domingo, 18 de abril de 2021

LOS PRISIONEROS DE DIFFERDANGE

 Dramas de la vida cotidiana

LOS PRISIONEROS DE DIFFERDANGE

Por Edwin Muller

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Junio 1956

UNOS CUANTOS vecinos de la ciudad de Differdange, en Luxemburgo, han busca­do incansablemente a cierto alemán durante 15 años. Tenían que ajustar una cuenta con él.

Conocían su nombre, que era Jo­hann Punzel. Sabían también el nú­mero que tenía en el ejército ale­man y la circunstancia de haber si­do miembro del partido nazi. Pero hasta el 3 de junio de 1955 no logra­ron dar con su paradero.

Lo que Punzel había hecho, la ra­zón por la cual lo buscaban, ocurrió en la primavera de 1940. Concluida la guerra en Polonia, los vastos ejér­citos de Alemania y los aliados oc­cidentales se encontraban frente a frente a lo largo de la Línea Magi­not. Differdange estaba entre unos y otros, pero Luxemburgo era neutral y los vecinos de Differdange creían que los alemanes nunca invadirían su ciudad.

Al rayar el alba del 10 de mayo los despertó el estruendo de muchos aviones. Cuando miraron al cielo, lo vieron lleno de paracaídas. Habían llegado los alemanes. Pronto llega­ron también los franceses. Colum­nas de caballería salieron de la Línea

Maginot y ocuparon toda la ciudad. Cuando se dispararon los primeros tiros, ya los caminos que salen de Differdange estaban atestados de fugitivos. Las fundiciones de acero HADIR, en las cuales trabajaban 1000 de los 15.000 habitantes de la ciudad, cerraron, pero uno de los ge­rentes de la fábrica reunió un grupo de empleados, unos 40 obreros que eran a la vez bomberos de la briga­da de incendios. Les dijo que esta­ban en libertad de irse, pero que podían caer granadas en la fábrica y ocasionar incendios. Era beneficio­so para la ciudad resguardar su industria contra aquel riesgo y, por tanto, el gerente pidió voluntarios.

Hubo un momento de silencio. Luego José Weiler, hombre de 50 años, capataz de la fábrica y jefe de la brigada de incendios, dio un paso al frente.

k —Me quedaré — dijo.

Le siguieron en la oferta voluntaria otros 14, entre ellos Nicolás Walers, camillero de la enfermería de la fábrica. (La mujer de Wallers in­sistió en quedarse, alegando que al­guien había de disponer la comida para los hombres.) Después se unieron a los voluntarios otros tres, con lo cual cual el grupo sumó 18 personas.

Se alojaron en el refugio aéreo,debajo del principal edificio de ofi­cinas. A través de los espesos muros oían el tableteo de las ametralladoras y el fragor de las granadas que estallaban. La batalla duró dos días.,luego, la noche del 11 de mayo, los franceses se fueron y los paracaidistas alemanes llegaron en diluvio. Poco después hacían su entrada los tan­ques y la artillería.

Al principio los alemanes trataron a los bomberos con cierta benevolen­cia. Tenían bastante trabajo que ha­cer: limpiar escombros, enterrar ani­males muertos y hasta apagar uno que otro incendio en casas donde estaban alojados soldados poco cui­dadosos.

Al cabo de dos semanas sobrevino un cambio súbito. Los días 27 y 28 de mayo Differdange fue terrible­mente bombardeada desde la Línea Maginot. El fuego fue extraordi­nariamente preciso. Con misteriosa puntería las granadas dieron en los parques alemanes de municiones y en los sectores donde estaban camu­flados los tanques y el equipo pesa­do. Los daños causados fueron de gran consideración.

La noche del 29, ya bastante tar­de, fue al refugio aéreo una patrulla de policía militar y despertó a pata­das a los dormidos bomberos. Ca­chearon a todos los presentes, inclu­so a la señora Wallers. Valiéndose de equipos detectores, examinaron toda la instalación eléctrica del lo­cal; probaron los muros a martilla­zos. Por fin se marcharon, pero pu­sieron centinelas alrededor de la fá­brica. Los bomberos no pudieron ya moverse libremente.

El bombardeo continuó a inter­valos. Tres días después la policía militar volvió a la fundición de ace­ro y mandó a los bomberos formar en fila en medio de la calle. Luego los hizo marchar de dos en fondo hasta un lugar donde un pelotón de

soldados excavaba una fosa grande. A más de un bombero se le ocurrió el mismo espantoso pensamiento: la fosa era lo bastante grande para con­tener 18 cadáveres.

Un poco más allá les ordenaron hacer alto y formar fila junto a un muro de hormigón cercano a un pe­queño garage. Allí se les presentó un teniente malencarado, con una cicatriz de duelista en una de las mejillas. Pasó lentamente ante la fi­la, mirando fijamente a la cara a to­dos, uno por uno. Luego dijo:

—Estamos ciertos que uno o más de ustedes han hecho al enemigo se­ñales que le han permitido dirigir el fuego. Si el culpable o culpables no confiesan, todos ustedes serán fu­silados.

Después el grupo quedó encerra­do bajo llave en un garage. La ha­bitación recibía solamente la morte­cina claridad de una ventana enre­jada. El suelo de hormigón estaba mojado y medía tres metros por cua­tro y cuarto. La señora Wallers se abrazó a su esposo y lloró sin poder­se dominar. Algunos otros empeza­ron también a gemir; otros se ha­bían arrodillado y rezaban.

—¿ Tiene alguno algo que decir sobre la acusación que nos hacen? — preguntó Weiler con voz firme.

Nadie tenía qué decir, pero algu­nos empezaron a acusar histérica­mente a los demás. La voz de Wei­ler se oyó entre los gritos de dis­cordia.

—Tengan serenidad. Solamente podemos salir de esta situación si hacemos causa común y damos cara a los alemanes como hombres.

Se calmó el alboroto. Fueron tras­curriendo las horas. Al fin la puerta se abrió para dar paso al teniente.

—¿ Están los culpables dispuestos a confesar ? — preguntó.

Silencio.

—Muy bien. La orden de ejecución se cumplirá en una hora. (El teniente hizo seña a un cabo, rubio, de ojos azules y unos 30 años.) Cabo Punzel, hágase cargo de la custodia de estos hombres hasta su ejecución. Cuando llegue la hora, sáquelos de dos en dos. Ya tienen cavada la se­pultura—. El cabo saludó y cerraron la puerta.

JOHANN PUNZEL había nacido el año 1910 en la ciudad bávara de Pressig, donde sus padres tenían una tienda de fiambres. Su hermano mayor fue muerto en la Primera Guerra 'Mundial.

Vino entonces el decenio del 20 al 30, durante el cual la inflación desencadenada casi destruyó la clase media alemana. La familia Punzel marchó constantemente cuesta abajo. En aquellos 10 años lo que salió peor librado fue la juventud de Alemania. Los jóvenes vivían en plena frustración y desesperanza No había manera de ganarse la vida ni sitio adonde ir. Los suicidios  aumentaron.

Johann alternaba empleíllos ocasionales con la ayuda que prestaba en la tienda paterna. En aquellos días Hitler era como un rayo de esperanza para los jóvenes como johann y éste ingresó en el partido nazi cuando tenía 17 años. Vio y oyó a Hitler y se sintió arrastrado por la atracción de aquel genio del mal.

Al poco tiempo consiguió un em­pleo burocrático en las oficinas del partido en Pressig. Cuando estalló  guerra Johann estaba casado con una linda joven de negra cabellera. 'Tenían dos hijitos. Johann fue lla­mado al ejército y cumplió bien con su deber. Cuando su regimiento, el número 330 de infantería, marchó a Differdange, ya era cabo.

PUNzel, quedó en pie afuera de la puerta del garage y un tanto confuso. Una orden era una orden y había que cumplirla. Pero aquella pobre gente         y aquella mujer cuyos sollozos oía ... Decidió pasarle el muerto a otro. Dejó centinelas apostados y corrió en busca del teniente Kelch, el ayudante del regimiento. Kelch estaba demasiado atareado pa­ra hacerle caso.

—Ese asunto corresponde al juzgado  militar —dijo—. Pase por allí y vea lo que hay sobre la sentencia.

Punzel volvió adonde estaban los prisioneros. Lo rodearon haciendo protestas de su inocencia. José Wei­ler los calmó y dijo a Punzel que la acusación carecía de fundamento, que ninguno de ellos había tenido posibilidad de hacer señales a los franceses.

-Ya han registrado ustedes el re­fugio aéreo. ¿No pueden volverlo a registrar tan minuciosamente como haga falta?

Punzel se sintió impresionado. Y en aquel instante se le ocurrió que el teniente le había dado orden de ejecutar la sentencia contra aquellos hombres. No había nombrado a la mujer. Tomó por el brazo a la seño­ra Wallers para hacerla poner de pie, la sacó y encontró un camión del ejército que se dirigía a la ciu­dad de Luxemburgo. Hizo subir a la señora al camión y éste se alejó.

En la oficina del juzgado militar, Punzel preguntó al teniente encar­gado si no era posible diferir la eje­cución de la sentencia hasta tanto no se hiciesen nuevas gestiones para en­contrar pruebas. Con gran sorpresa por su parte, oyó responder al ofi­cial que estudiaría el asunto y que volviese tres cuartos de hora más tarde.

Cuando volvió Punzel, respondie­ron su pregunta en estos términos: «No. Hay que ejecutar la sentencia a menos que el culpable confiese. Pero se ha acordado aplazar la eje­cución 24 horas. De todos modos, si se reanuda el bombardeo francés los prisioneros serán fusilados.»

Punzel estaba cada vez más pre­ocupado. Para entonces tenía ya la convicción de que los presos eran inocentes. Pero él nada podía hacer para salvarlos.

Podía hacer algunas pequeñeces. Sacó a los presos del garage y los lle­vó a un almacén del otro lado de la calle que tenía seco el suelo. Les en­vió alimentos y café caliente de una cantina del regimiento.

Punzel durmió mal aquella no­che, pendiente de que se reanudase el bombardeo francés ... que supo­nía la muerte inmediata de los presos. De todos modos iban a morir la tarde siguiente ...

Por la mañana volvió a ver a los presos. Nada tenían que decir; só­lo pedir misericordia. Al poco rato Punzel se dirigió a la oficina del juzgado militar, no para ver al te­niente sino para asegurarse de que éste había salido a almorzar. Luego volvió al almacén y observó que no había por allí cerca otros soldados que los centinelas de su propio pelo­tón. Habló unas cuantas palabras con ellos. Lo miraron con extrañeza.

Punzel se metió entonces en el al­macén y preguntó a los presos si al­guno de ellos podía sacar un camión de la fábrica. Se quedaron mirándo­lo pasmados, pero al cabo, uno de ellos dijo que podía sacarlo. Punzel envió dos de los guardas con él.

Cuando llegó el camión Punzel entró de nuevo en el almacén y dijo apresuradamente: «Están ustedes en libertad, todos ustedes. Métanse a to­da prisa en el camión.»

Al principio hubo un silencio de aturdido asombro. Luego estalló una algarabía de risas y sollozos. Los pre­sos rodearon a Punzel para estre­charle la mano y darle los relojes y el dinero que tenían. Lo rechazó to­do y les metió prisa.

—No armen ruido. Suban al camion y márchense.

Nicolás Kremer, el bombero más joven, le preguntó su nombre. Pun­zel se lo dijo, así como también su número en el ejército, el 105275 A. Luego el camión partió hacia la ciu­dad de Luxemburgo.

De vuelta en su puesto Punzel se echó a temblar como acometido de fiebre. Lo que había hecho le pare­cía increíble. Estaba seguro de ser descubierto. Tal vez lo denunciaran sus propios soldados ... aun cuando algunos lo habían felicitado. En to­do caso el piquete de ejecución lle­garía de un momento a otro y él es­taba perdido.

Pero Punzel tuvo suerte. Antes de trascurrida una hora, dieron una orden general: el regimiento número 330 tenía que avanzar hacia la Lí­nea Maginot. En la conmoción sub­siguiente nadie se acordó de pregun­tar por los bomberos de Differdange.

PUNZEL no desobedeció ninguna otra orden y terminó la guerra de subteniente. Regresó a Pressig y sc lanzó a la melancólica tarea de tratar de ganar la vida para él y su fa milia en un país vencido y desesperado. Hizo un nuevo intento en la tienda de comestibles pero fracasó. Tuvo varios empleos pero ninguno le duró mucho.

En 1946 le notificaron que estaba sometido a investigación por un tribunal militar a causa de su antigua afiliación al partido nazi. No sin pensarlo antes, escribió a la dirección de Minas de Differdange, diciendo quién era y lo que había hecho en el asunto de los bomberos Nadie le contestó, aunque más adelante el tribunal le notificó que había sido absuelto.

Y los años fueron pasando.

Los BOMBEROS fugitivos se refugiaron en las casas de parientes y amigos donde encontraron escondite. Una vez firmado el armisticio franco-alemán de 1940, creyeron que po­dían regresar sin peligro a Differ­dange. Algunos volvieron a sus empleos en la fundición de acero, en­tonces dirigida por los alemanes.

El joven Nicolás Kremer hizo carrera, se metió en política después de la guerra y fue elegido miembro del Parlamento de Luxemburgo. Se había propuesto encontrar a Johann Punzel. pero, dada la desorganización de la Alemania vencida, resul­taba imposible seguir la pista de un soldado con sólo los datos de su nombre y su número en el ejército.

Entonces Kremer tuvo conoci­miento de la carta escrita por Pun­zel a la Dirección de Minas y escri­bió a su vez al Gobierno Militar exponiendo la verdad del asunto de los bomberos. No recibío contesta­ción... aun cuando más tarde se supo que su carta había servido pa­ra que el tribunal dejara sin efecto la acusación contra Punzel. Cuando intentó localizar a Punzel por medio del Gobierno Militar no obtuvo re­sultado.

Tras muchos intentos infructuo­sos hechos en unos cuantos años, Kremer empezó a escribir a las ofi­cinas de policía de varias ciudades alemanas. En la primavera de 1955 la policía de Nuremberg le envió la dirección de Punzel en Pressig.

Kremer escribió a Punzel y le in­vitó a ir a Differdange para tener una reunión con sus antiguos prisio­neros. Punzel, emocionado e incré­dulo por aquel sorprendente giro de los acontecimientos, aceptó gustoso.

El ex-cabo y su esposa llegaron a Differdange el 3 de junio de 1955, décimoquinto aniversario de la libe­ración de los presos. Los bomberos salvados habían constituido un fon­do para agasajos y lo mismo hizo la dirección de la fundición.

Los Punzel vivieron tres semanas de feliz deslumbramiento. En una gran fiesta, que fue la primera de muchas otras, se sirvieron grandes cantidades de vituallas, se brindaron innumerables tragos y se entregó a Johann entre atronadores aplausos un reloj de oro con la inscripción:

ALS DANK FÜR HILFE 3.6.1940. Los agasajos incluyeron excursiones en automóvil, otros regalos, invitacio­nes a comer y cenar.

El ministro de Justicia de Luxem­burgo recibío a Punzel y le dio en nombre del gobierno gracias por lo que había hecho. Un domingo se ce­lebró una ceremonia religiosa espe­cial en la iglesia principal de Differ­dange. El pastor pronunció un ser­món de gratitud a Punzel y el coro cantó un  himno en su honor. Pun­zel se echó a llorar.

De regreso en Pressig, Punzel ha encontrado empleo en una editorial, al parecer mejor que cuantos le pre­cedieron. Se siente contento de su trabajo y el porvenir parece bueno. No ha necesitado aprovechar la ofer­ta que le hizo el ministro de Justicia luxemburgués cuando le dijo: «Si no le va bien, véngase aquí y le en­contraremos un buen empleo.»

• «En agradecimiento por la ayuda, 3 de junio de 1940

 

Roberto  Stein se encontró un tesoro, como quien dice, debajo de los pies

¡CARACOLES! ¡QUÉ FORTUNA!

Curt Riess            Condensado de «Ost-West-Kurier,» de Francfort, Alemania

EL NEGOCIO arrancó del recuerdo de una conversación casi olvidada.

Roberto Stein, propietario de una ,cadena de madererías en Alemania y uno de los hombres más ricos del país, había vendido en 1938 sus propiedades alemanas y establecido con igual éxito en Checoslovaquia otro negocio de maderas. Stein residía en la ciudad de Sternberg y, aunque ra­dicalmente opuesto a Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial ocu­po en sus madererías a unos 2000 «trabajadores esclavos,» esto es, pri­sioneros de guerra (en la esperanza de poderles aliviar su servidumbre). Habiéndole pedido algunos de sus obreros franceses que es permitiera cultivar huertos en terrenos de la compañía, Stein de buen grado accedió.

Un día, Herr Stein inspeccionó los huer- os y quedó grande­nente sorprendido de verlos llenos de dien­te de león. Una ob­servación más atenta e reveló que había cacoles por todas partes.

—Su huerto no parece presentar muy buena cara —advirtió Stein al cultivador, un francés de apellido Duval.

El francés sonrió.

Mis caracoles están engordando, patrón. Los estamos criando para co­merlos.

Stein no pudo reprimir un gesto de repugnancia; y Duval a su vez le miró asombrado ...

—¿Con que no sabe usted lo bue­nos que son los caracoles, patrón? Se deben comer con un tenedorcito de plata entre sorbo y sorbo de vino añejo. Unicamente los ricos los co­men allá en mi tierra, por tratarse de un raro manjar.

Stein se encogió de hombros indiferente y se alejó. Tal fue aque­lla conversación semiolvidada.

TERMINADA la guerra, los rusos se ins­talaron en Sternberg. La fábrica maderera de Stein quedó con­vertida en campo de concentración, y el propio Stein, por ser alemán, fue uno de

 los primeros confinados. Cuando, en julio de 1946, se le puso en libertad y se le envió a un campo de per­sonas desalojadas en las cercanías de Lauingen, Baviera, Stein era ya sexagenario y no poseía más que los andrajos que le colgaban de los hombros.

Quienes lo conocían no tardaron en admirar la filosófica aceptación que mostraba por su presente modo de vivir. Stein se había convertido en un rebuscador de hongos. Diaria­mente salía a recorrer el bosque; y volvía con una cesta llena de las picantes setas silvestres de la región, las cuales vendía en el pueblo. Era un pobre modo de vivir, pero con él iba tirando.

Un día, mientras buscaba setas, Stein por poco pisa un caracol Este animalejo le hizo acordarse de algo ... ¿De qué? ¡Ah, de aquel francés, Duval, que le había dicho que los caracoles eran en Francia bocado selecto! En estos bosques se veían por centenares.

Stein pidió prestada una enciclopedía para ver qué decía de los caracoles. Volvió al bosque con su cesta, mas esta vez no fueron hongos sino caracoles lo que recogió. De vuelta en la fonda, los empaquetó vi vos y los facturó a París, a Duval.

Milagro que Duval recibiese los caracoles vivos, porque el empaquetarlos es faena muy especializada. Duval escribió sin demora para dar  las gracias por el envío a su antiguo patrón e informarle que los moluscos remitidos eran de primera clase. Añadía que, habiendo vuelto a su antiguo oficio, estaba de cocinero en un pequeño restaurante de lujo; y que el restaurante pagaría muy buenos pre­cios por caracoles de tal calidad.

Con esto, Stein se aplicó a leer cuanto halló a mano respecto a los caracoles; y desde luego, todas las semanas facturaba una remesa de moluscos para Duval. Con el tiempo estableció un criadero de caraco­les en una pequeña parcela que to­mó en arrendamiento. Construyó allí corrales de tela de alambre, don­de alimentó y observó a sus animali­llos cuidadosamente. Al propio tiem­po, los restaurantes franceses iban remitiendo pagos de bastante consi­deración a Stein.

Un día Fritz Odoerfer, banquero de Lauingen, al anunciar a Stein que le había llegado dinero de Fran­cia, le manifestó su curiosidad acer­ca de los caracoles.

—Da la casualidad que sé bastante sobre esos moluscos y desearía
ob tener un préstamo. Conozco las condiciones en que mejor viven, y donde  prefieren poner sus huevos. Sé que hay, que protegerlos contra el calor excesivo, y que en el otoño hay que echarles cama de musgo
y una enorme cantidad de comída para que puedan sobrevivir a su
invernada. Los caracoles tienen muchos enemigos naturales: tordos,cuervos, erizos, topos, tejones. Si no fuese por estos enemigos, se multiplicarían más rápidamente que los
conejos. El macho y la hembra se aparean dentro de los seis u ocho
días de colocarlos )untos, y la hembra pone de 60 a 70 huevos. Los caracolitos nacen a las tres semanas de incubación
y, si están adecuadamen­te protegidos, crecen con extraordinaria rapidez y con una mortalidad relativamente baja. Tengo la segu­ridad de que se puede ganar mucho dinero exportando caracoles.

Odoerfer sabía que Stein era un hombre de negocios que había de­sarrollado en mejores días proyec­tos audaces. Escuchó atentamente. Aquello significaría una nueva in­dustria para Lauingen. Además, pro­porcionaría divisas, tan necesitadas por Alemania.

Al día siguiente, Odoerfer presen­tó la proposición de Stein al consejo directivo del banco. Se mostró tan convencido de la idea que el présta­mo se concedió.

Seguidamente, Stein acudió a En­driss, el alcalde de Lauingen, con una propuesta sorprendente: desea­ba arrendar los bosques del pueblo para criar sus moluscos. El alcalde le oyó con interés porque a causa de la guerra la población de Lauin­gen, de 5500 habitantes, había au­mentado en 1700 refugiados. Tal vez en la industria de los caracoles se podrían colocar algunos de ellos. Se le dieron en arrendamiento a Stein cinco hectáreas de bosque co­munal.

Centenares de individuos (mu­chos de ellos antiguos abogados, mé­dicos, maestros, periodistas) acudie­ron a recoger caracoles.

Entretanto Stein, habiendo descu­bierto que en Alemania Occidental existían otros bosques donde los ca­racoles prevalecían, distribuyó milla­res de carteles y prospectos, en los cuales explicaba cuán fácil era reco­ger caracoles, y que su crianza no presentaba dificultades. Ofrecíase a comprar todos los caracoles que se le enviasen y a proporcionar a quien lo deseara materiales de envase y cualquier licencia o autorización ne­cesaria.

Cuando los esperanzados busca­dores se dieron cuenta de que a los caracoles hay que tratarlos con ex­tremo cuidado (una pequeña rajdura, por ejemplo, los inutiliza pa­ra la venta), algunos abandonaron pronto la empresa. Mas Stein persis­tió, ideando nuevos modos de inte­resar a los trabajadores. Actualmente sostiene el increíble número de 7500 agencias que reciben caracoles de re­cogedores y criadores y los embar­can para los centros de distribución establecidos cerca de la frontera fran­cesa. No trascurren más de siete días entre la recogida de los caracoles y su entrega al consumidor.

Para 1950, Stein exportaba cara­coles a Francia, Bélgica y Suiza, por importe de 220.000 marcos al año. En 1955, la cifra había alcanzado unos 800.000 marcos. Stein es hoy el criador de caracoles más fuerte del mundo. Se calcula que su empresa ha proporcionado trabajo a más de 40.000 personas.

En la actualidad, negociantes in­gleses, italianos, españoles, y hasta egipcios, van a Lauingen para ins­truirse en la cría del caracol. La idea de comer caracoles ya no le repugna a Stein. Es más, ahora le gustan de veras.

 

Una  Revelacion  Divina
del Infierno

Queda Muy Poco Tiempo!
por
Mary Katherine Baxter

Capítulo 16: El centro del infierno

Otra vez, el Señor y yo fuimos al infierno. Jesús me dijo, “Mi hija, tu naciste para este propósito, para escribir y contar lo que te he dicho y enseñado. Pues estas cosas son fieles y verdaderas. Yo te he llamado para decirle al mundo por medio de ti que hay un infierno, pero yo he preparado un medio de escape. Yo no te enseñaré todas las partes del infierno. Hay cosas escondidas que yo no te puedo revelar. Pero te enseñaré mucho. Ahora, ven y ve, los poderes de las tinieblas y su fin.”

Regresamos otra vez al vientre del infierno y comenzamos a caminar hacia una pequeña apertura. Me puse a mirar por donde estábamos entrando y encontré que estábamos en una repisa. cerca de una celda en el centro del infierno. Nos paramos delante de una celda en la cual estaba una hermosa mujer. Sobre la parte alta de la celda estaban las iniciales “A.C.”

Escuché a la mujer que dijo, “Señor, yo sabía que un día vendrías. Por favor déjame salir de este lugar de tormento.”
Ella estaba vestida con la ropa del tiempo antiguo y era muy hermosa. Yo sabía que había estado aqui por muchos siglos y no podía morir. Su alma estaba en tormento. Comenzó a jalar las barras y a llorar. Suavemente Jesús dijo, “Sea la paz.” El le habló a ella con tristeza en su voz. “Mujer, tu sabes porqué estás aquí.”

Si,” dijo ella, “pero yo puedo cambiar.” Yo me acuerdo cuando dejaste salir a los otros del Paraíso. Yo me acuerdo de tus palabras de salvación. Ella exclamó, “Yo seré buena ahora y te serviré.” Ella apretó las barras de la celda con sus pequeños puños y comenzó a gritar, “Déjame salir! Déjame salir!

Después de eso, comenzó a cambiar delante de nuestros ojos. Su ropa se comenzó a quemar. Su carne se le cayó y todo lo que quedo fue un esqueleto negro con agujeros quemados en vez de ojos y un cascarón hueco por alma. Yo miré con terror mientras la mujer anciana caía en el suelo. Toda su belleza desapareció de momento. Se me estremeció el entendimiento al pensar que ella había estado aquí desde antes del nacimiento de Jesús.

Jesús le dijo, “Tú sabías en la tierra cual sería tu fin. Moisés te dio la ley y tu la escuchaste. Pero en vez de obedecer mi ley, escogiste ser un instrumento en las manos de satanás, una adivina y una bruja. Tu enseñaste el arte de la brujería, amaste las tinieblas en vez de la luz, y tus obras eran malas.

Si te hubieras arrepentido de corazón, mi Padre te hubiera perdonado. Pero ya es muy tarde,” le dijo El.
Con tristeza y gran pena en nuestros corazones, nos apartamos de ella. Nunca terminará su dolor y sufrimiento. Mientras nos alejábamos, sus manos delgadas trataron de alcanzarnos. “Mi hija,” dijo el Señor, “Satanás usa muchas artimañas para destruir hombres y mujeres buenas. El trabaja día y noche, tratando de conseguir que la gente lo sirva.”

Si usted fracasa en escoger servir a Dios, Ud. ha escogido servir a satanás. Escoga la vida y la verdad lo hará libre.

Después de caminar una corta distancia, nos paramos delante de otra celda. Escuché la voz de un hombre que llamaba, “ ¿Quién está ahí? Quien está ahí?” Yo me pregunté la razón por la cual llamaba.
Jesús dijo, “El está ciego.
Escuché un sonido, y miré a mi alrededor. Delante de nosotros estaba un demonio grande con alas largas que parecían estar rotas. El pasó sin mirarnos. Yo me paré cerca de Jesús.
Nos paramos juntos a mirar al hombre que había hablado. El también estaba en una celda y nos daba la espalda , el tenía la forma de un esqueleto en fuego y tenía el olor de muerte sobre él. Daba golpes en el aire y gritaba “Ayúdenme, alguien, ayúdenme.”
Jesús dijo tiernamente, “Hombre, sea la paz.” El hombre se volvió y dijo, “Señor, yo sabía que vendrías por mi. Yo me arrepiento ahora. Por favor déjame salir. Yo se que fui una persona horrible y que usé mi minusvalidad para ganancias egoístas. Yo se que fui un brujo y que engañé a muchos para satanás. Pero Señor, yo me arrepiento. Por favor déjame salir. Dia y ñoche soy atormentado en estas llamas, no hay agua. El exclamó, tengo mucha sed, no me puedes dar una poco de agua.” El hombre seguía llamando a Jesús, mientras nos alejábamos. Yo miré hacia atrás con tristeza.

Jesús dijo, “Todos los hechiceros y obradores de maldad tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte.

Llegamos a otra celda que estaba ocupada por otro hombre. El dijo, “Señor, yo sabía que tu vendrías a soltarme. Me he arrepentido hace mucho tiempo.” Este hombre, también era un esqueleto lleno de llamas y gusanos.
Oh hombre, estás todavía lleno de mentiras y de pecado. Yo sé que tu eras un discípulo de satanás, un mentiroso que engañaste a muchos. La verdad nunca estaba en tu boca y la muerte fue siempre tu recompensa. Tu escuchaste mis palabras muchas veces y te burlaste de mi salvación y mi Santo Espíritu. Tu mentiste toda tu vida y no me escuchaste. Tu eres de tu padre el diablo. Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de fuego. Tu has blasfemado contra el Espíritu Santo.”

El hombre comenzó a maldecir y a decir muchas cosas malas en contra del Señor. Seguimos hacia adelante. Esta alma estaba perdida para siempre en el infierno.

Jesús dijo, “todo el que quiera puede venir en pos de mi, y el que pierde su vida por mi causa encontrará vida, y vida en abundancia. Pero los pecadores tienen que arrepentirse mientras están vivos en la tierra; es muy tarde para arrepentirse cuando llegan aquí. Muchos pecadores quieren servirle a Dios y a satanás o se creen que tienen tiempo ilimitado para aceptar la gracia que ofrece Dios. Los verdaderamente sabios escogerán hoy a quien servir.”

Pronto llegamos a la próxima celda de donde salió un grito desesperado de dolor, miramos y vimos el esqueleto de un hombre acurrucado en el suelo. Sus huesos estaban negros del fuego y su alma por dentro era de un color gris sucio. Observé que le faltaban partes de su cuerpo a donde subían humo y llamas. Los gusanos se arrastraban dentro de él.

Jesús dijo, “Los pecados de este hombre fueron muchos. El fue un asesino y tenía odio en su corazón. El no se quería arrepentir o aún creer que yo lo perdonaría. Si solamente hubiera venido donde mi.”

Le pregunte al Señor, “ quieres decir que él pensó que tu no lo perdonarías de su homicidio u odio?”

Si,” dijo Jesús, “Si solamente hubiera creído y venido a mí, yo le hubiera perdonado todos sus pecados, grandes y pequeños. Por el contrario, el continuó pecando y murió pecando. Por eso es que está donde está hoy. Le dieron muchas oportunidades para que me sirviera, para que creyera el evangelio, pero él rehusó. Ahora es muy tarde.

La próxima celda a la cual llegamos estaba llena de un terrible olor. Yo podía escuchar los gritos de los muertos y sus ayes de remordimiento en todo lugar. Me sentí tan triste que estaba casi enferma. Yo decidí que iba a hacer todo lo que pudiera para decirle al mundo de este lugar.

La voz de una mujer dijo, “Ayúdame.” Miré a un par de ojos reales, no las cuencas quemadas que eran señal de haberse quemado. Yo estaba tan triste que me dió escalofrío y sentí una gran pena y dolor por esta alma. Quería intensamente sacarla de la celda y correr con ella. Ella dijo, “Es tan doloroso, Señor, yo haré lo correcto ahora. Yo te conocí una vez y tu eras mi Salvador.” Sus manos apretaron las barras de la celda. “ Porqué no quieres ser mi Salvador ahora?” Grandes pedazos de carne en fuego caían de ella y solamente sus huesos apretaban las barras.,“Tu hasta me sanaste de cáncer,” dijo ella. “Tu me dijiste que me fuera y no pecara más, no sea que me viniera algo peor. Yo traté, Señor; Tu sabes que traté. Yo hasta traté de testificar en tu nombre. Pero Señor, pronto aprendí que los que predican tu palabra no son populares. Yo quería que la gente me quisiera. Lentamente regresé al mundo y la concupiscencia de la carne me devoró. Los clubs nocturnos y las bebidas alcohólicas se hicieron mas importante que tú. Perdí el contacto con mis amigos cristianos y pronto me encontré siete veces peor de lo que estaba antes.

Y aunque llegué a ser amante sexual de hombres y mujeres, no era mi intención perderme. Yo no sabía que estaba poseída por satanás. Todavía sentía tu llamamiento en mi corazón que me arrepintiera y fuera salva, pero no quise. Seguí pensando que todavía tenía tiempo. Mañana regresaré a Jesús, y El me perdonará y me libertará. Pero yo esperé demasiado tarde y ahora es demasiado tarde,” exclamó ella.Sus ojos tristes se derramaron en fuego. Y desapareció. Yo grite y me apoyé de Jesús. Yo pensé, “Oh Señor, cuán fácil pude yo o uno de mis seres queridos, haber sido como ella! Por favor pecadores, despierten antes que sea muy tarde.

Caminamos a otra celda. En esta había otro hombre con una forma de esqueleto y un alma por dentro de color gris suelo. Gritos de dolores agudos y remordimiento salían de este hombre, que yo sabía que jamás los olvidaría.

Jesús dijo: “Mi hija, muchos de los que van a leer este libro lo van a comparar con una historla de ficción o a una película que han visto. Dirán que esto no es verdad. Pero tu sabes que estas cosas son verdaderas. Tu sabes, que el infierno es real, pues yo te he traído aquí muchas veces por mi Espíritu. Yo te he revelado la verdad para que des testimonio de ella.”

Alma perdida, si no te arrepientes y te bautizas y crees en el evangelio de Jesucristo, seguramente que éste será tu fin.El Señor dijo, “Este hombre está aquí debido a su rebelión. El pecado de rebelión es como el pecado de hechicería. Es más, todos los que conocen mi Palabra y mis caminos y han escuchado el evangelio y todavía no se arrepienten, están en rebelión contra mi. Muchos están en el infierno hoy debido a este pecado.” 

El hombre le dijo a Jesús, “Una vez pensé en hacerte el Señor de mi vida, pero, no quería caminar por tu camino angosto y derecho. Yo quería el camino ancho. Era mucho más fácil servir al pecado. Yo no quería tener que ser justo. Yo amaba mis maneras pecaminosas. Yo deseaba beber bebidas intoxicantes y hacer las cosas de este mundo más que obedecer tus mandamientos. Pero ahora quisiera haber escuchado a los que me enviaste. Al contrario, hice lo malo y no quise arrepentirme.” Grandes sollozos estremecieron su cuerpo, mientras gritaba de remordimiento. “Por años he sido atormentado en este lugar. Yo se lo que soy y se que jamás saldré de este lugar. Soy atormentado día y noche en estas llamas y estos gusanos. Yo lloro, pero nadie viene a ayudarme. Nadie se interesa por mi alma aquinadie se interesa por mi alma.”

Se cayó al piso en un montón y continuó llorando.

Jesús exclamó,Mi padre, mi Padre ten misericordia.

Caminamos hacia otra celda. Una mujer estaba sentada quitándose los gusanos de sus huesos. Ella comenzó a llorar cuando vió a Jesús “Ayúdame Señor,” dijo ella. “Yo seré buena. Por favor, déjame salir.” Ella, también se paró y apretó las barras de la celda. Yo sentí gran pena por ella. Mientras ella lloraba, sus sollozos estremecieron su cuerpo.

Ella dijo, “Señor, cuando yo estaba en la tierra, yo adoré al dios de los Hindúes y muchos ídolos. Yo no creí en el evangelio que los misioneros me predicaron, aunque lo escuché muchas veces. Un día morí, yo clamé a mis dioses para que me salvaran del infierno —pero no podían. Ahora, Señor, yo deseo arrepentirme.”

 Jesús Le dijo, “Ya es muy tarde.” 

 Las llamas cubrían su forma, mientras nosotros seguíamos hacia adelante; todavía sus gritos se sienten en mi alma. Satanás la ha enganado.”Con tristeza en su voz, Jesús dijo, “Ven, regresaremos mañana. Ya es hora de irnos.”

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