros opúsculos, al tratar del Calendario dice: «La tercera disimulación (idolátrica) es tomada de los nombres de los ídolos que allí se celebraban, que los nombres con que se nombran en latín o en español significan lo que significaba el nombre del ídolo que allí adoraban antiguamente. Como en esta ciudad de México, en el lugar donde está Santa María de Guadalupe se adoraba un ídolo que antiguamente se llamaba Tonantzin; y entiéndenlo por lo antiguo y no por lo nuevo. Otra disimulación semejante a esta hay en Tlaxcala, en la iglesia que llaman Santa Ana» etc.

19.- El padre Sahagún vino en 1529 y debía estar bien enterado de la historia de la Aparición, si ésta hubiera acontecido dos años después. Nadie como él trató con los indios: pudo conocer perfectamente a Juan Diego y demás personas que figuraron en el negocio. A pesar de todo, dice terminantemente que «no se sabía de cierto el origen de aquella fundación»; y por los dos pasajes citados se advierte con toda claridad que le desagradaba la devoción de los indios, teniéndola por idolátrica, y que deseaba verla prohibida. Uno de sus fundamentos es que allí acudían en tropel los indios como de antes, mientras que no iban a otras iglesias de Nuestra Señora. Supuesta la realidad de la Aparición, ninguna extrañeza podía causar al padre Sahagún que los indios prefiriesen el lugar en que uno de los suyos había sido tan singularmente favorecido por la Santísima Virgen. Bien mirado, el testimonio del padre Sahagún es ya algo más que negativo.

20.- Por aquellos mismos tiempos preguntaba el Rey a don Martín Enríquez cuál era el origen de aquel santuario; y el virrey contestaba con fecha 25 de septiembre de 1575, que por los años de 1555 o 56 existía allí una ermita con una imagen de Nuestra Señora, a la que llamaron de Guadalupe por decir que se parecía a la del mismo nombre en España, y que la devoción comenzó a crecer porque un ganadero publicó que había cobrado la salud yendo a aquella ermita. Vemos, pues, que el virrey mismo, con tener tantos medios de informarse y haber de dar cuenta al Rey, no alcanzó a saber el origen de la ermita: explica de dónde vino a la imagen el nombre de Guadalupe y nos informa de que la devoción había   crecido porque se contó un milagro obrado allí. Pronto veremos confirmado por otro documento auténtico, que precisamente hacia esos años se declaró la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, y se publicaban muchos milagros. Como Muñoz sólo insertó en su Memoria el párrafo de la carta de Enríquez que hacía a su intento, no ha faltado quien se atreva a suponer que en el resto de la carta se hablaría algo más: suposición enteramente gratuita, como ya está demostrado con el documento íntegro publicado en las Cartas de Indias.

Tenemos, además, una minuciosa relación del viaje del Comisario franciscano fray Alonso Ponce, y en ella se refiere que habiendo salido de México el 23 de julio de 1585, pasó una gran acequia «por una puente de piedra junto a la cual está un poblecito de indios mexicanos, y en él, arrimada a un cerro una ermita o iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe a donde van a velar y tener novenas los españoles de México, y reside un clérigo que les dice misa. En aquel pueblo tenían los indios antiguamente en su gentilidad un ídolo llamado Ixpuchtli, que quiere decir virgen o doncella, y acudían allí como a santuario de toda aquella tierra con sus dones y ofrendas. Pasó por allí de largo el padre Comisario» etc. Que el redactor de la relación, como nuevo en la tierra, equivocara el nombre del ídolo, nada tiene de extraño; pero lo es, y mucho, que si la tradición existía, como se afirma, ninguno de los de la comitiva hubiera dado aviso al Comisario de que en aquella ermita se guardaba una imagen milagrosamente pintada, para que entrara a verla y venerarla, en vez de pasarse de largo.

21.- Los pasajes de Torquemada y de Bernal Díaz en que se habla de la iglesia, han dado materia de larga discusión a los apologistas. El hecho indudable es, que ninguno de estos autores menciona la Aparición. Aquí debo hacer una observación importante. Todos los apologistas, sin exceptuar uno solo, han caído en una equivocación inexplicable en tantos hombres de talento, y ha sido la de confundir constantemente la antigüedad del culto con la verdad de la Aparición y milagrosa pintura en la capa de Juan Diego. Se han fatigado en probar lo primero (que nadie niega, pues consta de documentos irrefragables),    insistiendo en que con eso quedaba probado lo segundo, como si entre ambas cosas existiera la menor relación. Innumerables imágenes hay en nuestro país y fuera de él a que se tributa culto desde tiempo inmemorial, sin que de eso deduzca nadie que son de fábrica milagrosa: lo más que se ha hecho ha sido atribuirlas al evangelista San Lucas. Solamente de la de Guadalupe (que yo recuerde) se dice que haya sido bajada del cielo.

 

22.- El padre fray Martín de León, dominico, imprimió en 1611 su Camino del Cielo, en lengua mexicana, y en el folio 96 casi reprodujo e hizo suyo, después de tanto tiempo, el segundo texto de Sahagún. Dice así: «La tercera (disimulación) es tomada de los mismos nombres de los ídolos que en los tales pueblos se veneraban, que los nombres con que se significan en latín o romance son los propios en significación que significaban los nombres de estos ídolos, como en la ciudad de México, en el cerro donde está Nuestra Señora de Guadalupe, adoraban un ídolo de una diosa que llamaban Tonantzin, que es nuestra Madre, y este mismo nombre dan a Nuestra Señora, y ellos siempre dicen que van a Tonantzin, y muchos dellos lo entienden por lo antiguo y no por lo moderno de agora». Se refiere enseguida, como Sahagún, a la imagen de Santa Ana puesta en Tlaxcala y a la de San Juan Bautista en Tianquismanalco, la más supersticiosa que ha habido en toda la Nueva España. Es digno de notar que cuando estos antiguos misioneros tratan de las idolatrías encubiertas de los indios, saquen a cuento la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe. Mal se aviene esto con la creencia en el milagro.

23.- Fray Luis de Cisneros; de la orden de la Merced, imprimió en 1621 su Historia de Nuestra Señora de los Remedios. El capítulo 4 del libro I se intitula: «De cómo las mas imágenes de devoción  de Nuestra Señora tienen sus principios ocultos y milagrosos». Habla en él de varias imágenes de Europa y de Guatemala: mas no menciona la de Guadalupe, siendo así que trata de imágenes de principios milagrosos. En el siguiente capítulo habla ya de ella en estos términos: «El más antiguo (santuario) es el de Guadalupe, que está una legua de esta ciudad a la parte del norte, que es una imagen de gran devoción y concurso, casi desde que se ganó la tierra, que ha hecho y hace muchos milagros, a quien van haciendo una insigne iglesia que por orden y cuidado del Arzobispo está en muy buen punto». Nada de Aparición.

24.- Entre los libros que le dio el señor Andrade tiene Vuestra Señoría Ilustrísima el sermón de la Natividad de la Virgen María predicado por fray Juan de Zepeda, agustino, en la ermita de Guadalupe, extramuros de la ciudad de México, en la fiesta de la misma iglesia: impreso por Juan Blanco de Alcázar el año de 1622, en 4.º. Dos cosas hay notables en ese sermón: la una, que el predicador dice en la dedicatoria, que la Natividad (8 de septiembre) es la vocación de la ermita, y la otra que no habla palabra de la Aparición. Confírmase lo primero con el acta del Cabildo Ecco. de 29 de agosto de 1600. Ese día se dispuso que el domingo 10 de septiembre se celebrara la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora en la Ermita de Guadalupe por ser su advocación, y enseguida se pusiera la primera piedra para dar principio a la nueva iglesia. De donde claramente se deduce que para entonces todavía no le había ocurrido a nadie que la imagen fuera pintada en la tilma de Juan Diego; y que la fiesta titular era la del 8 de septiembre en que se celebran las de todas las imágenes que no tienen día señalado para su título particular: de suerte que noventa años después del supuesto aparecimiento no se pensaba todavía en celebrar el 12 de diciembre.

25.- Note igualmente Vuestra Señoría Ilustrísima que nada se habla de la Aparición de la Virgen de Guadalupe en los tres Concilios Mexicanos, ni en las Actas de los Cabildos Eclesiástico y Secular, anteriores al libro del padre Sánchez. El secular no hizo una alusión siquiera a aquel gran suceso, o a las solemnes traslaciones  de la imagen, siendo así que en sus actas se encuentran referidos hasta los más insignificantes regocijos públicos.

 

26.- Por último, el padre jesuita Cavo, que escribió en Roma hacia 1800 sus Tres Siglos de México, en rigurosa forma de anales, al llegar al año de 1531 calló el suceso de la Aparición y pasó adelante.

27.- Si de los escritos nos vamos a los mapas y pinturas de los indios, hallaremos que en ninguno de los auténticos que existen hay nada de lo que se busca. Citaré como ejemplos los códices Telleriano-Remense y Vaticano, publicados por Kingsborough, y los anales o pinturas históricas de monsieur Aubin, que alcanzan a 1607. De las pinturas alegadas por los apologistas diré algo después.

28.- Como Vuestra Señoría Ilustrísima ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicación del libro del padre Sánchez. No cabe en buena razón suponer que durante más de un siglo tantas personas graves y piadosas, separadas por tiempo y lugar, estuviesen de acuerdo en ocultar un hecho tan glorioso para la religión y la patria. Los apologistas de la Aparición quieren que se presenten todos los documentos de tan larga época, para convencerse de que el silencio es universal; pretensión inadmisible, porque de esa manera jamás se escribiría historia, en espera de documentos que pudieron existir y que pudieran hallarse. Los que tenemos dan testimonio suficiente de lo que contendrían los que tal vez pudieran hallarse todavía. Alguna prueba de ello hay ya. Muñoz, en 1794, fundaba principalmente su impugnación en el silencio de los escritores: en los noventa años corridos desde entonces se han descubierto innumerables e importantísimos documentos, y ni uno sólo ha hablado, sino que han aumentado mucho con su silencio el grave peso de la argumentación de Muñoz.

29.- Sostienen igualmente los apologistas, que están corrompidos los escritos de algunos de los autores que más los desfavorecen. Citaré tan sólo a Sahagún y a Torquemada. Aquel escribió dos veces el libro último de su Historia, diciendo que en la primera escritura se pusieron algunas cosas que fueron mal puestas, y se omitieron otras que fueron mal calladas.   De aquí sacaron Bustamante y otros el peregrino argumento de que así como en el libro XII hubo esas cosas mal puestas y mal calladas, lo mismo debió suceder en los demás libros, y que en las cosas mal calladas, estaba la historia de la Aparición. Como si no fuera cosa ordinaria que un autor retoque lo que escribe, cuando adquiere mejores datos; y como si Sahagún hubiera callado simplemente la historia y no hubiera dejado textos en que claramente la niega, en cuanto podía negarla quien no adivinaba que con el tiempo había de inventarse. A Torquemada se le ha tachado de embustero, y se ha pretendido también que su obra está mutilada, precisamente en lo que al caso hacía. Embustero, a la verdad, no fue, sino algo plagiario; y por no haber zurcido con más esmero los retazos ajenos de que se aprovechó, le han venido esas contradicciones de que se le acusa. A juzgar por lo que dicen los apologistas, no parece sino que Dios se propuso destruir las pruebas escritas del prodigio después de haberlo obrado, permitiendo que desapareciesen hasta el último, los documentos en que se refería, y quedasen los otros: o que hubo desde el momento mismo de la Aparición, un acuerdo universal para callarla y borrar su memoria, pues no sólo desaparecieron los documentos originales, sino que todas las mutilaciones hechas a los autores fueron a dar precisamente sobre los pasajes relativos al mismo suceso.

 30.- Dije al principio que en los documentos de la época había algo más que argumentos negativos, y es tiempo de dar prueba de ello. Tiene Vuestra Señoría Ilustrísima en su poder una información original, en catorce fojas útiles y tres blancas, hecha en 1556 por el señor Montúfar, sucesor inmediato del señor Zumárraga. El caso que dio motivo a la información fue el siguiente. El día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de septiembre de 1556, se celebró una solemne función religiosa en la capilla de San José, con asistencia del clero, virrey, audiencia y vecinos principales de la ciudad. Encomendose el sermón a fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, que gozaba créditos de grande orador. Después de haber hablado excelentemente del asunto propio del día, hizo de pronto una pausa, y con muestras  exteriores de encendido celo, comenzó a declamar contra la nueva devoción que se ha levantado sin ningún fundamento «en una ermita o casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe», calificándola de idolátrica, y aseverando que sería mucho mejor quitarla, porque venía a destruir lo trabajado por los misioneros, quienes habían enseñado a los indios que el culto de las imágenes no paraba en ellas, sino que se dirigía a lo que representaban, y que ahora decirles que una imagen pintada por el indio Marcos hacía milagros, que sería gran confusión y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que había tenían grandes principios, y que haberse levantado ésta tan sin fundamento le admiraba: que no sabía a qué efecto era aquella devoción, y que al principio debió averiguarse el autor de ella y de los milagros que se contaban, para darle cien azotes, y doscientos al que en adelante lo dijese: que allí se hacían grandes ofensas a Dios: que no sabía a dónde iban a parar las limosnas recogidas en la ermita, y que fuera mejor darlas a pobres vergonzantes o aplicarlas al hospital de las bubas, y que si aquello no se atajaba, él no volvería a predicar a indios, porque era trabajo perdido. Acusó luego al Arzobispo de haber divulgado milagros falsos de la imagen: le exhortó a que pusiera remedio en aquel desorden, pues le tocaba como juez eclesiástico; y por último dijo, que si el Arzobispo era negligente en cumplir con ese deber, ahí estaba el virrey, que como vicepatrono por Su Majestad podía y debía entender en ello. 31.- Lastimado el señor Montúfar, que no era muy sufrido ni muy amigo de los franciscanos, con aquella reconvención pública en tal ocasión y ante tal concurso, y acaso más por habérsele echado encima el brazo seglar, comenzó desde el día siguiente a levantar la información que original tiene Vuestra Señoría Ilustrísima. Su objeto era, según en ella aparece, saber si el padre Bustamante había dicho alguna cosa de que debiese ser reprendido. El interrogatorio de trece preguntas tenía por único objeto dejar bien fijado lo que el predicador había dicho. Fueron llamados nueve testigos, y de sus declaraciones resulta haber predicado el padre Bustamante lo que dejamos referido. Algunos añadieron, que él no era el único que pensaba de aquella manera, sino que le seguían los demás franciscanos: que todos se oponían a la devoción, y aun alegaban contra ella textos de la Sagrada Escritura en que se manda adorar sólo a Dios: que aquella ermita, decían, no debía llamarse de Guadalupe, sino de Tepeaca o Tepeaquilla: que ir a tal peregrinación no era servir a Dios, sino más bien ofenderle, por el mal ejemplo que se daba a los naturales, etc. El Señor Arzobispo trataba también de probar que en un sermón que él predicó pocos días antes había dicho que en el Concilio Lateranense estaba mandado, so pena de excomunión, que nadie predicase milagros falsos o inciertos, y él «no había predicado milagro ninguno de los que decían que había hecho la dicha imagen de Nuestra Señora ni hacía caso de ellos: que andaba haciendo la información, y según lo que se hallase por cierto y verdadero, aquello se predicaría o disimularía: que los milagros que Su Señoría predicaba de Nuestra Señora de Guadalupe, es la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los indios también». La información se suspendió y quedó sin concluir. Nada se hizo contra el padre Bustamante, quien, a pesar de aquel sermón, fue otra vez electo provincial en 1560 y después Comisario general.

32.- Vuestra Señoría Ilustrísima tiene a la vista el expediente original, y puede cerciorarse por sí mismo de su autenticidad, y de que en él se encuentra lo que dejo extractado. Después de leído el documento, a nadie puede quedar duda de que la Aparición de la Santísima Virgen el año de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invención nacida mucho después. Desde luego coincide extrañamente este instrumento jurídico con lo que diez y nueve años después escribía el virrey Enríquez. El provincial decía en 1556 que la devoción era nueva y no tenía fundamento, sino que se había levantado por los milagros dudosos que de la imagen se contaban: el virrey tampoco le asigna origen cierto y da a entender que comenzó en 1555 o 56, por haber publicado un ganadero, que había cobrado la salud yendo a la ermita. Uno de los testigos de la información, el Bachiller2 Salazar, acabó de confirmar que la fundación  de la ermita no venía de aparición ni milagro alguno, pues dijo «que lo que sabe es que el fundamento que esta ermita tiene dende su principio, fue el título de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devoción en ir a rezar y a encomendarse a ella». De suerte que ese solo título, el de la Tonantzin de que habla Sahagún, fue el que dio origen al culto.

33.- Dijo el padre Bustamante, que la imagen fue pintada por el indio Marcos, y con otro testimonio se confirma la existencia y habilidad de ese pintor, pues Bernal Díaz, en el capítulo 91, menciona con elogio al artista indio Marcos de Aquino.

34.- Tenemos, pues, comprobado de una manera irrecusable, que a los veinticinco años de la fecha que se asigna al suceso, y a la faz de muchos contemporáneos, condenaba el padre Bustamante en ocasión solemnísima, la nueva devoción a Nuestra Señora de Guadalupe; pedía severo castigo para el que la había levantado con la publicación de milagros falsos, y publicaba que aquella imagen era obra de un indio, sin que se alzase una sola voz para contradecirle. Becerra Tanco dejó escrito que apenas se verificó la última aparición al señor Zumárraga, se difundió «por todo el lugar la fama del milagro» y un gran concurso de pueblo acudía a venerar la imagen. ¿Pues cómo el señor Arzobispo, tantos testigos de vista, el pueblo entero, no aniquilaron los cargos del predicador con sólo echarle a la cara el origen divino de la imagen, bastante para justificar aquella devoción? ¿Cómo pudieron oír sin escándalo que se atribuyese a un indio la obra maravillosa de los ángeles? ¿Cómo quien tales cosas decía en un púlpito, no fue inquietado? ¿Cómo el señor Arzobispo que se veía acusado coram populo de fomentar una devoción idolátrica y de predicar milagros falsos, trata de justificarse tímidamente de tales acusaciones en vez de confundir al predicador con la comprobación del gran prodigio? Si los documentos originales existían, bastaba con publicarlos, pues imprentas no faltaban; si ya habían perecido, aquella era la ocasión de reponerlos con una información facilísima, en vez de dejarla para ciento diez años después. Nada se hizo. Considere Vuestra Señoría Ilustrísima el efecto que causaría hoy,  no ya el sermón entero del padre Bustamante, sino la simple proposición de que la imagen era obra de un indio: qué clamor se levantaría entre los muchos que creen la Aparición, las defensas que saldrían (pues sin tanto motivo se escriben) y los malos ratos que pasaría el predicador. Recuérdese lo que le avino al padre Mier sólo por haber dicho que la imagen no se pintó en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás. Pero a los veinticinco años del suceso, aquel sermón no escandalizó sino porque en él se atacaba irrespetuosamente al señor Arzobispo, y porque en cierta manera se procuraba menoscabar el culto a la Reina de los Cielos.

 

35.- La devoción de 1556, fervorosa como todas las nuevas, fue cediendo hasta desaparecer. Testimonio de ello nos ha dejado el licenciado don Antonio de Robles en su Diario de sucesos notables: documento privado en que indudablemente se encuentra la verdad. Registrando a 22 de marzo de 1674 el fallecimiento del bachiller Miguel Sánchez, dice «que de la Aparición compuso un docto libro, que al parecer ha sido medio para que en toda la cristiandad se haya extendido la devoción de esta sacratísima imagen de Guadalupe, estando olvidada aun de los vecinos de México, hasta que este venerable sacerdote la dio a conocer, pues no había en todo México más que una imagen de esta soberana Señora en el convento de Santo Domingo, y hoy no hay convento ni iglesia donde no se venere, y rarísima la casa y celda de religioso donde no esté su copia». De manera, que en 1648, nadie sabía de la Aparición, nadie conocía ya la imagen; la devoción había acabado por completo.

36.- Mas he aquí que el bachiller Sánchez publica su libro (el primero en que se vio la historia de la Aparición a Juan Diego), y todo cambia como por encanto. ¿Era que en aquel libro se relataba, apoyada con documentos auténticos e irrefragables, una historia gloriosa, hasta entonces desconocida? No. La verdad siempre se abre camino, y el autor principia por esta confesión: «Determinado, gustoso y diligente busqué papeles y escritos tocantes a la santa imagen y su milagro: no los hallé, aunque recorrí los archivos donde podían guardarse: supe que por accidentes del tiempo y ocasiones se habían perdido   los que hubo. Apelé a la providencia de la curiosidad de los antiguos, en que hallé unos, bastantes a la verdad». Sigue diciendo muy a la ligera, que confrontó esos papeles con las crónicas de la conquista, que se informó de personas antiguas, y por último, que aun cuando todo eso le hubiera faltado, habría escrito, porque tenía de su parte la tradición.

37.- Al publicar historia tan peregrina, debiera haber hecho constar con la mayor puntualidad las fuentes de donde la había sacado, y no contentarse con esas generalidades tan vagas, calificando por su propia autoridad de bastantes unos papeles, sin decir cuáles eran ni de qué autor. Contaba mucho con la credulidad de sus lectores, y en eso no se engañó. Para abusar todavía más de ella y desacreditar por completo su grande arma de la tradición, tuvo la ocurrencia de publicar al fin del libro una carta laudatoria del licenciado Luis Laso de la Vega, Vicario de la ermita misma de Guadalupe, en la cual el buen vicario confiesa sencillamente que él y todos sus antecesores habían sido «unos Adanes dormidos que habían poseído a esta Eva segunda sin saberlo», y a él le había cabido la suerte de ser el «Adán despertado», lo cual en idioma corriente quiere decir que ni él ni todos los vicarios o capellanes de la ermita habían sabido palabra del origen milagroso de la imagen que guardaban, hasta que el padre Sánchez lo había revelado. El Adán despierto o sea el licenciado Laso de la Vega, tomó la cosa tan a pechos, que el año siguiente, 1649, imprimió una relación, suya o ajena, en mexicano, con lo cual acabó de correr entre los indios la historia del padre Sánchez.

38.- El libro de éste salió en momento oportuno para ganar crédito. La admirable credulidad de la época, junta con una piedad extraviada, hacia admitir desde luego cuanto parecía redundar en gloria de Dios, sin advertir, como muchos no advierten hoy, que a la Verdad Suma no se da honra con la falsedad y el error. Los pergaminos de la torre Turpiana y los plomos del sacromonte de Granada alcanzaron tal crédito, que se pasó un siglo en disputas antes que la Santa Sede los condenase. El padre jesuita Román de la Higuera infestó por largo tiempo la historia de España con sus falsos cronicones, a que    siguieron los de Lupián Zapata, Pellicer de Ossau y otros. Aquellas falsificaciones tenían por objeto completar los episcopologios truncos de muchas sedes españolas; probar la venida de Santiago y de varios discípulos de los Apóstoles a España; dar santos a diversas ciudades que no los tenían, y en suma, acrecentar glorias a la Iglesia de España. Los que aquello vieron se alamparon cada uno a su ignorado obispo o a su nuevo santo, sin que hubiese modo de hacérselos soltar. Las ciudades formaron sobre tan malos fundamentos sus historias particulares, que extendieron el contagio. No todos fueron engañados; pero nadie se atrevía a impugnar aquellas torpes invenciones por temor a la grita que se levantaría contra el que combatiera tan piadosas mentiras. El empuje popular era irresistible, y costó mucho tiempo y trabajo limpiar de aquella basura la historia civil y eclesiástica de España. Era una época de misticismo, en que el espíritu público estaba dispuesto a acoger y apoyar cuanto se refiriera a comunicaciones o manifestaciones sobrenaturales: cualquiera forma, en fin, de milagro. El que de continuo ofrece la naturaleza con el cumplimiento invariable de sus leyes, no satisfacía: se necesitaba siempre la excepción de la regla, y que la intervención directa de la Divinidad viniera a derogar hasta en las cosas más fútiles, lo que desde la creación quedó sabiamente establecido. Los milagros habían de obrarse casi siempre por medio de las imágenes, que eran todas de origen milagroso también. De aquí tantas historias de ellas: ya la que dos ángeles en figura de indios dejaban en la portería de un convento; ya la que se renovaba por sí misma; ya la que se hacía tan pesada en el lugar donde quería quedarse, que no era posible moverla de allí; ya la que salía de España a medio hacer, y llegaba aquí concluida; o la que se volvía varias veces al lugar de donde la habían quitado, o la que hablaba, pestañeaba, sudaba o por lo menos bostezaba. Tan decidida era la afición a los milagros, que aun los hechos notoriamente naturales eran tenidos y jurados por maravillosos.

39.- En terreno tan bien preparado cayó el libro del padre Sánchez, y así fructificó. A nadie le ocurrió preguntarle de  dónde había sacado historia tan peregrina, que el capellán mismo de la ermita la ignoraba: su libro fue sencillamente aprobado como cualquier otro: la autoridad no le llamó a cuentas, sino que por un procedimiento enteramente opuesto al natural y debido, en vez de exigirle las pruebas de aquella historia y de los milagros que contaba, se dirigió todo el empeño a procurarle los fundamentos que no tenía. A esta idea extraviada debemos las tristes informaciones de 1666.

40.- Confirmando el aserto de Muñoz he dicho, que antes de la publicación del libro del padre Sánchez, en 1648, nadie había hablado de la Aparición. Los apologistas, conociendo la urgente necesidad de destruir tal aserto, han alegado diversos documentos anteriores, cuyo valor conviene examinar. El señor Tornel (tomo II, pp. 15 y 18) los ha enumerado, dividiéndolos en probables y ciertos. Los probables son:

1.º Los autos originales formados por el señor Zumárraga.

2.º La carta que él mismo escribió a los religiosos de su orden residentes en Europa.

3.º La Historia de la Aparición escrita por el padre Mendieta y parafraseada por don Fernando de Alva.

Los ciertos son:

4.º La relación de don Antonio Valeriano.

5.º El cantar de don Francisco Plácido, Señor de Atzcapotzalco.

6.º El mapa a que se refiere doña Juana de la Concepción en las informaciones de 1666.

7.º El testamento de una parienta de Juan Diego.

8.º Los de Juana Martín y don Esteban Tomelín.

9.º El de Gregoria Morales.

10.º La relación de don Fernando de Alva IIxtlilxochitl.

11.º Los papeles de que el señor Sánchez sacó su historia de la Aparición.

12.º Unos anales que vio el padre Baltazar González en poder de un indio.

13.º La Historia de la Aparición en mexicano, publicada en 1649 por el bachiller Laso de la Vega.

14.º Una Historia de la Aparición que hasta 1777 se conservaba en la Universidad de México, «cuya antigüedad remonta hasta tiempos no muy distantes del suceso».

15.º El añalejo de la Universidad citado por Bartolache.

41.- Como se advierte, la lista de documentos es bastante larga; pero la desgracia ha querido que (a excepción del número 13), ninguno se haya publicado, ni siquiera se sepa que exista en alguna parte. Aunque no sería extraño que algunos, o los más, se hubiesen perdido, esa desaparición total es inexplicable. Singulares apologistas los que, escribiendo obras, a veces bastante voluminosas, no reservaron un rincón para los documentos en que se apoyaban, habiendo gastado tanta tinta y papel para remendar un edificio que por todas partes se abre. Una colección de esos antiquísimos y rarísimos papeles en un pequeño cuaderno, valdría más que todas las apologías. Pero unos se perdieron, otros fueron robados; aquellos se vendieron por papel viejo, los de más allá se quemaron; en fin, todos han desaparecido, y ninguno se puede hoy examinar ni sujetar a crítica. Sólo se sabe que existieron, porque uno que los vio, lo dijo a otro, y éste a otro, y éste último a otro más, quien lo contó al que lo va escribiendo; y todos los intermediarios eran, por supuesto, personas ancianas, graves y veracísimas, para venir a parar, después de tantos trámites y ponderaciones, en el cuento de la carta aquella del señor Zumárraga que vio el padre Mesquia, y que se quemó tan oportunamente.

42.- Acerca de los números 1 y 2, es decir, los autos originales, y esa carta del señor Zumárraga, he dicho lo bastante; y pues sólo se dan como probables, afirmo que nunca existieron, y paso adelante. La misma calificación de probable trae la historia escrita por el padre Mendieta (n.º 3); más valiera decir con franqueza que nunca la hubo. Trátase de una relación de autor incierto, que Betancurt atribuía en duda al padre Mendieta o a Ixtlilxochitl. Florencia, propenso siempre a añadiduras y ribetes, ya dice que Betancurt le afirmó que era de Mendieta:  vino Sigüenza y se enfadó contra el padre Florencia por haber añadido aquello después que él dio la aprobación a la Estrella del Norte: con tal motivo declara y aun jura que se trataba de la traducción parafrástica de un original mexicano de letra de don Antonio Valeriano, hecha por Ixtlilxochitl. Cabrera la atribuye a fray Francisco Gómez, que vino con el señor Zumárraga. Después de esto no comprendo cómo pudo dar el señor Tornel, ni aun por probable esa historia del padre Mendieta.

43.- El primero de los documentos ciertos es la historia de don Antonio Valeriano. Ya que Sigüenza jura que tuvo una relación de letra de don Antonio Valeriano, no pondré duda en ello. Pero aquí de la desgracia, porque esta pieza capital no existe, ni la ha visto ningún moderno, ni se ha publicado jamás, para que pudiéramos saber lo que decía y cómo lo decía. El padre Florencia, que tan ampliamente usó de ella, se proponía imprimirla al fin de su historia, y al cabo fue saliendo con la frialdad de que por haber resultado aquella muy abultada, ya no imprimía la relación; por lo cual le increpa fuertemente y con razón Conde y Oquendo. Siempre la fatalidad. Sigüenza, para corroborar que Mendieta no pudo ser autor de la tal relación, dice que en ella se leían algunos sucesos y casos milagrosos «que acontecieron años después de la muerte de dicho religioso». El padre Mendieta falleció en mayo de 1604 y don Antonio Valeriano en agosto de 1605; luego si se hablaba de sucesos ocurridos años después de 1604, no pudo escribirlos quien murió en el siguiente de 1605, y tampoco Valeriano es autor de ese papel, aunque pareciera escrito de su letra; o bien el documento está interpolado. En resumen, la relación no existe, ni puede conocerse más que por el extracto que de ella da Florencia, en el que no faltan, por cierto, pormenores inverosímiles. Los apologistas de la Aparición exigen que para comprobar el argumento negativo se les presente hasta el último papel posible e imaginable; al paso que dan como de recibo documentos dudosos, obscuros y enfermizos, que ni siquiera pueden exhibir.

44.- El cantar de don Francisco Plácido (n.º 5) se encuentra exactamente en igual caso. También ofreció Florencia    imprimirlo, y también se le dejó en el tintero, por lo abultado del libro. ¿No pudo haber desechado algo de la mucha paja que éste tiene, para dejar hueco a papeles de tan alta importancia? Y si no quiso imprimirlos el que los tenía, ¿por qué formar queja de que ahora no se dé crédito a lo que sólo conocemos por noticias de segunda mano y extractos nada seguros? El cantar fue dado al padre Florencia por don Carlos de Sigüenza, quien le halló entre escritos de Chimalpáin. No falta quien piense que no ha habido escritor de tal nombre. Aunque yo no me atreva a tanto, creo que la sola circunstancia de haberse cantado el día que «de las casas del señor Obispo Zumárraga se llevó a la ermita de Guadalupe la sagrada imagen», basta para negar la autenticidad del himno, pues no hubo tal ocasión de que se cantase.

45.- Pasemos al mapa de las Informaciones de 1666. Doña Juana de la Concepción, india de 85 años, declaró que por haber sido su padre hombre muy curioso, todo cuanto pasaba en México y su comarca lo escribía y asentaba en mapas; y que en ellos tenía asentada, si mal no se acuerda, la Aparición. Y aquí viene la desgracia de siempre, porque al viejo le robaron aquellos mapas, y la hija no pudo dar más que esa indicación vaga, que no sé de qué sirva.

46.- El testamento de una parienta de Juan Diego (n.º 7) aparenta mayor importancia, porque en él se menciona (según Boturini, único que le vio) una aparición en estos términos: «En sábado se apareció la muy amada Señora Santa María, y se avisó de ello al querido párroco de Guadalupe». La traducción es de Boturini, pues el original estaba en mexicano, y ciertamente que la palabra teopixque no corresponde exclusivamente a la de párroco, como notó muy bien el señor Alcocer, sino que significa padre o sacerdote en general; pero no puedo admitir que la indicación se refiera al señor Zumárraga, «que era verdaderamente Padre y muy amado de los indios», como quiere el mismo señor Alcocer, porque el sentido común está diciendo que el alto cargo del señor Zumárraga no era para que se le añadiese el calificativo de una ermita. Al Obispo llamaban Hueyteopixqui (sacerdote mayor o principal) según Florencia. Lo que pura y simplemente dice el texto es que la Virgen se apareció en sábado, y que se dio aviso del suceso al sacerdote (capellán o vicario) que estaba en la ermita de Guadalupe. Con esto queda ya dicho que la aparición de que se trata no es la famosa de la Virgen a Juan Diego, pues según todos los que de ella escriben, cuando se verificó no había nombre de Guadalupe, ni ermita, ni sacerdote allí a quien avisar, sino que todo vino de aquel prodigio. Se trata de uno de tantos milagros que por los años de 1555 o 56 se atribuían a la imagen; y esto se confirma con la seca manera de enunciar el caso sin ninguna circunstancia particular que lo distinga.

47.- Concuerda con esta noticia otra que los últimos apologistas no han aprovechado, aunque habrían podido atribuirle gran valor. Juan Suárez de Peralta en sus Noticias Históricas de la Nueva España, escritas hacia 1589, dice que el virrey Enríquez «llegó a Nuestra Señora de Huadalupe, que es una imagen devotísima, questá de México dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareciose entre unos riscos, y a esta devoción acude toda la tierra) y de allí entró en México». Vemos que Suárez anuncia esa aparición con igual sequedad que el testamento, entre un paréntesis, y sin hacer caso de ella. No llama a la imagen aparecida, sino devota. Es preciso distinguir3 entre una aparición cualquiera, de las muchas que se cuentan, que no deja rastro de sí, ni pasa de la persona favorecida, en cuyo dicho únicamente se funda, y la Aparición de la Virgen a Juan Diego, delante de testigos, y que permanece atestiguada perpetuamente en la imagen pintada por milagro. Preciso es repetirlo: lo que se cuestiona no es si la Virgen se apareció a alguien bajo la figura de la imagen de Guadalupe ya existente; sino si se apareció a Juan Diego en 1531 con las circunstancias que se relatan, y al fin quedó pintada en su tilma: es decir, si la imagen que tenemos es de origen celestial.

48.- En esto de testamentos de indios hay cierta confusión. El señor Lorenzana vio los de Juana Martín y don Esteban Tomelín (n.º 8): no publicó el primero, por estay enmendado4 el año: en el otro, otorgado en 1575, hay un legado a Nuestra Señora    de Guadalupe. Este hay que ponerlo a un lado, pues dejar un legado a Nuestra Señora de Guadalupe no es atestiguar su aparición, y pues en 1575 había ya iglesia, nada tiene de particular ni prueba nada que don Esteban le dejase una manda o limosna. Del de Juana Martín no conocemos cosa alguna: ni aun la fecha: hay quien piense que es el mismo atribuido por Boturini a una parienta de Juan Diego. El señor Alcocer dice que se envió original a España con los demás papeles de don Fernando de Alva (Ixtlilxochitl). No sé qué fundamento tendría para asentar esto. Lo cierto es, que de los papeles de don Fernando quedaron copias en México, y no quedó del testamento. Continúa la fatalidad destruyendo los papeles de los apologistas.

49.- Del testamento de Gregoria Morales, otorgado en 1559 (n.º 9) dice el señor Alcocer que poseía copia: que en él se asienta la Aparición, y que muchos reputan por uno mismo éste y el de Juana Martín. ¿Por qué no publicó la copia que tenía, para que viésemos cómo se asienta la Aparición, o si no hay más que el legado de una tierra, como en el de Tomelín? ¿Qué crédito merecen estos testamentos desconocidos, cuando ni siquiera se sabe si son diversos o uno sólo?

50.- Menciónase también una relación de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl (n.º 10), que según la declaración jurada de Sigüenza no era más que una traducción parafrástica de la atribuida a Valeriano. Por lo mismo no puede considerarse como documento diverso. Los papeles en que fundó su historia el padre Sánchez (n.º 11) se alegan también. Nadie sabe cuáles fueron, si es que los hubo. El malicioso Bartolache dice que «hubiera hecho muy bien el bachiller Sánchez en haber dicho qué papeles fueron los que halló y dónde». Y pues no lo dijo, ¿qué prueban? ¿Quién puede calificarlos ahora? De más gravedad parecen los anales indios que tenía el padre Baltazar González, de la Compañía de Jesús, los cuales llegaban a 1642, y en el año que le toca está el milagro de Nuestra Señora de Guadalupe. Son palabras de Florencia. ¿Por qué dijo el milagro y no la Aparición? Estas vagas indicaciones de mapas en que está asentada la Aparición, no infunden confianza, porque como antes dije, no se trata de una aparición cualquiera de la Virgen de    Guadalupe, sino de la aparición a Juan Diego, y de la pintura milagrosa en la tilma. Entre los muchos milagros que a mediados del siglo se atribuían a la imagen, es casi seguro que se incluían algunas apariciones, como las que refieren la parienta de Juan Diego y Suárez de Peralta. Aun cuando así no fuera, es costumbre que todavía dura, pintar en los retablos de milagro la imagen del santo que lo hizo, como si se apareciese en el aire al devoto, sin que nadie pretenda por eso que la aparición fue real, sino que es la manera de indicar cuál fue el intercesor. Un retablo semejante pintado en unos anales indios, sin texto que declare el asunto, puede tomarse por una aparición real, sin serlo.

 51.- A cualquiera llamará la atención que entre los documentos anteriores al libro del padre Sánchez se cuente la relación mexicana de Laso de la Vega, que salió al año siguiente. (n.º 13) Es que sin más fundamentos que la elegancia del lenguaje y otros igualmente leves, se ha asentado que el licenciado Laso no es autor de ella, sino que el verdadero es mucho más antiguo «y probabilísimamente es la misma historia o paráfrasis de don Antonio Valeriano». Si se acepta esta superlativa probabilidad, el documento se reduce a otro, y no es uno más. Pero sería bien extraño que después de haber dicho Laso en 2 de julio que no había sabido hasta entonces palabra de tal historia, ya en 9 de enero de 1649 tuviera presentada y aprobada la relación. ¿Dio la casualidad de que dentro de esos seis meses apareciera la relación que tanto tiempo había estado oculta? Si ya la tenía el padre Sánchez, ¿por qué no se refirió a tan precioso documento, en vez de contentarse con vaguedades? Aquí no hay relación antigua. Inflamada la devoción de Laso con el relato de Sánchez, quiso divulgarlo entre los indios, y para ello lo abrevió y puso en lengua mexicana. Eso es todo. Si el lenguaje es bueno, para eso había entonces grandes maestros de mexicano; y basta con recordar el nombre del padre Carochi, que el año de 1645 imprimió su famosa gramática.

52.- El doctor Uribe (1777) habla de una historia de la Aparición en lengua mexicana «archivada en la Real Universidad, cuya antigüedad, aunque se ignora a punto fijo, se conoce que  se remonta hasta tiempos no muy distantes de la Aparición, ya por la calidad de la letra, ya por su materia, que es masa de Maguey, de la que usaban los indios antes de la conquista». (n.º 14) Mucho después continuaron usándola, y tengo documentos de 1580 escritos en ese papel. Pero ¿qué contenía esa relación? ¿Cuál era su fecha? ¿Dónde para hoy? No hay quien conteste a estas preguntas. ¿Por qué no publicar, vuelvo a decir, ni siquiera uno de estos documentos? Dudas había en tiempo del señor Uribe, puesto que escribió una defensa; el Cabildo de la Colegiata no era pobre: ¿qué le impidió sacar a luz los documentos que citaba el defensor, como suele hacerse en todo alegato? ¿No le hizo costear después don Carlos Bustamante la impresión del segundo libro XII del padre Sahagún, haciéndole creer que era un documento fehaciente de la verdad de la Aparición, aunque no habla palabra de ella? Pues si tanto ha sido el descuido, ¿por qué se quiere que recibamos como bueno y concluyente lo que no se conoce? Cuando vemos la constante e inexplicable terquedad con que los apologistas confunden el culto y la aparición, es muy fundado el temor de que en esos papeles desconocidos no se hable más que de culto, de mandas o de limosnas, como sucede en el testamento de Tomelín y muy probablemente en el de Gregoria Morales, que sin embargo se alegan como pruebas de la aparición.

53.- Bartolache, más precavido, no quiso proceder tan de ligero como sus predecesores, sino que habiendo encontrado un añalejo manuscrito, en la biblioteca de la Universidad, hizo que el secretario le certificase la exactitud de los dos pasajes que extrajo. El añalejo no es original sino copia hecha al parecer en Tlaxcala, indudablemente en tiempos comparativamente modernos, pues según el mismo Bartolache, comprende sucesos desde 1454 hasta 1737 inclusive. Los pasajes citados son: uno del año 13 cañas, 1531, que traducido al castellano dice: «Juan Diego manifestó a la amada Señora de Guadalupe de México: llamábase Tepeyacac». El otro es de 1548, 8 pedernales y dice: «Murió el Juan Diego, a quien se apareció la amada Señora de Guadalupe de México». La correspondencia del año está errada, porque al 1548 toca el signo 4 Pedernal,  no 8. Ignoro qué disposición tenía el añalejo: la que comúnmente se les daba era poner al margen, como en una columna o tablero, los signos de los años; y al frente de cada uno escribir lo que ocurría de notable: si nada había, quedaba el signo solo. Tal es a lo menos la disposición de la pintura Aubin y de otras. Si el añalejo de Bartolache llegaba a 1737, la copia era, cuando menos, de esa fecha, que es precisamente la de la peste que fue causa u ocasión de la jura del patronato de Nuestra Señora de Guadalupe. Muy fácil fue añadir entonces en la copia estos pasajes, al frente de los signos correspondientes. De todos modos hace fuerza que sólo en un añalejo de pocas fojas, no original sino copia, concluido cuando se hallaba más exaltado el sentimiento piadoso en favor de la imagen, se encuentren tales menciones, y no en otros auténticos, conocidos y que no sintieron la influencia del libro del padre Sánchez, porque no llegan a su fecha.

54.- Agrávanse las dudas acerca de la existencia o del valor de todos esos documentos con el hecho de que en 1662 el canónigo don Francisco Siles, grande amigo y admirador de Sánchez, hizo que se solicitase de la Silla Apostólica la concesión de fiesta y rezo propio para el día 12 de diciembre, y en vez de remitir, como era natural, en apoyo de la petición, algunos instrumentos auténticos que asegurasen un pronto y favorable despacho, sólo acompañó instancias de los cabildos y de las religiones. A lo menos podían haber ido aquellos papeles que el bachiller Sánchez calificó de bastantes para levantar sobre ellos su inaudita historia. De Roma se anunció en respuesta el envío de un interrogatorio por el cual fuesen examinados los testigos del milagro. Antes de que llegara; preparó el Canónigo lo necesario para recibir la información, que en efecto se hizo a fines de 1665 y principios de 1666. El documento se perdió en Roma y nunca se ha publicado su texto: tenemos únicamente los extractos que trae Florencia. Estas son las famosas Informaciones de 1666 que por el número de testigos y la calidad de muchos de ellos, se consideran como de los mejores comprobantes de la verdad del milagro.

55.- La información se hacía ciento treinta y cuatro años  después de la fecha que se asigna al suceso, y claro es que no podían quedar ya testigos de vista. Pero se encontraron oportunamente indios octogenarios y aun más que centenarios, que alcanzaran a padres o abuelos igualmente longevos, de manera que con dos vidas bastó para remontarse a 1531 y más allá. Lo incomprensible es, que antes de 1648 todo el mundo ignoraba la Aparición; no hubo escritor que la refiriese, ni aun por incidencia: el padre Bustamante predicaba un sermón que equivalía a negarla; ninguno de esos ancianos de Cuauhtitlan, que se hallaban tan bien informados por sus padres y abuelos, advirtió a los capellanes de la ermita el valor del tesoro que guardaban: ellos ignoraban todo y eran unos «Adanes dormidos»: el culto había decaído al extremo de no existir en lugar público de la ciudad de México más que una copia de la Virgen de Guadalupe; y enmedio de ese silencio general, apenas publica el padre Sánchez su libro, sin comprobante, cuando la devoción vuelve a encenderse, toman parte en fomentarla corporaciones tan respetables como el Cabildo Eclesiástico; llévase el asunto por aclamación a Roma; aparecen por todas partes testigos calificados que unánimes y bajo juramento declaran saber de mucho tiempo atrás lo que hasta entonces nadie, ni ellos, habían sabido. La lectura más superficial de la información del señor Montúfar, sin otra prueba, deja en el ánimo una convicción absoluta de que la historia fue inventada después; y sin embargo, a los ciento diez años hay quienes afirmen haberla oído a los que la recogieron de la boca misma de Juan Diego. No me haría fuerza el caso si solamente se tratara de los testigos indios, porque siempre han sido propensos a las narraciones maravillosas, y no muy acreditados por su veracidad; pero cuando veo que sacerdotes graves y caballeros ilustres afirman la misma falsedad, no puedo menos de confundirme, considerando hasta dónde puede llegar el contagio moral y el extravío del sentimiento religioso. No cabe decir que esos testigos se cargaban a ciencia cierta con un perjurio pero es visto que afirmaban bajo juramento lo que no era verdad. Es un fenómeno bastante común en los ancianos, y le he observado muchas veces, llegar a persuadirse de que es    cierto lo que han imaginado. Se juzgará, sin duda, absurdo y atrevido desechar así un instrumento jurídico; pero el hecho es que la demostración histórica no admite réplica, y que las afirmaciones de unos veinte testigos de oídas, por calificadas que sean, no pesan más que la terrible información de 1556 y el mudo pero unánime y desapasionado testimonio de tantos escritores, no menos autorizados que aquellos testigos, y que llevan a su frente al Ilustrísimo señor obispo Zumárraga.

56.- A las informaciones se agregaron dictámenes de pintores y de médicos. Los primeros afirmaron que aquella pintura excedía a las fuerzas humanas, y los segundos que su conservación era milagrosa. Contra aquellos hay la declaración pública del padre Bustamante: él dijo en el púlpito que la imagen era obra del indio Marcos y nadie le contradijo. A los médicos pudiera decirse que se conservan muchísimos papeles de mayor antigüedad, a pesar de que son más frágiles que un lienzo y de que ruedan por todas partes. Los señores canónigos que en 1795 dieron el dictamen contra el sermón del padre Mier, decían que «los colores se han amortiguado, deslustrado, y en una u otra parte saltado el oro, y el lienzo sagrado no poco lastimado». En todo caso la conservación de la imagen sería milagro diverso y sin relación alguna con el de la Aparición. Se cree también que la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles se conserva milagrosamente en una pared de adobe y nadie le ha atribuido por eso origen divino.

57.- La Santa Sede, obrando con prudencia, dio largas al negocio, y parece que la devoción mexicana volvió a enfriarse un poco, porque el expediente durmió en Roma unos ochenta años, y hasta se perdieron las informaciones de 1666. Fue preciso que un acontecimiento tan notable como la peste de 1737 viniera a revivir el fervor. La ciudad quiso jurar por su patrona a la Santísima Virgen de Guadalupe, y con tal motivo se renovaron en Roma las instancias con grandísimo empuje. El resultado fue la concesión del rezo el 25 de mayo de 1754.

58.- Para sacar una copia exacta de la imagen y enviarla a Roma en apoyo de las nuevas diligencias, se hizo otra inspección de pintores el 30 de abril de 1751; entre ellos estuvo  el célebre don Miguel Cabrera, quien imprimió después su dictamen con el título de Maravilla Americana. Puede suponerse lo que diría un pintor preocupado ya con la creencia general, con el resultado de la inspección de 1666, y con la presencia de altos personajes, que no le dejaban libertad, ni le hubieran tolerado la menor indicación de que había en la imagen algo que no fuera sobrenatural y divino. Años después y en tiempos ya diversos, sólo porque Bartolache publicó en la Gaceta el anuncio de su Manifiesto Satisfactorio, no faltó quien le dirigiese un anónimo tratándole de judío y conminándole con castigos dignos de su pecado, en ésta o en la otra vida. Y el caritativo Conde y Oquendo deseaba «que no se atizasen las llamas del purgatorio de ningún incrédulo» (Bartolache que lo fue sólo a medias); cuando acabase de caer a pedazos la copia colocada en la capilla del Pocito. Así es que Cabrera explicó lo mejor que pudo, convirtiéndolos en primores, los defectos de arte que se notan en la pintura, y huyó el cuerpo al más aparente, cual es que las figuras doradas de la túnica y las estrellas del manto estén colocadas como en una superficie plana en vez de seguir los pliegues de los paños. Bartolache hizo practicar tercer examen de pintores el 25 de enero de 1787 en presencia del señor abad y un canónigo de la Colegiata. Las declaraciones de estos facultativos discrepan ya bastante de lo que habían asentado los antiguos. El tosco ayate de maguey se convirtió en una fina manta de la palma iczotl: aseguraron que tenía aparejo, negaron algunas particularidades notadas por Cabrera, y en fin: preguntados si supuestas las reglas de su facultad, y prescindiendo de toda pasión o empeño, tienen por milagrosamente pintada esta santa imagen, respondieron: «que sí, en cuanto a lo sustancial y primitivo que consideran en nuestra santa imagen; pero no, en cuanto a ciertos retoques y rasgos que sin dejar duda demuestran haber sido ejecutados posteriormente por manos atrevidas». La gravedad del caso exigía que hubiesen especificado qué era lo añadido por esas manos atrevidas. Grande es la distancia entre el entusiasmo de Cabrera y las frías reticencias de los pintores de Bartolache. No imagino que aquel  obrara de mala fe. Los colores de los indios eran muy diversos de los nuestros, y por eso no es extraño que causasen confusión a los pintores de los siglos XVII y XVIII, hasta hacerles imaginar que en un solo lienzo se reunían cuatro géneros de pintura, diversos y aún opuestos entre sí: ellos no conocían ya aquella especie de pintura. Ésto, las ideas preconcebidas, y el respeto que infunde un concurso de personas graves, explican bien los dictámenes de los peritos antiguos. Como algunas de estas circunstancias no obraban ya con igual fuerza en los de Bartolache, respondieron de otra manera.

59.- Vengamos a la tradición, que es el arma más poderosa de los apologistas, y tanto, que Sánchez se habría atrevido a escribir con sólo ella, aunque todo lo demás le faltase. Traditio est, nihil amplius quaeras, repiten todos. Sea enhorabuena, aunque no estoy del todo conforme con el sentido que se da a proposición tan absoluta. Pero hay que saber primeramente si la tradición existe, y por todo lo que va ya apuntada se advierte que en nuestro caso no la hubo. Tradición es quod ubique, quod semper, quod ab omnibus traditum est. Para que fuera quod semper sería preciso que viniese sin interrupción desde los días del milagro hasta la fecha del libro del padre Sánchez (1648): en adelante ya no hubo tradición, pues el suceso se refirió en escritos. Precisamente en aquel período crítico es donde nos falta. No la había en 1556 cuando el padre Bustamante predicó su sermón, porque si ya la hubiera, él no dijera lo que dijo, o si lo dijera, se habría levantado un clamor general contra el atrevido que atribuía al pincel de un indio la imagen celestial. No la había en 1575 cuando el virrey Enríquez escribía su carta, pues no logró saber el origen de aquel culto; ni en 1622 al predicar su sermón el padre Zepeda. No la había en el año de 1648, porque los capellanes mismos del santuario o ermita la habían ignorado e ignoraban, hasta que el libro del padre Sánchez vino a abrirles los ojos. ¿Dónde, entre quiénes andaba, pues, la tradición? Tampoco es quod ab omnibus, porque ninguno de los distinguidos escritores de ese período la conocía, o a lo menos ninguno la creyó digna de aprecio. No fue aquella una época remotísima y tenebrosa con diez siglos de   edad media encima; no vino después ninguna invasión de bárbaros que acabase con todo. Imprentas hubo que multiplicaran los escritos del argumento negativo; no se halló una que diera uno de los documentos positivos que ahora se alegan. Si en uno o dos escritores siquiera, de los más inmediatos al suceso, por poco fidedignos que en lo demás fueran, encontrara yo alusiones a la tradición, ya creería yo por lo menos que corría entre el vulgo y que valía la pena de aquilatarla. Mas no sé cómo dar nombre de tradición auténtica, jurídica y eclesiástica a esa que en ninguna parte se halla, que el señor Montúfar y los capellanes de la ermita ignoran; que no encuentra cabida en ningún escrito; que tiene más bien pruebas en contra, y que al cabo de más de un siglo de silencio, aparece por primera vez con asombro general en las páginas de Sánchez, para levantarse luego grande, universal, no interrumpida en las declaraciones de los ancianos de 1666, que hasta entonces habían callado como muertos y dejado perder hasta el culto de la imagen aparecida. Si esto debe entenderse por tradición, no habrá fábula que no pueda probarse con ella.

60.- No quiero detenerme a examinar los autores posteriores al libro de Sánchez: todos bebieron en esa fuente, añadiendo, perfilando, ponderando y exagerando más y más. Son autores de segunda mano, que no publicaron documento nuevo. Entre ellos se distingue el padre Florencia por la multitud de pormenores que refiere, sacados nadie sabe de dónde, y algunos tan inverosímiles como el de la castidad que guardó Juan Diego en su matrimonio, por haber oído un sermón de fray Toribio de Motolinía. ¿Cómo pudo averiguar cosas tan íntimas el autor de la relación que Florencia dice haber visto, si no confesó a Juan Diego? El fecundo jesuita empleó la mayor parte de su larga vida en escribir historias maravillosas de Nuestra Señora de Guadalupe, de Nuestra Señora de los Remedios, de Nuestra Señora de Loreto, del Santo Cristo de Chalma, del de Santa Teresa, de San Miguel de Tlaxcala, y de los Santuarios de la Nueva Galicia. Era el representante genuino de la época y tenía sed de milagros. En sus manos todo es maravilloso, y cerró su carrera dejando inédito el Zodiaco Mariano, que el  padre Oviedo, del mismo instituto, refundió y aumentó para darlo a la prensa. Libro detestable, que merecía más que otros estar en el Índice, por la multitud de consejos, milagros falsos y ridículos de que está atestado, con no poca irreverencia de Dios y de su Santísima Madre.

61.- Algún reparo merecen las inverosimilitudes de la historia de la Aparición, según la trae Becerra Tanco, que pasa por ser el autor más fidedigno.

62.- Juan Diego era un indio recién convertido: así lo dice Tanco, y lo confirman otras circunstancias. En los primeros años sólo a los párvulos se administró el sacramento del Bautismo, y rara vez a los adultos, cuando daban señales extraordinarias de su fe, o se hallaban en artículo de muerte. Verdad es que lo reciente de la conversión del indio no era en sí un obstáculo para que recibiese un señalado favor del cielo; mas parece que su instrucción religiosa era escasa. Luego que vio el resplandor y oyó el concierto de pajarillos en el cerro le ocurre una exclamación gentílica: «¿Por ventura he sido trasladado al paraíso de deleites que llaman nuestros mayores origen de nuestra carne, jardín de flores o tierra celestial oculta a los ojos de los hombres?» Y a poco para no encontrarse con la Virgen y evitar una reconvención, toma otro camino: esto no es candidez sino ignorancia absoluta de la religión que había abrazado. ¿Qué idea tenía de la Santísima Virgen el buen Juan Diego, cuando con esta pueril estratagema pensaba excusarse de ser visto por la Soberana Señora? La falta cometida consistía en no haber acudido a la cita que ella le dio el día anterior, porque fue a Tlatelolco para pedir que se administrasen a su tío Juan Bernardino los sacramentos de la Penitencia y Extrema unción. Nadie ignora, pues Mendieta lo dice, que «a los principios en muchos años no se dio a los indios la Extrema unción». La Penitencia se les escaseaba.

63.- Cuando el indio quiso entrar a la presencia del señor Obispo, se lo estorbaron los familiares y le hicieron aguardar largo tiempo. Quisiera yo saber qué familiares tenía el señor Zumárraga en 1531, y cómo era que los indios encontraban dificultades para acercarse a un prelado que siempre andaba  entre ellos, al extremo de que algunos españoles se lo tenían a mal.

64.- La última vez que Juan Diego se presentó al señor Obispo le llevó las credenciales de su embajada, que eran las rosas solamente, según unos, y esas y otras flores, según otros. Ciertamente que la seña no era para creída. Se hace consistir lo maravilloso del caso en que el indio hallara flores en la estación del invierno, y que estuvieran en la cumbre de un cerro estéril. Lo primero nada tenía de particular, porque los indios eran muy aficionados a las flores y las cogían en todo tiempo. Vemos hoy que no hay mes del año en que no se vendan en México ramilletes de flores a precio ínfimo. La segunda circunstancia no le constaba al señor Zumárraga: no sabía en qué lugar se habían cortado aquellas flores, que bien podían provenir de una chinampa. Así es que ninguna sorpresa podía causarle que cayesen al suelo flores cuando el indio descogió la manta, ni aquella seña servía para acreditar la embajada.

 65.- Pero al tiempo mismo de caer las flores apareció pintada en la manta la Santísima Virgen, «y habiéndola venerado (el señor Obispo) como cosa celestial, le desató al indio el nudo de la manta, y la llevó a su oratorio». Según eso, ligero en creer era el señor Zumárraga, y no puede atribuírsele cualidad más ajena de su carácter, escrupuloso y severísimo como era en materia de milagros. Disertan mucho los autores guadalupanos sobre cuándo se pintó la imagen; aunque todos concuerdan en que al soltar Juan Diego la tilma ya apareció pintada. Éste fue el gran prodigio; pero tampoco le constaba al señor Zumárraga. Si se dijese que por un momento, al descogerla, estuvo blanca la manta y enseguida apareció en ella la Santa Imagen, el prodigio habría sido evidente, y como obrado a su vista, no podía ponerlo en duda el señor Zumárraga. Para Juan Diego lo sería, pues habiendo salido de casa con su manta blanca, la veía repentinamente pintada sin intervención humana: mas no para el señor Obispo. Éste debía dudar, y con muy buenos fundamentos, del origen de la pintura. El indio se había ofrecido animosamente a traer la seña que se le pidiese, y venía saliendo con unas flores que nada significaban: si    hubiera obrado en presencia del señor Obispo alguna maravilla, como Moisés delante de Faraón, ya sería otra cosa. Enseguida muestra una imagen pintada en su tilma. Sólo por luz especial del cielo podía haber conocido instantáneamente el señor Zumárraga, que aquella pintura era celestial: sin eso, lo natural era pensar que aquel indio no había hecho más que procurarse de algún modo la imagen, para dar fuerza con ello a la pobre credencial de las flores. Aunque no sepamos de cierto que ya para esa fecha hubiese en México pintores, tampoco nos consta lo contrario; y en todo caso, bien valía la pena de que en negocio tan grave el cauto señor Zumárraga hubiese averiguado muy detenidamente de dónde venía la pintura, en vez de arrodillarse ante ella tan pronto como la vio, quitarla desde luego de los hombros del indio con sus propias manos, y exponerla inmediatamente al culto público en su oratorio. Ningún Obispo procedía tan de ligero, y menos un varón tan grave. Otra circunstancia debió aumentar su justa desconfianza: la de que la imagen está pintada en una manta fina de palma, y no en un grosero ayate de maguey, que era la materia de que usaban sus tilmas los macehuales o plebeyos, como Juan Diego. ¿De dónde le había venido esa capa tan ajena de su humilde condición?

66.- El nombre de Guadalupe que la Santísima Virgen se dio a sí misma cuando se apareció a Juan Bernardino, ha atormentado a los autores y apologistas. «El motivo que tuvo la Virgen para que su imagen se llamase de Guadalupe (escribe Becerra Tanco), no lo dijo; y así no se sabe, hasta que Dios sea servido de declarar este misterio». Realmente es extraordinario que la Virgen, cuando se aparecía a un indio para anunciarle que favorecería especialmente a los de su raza, eligiese el nombre, ya famoso, de un Santuario de España: nombre que ninguno de sus favorecidos podía pronunciar, por carecer de las letras d y g el alfabeto mexicano. Así es que fue preciso dar tormento al nombre, para traer por los cabellos otro que en la lengua mexicana se le pareciese, y atribuir luego a las ordinarias corrupciones de los españoles la transformación en Guadalupe. De ahí que Becerra Tanco conjeture   que la Santísima Virgen dijo Tecuatlanopeuh, esto es, «la que tuvo origen de la cumbre de las peñas», o Tecuantlaxopeuh, «la que ahuyentó o apartó a los que nos comían». Notable diferencia hay, a mi ver, entre estas voces y la de Guadalupe: no es necesario inventar dislates. Entre los conquistadores había muchos andaluces y extremeños, grandes devotos del santuario español, que está en la provincia de Extremadura. Ya antes habían puesto los descubridores el nombre de Guadalupe, que todavía conserva, aunque ya no es española, a una de las Antillas menores; y como dice fray Gabriel de Talavera (que imprimió en 1597 su Historia del Santuario de España) «arraigose de esta suerte la devoción y respeto del santuario en aquellos moradores (de ambas Indias) de forma que comenzaron luego a dar prendas del buen ánimo con que habían recibido la doctrina, levantando iglesias y santuarios de mucha devoción con título de Nuestra Señora de Guadalupe, especial en la ciudad de México de Nueva España». Aquí tenemos ya declarado sencillamente el origen del nombre, por un autor que escribía en el siglo mismo de la Aparición, y la ignoraba. Los que emigran a lejanas tierras tienen propensión a repetir en ellas los nombres de las suyas, y a encontrar semejanzas, aunque no existan, entre lo que hay en su nueva patria y lo que dejaron en la antigua. Así México recibió el nombre de Nueva España, porque dijeron que se parecía a la antigua; y los extensos territorios descubiertos y conquistados por Nuño de Guzmán se llamaron la Nueva Galicia, por una soñada semejanza con aquella pequeña provincia de España. Los españoles creyeron advertir que la imagen de la Madre de Dios venerada en el Tepeyac se parecía en algo a la del coro del santuario de Extremadura, y eso bastó para que le dieran el mismo nombre. Así lo dice el virrey Enríquez.

67.- Pero si la historia de la Aparición no tiene fundamento histórico, ¿de dónde vino? ¿la inventó por completo Sánchez? No lo creo. Algo halló que le diera pie para su libro. Tal vez llegó a sus manos una relación mexicana, a que añadiría nuevas circunstancias como acostumbraban los escritores gerundianos, casi sin apercibirse de ello, sino llevados  por aquel prurito de ponderar y exornar cuantos asuntos les caían en las manos. A ese gremio pertenecía Sánchez, y de ello da buen testimonio su insufrible libro, que quizá por eso nunca se ha vuelto a imprimir, siendo la pieza capital del proceso, y habiendo sudado tanto las prensas con las historias de Nuestra Señora de Guadalupe. Lo que puede saberse por documentos históricos y rastrearse por conjeturas, es lo siguiente.

68.- Los primeros religiosos levantaron, luego de llegados, muchas capillas y ermitas en diversos lugares. Con deseo de destruir la idolatría, prefirieron para colocar esas pequeñas iglesias aquellos sitios en que antes se tributaba mayor culto a los ídolos, y aun les dieron títulos análogos. Si en eso hicieron bien o mal, no es ésta ocasión de averiguarlo: bástenos saber que así pasó, y que una de esas ermitas fue la del Tepeyac, con el título de la Madre de Dios, sin advocación particular, como lo indica Sahagún, lo declara el bachiller Salazar en la información de 1556, y era natural que fuese para corresponder al nombre Tonantzin, o Nuestra Señora Madre, que tenía el ídolo adorado allí. No sabemos en qué año se labró la ermita, ni qué imagen se puso en ella: tal vez ninguna, por ser entonces muy escasas. Poco después los indios se dieron a hacerlas, para lo cual se contaba ya con los discípulos de la escuela de fray Pedro de Gante, «y así es (dice Torquemada) cosa muy ordinaria remanecer en cada convento de cuando en cuando imágenes que mandan hacer de los misterios de nuestra Redención, o figuras de santos en que más devoción tienen». Sin duda una de éstas fue la de Guadalupe, y hallándola bastante bien pintada, devota y atractiva, como realmente lo es, la enviaron los religiosos a la ermita, llevando a otra parte la que allí estaba, si alguna había; y cuando los españoles la vieron, le dieron ese nombre por lo que antes he dicho. Hacia los años de 1555 y 1556 comenzó a encenderse la devoción con motivo de la curación milagrosa que refería el ganadero, y se contó también la aparición simple (a ese o a otro indio) de que hablan Juana Martín y Suárez de Peralta. Estaban entonces en boga y continuaron mucho después las representaciones sacras de autos o misterios, a que los indios  eran aficionadísimos. Don Antonio Valeriano, indio ilustrado, catedrático en el colegio de Tlatelolco, tenía capacidad suficiente para esta clase de composiciones. Él u otro aprovecharon la relación de los milagros de Nuestra Señora de Guadalupe, y tomando por base la Aparición que se refería, añadieron circunstancias que dieran forma y animación a la pieza, sin intención de hacerlas pasar por verdaderas, como suelen hacer todavía los autores dramáticos. La historia de la Aparición tiene una contextura dramática que a primera vista se advierte. Los diálogos entre la Virgen y Juan Diego; las embajadas al Obispo; las repulsas de éste; el episodio de la enfermedad de Juan Bernardino; la huida de Juan Diego por otro camino; las flores nacidas milagrosamente en el cerro, y por último, el desenlace con la aparición de la pintura milagrosa ante el señor Obispo, forman una acción dramática. Ésa sería la pieza o relación mexicana que cayó en manos de Sánchez, quien la tomó al pie de la letra y la dio por historia verdadera. Hizo lo demás el espíritu de la época, propenso a aceptar sin examen, como obra meritoria, todo lo milagroso. Se había contado la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a un pastor, y la sabrían por sus antepasados los testigos indios de las informaciones de 1666: fácilmente le acomodaron las circunstancias que corrían ya con general aceptación. Haber puesto el suceso en el día 12 de diciembre provino sin duda de que en igual día de 1527 fue presentado el señor Zumárraga al obispado, lo que en aquellos tiempos equivalía a un nombramiento en forma. Lo que no acierto a explicarme satisfactoriamente es por qué se puso el suceso en el año de 1531. Hay que notar, sin embargo, una rara coincidencia. Refiere Sahagún (libro 8, capítulo 2) que don Martín Ecatl fue el segundo gobernador de Tlatelolco, después de la conquista: que gobernó tres años, «y en tiempo de éste, el diablo en figura de mujer andaba, y aparecía de día y de noche, y se llamaba Cioacoatl». Haciendo el cómputo del tiempo en que gobernó dicho don Martín, según los datos que ofrece Sahagún en el propio capítulo, resulta que fueron los de 1528 a 31; y por otro pasaje del mismo autor (libro 1.º, capítulo 6) sabemos que la diosa Cioacoatl se llamaba   también Tonantzin. Aquí tenemos que por aquellos años se hablaba entre los indios de apariciones de la Tonantzin, nombre con que ellos conocían a Nuestra Señora de Guadalupe, según el propio padre Sahagún.

69.- He concluido, Ilustrísimo señor, con el examen de la historia de la Aparición bajo el aspecto histórico. No he querido hacer una disertación, sino unos apuntes para facilitar a Vuestra Señoría Ilustrísima el camino, si gustare, de examinar por sí mismo este grave negocio. En el argumento teológico no me es permitido entrar. Vuestra Señoría Ilustrísima sabrá si los milagros están debidamente comprobados; si en caso de estarlo prueban la Aparición; si la Santa Sede hace declaraciones sobre hechos; si la concesión del oficio y patronato es una aprobación explícita; si no se han corregido muchas veces los breviarios, y si alguna no se ha prohibido, después de mejor examen, una misa ya concedida de mucho tiempo atrás.

70.- Católico soy, aunque no bueno, Ilustrísimo señor, y devoto, en cuanto puedo, de la Santísima Virgen: a nadie querría quitar esta devoción: la imagen de Guadalupe será siempre la más antigua, devota y respetable de México. Si contra mi intención, por pura ignorancia, se me hubiese escapado alguna palabra o frase malsonante, desde ahora la doy por no escrita. Por supuesto que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableció las leyes bien puede suspenderlas o derogarlas; pero la Omnipotencia divina no es una cantidad matemática susceptible de aumento o diminución, y nada le añade ni le quita un milagro más o menos. De todo corazón quisiera yo que uno tan honorífico para nuestra patria fuera cierto, pero no lo encuentro así; y si estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, también nos está prohibido divulgar y sostener los falsos. Cuando no se admita que el de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe (como se cuenta) es de estos últimos, a lo menos no podrá negarse que está sujeto a gravísimas objeciones. Si éstas no se destruyen (lo cual hasta ahora no se ha hecho) las apologías producirán efecto contrario. En mi juventud creí, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro: no recuerdo de dónde me vinieron las  dudas, y para quitármelas acudí a las apologías: éstas convirtieron mis dudas en certeza de la falsedad del hecho. Y no he sido el único. Por eso juzgo que es cosa muy delicada seguir defendiendo la historia. Si he escrito aquí acerca de ella, ha sido por obedecer el precepto repetido de Vuestra Señoría Ilustrísima. Le ruego por lo mismo, con todo el encarecimiento que puedo, que este escrito, hijo de la obediencia, no se presente a otros ojos ni pase a otras manos: así me lo ha prometido Vuestra Señoría Ilustrísima.

Me repito de Vuestra Señoría Ilustrísima afectísimo amigo y obediente servidor, que su pastoral anillo besa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

LOS AMOTINADOS DEL BOUNTY; *1-9- *1855*

  ALECK,   Y LOS AMOTINADOS DEL BOUNTY ; O, INCIDENTES EMOCIONANTES DE LA VIDA EN EL OCÉANO.   SIENDO LA HISTORIA DE LA ISLA ...