SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre 1957
. Sin embargo, la pusieron en una celda con muchachas que eran realmente perversas. En tres días, mi hija había oído palabras y aprendido cosas que yo no sospechara nunca siquiera que existían. Lo peor es que ahora que esas muchachas están en libertad María se ve con ellas en secreto. Señor juez, ¡debe haber una forma mejor de castigar a jóvenes que no son criminales!
El dolor de una madre le incitó a buscar una forma mejor de castigar a jovencitos que han cometido una falta. Los resultados de esa búsqueda representan una nueva esperanza para muchos padres angustiado
“ EL JUEZ DE CHOCOLATE»
Por Robert Littell
SORPRENDIDO por la policía rompiendo faroles del alumbrado público en Darmstadt (Alemania Occidental), el menor Hans Mueller, de 16 años, fue llevado ante el juez Karl Holzschuh.
—Hans —le dijo severamente el magistrado— te declaro culpable, pero dejo la condena en suspenso por tus buenos antecedentes. Sin embargo debes reparar tu falta. Te mando que aprendas a respetar el alumbrado público, ayudando al personal municipal a limpiar los faroles durante tres meses, en tus horas libres. Este hombre —y señaló al representante del Patronato de Menores— se ocupará de que cumplas debidamente tu obligación. Si no lo haces, irás a la cárcel.
Esta «condena» es característica de las muchas que ha dictado el juez Holzschuh en los años que lleva actuando en el tribunal de menores.
—No les peguen a los chicos traviesos con una regla en los nudillos —dice— y pónganlos en cambio a trabajar reparando el daño que han hecho. Y que la reparación sea proporcional a la falta.
Veamos el caso de Willy, por ejemplo. Todos los días pasaba al ir a su trabajo por un patio de escuela lleno de bicicletas. Por último, no pudo resistir a la tentación de cambiar su vieja bicicleta herrumbrosa por una «Wanderer» flamante. La mayoría de los jueces habrían impuesto a Willy una fuerte multa; el juez Holzschuh, por el contrario, dispuso que el muchacho depositara cada semana cinco marcos en una cuenta de ahorros, hasta reunir lo suficiente para comprar una «Wanderer» nueva que se regalaría a un asilo infantil. Un año después, Willy asistió muy orgulloso a la ceremonia de la entrega.
Sentencias como esa han difundido el nombre del juez Holzschuh como uno de los magistrados de más imaginación y mayor sentido realista que han tratado de resolver con un criterio nuevo el viejo problema de la delincuencia de menores.
Karl Holzschuh es un hombre de 49 años, de poca estatura y calvicie incipiente, que tiene un apretón de manos tan amistoso que casi lastima. Una multitud incesante de padres angustiados y de niños arrepentidos o rebeldes va a verle a su despacho. Siempre paciente, sin prisa ni ceño oficial, muestra una capacidad poco común de oír la palabra que no llega a los labios y de leer entre las líneas de una nublada frente juvenil.
Tiene a la mano un cuaderno en que anota los nombres de las personas de Darmstadt que necesitan ayuda: enfermos, ancianos solitarios, jubilados inválidos, familias menesterosas, instituciones de acción social que piden voluntarios.
—¿De modo que tu padre es vendedor ambulante? —dice a un adolescente—. Pídele prestado su carrito una vez por semana y lleva carbón a este matrimonio de viejecitos.
Y a otro que ha echado monedas falsas en una máquina automática:
—Debes encargarte de llevar tabaco periódicamente al asilo de ancianos.
La preocupación de Karl Holzs chute por los menores delincuentes data de cuando ocupaba su primer puesto judicial importante, en el reformatorio de varones de Rockenburg, donde recaía en él, después de estudiar cada caso, la responsabilidad final de decidir sobre la conveniencia de poner en libertad condicional a un muchacho. Eso le dio mucha materia para meditación. ¿No era muchas veces el castigo una forma de venganza primitiva? Las penas de cárcel ¿ eran realmente eficaces para reformar a esos menores? Aun el régimen de libertad condicional ¿no resultaba negativo, con eso de poner a un muchacho a prueba diciéndole «no hagas esto,» «no hagas aquello?» Tales prohibiciones ¿contribuían en verdad a formar el carácter?
Después fue nombrado juez de distrito. Cada vez. que tenía que mandar algún menor al reformatorio, le perseguía el recuerdo de lo que había visto en Rockenburg. Cada día se sentía más descontento con el escaso margen de elección que le dejaba la ley para tratar a la gran mayoría de los menores que cometían delitos de poca monta.
Hace unos ocho años, después de ser ascendido al juzgado de Darmstadt, fue a verle una madre, cuya queja resultó decisiva en la carrera del magistrado.
—Mi hija María —dijo la señora Dietz, temblándole la voz de indignación— es débil, despreocupada y pícara, pero no es mala. Sin embargo, la pusieron en una celda con muchachas que eran realmente perversas. En tres días, mi hija había oído palabras y aprendido cosas que yo no sospechara nunca siquiera que existían. Lo peor es que ahora que esas muchachas están en libertad María se ve con ellas en secreto. Señor juez, ¡debe haber una forma mejor de castigar a jóvenes que no son criminales!
Esas palabras le quemaron la conciencia y el juez Holzschuh empezó a buscar una forma mejor. Pocos meses más tarde la encontró, gracias a una sirvientita de 16 años, limpia y trabajadora, llamada Lena. Ese fue el caso que iba a ganarle el sobrenombre de «el juez de chocolate.»
Los patrones de Lena confiaban completamente en ella y admiraban la regularidad con que enviaba a sus padres el salario. Un día faltó cierta suma de dinero. Se quedaron estupefactos cuando Lena confesó a la policía entre sollozos que ella lo había hurtado. Mientras el juez Holzschuh hojeaba el expediente de Lena, resonaba en sus oídos la voz airada de la señora Dietz: debía haber una forma mejor.
Tras una conversación paciente y amistosa con Lena, el juez descubrió que le gustaban con locura los dulces, como a tantos niños alemanes que se vieron privados de ellos durante la guerra, y esa pasión había llegado a ser más fuerte que su honradez natural. Al verla llorando ante él, comprendió con claridad que estaba realmente arrepentida y deseaba de todo corazón reparar su falta.
En un relámpago de intuición, el juez vio cuál debía ser la sentencia.
—Lena —le dijo— todos los domingos comprarás un poco de chocolate y lo llevarás a los huerfanitos del asilo'.
Así fue como durante tres meses se dirigió Lena cada domingo al asilo en tranvía, apretando su pequeño paquete de chocolate. Con su propio esfuerzo, mantenido muchas semanas, saldó completamente su cuenta moral. Pero no la dejaron que tuviese que hacerlo sola : una visitadora social, designada a ese fin por el juez, fue su consejera y amiga.
Entonces no había bastantes personas especializadas en acción social para ocuparse de todos los casos que el juez tenía. Entre tanto, hace cuatro años, el Parlamento alemán sancionó una ley que amplió mucho las facultades de los jueces de menores en cuanto a la duración y el carácter de las penas. Más importante aun fue el hecho de que el nuevo procedimiento encargaba al Patronato de Menores y a determinadas asociaciones de protección social la misión de velar por el cumplimiento de los fallos judiciales.
El juez Holzschuh aprovechó en seguida las ventajas de la nueva ley. Además de la ayuda oficial, su celo ha atraído a un vasto número de colaboradores desinteresados y dedicados: hombres de negocios, empleados públicos jubilados, maestros, estudiosos de ciencias sociales, y clérigos.
El magistrado busca en cada niño hasta encontrar algún rasgo que pueda servir como aliado suyo en la lucha por la redención. Está el caso de
Horst, que simplemente por maldad arrancó de la pared de la escuela de artes y oficios a que asistía unos muebles fijos. El juez Holzschuh descubrió que Horst tenía una destreza manual poco común y le ordenó que se presentase al portero de la escuela todos los sábados durante seis meses. Muy pronto comenzó Horst a enorgullecerse de las tareas que le encargaba el portero y a los pocos meses no había en el edificio nada que no se abriera, cerrara y funcionara a la perfección, ni en Darmstadt otra escuela que se encontrase en tan buen estado.
Un caso que aconteció antes de que el partido comunista fuese declarado fuera de la ley en Alemania Occidental, demostró la verdad de uno de los más firmes principios del juez Holzschuh: «La proximidad del bien es mucho más eficaz que el castigo del mal.>
Uno de los arrestados a raíz de una refriega callejera entre manifestantes comunistas y la policía era Klaus, un jovencito de 17 años, hijo de afiliados fanáticos. La opinión se agitó, reclamando una condena ejemplar, pero en vez de enviarle a la cárcel, el juez Holzschuh dispuso que Klaus leyera en el término de un año 12 libros elegidos en una conocida colección de biografías y le informara por escrito sobre cada uno.
Klaus escribió meditadas composiciones sobre la vida de hombres como Beethoven, Edison y Gandhi, y habló luego de ellos con el juez, que nunca le criticó sus ideas.
—Es todavía peor que inútil —dice el magistrado —sermonear a alguien cuyas convicciones tienen una base emotiva.
El resultado fue que Klaus se despojó sin advertirlo del fanatismo heredado de sus padres, y luego cambió su trabajo en una imprenta comunista por otro como mecánico de automóviles.
El juez Holzschuh ha aplicado sus famosas sentencias más o menos al 80 por ciento de los menores llevados a su tribunal y según sus cálculos ellas han dado buen resultado nueve veces de cada 10.
—No tenemos la pretensión de convertir a los niños en santos —declara— y nos sentimos satisfechos si los encaminamos de nuevo por un buen rumbo.
Hace varios meses fue trasladado el juez Holzschuh de Darmstadt a* Wiesbaden, que es una ciudad mucho mayor. Su plan ha despertado mucho interés: recientemente visitó a los Estados Unidos, donde expuso sus ideas en 40 de los 48 estados. Recibe una correspondencia enorme, en la que figuran tanto pedidos de ayuda como palabras de aliento y de consejo de los propios jóvenes.
En todas partes hay padres desesperados que han recibido nuevas esperanzas con esta forma de abordar el problema de los menores delincuentes. Con un profundo respeto por la personalidad humana, el juez Holzschuh está elaborando poco a poco un método de adaptación de la ley al individuo, en vez de tratar de apretar al individuo para ajustarlo a las formas de la ley.
Al brillante y jovial matemático a quien se deben los avanzados “cerebros” electrónicos no le hacían falta, pues gozaba de una de las mejores mentes más asombrosas jamás conocidas.
EL CEREBRO PRODIGIOSO DE JUAN VON NEUMANN
Por Clay Blair hijo
Condensado de “Life
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre 1957
En febrero último funcionarios gubernamentales y hombres de ciencia asistieron en el Hospital Walter Reed, de Washington, a una misa de réquiem para hacer patente su reconocimiento por una enorme contribución a la ciencia. Al mismo tiempo rendían homenaje a un hombre de intensa y sugestiva personalidad, que, aun sabiendo que iba a morir, continuó siendo un altruista servidor de su patria. Con la muerte de Juan von Neumann a los 53 años de edad, el mundo perdió uno de sus sabios más eminentes. Y, a pesar de ello, su muerte, igual que la luminosa labor de su vida, pasó casí inadvertida para el público.
Von Neumann, uno de los matemáticos más ilustres del mundo y una autoridad en el campo de las máquinas calculadoras, fue el hombre que más impulsó el uso de los «cerebros» electrónicos por el gobierno y la industria. Fue el constructor de la máquina que llamó MANIAC («maniaco,» siglas del nombre en inglés de «Analizador matemático, integrador numérico y computador»), prototipo de las calculadoras más adelantadas de la actualidad. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el principal descubridor y perfeccio‑nador del método de implosión, que abrevió en un año, por lo menos, la construcción de la bomba atómica. Más tarde fue el asesor-jefe de la fuerza aérea de los Estados Unidos en armas nucleares, y la mayor influencia científica que decidió a los Estados Unidos a lanzarse a la producción intensiva de proyectiles balísticos intercontinentales.
Hans Bethe, que desempeñó el cargo de director de la división de teoría física en el laboratorio de Los Alamos, declara: «Muchas veces me he preguntado si un cerebro de la capacidad del de von Neumann no sugiere la existencia de una especie superior a la humana.»
El consejo de von Neumann en el campo de los computadores era solicitado casi en todas partes. Un día, durante una reunión de la Corporación RAND, organización de investigación científica de Santa Mónica, en California, convocada con objeto de examinar las posibilidades de construir una nueva clase de computador, von Neumann dijo: «Amigos míos ¿por qué no me dan ustedes un ejemplo de la clase de problema para el cual quieren usarlo?»
Uno de los presentes planteó un problema que había costado dos años resolver. Von Z; cumann escuchó con la cabeza entre las manos. Formulado el problema, von Neumann trazó unas notas en un papel y se quedó con la mirada tan fija que uno de los técnicos de RAND comentó más tarde que parecía cómo si «su mente le hubiera descoyuntado la cara.» Luego, irguiéndose, von Neumann dijo: «Señores, tengo la solución.»
Con los demás concurrentes mudos de asombro, von Neumann fue describiendo los diferentes pasos que, conducían a esta solución. Uno de ellos exclamó riendo: «Juan, necesitamos la máquina porque nosotros no tenemos un von Neumann.»
En una ocasión un amigo le mostró un problema extraordinariamente complejo y observó que cierto famoso matemático había necesitado toda una semana —el tiempo que duró su viaje en el Ferrocarril Transiberiano— para resolverlo. Von Neumann, que a su vez iba a toda prisa a tomar un tren, llevó consigo los términos del problema. Dos días después el amigo recibía de Chicago un paquete aéreo. Era la solución del problema, 50 páginas escritas a mano, con una posdata de von Neumann que decía simplemente: «Tiempo del viaje a Chicago: 15 horas y 26 minutos.» Para von Neumann esto no era una expresión de vanagloria, sino de placer absoluto: como la del golfista que hace un hoyo de un solo golpe.
Juan von Neumann, primogénito de un acomodado financiero judío, había nacido en Budapest en 1903. Pertenecía a la misma generación de físicos húngaros que Eduardo Teller, León Szilard y Eugenio Wigner, todos los cuales trabajaron más tarde en el desarrollo de la energía atómica en los Estados Unidos. Creció en una sociedad que ponía su orgullo en el progreso intelectual. A los ocho años de edad ya dominaba completamente los cálculos y era capaz de aprenderse de memoria, leyéndola una sola vez, toda una columna de la guía telefónica y repetirla de arriba abajo, con nombres, direcciones y números de teléfono. A los 21 años ya tenía dos títulos académicos: de ingeniero químico, de Zurich, y de doctor en física matemática de la Universidad de Budapest. Al año siguiente, 1926, se trasladó a Gotinga, en Alemania, que a la sazón era el corazón del mundo de las matemáticas.
Von Neumann no practicaba el judaísmo, y más tarde había de convertirse al catolicismo, pero encontró hostilidad a causa de su raza. Para 1929 los nazis emprendieron la conquista del poder, y él aceptó una invitación de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos, para dar una serie de conferencias. En 1930, a la edad de 26 años, quedó empleado allí como profesor de física. Tres años más tarde, cuando se fundó en Princeton el Instituto de Estudios Avanzados, fue nombrado —con Alberto Einstein— uno de sus primeros catedráticos titulares.
«Era tan joven —recuerda un miembro del Instituto— que la mayor parte de la gente le tomaba por un estudiante recién graduado.» Jamás tuvo aspecto de profesor. Vestía tanto al estilo de un banquero de Wall Street que uno de sus colegas le dijo una vez: «Juanito ¿por qué no te manchas la chaqueta un poco con polvo de tiza para parecerte algo a nosotros?»
Einstein y von Neumann no llegaron a intimar. Un miembro del Instituto, que trabajó con ambos, dice: «La mente de Einstein era lenta y contemplativa. Consagraba años enteros a un pensamiento. La mente de Juanito era veloz como el rayo. O resolvía un problema inmediatamente, o no lo resolvía nunca. Si tenía que pensar en él mucho tiempo y se aburría, su interés empezaba a desvanecerse.»
Las conferencias de von Neumann eran brillantes, aunque a veces resultaba difícil seguirlas por la curiosa costumbre que el sabio tenía de borrar las fórmulas del encerado. Cuando llegaba al borde inferior de la pizarra con el problema aún sin terminar, borraba las ecuaciones de la parte superior y empezaba nuevamente. Cuando hacía esto dos o tres veces, la mayoría de los otros matemáticos se sentían incapaces de sequir sus razonamientos. En una de esas ocasiones, un colega esperó hasta que von Neumann hubo terminado el problema y dijo: «Ya comprendo. Se demuestra borrando.»
En períodos de intensa concentración se sumía de tal modo en sus preocupaciones que el mundo exterior pasaba de largo ante él sin dejar huellas. A veces interrumpía un viaje para hacer una llamada telefónica con el fin de averiguar para qué lo había emprendido.
El sabio tenía el criterio de que la concentración, por si sola, era insuficiente para resolver algunos de los problemas más difíciles y que estos se solucionaban en el subconsciente. Con frecuencia se acostaba con un problema sin resolver, y a la mañana siguiente, al despertar, escribía la solución en un cuaderno que tenía sobre la mesa de noche. Era muy corriente que von Neumann empezara a trazar notas en un papel en medio del espectáculo de un cabaret o de una animada fiesta, «cuanto más ruidosa —según su esposa— mejor.» Cuando su esposa le preparó un recogido estudio en su casa de Princeton, von Neumann se enfureció. «Bajó del piso alto —explica la señora von Neumann— y me preguntó: ¿Qué pretendes hacer, aislarme del mundo? Después de aquello, hizo la mayor parte de su trabajo en la sala mientras tocaba el gramófono.»
Poco antes de 1940, von Neumann empezó a recibir un nuevo tipo de visitantes en Princeton: el hombre de ciencia y el ingeniero militar. Después de haber hecho algunos trabajos para la marina de guerra norteamericana en cuestiones de balística y guerra antisubmarina, cundió su fama y la artillería militar empezó a utilizar sus servicios como asesor en los terrenos de experimentación de Aberdeen, en el estado de Maryland. Cuando los grupos científicos se enteraban de que iba a llegar von Neumann, empezaban a formular todos sus problemas matemáticos en fila, como blancos de un salón de tiro. Llegaba el sabio e iba derribándolos uno a uno.
Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo viajando entre Washington, donde había fijado temporalmente su residencia, Inglaterra, Los Alamos y otros sitios donde había instalaciones de defensa. Una vez destruido el Eje, von Neumann recomendó que los Estados Unidos construyeran inmediatamente armas atómicas aun más potentes y las usaran antes de que los Soviets pudieran crear sus propias armas nucleares. Igual que otras personas, von Neumann estimaba que el mundo había ido empequeñeciendo tanto que ya no permitía a las naciones resolver sus asuntos independientemente de las demás. En aquella época von Neumann hizo una famosa observación: «En lo que se refiere a los rusos, no se trata de si harán algo, sino de cuándo lo harán.»
Hacia fines de 1949, después de haber efectuado los rusos la primera explosión de prueba de la bomba atómica, el mundo científico de los Estados Unidos estaba dividido entre las tendencias favorable y opuesta a que el país construyera una bomba de hidrógeno. Mientras se desarrollaba la controversia, von Neumann marchó discretamente a Los Alamos y comenzó a dar los primeros pasos matemáticos hacia la creación del arma.
En octubre de 1954 Eisenhower nombró a von Neumann miembro de la Comisión de Energía Atómica. El sabio aceptó, aunque la fuerza aérea insistía en que retuviese la presidencia de su grupo de estudios de proyectiles balísticos.
Llevaba en su nuevo puesto solamente seis meses cuando sintió el primer dolor, en el hombro izquierdo. Antes de que trascurriera un mes tuvo que ser operado en un hospital de Boston. Un eminente patólogo, el Dr. Shields Warren, confirmó que la dolencia era un cáncer secundario, y los médicos no se dieron tregua tratando de localizar su origen. Varias semanas más tarde lo encontraron en la próstata. Coincidieron en el pronóstico de que no le quedaba a von Neumann mucho tiempo de vida.
—¿ Cómo deberé pasar mis últimos días? — preguntó von Neumann al Dr. Warren.
—Te diré, Juanito. En tu lugar, yo continuaría con la comisión mientras me sintiera capaz de ello. Al mismo tiempo, si tuviera algún documento científico importante que escribir, pondría manos a la obra inmediatamente.
Von Neumann regresó a Washington y reanudó su intenso trabajo en la Comisión de Energía Atómica. A quienes le hacían preguntas sobre el brazo, que llevaba en cabestrillo, les musitaba algo sobre una fractura de la clavícula. Continuó también recibiendo una interminable serie de visitantes de Los Alamos, Princeton y de todas partes. La mayoría de esos hombres sabían que von Neumann se estaba muriendo de cáncer, pero no lo mencionaban nunca.
Desaparecido el último visitante, von Neumann se retiraba a su estudio para trabajar en la monografía que ya sabía iba a ser su última aportación a la ciencia. Era una tentativa de formular un concepto que arrojase nueva luz sobre la mecánica del cerebro humano. Opinaba que si se podía exponer tal concepto, se lo podría aplicar también a los computadores electrónicos y permitiría al hombre dar un importante paso en el uso de estos autómatas.
Su razonamiento era que, en principio, no había razón alguna por la que no pudiera llegar el día en que una máquina fuera capaz no solo de realizar la mayor parte de las funciones del cerebro humano, sino también hasta reproducirse, es decir, crear otras máquinas iguales a ella. Pero, a medida que iban pasando las semanas, el trabajo se hacía más lento. El mundo de von Neumann había empezado a estrecharse entorno a él y en abril de 1956 ingresó definitivamente en el Hospital Walter Reed.
Un teléfono a la cabecera de la cama le comunicaba directamente con su oficina de la Comisión de Energía Atómica. A su servicio, día y noche, se destinó a ocho aviadores, todos ellos de absoluta confianza, para manejar asuntos del máximo secreto. En varias ocasiones se le llevó en un automóvil oficial al corazón de Washington para que asistiera a reuniones de la comisión en una silla de ruedas. Miembros del gabinete y jefes militares acudían continuamente a consultarle mientras todavía quedaba tiempo.
Ahora le llegaban los honores de todas partes. Fue uno de los ganadores del primer Premio Einstein de la Universidad Yeshiva. En una ceremonia extraordinaria celebrada en la Casa Blanca, el presidente Eisenhower le impuso la Medalla de la Libertad. En abril, la Comisión de Energía Atómica le confirió el Premio Enrico Fermi por su contribución a la teoría y diseño de las máquinas computadoras, acompañado de una remuneración de $50.000 exenta de impuestos.
Al ir progresando la enfermedad, el gran cerebro empezó a fallar. De vez en cuando, no obstante, se revelaba la antigua facultad de su prodigiosa memoria. Un día su hermano le leía en alemán el Fausto, de Goethe. Cada vez que el hermano hacía una pausa para volver la página, von Neumann recitaba de memoria las primeras líneas de la siguiente.
El cuerpo de von Neumann, a que él nunca había prestado mucha, atención, siguió sirviéndole mucho más tiempo que su mente. El verano pasado los médicos le habían dado tres o cuatro semanas de vida. Sir embargo, el cuerpo no se dio Por vencido hasta febrero de este año Y fue un detalle característico de impaciente, ingenioso e inconmensurablemente genial Juan von Neumann que, aunque continuó traba jando en beneficio del prójimo hasta que no pudo más, su propia monografía, la que él esperaba que constituyera la culminación de su correra, quedó sin terminar.
lunes, 29 de agosto de 2016
CENTURION DE LA COMPAÑIA LA ITALIANA-JUSTO Y PIADOSO
La historia del Centurión Cornelio es de mucha
bendición para mí. Me llama la atención leer como se describe al Centurión Cornelio. Justo, Piadoso y temeroso de Dios.
10:1 Había
en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana,
10:2 piadoso y temeroso de Dios con toda su casa,
y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios
siempre.
10:3 Este vio claramente en una
visión, como a la hora novena del día, que un ángel
de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio.
10:4 El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo:
¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para
memoria delante de Dios.
10:5 Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a
Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro.
10:6 Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al
mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.
10:7 Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados, y
a un devoto soldado de los que le asistían;
10:8 a los cuales envió a Jope, después de haberles contado todo.
10:19 Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He
aquí, tres hombres te buscan.
10:20 Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he
enviado.
10:21 Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron
enviados por Cornelio, les dijo: He aquí, yo soy el que buscáis; ¿cuál es la
causa por la que habéis venido?
10:22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón
justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los
judíos, ha recibido instrucciones de un
santo ángel, de hacerte venir a
su casa para oír tus palabras.
10:23 Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente,
levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de
Jope.
10:24 Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los
estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más
íntimos.
10:25 Cuando Pedro entró, salió Cornelio a
recibirle, y postrándose a sus pies, adoró.
10:26 Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate,
pues yo mismo también soy hombre.
10:27 Y hablando con él, entró, y halló a muchos
que se habían reunido.
0:30 Entonces Cornelio dijo: hace cuatro días que a esta hora yo estaba en
ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi
que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente,
10:31 y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido
recordadas delante de Dios.
10:32 Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre
Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando
llegue, él te hablará.
10:33 Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de
Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.
10:44 Mientras aún hablaba Pedro estas
palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.
10:45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron
atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu
Santo.
10:46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.
10:47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que
no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como
nosotros?
10:48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que
se quedase por algunos días.
viernes, 26 de agosto de 2016
Por Rick Joyner
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Un trágico error
Algunos de los que quedaban en los niveles más bajos comenzaron a recoger las flechas del enemigo y a dispararlas de regreso hacia ellos. Esto fue un error grave. Los demonios esquivaban las flechas con facilidad y dejaban que estas le dieran a los cristianos.
Cuando un cristiano recibía un golpe por una de las flechas de Acusación o Calumnia, un demonio de Amargura o Ira volaba y se posaba sobre aquella flecha. Entonces comenzaba a orinar y a defecar su veneno sobre el cristiano. Cuando este tenía dos o tres de estos demonios añadidos al de Orgullo o Autojusticia que ya tenía, se transformaba en una imagen deformada de los mismos demonios.
Desde los niveles más altos podíamos ver lo que estaba sucediendo, pero los que se encontraban en los niveles más bajos, que utilizaban las flechas del enemigo, no lo podían ver. La mitad de nosotros decidimos continuar escalando, mientras que la otra mitad descendió a los niveles más bajos para explicarle a estos lo que estaba sucediendo. A todos se les advirtió que siguieran escalando sin detenerse, a excepción de unos pocos quienes se situaron en cada nivel para ayudar a los otros soldados a seguir escalando.
Seguridad
Cuando llegamos a la etapa llamada «La unidad de los hermanos», ninguna de las flechas nos pudo alcanzar. En nuestro campamento muchos decidieron que esto era lo más lejos que necesitaban escalar. Comprendí esto porque con cada nuevo nivel resultaba más precario colocar los pies. Sin embargo, a medida que escalaba, me sentía más fuerte y más diestro con mis armas, de manera que continué hacia arriba.
Pronto mis destrezas eran lo suficientemente buenas como para disparar y darle a los demonios sin herir a los cristianos. Sentía que si continuaba escalando podía disparar lo suficientemente lejos como para dar justo a los líderes principales de las huestes del mal, quienes permanecían detrás de sus ejércitos. Lamentaba que varios habían detenido su marcha en los niveles inferiores donde estaban seguros, pero desde allí no podían golpear al enemigo. Aun así, la fortaleza y el carácter que crecían en aquellos que continuaban escalando, hicieron de ellos grandes campeones, cada uno capaz de destruir a muchos enemigos.
En cada nivel se hallaban flechas de Verdad desparramadas que sabía habían sido dejadas allí por aquellos que habían caído de ese lugar (muchos habían caído de cada posición). Todas las flechas estaban nombradas con la Verdad de aquel nivel. Algunos se rehusaban a recogerlas, pero yo sabía que necesitábamos todas las que pudiéramos obtener para destruir la gran hueste que se encontraba
abajo. Levanté una, la disparé y le pegué fácilmente a un demonio, lo cual hizo que los demás comenzaran a recogerlas y a dispararlas.
Comenzamos a diezmar varias de las divisiones del enemigo. Debido a esto, el ejército maligno entero centró su atención en nosotros.
Durante un tiempo parecía que mientras más lográbamos, más nos atacaba el enemigo. Aunque nuestra tarea parecía interminable, ahora nos llenaba de regocijo.
Debido a que el enemigo no nos podía azotar con sus flechas en los niveles más altos, gran cantidad de buitres volaban por encima para vomitar sobre nosotros, o para cargar a los demonios que orinaban o defecaban sobre los peñascos, haciendo que se tornaran resbalosos
sábado, 29 de octubre de 2016
"TU ESCUCHAS LA ORACIÓN DE AQUELLOS QUE TE BUSCAN"- HISTORIA CONMOVEDORA
Una viuda joven y solitaria
descubre cómo Dios ayuda a sobrevivir y a rehacerse
a los desventurados que han perdido toda esperanza
Por Pamela Hennell
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