miércoles, 14 de abril de 2021

EL EXTRAORDINARIO CEREBRO PRODIGIOSO DE UN JUDIO- VON NEUMANN

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre 1957

 . Sin embar­go, la pusieron en una celda con muchachas que eran realmente perversas. En tres días, mi hija había oído palabras y aprendido cosas que yo no sospechara nunca siquiera que existían. Lo peor es que ahora que esas muchachas están en libertad María se ve con ellas en secreto. Se­ñor juez, ¡debe haber una forma mejor de castigar a jóvenes que no son criminales!

 El dolor de una madre le incitó a buscar una forma mejor de castigar a jovencitos que han cometido una falta. Los resultados de esa búsqueda representan una nueva esperanza para muchos padres angustiado

“ EL JUEZ DE CHOCOLATE»

Por Robert Littell

SORPRENDIDO por la policía rompiendo faroles del alumbrado pú­blico en Darmstadt (Alemania Oc­cidental), el menor Hans Mueller, de 16 años, fue llevado ante el juez Karl Holzschuh.

—Hans —le dijo severamente el magistrado— te declaro culpable, pe­ro dejo la condena en suspenso por tus buenos antecedentes. Sin embar­go  debes reparar tu falta. Te mando que aprendas a respetar el alumbrado públi­co, ayudando al per­sonal municipal a limpiar los faroles durante tres meses, en tus horas libres. Este hombre —y se­ñaló al representan­te del Patronato de Menores— se ocupa­rá de que cumplas debidamente tu obli­gación. Si no lo ha­ces, irás a la cárcel.

Esta «condena» es característica de las muchas que ha dictado el juez Holzschuh en los años que lleva actuando en el tribunal de menores.

—No les peguen a los chicos tra­viesos con una regla en los nudillos —dice— y pónganlos en cambio a trabajar reparando el daño que han hecho. Y que la reparación sea pro­porcional a la falta.

Veamos el caso de Willy, por ejem­plo. Todos los días pasaba al ir a su tra­bajo por un patio de escuela lleno de bi­cicletas. Por último, no pudo resistir a la tentación de cam­biar su vieja bicicle­ta herrumbrosa por una «Wanderer» fla­mante. La mayoría de los jueces habrían impuesto a Willy una fuerte multa; el juez Holzschuh, por el contrario, dispuso que el muchacho de­positara cada semana  cinco  marcos en una cuenta de ahorros, hasta reunir lo suficiente para comprar una «Wanderer» nueva que se regalaría a un asilo infantil. Un año después, Willy asistió muy orgu­lloso a la ceremonia de la entrega.

Sentencias como esa han difundi­do el nombre del juez Holzschuh como uno de los magistrados de más imaginación y mayor sentido realis­ta que han tratado de resolver con un criterio nuevo el viejo problema de la delincuencia de menores.

Karl Holzschuh es un hombre de 49 años, de poca estatura y calvicie incipiente, que tiene un apretón de manos tan amistoso que casi lastima. Una multitud incesante de padres angustiados y de niños arrepentidos o rebeldes va a verle a su despacho. Siempre paciente, sin prisa ni ceño oficial, muestra una capacidad poco común de oír la palabra que no llega a los labios y de leer entre las líneas de una nublada frente juvenil.

Tiene a la mano un cuaderno en que anota los nombres de las perso­nas de Darmstadt que necesitan ayu­da: enfermos, ancianos solitarios, ju­bilados inválidos, familias menesterosas, instituciones de acción social que piden voluntarios.

—¿De modo que tu padre es ven­dedor ambulante? —dice a un ado­lescente—. Pídele prestado su carrito una vez por semana y lleva carbón a este matrimonio de viejecitos.

Y a otro que ha echado monedas falsas en una máquina automática:

—Debes encargarte de llevar ta­baco periódicamente al asilo de an­cianos.

La preocupación de Karl Holzs chute por los menores delincuentes data de cuando ocupaba su primer puesto judicial importante, en el re­formatorio de varones de Rocken­burg, donde recaía en él, después de estudiar cada caso, la responsabili­dad final de decidir sobre la conve­niencia de poner en libertad condicional  a un muchacho. Eso le dio  mucha materia para meditación. ¿No era muchas veces el castigo una forma de venganza primitiva? Las penas de cárcel ¿ eran realmente efi­caces para reformar a esos menores? Aun el régimen de libertad con­dicional ¿no resultaba negativo, con eso de poner a un muchacho a prueba diciéndole «no hagas esto,» «no hagas aquello?» Tales prohibiciones ¿contribuían en verdad a formar el carácter?

Después fue nombrado juez de distrito. Cada vez. que tenía que mandar algún menor al reformato­rio, le perseguía el recuerdo de lo que había visto en Rockenburg. Ca­da día se sentía más descontento con el escaso margen de elección que le dejaba la ley para tratar a la gran mayoría de los menores que come­tían delitos de poca monta.

Hace unos ocho años, después de ser ascendido al juzgado de Darms­tadt, fue a verle una madre, cuya queja resultó decisiva en la carrera del magistrado.

—Mi hija María —dijo la señora Dietz, temblándole la voz de indig­nación— es débil, despreocupada y pícara, pero no es mala. Sin embar­go, la pusieron en una celda con muchachas que eran realmente perversas. En tres días, mi hija había oído palabras y aprendido cosas que yo no sospechara nunca siquiera que existían. Lo peor es que ahora que esas muchachas están en libertad María se ve con ellas en secreto. Se­ñor juez, ¡debe haber una forma mejor de castigar a jóvenes que no son criminales!

Esas palabras le quemaron la con­ciencia y el juez Holzschuh empezó a buscar una forma mejor. Pocos meses más tarde la encontró, gracias a una sirvientita de 16 años, limpia y trabajadora, llamada Lena. Ese fue el caso que iba a ganarle el sobre­nombre de «el juez de chocolate.»

Los patrones de Lena confiaban completamente en ella y admiraban la regularidad con que enviaba a sus padres el salario. Un día faltó cierta suma de dinero. Se quedaron estu­pefactos cuando Lena confesó a la policía entre sollozos que ella lo ha­bía hurtado. Mientras el juez Holzs­chuh hojeaba el expediente de Lena, resonaba en sus oídos la voz airada de la señora Dietz: debía haber una forma mejor.

Tras una conversación paciente y amistosa con Lena, el juez descubrió que le gustaban con locura los dul­ces, como a tantos niños alemanes que se vieron privados de ellos du­rante la guerra, y esa pasión había llegado a ser más fuerte que su hon­radez natural. Al verla llorando ante él, comprendió con claridad que es­taba realmente arrepentida y desea­ba de todo corazón reparar su falta.

En un relámpago de intuición, el juez vio cuál debía ser la sentencia.

—Lena —le dijo— todos los do­mingos comprarás un poco de cho­colate y lo llevarás a los huerfanitos del asilo'.

Así fue como durante tres meses se dirigió Lena cada domingo al asi­lo en tranvía, apretando su pequeño paquete de chocolate. Con su propio esfuerzo, mantenido muchas sema­nas, saldó completamente su cuenta moral. Pero no la dejaron que tu­viese que hacerlo sola : una visitado­ra social, designada a ese fin por el juez, fue su consejera y amiga.

Entonces no había bastantes per­sonas especializadas en acción social para ocuparse de todos los casos que el juez tenía. Entre tanto, hace cua­tro años, el Parlamento alemán sancionó una ley que amplió mucho las facultades de los jueces de menores en cuanto a la duración y el carácter de las penas. Más importante aun fue el hecho de que el nuevo proce­dimiento encargaba al Patronato de Menores y a determinadas asociacio­nes de protección social la misión de velar por el cumplimiento de los fa­llos judiciales.

El juez Holzschuh aprovechó en seguida las ventajas de la nueva ley. Además de la ayuda oficial, su celo ha atraído a un vasto número de colaboradores desinteresados y dedi­cados: hombres de negocios, emplea­dos públicos jubilados, maestros, es­tudiosos de ciencias sociales, y clé­rigos.

 El magistrado busca en cada niño hasta encontrar  algún rasgo que pueda servir  como aliado suyo en la lucha por la redención. Está el caso de

Horst, que simplemente por maldad arrancó de la pared de la escuela de artes y oficios a que asistía unos muebles fijos. El juez Holzschuh descubrió que Horst tenía una des­treza manual poco común y le orde­nó que se presentase al portero de la escuela todos los sábados duran­te seis meses. Muy pronto comenzó Horst a enorgullecerse de las tareas que le encargaba el portero y a los pocos meses no había en el edificio nada que no se abriera, cerrara y funcionara a la perfección, ni en Darmstadt otra escuela que se encontrase en tan buen estado.

Un caso que aconteció antes de que el partido comunista fuese de­clarado fuera de la ley en Alemania Occidental, demostró la verdad de uno de los más firmes principios del juez Holzschuh: «La proximidad del bien es mucho más eficaz que el castigo del mal.>

Uno de los arrestados a raíz de una refriega callejera entre manifes­tantes comunistas y la policía era Klaus, un jovencito de 17 años, hi­jo de afiliados fanáticos. La opinión se agitó, reclamando una condena ejemplar, pero en vez de enviarle a la cárcel, el juez Holzschuh dispuso que Klaus leyera en el término de un año 12 libros elegidos en una co­nocida colección de biografías y le in­formara por escrito sobre cada uno.

Klaus escribió meditadas compo­siciones sobre la vida de hombres co­mo Beethoven, Edison y Gandhi, y habló luego de ellos con el juez, que nunca le criticó sus ideas.

—Es todavía peor que inútil —di­ce el magistrado —sermonear a al­guien cuyas convicciones tienen una base emotiva.

El resultado fue que Klaus se des­pojó sin advertirlo del fanatismo he­redado de sus padres, y luego cam­bió su trabajo en una imprenta co­munista por otro como mecánico de automóviles.

El juez Holzschuh ha aplicado sus famosas sentencias más o menos al 80 por ciento de los menores lleva­dos a su tribunal y según sus cálcu­los ellas han dado buen resultado nueve veces de cada 10.

—No tenemos la pretensión de convertir a los niños en santos —de­clara— y nos sentimos satisfechos si los encaminamos de nuevo por un buen rumbo.

Hace varios meses fue trasladado el juez Holzschuh de Darmstadt a* Wiesbaden, que es una ciudad mu­cho mayor. Su plan ha despertado mucho interés: recientemente visitó a los Estados Unidos, donde expuso sus ideas en 40 de los 48 estados. Re­cibe una correspondencia enorme, en la que figuran tanto pedidos de ayuda como palabras de aliento y de consejo de los propios jóvenes.

En todas partes hay padres deses­perados que han recibido nuevas es­peranzas con esta forma de abordar el problema de los menores delin­cuentes. Con un profundo respeto por la personalidad humana, el juez Holzschuh está elaborando poco a poco un método de adaptación de la ley al individuo, en vez de tratar de apretar al individuo para ajustarlo a las formas de la ley.

 

Al brillante y jovial matemático a quien se deben  los avanzados “cerebros electrónicos no le hacían falta, pues gozaba de una de las mejores mentes más asombrosas jamás conocidas.

 EL CEREBRO PRODIGIOSO DE JUAN VON NEUMANN

Por  Clay Blair hijo

Condensado de “Life

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre 1957

En febrero último funcionarios gubernamentales y hombres de ciencia asistieron en el Hospital Walter Reed, de Washington, a una misa de réquiem para hacer patente su reconocimiento por una enorme contribución a la ciencia. Al mismo tiempo rendían homenaje a un hombre de intensa y sugestiva personalidad, que, aun sabiendo que iba a morir, continuó siendo un altruista servidor de su patria. Con la muerte de Juan von Neumann a los 53 años de edad, el mundo perdió uno de sus sabios más eminentes. Y, a pesar de ello, su muerte, igual que la luminosa labor de su vida, pasó casí inadvertida para el público.

Von Neumann, uno de los mate­máticos más ilustres del mundo y una autoridad en el campo de las máquinas calculadoras, fue el hom­bre que más impulsó el uso de los «cerebros» electrónicos por el gobier­no y la industria. Fue el constructor de la máquina que llamó MANIAC («maniaco,» siglas del nombre en in­glés de «Analizador matemático, in­tegrador numérico y computador»), prototipo de las calculadoras más adelantadas de la actualidad. Duran­te la Segunda Guerra Mundial fue el principal descubridor y perfeccio‑nador del método de implosión, que abrevió en un año, por lo menos, la construcción de la bomba atómica. Más tarde fue el asesor-jefe de la fuerza aérea de los Estados Unidos en armas nucleares, y la mayor in­fluencia científica que decidió a los Estados Unidos a lanzarse a la pro­ducción intensiva de proyectiles ba­lísticos intercontinentales.

Hans Bethe, que desempeñó el cargo de director de la división de teoría física en el laboratorio de Los Alamos, declara: «Muchas veces me he preguntado si un cerebro de la capacidad del de von Neumann no sugiere la existencia de una especie superior a la humana.»

El consejo de von Neumann en el campo de los computadores era soli­citado casi en todas partes. Un día, durante una reunión de la Corpora­ción RAND, organización de inves­tigación científica de Santa Mónica, en California, convocada con objeto de examinar las posibilidades de construir una nueva clase de com­putador, von Neumann dijo: «Ami­gos míos ¿por qué no me dan uste­des un ejemplo de la clase de proble­ma para el cual quieren usarlo?»

Uno de los presentes planteó un problema que había costado dos años resolver. Von Z; cumann escuchó con la cabeza entre las manos. Formula­do el problema, von Neumann trazó  unas notas en un papel y se quedó con la mirada tan fija que uno de los técnicos de RAND comentó más tarde que parecía cómo si «su mente le hubiera descoyuntado la cara.» Luego, irguiéndose, von Neumann dijo: «Señores, tengo la solución.»

Con los demás concurrentes mu­dos de asombro, von Neumann fue describiendo los diferentes pasos que, conducían a esta solución. Uno de ellos exclamó riendo: «Juan, necesi­tamos la máquina porque nosotros no tenemos un von Neumann

En una ocasión un amigo le mos­tró un problema extraordinariamente complejo y observó que cierto fa­moso matemático había necesitado toda una semana —el tiempo que du­ró su viaje en el Ferrocarril Transi­beriano— para resolverlo. Von Neu­mann, que a su vez iba a toda prisa a tomar un tren, llevó consigo los términos del problema. Dos días des­pués el amigo recibía de Chicago un paquete aéreo. Era la solución del problema, 50 páginas escritas a mano, con una posdata de von Neu­mann que decía simplemente: «Tiempo del viaje a Chicago: 15 ho­ras y 26 minutos.» Para von Neu­mann esto no era una expresión de vanagloria, sino de placer absoluto: como la del golfista que hace un ho­yo de un solo golpe.

Juan von Neumann, primogénito de un acomodado financiero judío, había nacido en Budapest en 1903. Pertenecía a la misma generación de físicos húngaros que Eduardo Teller, León Szilard y Eugenio Wig­ner, todos los cuales trabajaron más tarde en el desarrollo de la energía atómica en los Estados Unidos. Cre­ció en una sociedad que ponía su orgullo en el progreso intelectual. A los ocho años de edad ya dominaba completamente los cálculos y era ca­paz de aprenderse de memoria, le­yéndola una sola vez, toda una co­lumna de la guía telefónica y repe­tirla de arriba abajo, con nombres, direcciones y números de teléfono. A los 21 años ya tenía dos títulos académicos: de ingeniero químico, de Zurich, y de doctor en física ma­temática de la Universidad de Bu­dapest. Al año siguiente, 1926, se trasladó a Gotinga, en Alemania, que a la sazón era el corazón del mundo de las matemáticas.

Von Neumann no practicaba el judaísmo, y más tarde había de con­vertirse al catolicismo, pero encontró hostilidad a causa de su raza. Para 1929 los nazis emprendieron la con­quista del poder, y él aceptó una in­vitación de la Universidad de Prin­ceton, en los Estados Unidos, para dar una serie de conferencias. En 1930, a la edad de 26 años, quedó empleado allí como profesor de físi­ca. Tres años más tarde, cuando se fundó en Princeton el Instituto de Estudios Avanzados, fue nombrado con Alberto Einstein— uno de sus primeros catedráticos titulares.

«Era tan joven —recuerda un miembro del Instituto— que la ma­yor parte de la gente le tomaba por un estudiante recién graduado.» Ja­más tuvo aspecto de profesor. Vestía tanto al estilo de un banquero de Wall Street que uno de sus colegas le dijo una vez: «Juanito ¿por qué no te manchas la chaqueta un poco con polvo de tiza para parecerte al­go a nosotros?»

Einstein y von Neumann no lle­garon a intimar. Un miembro del Instituto, que trabajó con ambos, dice: «La mente de Einstein era len­ta y contemplativa. Consagraba años enteros a un pensamiento. La mente de Juanito era veloz como el rayo. O resolvía un problema inmediata­mente, o no lo resolvía nunca. Si te­nía que pensar en él mucho tiempo y se aburría, su interés empezaba a desvanecerse.»

Las conferencias de von Neumann eran brillantes, aunque a veces resul­taba difícil seguirlas por la curiosa costumbre que el sabio tenía de bo­rrar las fórmulas del encerado. Cuan­do llegaba al borde inferior de la pizarra con el problema aún sin ter­minar, borraba las ecuaciones de la parte superior y empezaba nueva­mente. Cuando hacía esto dos o tres veces, la mayoría de los otros mate­máticos se sentían incapaces de se­quir sus razonamientos. En una de esas ocasiones, un colega esperó has­ta que von Neumann hubo termi­nado el problema y dijo: «Ya com­prendo. Se demuestra borrando.»

En períodos de intensa concentra­ción se sumía de tal modo en sus preocupaciones que el mundo exte­rior pasaba de largo ante él sin de­jar huellas. A veces interrumpía un viaje para hacer una llamada telefó­nica con el fin de averiguar para qué lo había emprendido.

El sabio tenía el criterio de que la concentración, por si sola, era insu­ficiente para resolver algunos de los problemas más difíciles y que estos se solucionaban en el subconsciente. Con frecuencia se acostaba con un problema sin resolver, y a la mañana siguiente, al despertar, escribía la so­lución en un cuaderno que tenía so­bre la mesa de noche. Era muy co­rriente que von Neumann empezara a trazar notas en un papel en medio del espectáculo de un cabaret o de una animada fiesta, «cuanto más ruidosa —según su esposa— mejor.» Cuando su esposa le preparó un re­cogido estudio en su casa de Prin­ceton, von Neumann se enfureció. «Bajó del piso alto —explica la se­ñora von Neumann— y me pregun­tó: ¿Qué pretendes hacer, aislarme del mundo? Después de aquello, hi­zo la mayor parte de su trabajo en la sala mientras tocaba el gramó­fono

Poco antes de 1940, von Neumann empezó a recibir un nuevo tipo de visitantes en Princeton: el hombre de ciencia y el ingeniero militar. Des­pués de haber hecho algunos traba­jos para la marina de guerra norte­americana en cuestiones de balística y guerra antisubmarina, cundió su fama y la artillería militar empezó a utilizar sus servicios como asesor en los terrenos de experimentación de Aberdeen, en el estado de Maryland. Cuando los grupos científicos se en­teraban de que iba a llegar von Neu­mann, empezaban a formular todos sus problemas matemáticos en fila, como blancos de un salón de tiro. Llegaba el sabio e iba derribándolos uno a uno.

Durante la Segunda Guerra Mun­dial estuvo viajando entre Washing­ton, donde había fijado temporal­mente su residencia, Inglaterra, Los Alamos y otros sitios donde había instalaciones de defensa. Una vez destruido el Eje, von Neumann re­comendó que los Estados Unidos construyeran inmediatamente armas atómicas aun más potentes y las usa­ran antes de que los Soviets pudie­ran crear sus propias armas nuclea­res. Igual que otras personas, von Neumann estimaba que el mundo había ido empequeñeciendo tanto que ya no permitía a las naciones re­solver sus asuntos independiente­mente de las demás. En aquella épo­ca von Neumann hizo una famosa observación: «En lo que se refiere a los rusos, no se trata de si harán al­go, sino de cuándo lo harán.»

Hacia fines de 1949, después de haber efectuado los rusos la primera explosión de prueba de la bomba atómica, el mundo científico de los Estados Unidos estaba dividido entre las tendencias favorable y opuesta a que el país construyera una bomba de hidrógeno. Mientras se desarro­llaba la controversia, von Neumann marchó discretamente a Los Alamos y comenzó a dar los primeros pasos matemáticos hacia la creación del arma.

En octubre de 1954 Eisenhower nombró a von Neumann miembro de la Comisión de Energía Atómica. El sabio aceptó, aunque la fuerza aé­rea insistía en que retuviese la presidencia de su grupo de estudios de proyectiles balísticos.

Llevaba en su nuevo puesto sola­mente seis meses cuando sintió el primer dolor, en el hombro izquier­do. Antes de que trascurriera un mes tuvo que ser operado en un hospital de Boston. Un eminente pató­logo, el Dr. Shields Warren, confir­mó que la dolencia era un cáncer secundario, y los médicos no se die­ron tregua tratando de localizar su origen. Varias semanas más tarde lo encontraron en la próstata. Coinci­dieron en el pronóstico de que no le quedaba a von Neumann mucho tiempo de vida.

¿ Cómo deberé pasar mis últi­mos días? — preguntó von Neu­mann al Dr. Warren.

Te diré, Juanito. En tu lugar, yo continuaría con la comisión mien­tras me sintiera capaz de ello. Al mismo tiempo, si tuviera algún do­cumento científico importante que escribir, pondría manos a la obra in­mediatamente.

Von Neumann regresó a Washing­ton y reanudó su intenso trabajo en la Comisión de Energía Atómica. A quienes le hacían preguntas sobre el brazo, que llevaba en cabestrillo, les musitaba algo sobre una fractura de la clavícula. Continuó también re­cibiendo una interminable serie de visitantes de Los Alamos, Princeton y de todas partes. La mayoría de esos hombres sabían que von Neu­mann se estaba muriendo de cáncer, pero no lo mencionaban nunca.

Desaparecido el último visitante, von Neumann se retiraba a su estu­dio para trabajar en la monografía que ya sabía iba a ser su última aportación a la ciencia. Era una ten­tativa de formular un concepto que arrojase nueva luz sobre la mecánica del cerebro humano. Opinaba que si se podía exponer tal concepto,  se lo podría aplicar tam­bién a los computadores electrónicos y permitiría al hombre dar un im­portante paso en el uso de estos au­tómatas.

Su razonamiento era que, en prin­cipio, no había razón alguna por la que no pudiera llegar el día en que una máquina fuera capaz no solo de realizar la mayor parte de las funciones del cerebro humano, sino también hasta reproducirse, es decir, crear otras máquinas iguales a ella. Pero, a medida que iban pasando las semanas, el trabajo se hacía más len­to. El mundo de von Neumann ha­bía empezado a estrecharse entorno a él y en abril de 1956 ingresó de­finitivamente en el Hospital Wal­ter Reed.

Un teléfono a la cabecera de la ca­ma le comunicaba directamente con su oficina de la Comisión de Ener­gía Atómica. A su servicio, día y no­che, se destinó a ocho aviadores, to­dos ellos de absoluta confianza, para manejar asuntos del máximo secre­to. En varias ocasiones se le llevó en un automóvil oficial al corazón de Washington para que asistiera a reu­niones de la comisión en una silla de ruedas. Miembros del gabinete y jefes militares acudían continuamen­te a consultarle mientras todavía quedaba tiempo.

Ahora le llegaban los honores de todas partes. Fue uno de los gana­dores del primer Premio Einstein de la Universidad Yeshiva. En una ceremonia extraordinaria celebrada en la Casa Blanca, el presidente Ei­senhower le impuso la Medalla de la Libertad. En abril, la Comisión de Energía Atómica le confirió el Premio Enrico Fermi por su con­tribución a la teoría y diseño de las máquinas computadoras, acompaña­do de una remuneración de $50.000 exenta de impuestos.

Al ir progresando la enfermedad, el gran cerebro empezó a fallar. De vez en cuando, no obstante, se reve­laba la antigua facultad de su prodi­giosa memoria. Un día su hermano le leía en alemán el Fausto, de Goe­the. Cada vez que el hermano hacía una pausa para volver la página, von Neumann recitaba de memoria las primeras líneas de la siguiente.

El cuerpo de von Neumann, a que él nunca había prestado mucha, atención, siguió sirviéndole mucho más tiempo que su mente. El verano pasado los médicos le habían dado tres o cuatro semanas de vida. Sir embargo, el cuerpo no se dio Por vencido hasta febrero de este año Y fue un detalle característico de impaciente, ingenioso e inconmensurablemente genial Juan von Neumann que, aunque continuó traba jando en beneficio del prójimo hasta  que no pudo más, su propia monografía, la que él esperaba que constituyera la culminación de su correra, quedó sin terminar.

 

  lunes, 29 de agosto de 2016

CENTURION DE LA COMPAÑIA LA ITALIANA-JUSTO Y PIADOSO

La historia del Centurión Cornelio es de mucha bendición para mí.  Me   llama  la atención  leer como se describe  al Centurión Cornelio. Justo, Piadoso y temeroso de Dios.
  10:1 Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana,
10:2 piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.
10:3 Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio.
10:4 El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.
10:5 Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro.
10:6 Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.
10:7 Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados, y a un devoto soldado de los que le asistían;
10:8 a los cuales envió a Jope, después de haberles contado todo.
 10:19 Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan.
10:20 Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado.
10:21 Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron enviados por Cornelio, les dijo: He aquí, yo soy el que buscáis; ¿cuál es la causa por la que habéis venido?
10:22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.
10:23 Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope.
10:24 Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos
10:25 Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró.
10:26 Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre. 
10:27 Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido. 
0:30 Entonces Cornelio dijo: hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente, 
10:31 y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.
10:32 Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando llegue, él te hablará.
10:33 Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado
10:44 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.
10:45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.
10:46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.
10:47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?
10:48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.

viernes, 26 de agosto de 2016

 LA BUSQUEDA FINAL

Por Rick Joyner


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Un trágico error

Algunos de los que quedaban en los niveles más bajos comenzaron a recoger las flechas del enemigo y a dispararlas de regreso hacia ellos. Esto fue un error grave. Los demonios esquivaban las flechas  con facilidad y dejaban que estas le dieran a los cristianos.

Cuando un cristiano recibía un golpe por una de las flechas de Acusación o Calumnia, un demonio de Amargura o Ira volaba y se posaba sobre aquella flecha. Entonces comenzaba a orinar y a defecar su veneno sobre el cristiano. Cuando este tenía dos o tres de estos demonios añadidos al de Orgullo o Autojusticia que ya tenía, se transformaba en una imagen deformada de los mismos demonios.

Desde los niveles más altos podíamos ver lo que estaba sucediendo, pero los que se encontraban en los niveles más bajos, que utilizaban las flechas del enemigo, no lo podían ver. La mitad de nosotros decidimos continuar escalando, mientras que la otra mitad descendió a los niveles más bajos para explicarle a estos lo que estaba sucediendo. A todos se les advirtió que siguieran escalando sin detenerse, a excepción de unos pocos quienes se situaron en cada nivel para ayudar a los otros soldados a seguir escalando.

Seguridad

Cuando llegamos a la etapa llamada «La unidad de los hermanos», ninguna de las flechas nos pudo alcanzar. En nuestro campamento muchos decidieron que esto era lo más lejos que necesitaban escalar. Comprendí esto porque con cada nuevo nivel resultaba más precario colocar los pies. Sin embargo, a medida que escalaba, me sentía más fuerte y más diestro con mis armas, de manera que continué hacia arriba.

Pronto mis destrezas eran lo suficientemente buenas como para disparar y darle a los demonios sin herir a los cristianos. Sentía que si continuaba escalando podía disparar lo suficientemente lejos como para dar justo a los líderes principales de las huestes del mal, quienes permanecían detrás de sus ejércitos. Lamentaba que varios habían detenido su marcha en los niveles inferiores donde estaban seguros, pero desde allí no podían golpear al enemigo. Aun así, la fortaleza y el carácter que crecían en aquellos que continuaban escalando, hicieron de ellos grandes campeones, cada uno capaz de destruir a muchos enemigos.

En cada nivel se hallaban flechas de Verdad desparramadas que sabía habían sido dejadas allí por aquellos que habían caído de ese lugar (muchos habían caído de cada posición). Todas las flechas estaban nombradas con la Verdad de aquel nivel. Algunos se rehusaban a recogerlas, pero yo sabía que necesitábamos todas las que pudiéramos obtener para destruir la gran hueste que se encontraba

abajo. Levanté una, la disparé y le pegué fácilmente a un demonio, lo cual hizo que los demás comenzaran a recogerlas y a dispararlas.

Comenzamos a diezmar varias de las divisiones del enemigo. Debido a esto, el ejército maligno entero centró su atención en nosotros.

Durante un tiempo parecía que mientras más lográbamos, más nos atacaba el enemigo. Aunque nuestra tarea parecía interminable, ahora nos llenaba de regocijo.

Debido a que el enemigo no nos podía azotar con sus flechas en los niveles más altos, gran cantidad de buitres volaban por encima para vomitar sobre nosotros, o para cargar a los demonios que orinaban o defecaban sobre los peñascos, haciendo que se tornaran resbalosos

sábado, 29 de octubre de 2016

"TU ESCUCHAS LA ORACIÓN DE AQUELLOS QUE TE BUSCAN"- HISTORIA CONMOVEDORA

Díos sí nos oye
Una viuda joven y solitaria 
descubre cómo Dios ayuda a  sobrevivir y a rehacerse 
 a  los desventurados que han perdido toda esperanza
Por Pamela Hennell



A MENUDO oímos decir a personas afligidas y desilusionadas: "Oré, pero mis ruegos nunca fueron atendidos". Yo también me expresé así cuándo una profunda pena trastornó mi vida, y me alejé de Dios. Sin embargo, largos meses después mi desilusión terminó de una manera extraña y maravillosa.
En los días felices y activos de mi matrimonio, pocas veces pensé en rezar. Durante los diez años que pasamos juntos, mi esposo y yo vivimos absorbidos por un amor despreocupado y alegre; nuestra única pena era no tener hijos. De pronto mi marido enfermó de cáncer del pulmón. En mi desesperación me dediqué a orar, esforzándome por recuperar lo perdido, pero la oración, por tanto tiempo relegada al olvido, me parecía vacía. Después de varios meses, largos y angustiosos, Godofredo murió. Entonces mi plegaria constante fue: "¡Ayúdame, Dios mío, a soportar esta soledad y desesperación!"
De nuevo me pareció que sólo el eco devvolvia mis oraciones y, sin atender el bondadoso consejo de nuestro párroco, en mi amargura y desolación traté de marchar sola, pero a cada paso me hundía más profundamente en el egoísmo del dolor reprimido.
A lo largo de mi senda solitaria me encontré con otras personas que también padecían. Aquéllos cuya fe era fuerte recobraron el valor y la esperanza. Pero otros, como yo, seguíamos extraviados, vacilantes. Conocí a un hombre que había perdido su único hijo, a una viuda mucho mayor que yo, a una jovencita cuyos padres perecieron en un incendio. Todos comentábamos que.habíamos pedido ayuda a Dios paró Soportar la separación, sin que nada ocurriera. "¿Por qué escucha Él otras oraciones, pero nunca las nuestras?" nos preguntábamos.
No me di cuenta de cuán grande era mi error hasta una noche helada de diciembre, 16 meses después de la muerte de mi marido. Me encontraba entonces en Londres, adonde había ido a buscar trabajo para escapar de obsesionantes recuerdos. En un principio, la busca de un empleo me tuvo tan ocupada que no me quedó mucho tiempo para pensar en el pasado; pero, dos semanas después de mi llegada, el hecho de haberme encontrado por casualidad con una persona que había mantenido relaciones comerciales con Godofredo renovó todo el antiguo dolor por la pérdida sufrida. Incapaz de soportar la soledad de mi aposento, vagué durante horas por las calles. Comenzaba a anochecer, y con la oscuridad llegó la niebla. Un reloj distante daba las ocho cuando salí de Old Brompton Road y me dirigí hacia Queensgate. Allí, casi oculta por la bruma, descubrí una iglesia cuyas puertas estaban abiertas. La antigua plegaria me volvió a los labios: "¡Ayúdame, Dios mío, ayúdame!" Entré en el templo, sin esperanzas.
La iglesia era pequeña, fria y húmeda, y estaba iluminada tan sólo por tres velas vacilantes. En la penumbra se vislumbraban las filas de bancos. Mientras yo permanecía de pie, indecisa, súbitos  sollozos rompieron el silencio, los sollozos bruscos y atormentados de un hombre.
Mi primera reacción fue de miedo, y me volví para huir. Pero esos sollozos ahogados, tan llenos de dolor, me detuvieron en la puerta. A pesar mío avancé casi a tientas por la oscura nave lateral hacia el sitio de donde provenían, hasta que vi una persona acurrucada en un banco. Poniéndole tímidamente la mano en el hombro, murmuré:
—¿Puedo ayudarle en algo?
El desconocido levantó la cabeza. Era joven; tenía el rostro anguloso y el cabello rubio.
—Ha muerto —dijo con voz dura—. ¡Mi esposa ha muerto! 
Me senté a su lado. Evidentemente no esperaba contestación alguna, pero comenzó a hablarme en un murmullo entrecortado, como si yo fuera una amiga. Unos pocos años antes, había venido de Australia con su esposa. Si bien su salario de empleado era mezquino, y su departamento resultaba demasiado pequeño desde la llegada de un hijo, su vida había estado llena de amor y felicidad hasta que su mujer murió dos meses atrás. Me habló de los interminables días y de las noches de insomnio que había pasado desde entonces.
—No sé cómo seguir viviendo sin ella —repetía angustiado—. Oro para tener valor, mas las cosas empeoran cada día. La gente ha sido amable, pero . .* .
Se interrumpió repentinamente. Mientras yb trataba de extraer del vacío de mi propio corazón algunas frases de aliento, ébló de nuevo, y sus palabras constituyeron una revelación súbita para mí.
—¡Todos han sido tan bondadosos conmigo! El matrimonio que se hizo cargo del bebé, los vecinos a quienes antes no conocía y que insisten en que coma con ellos todas las noches, los compañeros de la oficina Dios ha contestado mi ruego a través de toda esa gente. Pero yo no escuchaba.
Pero yo no escuchaba. Fue como si esas palabras abrieran una puerta en mi espíritu. Yo también había pedido ayuda, mas esperaba alguna solución dramática que borrara milagrosamente el dolor de la pérdida sufrida. Cuando eso no ocurrió (¿ y cómo podría haber ocurrido?) me alejé de Dios, diciéndome que Él no había escuchado mis oraciones. Sin embargo, y no obstante haberle vuelto la espalda, Él había contestado mi súplica, y yo lo habría comprendido así si hubiera sabido escuchar.
Sentada junto a ese desconocido, recorrí con el pensamiento los largos meses anteriores. Mi médico me había enviado a pasar las primeras semanas a la playa para que pudiera descansar. No bien los otros huéspedes del pequeño hotel descubrieron que yo acababa de enviudar, me rodearon como un pequeño ejército de amigos, decididos a no dejarme sola. Me obligaron a nadar, a bucear, a compartir sus paseos en bicicleta. Ni una sola vez se me ocurrió que su cálida amistad podía ser una respuesta a la plegaria que yo elevaba a Dios: "¡Ayúdame a soportar esta soledad y desesperación!"
Durante mi vida de casada nunca desempeñé un empleo, y se me dijo que debido a mi falta de experiencia me sería difícil conseguir uno. Sin embargo, y justamente cuando más lo necesitaba, me encontré con una señora que casual-mente mencionó una vacante que existía en la redacción de una revista. Me presenté y fui aceptada, cosa que yo califiqué de feliz coincidencia.
La primera Navidad sin Godofredo, tres matrimonios que yo apenas conocía me invitaron a pasar ese día con ellos. Mis vecinos observaban con atención mi estado de ánimo, y si advertían signos de que mi depresión aumentaba, me obligaban a compartir sus vidas. La secretaria del editor para el que trabajaba, dedicó parte de su tiempo libre a ponerme al corriente de mis obligaciones, y llegó hasta corregir mi mala ortografía. ¡He hallado tanta gente buena!
Y esa noche el destino había reunido a dos extraños en una pequeña iglesia vacía de Londres, para que ambos descubrieran juntos cuál es en realidad la forma  en que  Dios contesta las oraciones. No se trata de un don milagroso de valor y esperanza, ni de una panacea sobrenatural que cure los males del espíritu. Ese apoyo se advierte en .las pequeñas cosas: en el calor de la amistad que reconforta el ánimo desfalleciente, en el alivio del corazón adolorido al compartir la alegría ajena, en la bondad de un extraño que ilumina un día. Ésta es, pues, la manera como Dios nos ayuda a soportar las desgracias y a rehacernos.
mq
 
 martes, 6 de febrero de 2018

DIOS-UN ANGEL Y LA TORMENTA DE FUEGO
Joe Stevenson

Hacía calor cuando regresé de la iglesia aquel domingo en una mañana del mes de agosto. El estruendo de una tormenta de truenos y chispas eléctricas estaban sobre los veinticinco mil acres del espacioso terreno virgen detrás de mi casa, que se encuentra a unos doscientos metros de la carretera Mount Rose, cerca de Reno, Nevada.
Yo había tenido una rnañana ocupada. Primero había ayudado a mi esposa Janice a cargar el auto para un viaje a Las Vegas, donde ella planeaba visitar a su hermana por una semana y llevar a los niños con ella. Esto significaba que rne quedaba solo con nuestra perra B.J. y nuestros dos gatos. Me sentía triste de  ver a la familia despedirse, pero al mismo tiempo estaba deseoso de disrutar una semana llena de paz y soltería. Cualquier esposo cornprendería rni sentir.
Después que se fueron, manejé el auto hasta el carnino de tierra que llega hasta la carretera principal y hacia la Iglesia Evangélica Libre deMount Rose donde yo enseñaba a un grupo. Recuerdo el tema de esa mañana, era I Corintios.
También recuerdo la sensación de satisfacción que tuve cuando regresé y vi nuestra casa en medio de un mar de arbustos y árboles, haciendo una silueta contra el cielo azul de Nevada. Nos había tomado diez años planearla y dos años construirla. Todos la amábamos. La considerábamos la última casa en la cual viviríamos.
Esa tarde larde,alrededor de las 2:30, un rayo provocó un fuego en un matorral,  a unos tres kilómetros de nuestra casa. Yo me preocupé _ cualquier fuego en agosto es en extremo peligroso porque la vegetación está muy seca- pero el viento estaba soplando del suroeste, cosa que significaba  que el fuego se estaría alejando de nosotros. . Mi vecino Tony Brayton vino a observarlo conmigo. Ambos nos sentimos seguros de que se apagaría antes de llegar a alcanzarnos.
Por, pura precaución, cargué  algunas pertenencias en el auto. Luego saque la manguera y comencé a mojar el techo y el piso nuevo de madera que había añadido atrás de la casa. Otras personas en el área estaban vigilando el fuego también.  Tres veces sonó el teléfono; eran personas llamando para decirme que estaban orando para que el fuego no nos alcanzara. Había Consuelo y animo en esto.
Pero  abruptamente, alrededor de las 4:45, el viento dio un viraje de 180 grados. Eel viento del suroeste cambió súbitamente hacía el noroeste. Las  llamas se dirigían súbitamente hacia nosotros.
Tony quien se había ido diez minutos antes, regresó corriendo. Nos quedamos allí,  medio paralizados con lo que veíamos. Lo que había sido un pequeño fuego de matorrales, era ahora una tormenta gigante de fuego rugiendo hacía nosotros, consumiendo todo a su paso en una pared de fuego de quince a treinta pies de alto y de un kilómetro de ancho.
Venía a una velocidad increíble, absorbiendo el oxígeno del aire al nivel de la tierra frente a ella y creando tornados de fuego que se lanzaban a cincuenta pies de altura hacía el cielo lleno de humo negro. El sonido del chisporroteo era aterrador. Era como si un demonio gigante se dirigiera a destruirnos y se materializaba de la nada. Bramaba por las colinas, brincando sobre el cañón, sesenta pies de profundidad y cien pies de años como si el cañón no hubiera estado allí. Su velocidad era impresionante. En segundos estaría sobre nosotros.
Abrí la  puerta y llamé a B.J., pero no había señales de ella y no había tiempo de buscarla. Tony y yo soltamos los caballos y corrimos para salvar nuestras vidas. Mientras corríamos, dije la oración más rápida que despierto y corriendo he dicho en los cuarenta y dos años de mi vida. Dije : “Señor, pongo mi casa y todo lo que hay en ella en tus manos”. Y luego recordando lo que San Pablo dijo sobre la importancia de dar gracias por todo, bueno o malo, me las arreglé para orar (aunque no me sentía con deseos), "Señor, no importa lo que suceda, te doy gracias por ello y te alabo".
Salté a mi pequeño Omni. Tony se tiró dentro de mi otro auto y manejamos por la carretera hacia la casa de Tony. Recogimos a su esposa, le avisamos a una familia en la tercera casa, y proseguimos la escapada hacia la carretera. Detrás de nosotros, el monstruo de fuego arrasaba; rugiendo, silbando, chisporroteando, envolviéndolo todo.
Ya en la carretera, salí de mi auto y me quedé mirando una pared de llamas y fuego. ¿Cómo reaccionas cuando todo por lo que has estado doce años soñando y trabajando, es destruido en diez segundos de fuego consumidor? ¿Maldices? ¿Gritas? ¿Lloras? Otros estaban haciendo esas cosas, pero yo no, porque el pensamiento más importante en mi mente en ese momento era  un cristiano Joe, así que actúa como tal. Recuerda: "Todas las cosas obran para bien para aquellos que aman a Díos". Alaba a Dios. Así que le alabé, en voz alta, aunque sé que algunas personas pensaron que estaba loco, o conmocionado o ambas cosas.
.Nos quedamos en la carretera durante otros diez minutos más o menos, observando como otras casas eran envueltas en llamas, estábamos muy aturdidos para hacer o decir algo. Luego las llamas alcanzaron la carretera donde estábamos  y la policía nos dijo que teníamos que movernos montaña abajo. Más tarde,supe  que   125 postes de la luz fueron consumidos ese día.
  Para ese entonces, algo pasó que resultó  ser muy extraño, aunque no nos pareció raro en el momento que sucedió. Mientras caminaba hacia mi auto, un joven con cabello obscuro.,vestido con una camiseta y pantalones de mezclilla azules me llamó: "Tú, el de la camisa blanca". Yo no conocía al joven, y en realidad yo tenía una camisa amarillo claro, aunque en ese momento no lo cuestioné. El me miró directamente y dijo: "Yo me subí sobre tu techo y le eché agua". Tony también le escuchó decir esto.
Yo estaba seguro de que se había equivocado de persona, ya que nadie hubiera podido acercarse a mi casa después que me fui. Le di las gracias de todas formas, y no pensé más sobre el asunto.
Luego, ya en el hogar de un amigo en el lago Tajo, pude comunicarme con Janice en casa de su hermana. El tener que decirle que la casa de nuestros sueños se había quemado totalmente era más difícil que el haber visto el fuego. Todo lo que dijo fue: "Gracias a Dios que tú estás bien".
La amenaza de fuego a lo largo de las hizo imposible el regresar a Reno esa noche. Llamé al departamento de bomberos repetidas veces, pero no pude conseguir información. En un momento dado llamé a una pareja de la iglesia Chauncey y Betty Fairchild que podían ver mi  casa a través del valle.
"Joe", Chauncey dijo: "Nosotros observamos todo con nuestros binoculares. Cuando vimos  las  llamas cambiar de dirección y dirigirse hacia tu casa, toda nuestra familia formó un  círculo de  de oración y oramos por tu seguridad  y la de tu casa. Y Joe, la casa está  en pie".
Le di las gracias, pero no le creí. Quizás, pensé, él podía ver todavía el caparazón de mi casa, pero yo sabia que nada había  podido sobre­vivir la tormenta de fuego. Mi casa estaba rodeada de  matorrales secos y maderas, lo cual mi espósa me había pedido  repetidas veces que recogiera y limpiara.
Cuando regresé a la casa un  poco después del amanecer de la mañana siguiente,  no podía creer lo que veían mis ojos.esto es lo que encontré: El fuego había quemado lo que había encontrado a escasos diez pies de distancia de la casa  y todo alrededor pero  nada había pasado adentro. La casa y su contenido estaban intactos.
La línea de electricidad que alimenta mi casa se había  derretido y había caído a tierra a treinta pies de la casa. Las líneas  telefónicas que estaban encima de dichos cables estaban fundidas.
 Mi jaula de pollos, a cuarenta pies de la casa, estaba chamuscada y caliente, pero los diez pollos estaban vivos.   
Ia perra y los dos gatos estaban sanos. Los gatos estaban afuera, uno en ele garaje y el otro en la escalera trasera. La perra estaba adentro, muy contenta de verme.
Un puente que queda a doscientas yardas de la casa y ni siquiera está en mi propiedad, no fue tocado,mientras que el  puente de mi vecino a sólo  quince pies de distancia, fue completamente destruido .
Solo los arbustos secos están entre ambos.
 De las siete casas en mi área , tres fueron completamente destruidas.
Todas las otras sufrieron daños, dos de ellas serios. ¿Cómo puedo explicar todo esto? ¿Cómo puedo explicar el hecho de que absolutamente nada de lo que poseo fue tocado por el fuego, ya estuviera en mi propiedad  o no? Lo único que puedo decirles es lo que creo
Yo he sido cristiano casi toda mi vida, pero sé que mi fe no es tan fuerte como debiera ser. Y esto puede que sea cierto para muchas personas que van a la iglesia , sabemos que somos cristianos y pensamos que es suficiente. Pero yo creo que hay momentos cuando  Dios desea probar nuestra -y reforzarnos-. También creo que no pretendo entenderlo todo- que en ocasiones cuando podemos darle gracias a Dios frente a lo que parece un desastre. y nos ponemos sin reservas en sus manos y no somos obstáculos en su camino, que El puede y hará cosas maravillosas por nosotros.
No hemos exagerado al referirnos  la intensidad  del fuego en la mañana del 9 de agosto de 1,981. En esa época  yo estaba trabajando para el sistema Telefónico Bell de Nevada. Así que conozco algo sobre cables. Tuvo que haber tomado 1,800 grados de  calor para derretir esas líneas eléctricas que estaban a treinta pies de  altura. Quizás 2000 grados. Y sin embargo, mi casa, a treinta pies de distancia, ni siquiera había sido marcada. Para mí esa fue la forma en la que Dios me habló  claramente y me dijo: “Estoy aquí, soy real. Yo te cuido”.
 El fortaleció mi fe, porque El sabía que necesitaba ser fortalecida.
Nunca más seré   negligente en cuanto  a mi fe ni dejaré de  darle importancia. Luego está el enigma del joven, a quien nunca más he visto. ¿Cómo sabía él quién yo era? ¿Cómo sabía que era mi casa?
 Cuando finalmente regresé a mi casa, la manguera que había dejado tirada al salir, sobre el piso de madera del patio, estaba en el techo. Sin embargo Tony y yo salimos por la única vía que no estaba en llamas. ¿Cómo pudo alguien llegar allí sin nosotros verlo? Y si alguien hubiera podido llegar allí, ¿,cómo se encaramó en el techo? No hay escalera. Usted simplemente no puede subir a él. Y sabiendo que las líneas eléctricas tuvieron que haber sido la primera cosa que fue destruida, ¿cómo podía fluir el agua a través de una manguera conectada a un pozo eléctrico?
 Yo no puedo contestar estas preguntas. Pero quizás –sólo quizás haya una respuesta en la Biblia. Busque Hebreos.l3 y lea el segundo verso. La frase "hospedaron ángeles" sustitúyala con las palabras fueron rescatados por ángeles". Entonces  puede que tenga una idea sobre lo que realmente   pasó ese  día de agosto cn la carretera Mount Rose.
Para mí es algo más que un indicio. Ceo que es la verdad.
 

 

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