Kinderfifi: Las fuerzas aéreas estadounidenses facilitan a los desventurados niños de Berlín vacaciones saludables y alegres
Alfombra mágica, para
los niños tristes de Europa
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Junio 1956
Por George Kent
Condensado de «The Rotarían»
HACE POCO más de tres años llegó al Berlín Occidental una visitadora social con el objeto de observar los barrios miserables en que se apiñaban las familias menesterosas. Objeto especial de observación debían ser las condiciones en que se hallaban los niños. Acostumbrada a ver de cerca la indigencia, no creyó la visitadora social encontrar nada que pudiera impresionarla. Sin embargo, tales cosas presenció en los dos primeros días, que hubo momento en que le nubló el llanto la vista mientras suspiraba: «¡Pobrecitos niños, ay, pobrecitos!» Poco después, en carta dirigida a un capellán castrense, concluía diciendo: «Por favor, indíqueme qué puedo hacer por ellos: son los niños más infelices de Europa.»
Las condiciones en que se hallaban los niños indigentes en Berlín hasta el año de 1953 habrían conmovido el corazón más insensible. Eran niños sin niñez, tristes criaturas condenadas a vivir entre adultos desalojados por la guerra o que habían huido del comunismo. Casi todas esas criaturas pesaban menos de Casi todas esas criaturas pesaban menos de lo normal, las más estaban anémicas, se sentían desgraciadas, inseguras.
En 1953 apareció en Berlín el más original de los pediatras: la fuerza aérea de los Estados Unidos. Reuniendo a los niños, les proporcionó la medicina que más necesitaban: una temporada entre gente que llevaba una existencia normal, libre de preocupaciones y angustias constantes. En el primer año los aviones de la fuerza aérea trasportaron a la Alemania Occidentál 1500 niños de seis a 14 años de edad, que disfrutaron por cuatro o cinco semanas de comodidades y libertad en los hospitalarios hogares de familias alemanas y estadounidenses. En los años siguientes al de 1953 han efectuado ese benéfico viaje 5000 niños.
Los resultados del Kinderlift (puente aéreo de los niños) han sido poco menos que milagrosos. Al regresar a Berlín, los niños han ganado peso, gozan de mejor salud, tienen buen color, están más robustos. La mudanza cala más hondo. Han vuelto súbitamente a ser niños. Desapareció de su- semblante aquella expresión que los envejecía, ríen con frecuencia, les entusiasman las cosas propias de su edad. Acaban de pasar varias semanas en un ambiente sano, entre compañeros de su misma edad con los cuales bromearon, disputaron, travesearon, compartieron juguetes y diversiones hasta entonces desconocidos para ellos.
Lo notable del cambio experimentado por algunos niños justifica a veces que se le considere caso clínico. Ejemplo de ello es lo acontecido con un muchachito tartamudo. La conformación de la lengua y del paladar eran normales: el mal estaba en que el niño se sentía infeliz. En otro ambiente, cerca de Wiesbaden, pasó los días jugando en el jardín de la casa; a la caída de la tarde hizo de jardinero regando las flores con una vasija marcada con su nombre. La bondadosa alemana que le servía de madre durante esa temporada lo besaba y abrazaba diciéndole que era un niño muy bueno y muy listo.
Un buen día el muchachito cesó de tartamudear. Verse hablando como todos los demás le dio confianza en sí mismo; de tímido y retraído que fuera hasta entonces, se volvió emprendedor y comunicativo. Cuando regresó al lado de su madre, la emoción de ella al oírle hablar fue tan grande que no halló palabras con que expresarla.
Una y otra vez ha ocurrido que las madres de estos niños manifiesten, con asombro casi incrédulo, que han desaparecido como por encanto los síntomas que les hacían temer que su hijo no fuese una criatura normal. Hasta ha habido madres que se lamenten, pero con mal disimulada satisfacción, de que el niño antes tan apático se haya vuelto un diablillo insoportable.
Para apreciar debidamente la trasformación que gracias al Kinderlift experimentan los niños de las familias menesterosas en el Berlín Occidental, hay que haber visto las condiciones en que viven. El hogar de muchos de estos niños se halla en edificios que más tienen de barracas y en los cuales hormiguea a toda hora la gente. Ninguna familia dispone de cocina propia, ni tampoco de espacio donde vivir en intimidad. Rodea a todas un ambiente de desesperación.
Funcionarios de la radioemisora del noroeste alemán se condolieron de tan lamentable estado de cosas en términos que dieron origen a la creación del Kinderlift. «Pensemos dijo uno de ellos— en los infelices que aislados en el Berlín Occidental carecen de lugares de recreo y no tienen la menor esperanza de irse de vacaciones. Muchos no pueden viajar al oeste en tren sin exponerse a caer en manos de los rusos, que los pondrían presos en calidad de rehenes. ¿De qué manera podríamos nosotros ayudar a esos alemanes?»
—¿ Por qué no sacarlos en aviones? —dijo otro—. ¡Tendamos un puente aéreo sobre la Zona Rusa!
La idea propuesta llegó a oídos del teniente general William Tunner, comandante de las fuerzas aéreas estadounidenses de Europa y creador del puente aéreo. En los días de la guerra había trasportado medio millón de toneladas de víveres y equipo en aviones que trasvolaban el Himalaya. En 1949 había roto con sus aviones el bloqueo ruso de Berlín. Más adelante había organizado el trasporte aéreo a Corea.
Al organizar el Kinderlift, este teniente general de 47 años de edad procedió con empeño y cuidado iguales a los que le habría merecido una importante operación militar. Los pilotos de los aviones debían tener no menos de 2000 horas de vuelo. Gran número de aviadores militares ofrecieron su concurso. Uno de ellos, que cumplido el tiempo de servicio en Alemania estaba a punto de ser repatriado, aplazó por dos semanas el viaje a fin de ver cumplido su vehemente deseo de pilotear un avión del Kinderlift.
La Cruz Roja Alemana escogió del Berlín Occidental a los niños que parecían hallarse en peores condiciones de salud y los sometió a examen médico. Al propio tiempo solicitó el concurso de las familias alemanas y estadounidenses residentes en la Alemania Occidental que estuvieran dispuestas a hospedar en sus hogares a esos infortunados niños. Del sinnúmero de las que se brindaron a ello, escogió las mejores, previa cuidadosa investigación.
Cuando todos los hogares a que debían enviarse los niños estuvieron prontos a recibirlos (el año pasado se necesitaron unos 2000) los autobuses de la fuerza aérea recorrieron las calles de Berlín para recoger a los infantiles viajeros. Patético era el aspecto de esos grupos de niños con trajes llenos de remiendos y cuyo mísero equipaje consistía en cajas de cartón o bolsas de papel. Algunos pequeñuelos estaban asustados y lloraban.
En el aeropuerto de Tempelhof se reanimaron al oir la banda de música. El alcalde Ernst Reuter les dirigió la palabra. Acto continuo, de dos en dos y asidos de la mano, formaron sendas hileras para dirigirse a los 14 aviones que estaban esperándolos. A bordo de cada avión un empleado de la Cruz Roja les repartió chicles y chocolate. Despegaron los avió nes ... los niños más infelices de Europa volaban en una alfombra mágica hacia lo que para ellos era un país encantado: la Alemania Occidental.
Las cartas que los niños del Kinderfilt escriben a sus padres —conmovedoras, pero poco informativas— dan escasa idea del efecto que están surtiendo en ellos las vacaciones. No mencionan siquiera lo fundamental del cambio que en ellos se opera; lo que les impresiona, y de lo que dan noticia, es lo episódico, pero tan nuevo e importante para ellos. «Todos los días voy a bañarme y a nadar ...» «Tenemos un automóvil y todas las tardes damos un paseo ...» «En esta granja hay vacas, y caballos, y cerdos, no es como allá donde no hay ni siquiera un gato ...» «Esto es lindo y vive uno muy tranquilo...»
Sin embargo, cuando los niños vuelven al lado de sus padres y notan éstos cuánto han mejorado, comprenden que el Kinderfift proporcionó al niño algo más que una simple temporada de vacaciones, y no hallan cómo agradecerlo. «Es asombroso el cambio que uno advierte en los niños —dice el capitán Raymond Priest, piloto desde hace tres años del Kinderlift—. En el viaje de ida los vemos alicaídos y amedrentados. Van quietos como estatuas. Casi da compasión verlos. Pero en el viaje de regreso ... ¡qué cambio! Brincan en el asiento, se sientan en el suelo, corren de un lado a otro. ¡No les cabe la alegría en el cuerpo!»
A veces el niño trasmite a sus padres algo del recién adquirido bielnestar. Ejemplo típico es el de la viuda de un hombre a quien fusilaron en la Alemania Oriental «por espía de los estadounidenses.» Rara vez sonreía la pobre mujer, lloraba casi de continuo, descuidaba el arreglo de 'su persona. Ahora bien, al volver de la temporada de vacaciones en casa de una familia estadounidense, el hijo le entregó un estuche de manicura y unos pocos artículos de tocador, diciéndole: «Toma, mamá, que quiero verte bonita.» Aunque con desgana al principio, la madre se miró al espejo, usó el lápiz labial y las cremas faciales, se preocupó un tanto por el peinado y el vestido. Hoy es una mujer atractiva, animada, para quien el ayer es un recuerdo melancólico, pero no la vida entera. Y atribuye tan feliz mudanza a la temporada de vacaciones que pasó su hijo en el hogar de una familia estadounidense.
En el territorio comunista vecino han estado observando con vigilante interés los resultados del Kinderlift y las actividades de una sociedad denominada «La mano amiga» que halla hogares en Alemania Occidental para los niños menesterosos. El año pasado los comunistas iniciaron la campaña para la conquista moral de la niñez alemana. Cerca de 100 millones de marcos destinó la Alemania Oriental a campos de ve raneo lujosamente dotados con piscinas y diversiones de varias clases,. y en los que dan una alimentación que dajaría boquiabierto de envidia al niño comunista común y corriente. Cuando, todo estuvo listo, empezaron los rojos a invitar a los niños de Alemania Occidental.
Entre los muchos que acudieron, había niños de familias que en modo alguno simpatizan con el comunismo; pero es que resulta difícil para padres que ven que sus hijos están necesitando unas vacaciones rehusar la invitación que proporcionará al niño días de saludable esparcimiento, aunque a ello acompañe una buena dosis de propaganda roja.
En contraposición a esa campaña de los comunistas, los ciudadanos de la Alemania Occidental han pedido a sus compatriotas de la Alemania Oriental que dejen a sus niños pasar temporadas de vacaciones en el Oeste. Pero las autoridades de la Zona Rusa no consienten que los niños viajen más allá del Berlín Occidental. Temen los comunistas que descubran las delicias de vivir fuera de un estado-policía.
Sea cual fuere el resultado de la lucha empeñada para la conquista moral de la niñez, el Kinderfift ha de considerarse, y por más de un título, experimento sobresaliente en el campo de las relaciones humanas.
Crónica de la bárbara ocupación rusa deun país que ni siquiera fue enemigo
EL SAQUEO DE AUSTRIA
Por George Kent SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Junio 1956
EL 28 de octubre de 1955 el último soldado ruso salía de Austria, con lo que terminaba una dé‑cada de increíble vandalismo. Las campanas repicaron y las orquestas vienesas tocaron el himno nacional. Pero no hubo danzas por las calles. Las gentes se limitaron a frotarse las manos como diciendo: «¡De buena nos hemos librado!» y en seguida se aplicaron a poner orden y limpieza en el sucio revoltijo que sus «libertadores» les dejaban.
La actitud de este pueblo eminenemente civilizado fue muy semejante a la de una gran dama queviera invadida su mansión p or -----rufianes-----Austria había tenido que presenciar indefensa cómo los rusos le robaban sus tesoros, le violaban a sus hijas, le destruían su propiedad; pero nunca les concedió el honor de su odio. Simplemente los desprecia, y nunca olvidará las canalladas que le han hecho.
«Antes de la guerra solíamos mirar a los comunistas con algo de indulgencia —me de cía Uno de los miembros del actual gobierno austriaco— mas no hoy en día. Nuestro país da patente testimonio de que el mejor remedio contra el comunismo es haber vivido Con el comunismo.»
Los últimos rusos escogieron para escabullirse las sombras Y la noche, cuando los habitantes estaban entregados al sueño, en parte para evitar una posible explosión de venganza popular, pero, princípalmente, para ocultar de ojos escrutadores la magnitud de sus rapiñas, Perpetradas en casas particulares, palaciosy museos, y que ahora colmaban sus camiones, carromatos y caretillas. Su saqueo no perdonó nada de nada. Par a par con el robo de cosas importantes, como automóviles, joyas, muebles y dinero, arramblaron con los tiradores de las puerta', las tazas de inodoros, las tuberías del agua, los hilos eléctricos, hasta el empapelado de las paredes si los podían despegar. Una nube de langosta no causaría más minuciosa devastación.
Durante sus 10 años de ocupación, los rusos se llevaron de Austria alrededor de 25.000 millones de chelines (mil millones de dólares) en numerario, maquinaria y diversos materiales ... sin contar que no pagaron el alquiler de los edificios en que se alojaron. Durante el mismo período, los Estados Unidos, también potencia ocupante, proporcionaron al Austria casi el doble de aquella suma en auxilios y pagos de instalaciones militares, alquileres, y gastos de las tropas. Entre las muchas dádivas estadounidenses completamente gratuitas, figura Camp Roeder, una extensión de 145 hectáreas con centenares de casas modernas, buenas calzadas, tiendas, comedores y canchas de tenis. Todas esas obras se han hecho con la colaboración de los arquitectos del país, y teniendo en cuenta desde el principio que posteriormente serían ocupadas por los mismos austriacos. Camp Roeder no es sino una entre las numerosas obras públicas (alrededor de 200) construidas por los estadounidenses y regaladas a los austriacos.
Los rusos no sólo perpetraron el robo en masa, sino que destruyeron todo lo que resultó imposible trasportar. Trágica muestra de su proceder fue lo que hicieron con el bello palacio de verano de Laxenburgo, cerca de Viena. Construido hace dos centurias por la emperatriz María Teresa, este palacio tenía un enorme valor sentimental para los austriacos, que lo visitaban reverentemente. Era una joya de decoración interior: los cielos rasos cubiertos de frescos por grandes maestros, y pendientes del techo, sala tras sala, suntuosas arañas de oro y cristal. Ricas colgaduras, lienzos famosos, espejos con marcos dorados, exornaban los muros tapizados de seda. Por su precioso teatrito desfilaron en otras épocas las más célebres compañías de comedia y ballet.
Los rusos desguarnecieron el teatro y lo usaron como garage. Convirtieron el comedor en taller de reparaciones. Cientos de soldados se desbandaron por las demás estancias. Bajo los efectos de la embriaguez, agujerearon a tiros los cielos rasos; y los frescos se resquebrajaron y se desprendieron.
Recientemente el burgomaestre de Laxenburgo me guió a través de los aposentos de este hermoso palacio. No podía mi acompañante contener las lágrimas. Todo había sido saqueado: las arañas de cristal, las colgaduras de seda, los cuadros; los tapices, alfombras y valioso mobiliario; hasta los pisos de finísimo parquet. Un ala entera quedó arrasada por un incendio pues los rusos, fastidiados con los bichos que había en sus colchones de paja, resolvieron prenderles fuego ... ¡y los quemaron dentro de los salones!
En Bad Vóslau, los rusos se alojaron en los dos hoteles de lujo de la ciudad. Durante el invierno, cuando los soldados tenían frío, hacían leña de la ebanistería, de las puertas y de los finos pisos, y atestaban las estufas con tal combustible. Si un grifo perdía su arandela, quedábase sin ella, goteando; si un sumidero se atascaba, que rebosara el agua sobre el piso. Así, lo que no destruyeron acabó por pudrirse.
En la misma ciudad de Bad Vóslau una venerable anciana de ilustre abolengo, pulcramente vestida, frau Anna Pilken, me estuvo enseñando su casa, en la cual habían vivido 10 años oficiales rusos y sus familias. La parte baja de la fachada aparecía toda desconchada y picoteada de agujeros: los oficiales habían pintado círculos en el muro, que les servían de blanco en sus prácticas de tiro de pistola.
«Aquí —me decía frau Pilken cuando pasábamos por la sala de recibo— acostumbrábamos tener hausmusik una vez por semana.» Es fácil imaginarse un hogar acogedor y feliz donde la familia se congrega alrededor del piano para tocar la música de Schubert y Mozart. Mas todo eso desapareció: ni piano, ni una sola mesa, ni un alambre eléctrico, ni una bombilla. De la cocina se llevaron la estufa, las tuberías, el vertedero; de los cuartos de baño arrebataron las tinas y todas las piezas sanitarias.
Nadie sabe qué hicieron los huéspedes rusos con este botín. Sin embargo, la clave del misterio la puede dar cierta anécdota que ha corrido mucho por la que fue Zona Soviética: Los soldados ocupantes, en su mayoría campesinos, habían vivido en su tierra en chozas desprovistas de toda comodidad. Para ellos, un grifo del que sale agua cuando se le da a la llave era un enigma no menos desconcertante que el de la radio. Cuando los rusos tenían que mudarse, se llevaban los grifos con un pedazo de tubería a su nueva vivienda, donde, incrustado el tubo en la pared, daban vuelta a la llave y esperaban que saliera el agua ...
Tocante al recipiente del inodoro, por increíble que parezca, el hecho es que lo confundían con la taza del lavabo; y uno de ellos se quejaba diciendo: «Este sistema de ustedes no es eficiente; cuando uno tira de la cadena, el agua lo salpica todo.» Una de las mujeres rusas riñó a su casero porque el pescado que ella estaba limpiando en el inodoro se le había ido sumidero abajo.
Mucha gente quizás haya olvidado que Austria no era para los aliados nación enemiga. En Yalta, los Cuatro Grandes acordaron que no fue cómplice sino víctima de Hitler. Los rusos descartaron esa distinción al penetrar en Viena en 1945. No hubo violencia ni crimen propios de hordas soldadescas (desde los hunos de Atila hasta las tropas de asalto de Hitler) que los rusos no cometieran contra este amable país durante los seis primeros meses de la ocupación.
El horror de las violaciones no tuvo freno ni limitaciones. No hay estadísticas para vergüenzas semejantes, pero muchos calculan que, sólo en Viena, 70.000 mujeres y muchachas fueron atropelladas. Las que escaparon al ultraje arrastraron una vida de terror en buhardillas, sótanos y covachas. Perecieron asesinados los hombres que intentaron ampararlas. A los seis meses, lo peor de la orgía terminó, pero nunca, durante la larga ocupación rusa, pudo una mujer arriesgarse a ir sola después de anochecido por la Zona Soviética.
Respecto al número de paisanos asesinados por los rusos, tampoco hay cifras. A otros ciudadanos los secuestraron y los enviaron hacia el Este. En una ocasión los rusos entraron en un hospital en busca de un hombre a quien se iba a operar de urgencia. Lo sacaron de la cama, lo metieron en un jeep ... y nunca más se ha sabido de él.
En Baden, cuartel general del ejército rojo, los rusos levantaron un trayecto de vía pública para tender los hilos de la red de comunicaciones soviética; y hasta el fin de la ocupación, nunca reconstruyeron el pavimento. En el Museo de Baden, los soldados rojos arrancaron las páginas de valiosos manuscritos y descabezaron las estatuas. Baden, que fue en otro tiempo una de las ciudades más limpias y relucientes de Austria, convalece del estrago, andrajosa y miserable. El butlomaestre calcula que se necesitarán por lo menos tres años y 375 millones de chelines para reparar los daños.
Parte del pillaje soviético fue oficial. El Convenio de Potsdam concedió a Rusia el derecho a los «bienes de los alemanes» en Austria. Casi todos estos bienes habían sido austriacos hasta la invasión de los nazis en 1938, y debieron, en justicia, restituirse a sus originales propietarios. Entre esos bienes se incluían unas 300 fábricas, yacimientos petrolíferos, millares de hectáreas de granjas y bosques, centenares de tiendas y almacenes. Los estadounidenses, ingleses y franceses cedieron su derecho a reparaciones en Austria. Los rusos se obstinaron en ejercerlo.
Mediante el simple expediente de tacharlas de «alemanas,» desmantelaron veintenas de fábricas y trasportaron su maquinaria a Rusia; de otras, quedaba encargado un custodio de propiedad extranjera soviético, y su producción se embarcaba para la U.R.S.S. Los rusos jamás repararon nada ni repusieron nada; por consiguiente, las más de esas fábricas no pueden hoy afrontar la competencia en el mercado mundial. Sus productos son tan mediocres que sólo pueden venderse en Oriente, que era precisamente lo que•el Kremlin buscaba, como parte de su plan para hacer a Austria depender de Rusia en la esfera económica.
Grandes fincas forestales, posesiones de 1200 a 1600 hectáreas, han quedado sin un árbol. De un solo predio, los rusos se llevaron maderas finas por valor aproximado de 25 millones de chelines, sin replantar absolutamente nada.
Cuando los rojos se instalaron allí creyeron que podrían convertir la nación al comunismo y hacerla un satélite igual que Hungría; pero la suave Austria, la tierna enamorada de la música, fue capaz de mantenerse inconmovible. No era de fáciles de «convertir» unos hombrea quienes se había despojado de sus mas preciosas pertenencias, a cuyos amigos se había asesinado, a cuyas esposas e hijas se había violado. Bien expresaron esos hombres sus sentimientos en las elecciones generales del 25 de noviembre de 1945, al cerrarse el primer período del terror soviético: los comunistas sólo consiguieron el cinco por ciento de los sufragios. Y aunque el proceder de los rusos se suavizó relativamente con el trascurso de los años, los votos comunistas han seguido menguando. En las últimas elecciones quedaron reducidos tan sólo al tres por ciento.
Hay gentes cavilosas que se pregustan si podrá el tiempo cicatrizar las heridas de la ocupación y permitir que Austria vaya cayendo gradualmente en la órbita soviética. Oskar Helmer, recio y valeroso ministro de lo Interior de la República Austriaca, quien iba una vez por semana a la Zona Soviética para predicar a sus compatriotas contra los males del comunismo, dice al respecto lo siguiente:
«Los rusos se portaron bien durante los tres últimos meses de la ocupación. Mas no engañaron a nadie. Si se hubiesen conducido así a lo largo de la década que aquí acamparon, la cosa sería distinta. Como no fue así, el Occidente tiene al Austria segura. Al Occidente pertenecemos, económica, ideológica y culturalmente.»
Un hecho que se reproduce diariamente en Viena simboliza el sentir de los austriacos de hoy. En la Plaza de Schwarzenberg los rusos dejaron un tanque conmemorativo. Ida la guardia soviética, los niños juegan a deslizarse alegremente costado abajo de la máquina; con el continuo rozamiento infantil, la amenazante estrella roja, que durante una década solía repintarse todos los años, va desapareciendo lenta pero seguramente.
AS DE LOS DETECTIVES DEL AIRE
Por Laurence Leader
Condensado de “Airs Facts”
Así, en la noche señalada, Fish y otros 13 agentes de Scotland Yard se escondieron convenientemente detrás de los escritorios y cajas del depósito. Siguiendo la inveterada tradición policial británica, no iban armados más que de sus porras ... temeridad peligrosa si los atracadores se presentaban armados.
Lo que en verdad sucedió fue que cada bandido traía una pesada barra; y cuando los policías saltaron de sus escondites sobre aquéllos, se entabló una pelea que duró 20 mi‑nulos. «De lo único que me acuerdo —refiere Fish— es de los restallantes gritos y garrotazos que se entrechocaban en aquella lóbrega oscuridad. Yo estaba al final cubierto de sangre (afortunadamente no mía).»
Pasada la tormenta, los ocho bandidos yacían por el suelo. Se les mandó subsecuentemente a presidio SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Junio 1956Capítulo 16: El centro del infierno
Una
Revelacion Divina
del Infierno
Queda Muy Poco Tiempo!
por
Mary Katherine Baxter
Otra vez, el Señor y yo fuimos al infierno. Jesús me dijo, “Mi hija, tu naciste para este propósito, para escribir y contar lo que te he dicho y enseñado. Pues estas cosas son fieles y verdaderas. Yo te he llamado para decirle al mundo por medio de ti que hay un infierno, pero yo he preparado un medio de escape. Yo no te enseñaré todas las partes del infierno. Hay cosas escondidas que yo no te puedo revelar. Pero te enseñaré mucho. Ahora, ven y ve, los poderes de las tinieblas y su fin.”
Regresamos otra vez al vientre del infierno y comenzamos a caminar hacia una pequeña apertura. Me puse a mirar por donde estábamos entrando y encontré que estábamos en una repisa. cerca de una celda en el centro del infierno. Nos paramos delante de una celda en la cual estaba una hermosa mujer. Sobre la parte alta de la celda estaban las iniciales “A.C.”
“Si,” dijo ella, “pero yo puedo cambiar.” Yo me acuerdo cuando dejaste salir a los otros del Paraíso. Yo me acuerdo de tus palabras de salvación. Ella exclamó, “Yo seré buena ahora y te serviré.” Ella apretó las barras de la celda con sus pequeños puños y comenzó a gritar, “Déjame salir! Déjame salir!”
Jesús le dijo, “Tú sabías en la tierra cual sería tu fin. Moisés te dio la ley y tu la escuchaste. Pero en vez de obedecer mi ley, escogiste ser un instrumento en las manos de satanás, una adivina y una bruja. Tu enseñaste el arte de la brujería, amaste las tinieblas en vez de la luz, y tus obras eran malas.
Si usted fracasa en escoger servir a Dios, Ud. ha escogido servir a satanás. Escoga la vida y la verdad lo hará libre.
Jesús dijo, “Todos los hechiceros y obradores de maldad tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte.”
El hombre comenzó a maldecir y a decir muchas cosas malas en contra del Señor. Seguimos hacia adelante. Esta alma estaba perdida para siempre en el infierno.
Jesús dijo, “todo el que quiera puede venir en pos de mi, y el que pierde su vida por mi causa encontrará vida, y vida en abundancia. Pero los pecadores tienen que arrepentirse mientras están vivos en la tierra; es muy tarde para arrepentirse cuando llegan aquí. Muchos pecadores quieren servirle a Dios y a satanás o se creen que tienen tiempo ilimitado para aceptar la gracia que ofrece Dios. Los verdaderamente sabios escogerán hoy a quien servir.”
Pronto llegamos a la próxima celda de donde salió un grito desesperado de dolor, miramos y vimos el esqueleto de un hombre acurrucado en el suelo. Sus huesos estaban negros del fuego y su alma por dentro era de un color gris sucio. Observé que le faltaban partes de su cuerpo a donde subían humo y llamas. Los gusanos se arrastraban dentro de él.
Le pregunte al Señor, “ quieres decir que él pensó que tu no lo perdonarías de su homicidio u odio?”
La próxima celda a la cual llegamos estaba llena de un terrible olor. Yo podía escuchar los gritos de los muertos y sus ayes de remordimiento en todo lugar. Me sentí tan triste que estaba casi enferma. Yo decidí que iba a hacer todo lo que pudiera para decirle al mundo de este lugar.
La voz de una mujer dijo, “Ayúdame.” Miré a un par de ojos reales, no las cuencas quemadas que eran señal de haberse quemado. Yo estaba tan triste que me dió escalofrío y sentí una gran pena y dolor por esta alma. Quería intensamente sacarla de la celda y correr con ella. Ella dijo, “Es tan doloroso, Señor, yo haré lo correcto ahora. Yo te conocí una vez y tu eras mi Salvador.” Sus manos apretaron las barras de la celda. “ Porqué no quieres ser mi Salvador ahora?” Grandes pedazos de carne en fuego caían de ella y solamente sus huesos apretaban las barras.,“Tu hasta me sanaste de cáncer,” dijo ella. “Tu me dijiste que me fuera y no pecara más, no sea que me viniera algo peor. Yo traté, Señor; Tu sabes que traté. Yo hasta traté de testificar en tu nombre. Pero Señor, pronto aprendí que los que predican tu palabra no son populares. Yo quería que la gente me quisiera. Lentamente regresé al mundo y la concupiscencia de la carne me devoró. Los clubs nocturnos y las bebidas alcohólicas se hicieron mas importante que tú. Perdí el contacto con mis amigos cristianos y pronto me encontré siete veces peor de lo que estaba antes.
Caminamos a otra celda. En esta había otro hombre con una forma de esqueleto y un alma por dentro de color gris suelo. Gritos de dolores agudos y remordimiento salían de este hombre, que yo sabía que jamás los olvidaría.
Alma perdida, si no te arrepientes y te bautizas y crees en el evangelio de Jesucristo, seguramente que éste será tu fin.El Señor dijo, “Este hombre está aquí debido a su rebelión. El pecado de rebelión es como el pecado de hechicería. Es más, todos los que conocen mi Palabra y mis caminos y han escuchado el evangelio y todavía no se arrepienten, están en rebelión contra mi. Muchos están en el infierno hoy debido a este pecado.”
El hombre le dijo a Jesús, “Una vez pensé en hacerte el Señor de mi vida, pero, no quería caminar por tu camino angosto y derecho. Yo quería el camino ancho. Era mucho más fácil servir al pecado. Yo no quería tener que ser justo. Yo amaba mis maneras pecaminosas. Yo deseaba beber bebidas intoxicantes y hacer las cosas de este mundo más que obedecer tus mandamientos. Pero ahora quisiera haber escuchado a los que me enviaste. Al contrario, hice lo malo y no quise arrepentirme.” Grandes sollozos estremecieron su cuerpo, mientras gritaba de remordimiento. “Por años he sido atormentado en este lugar. Yo se lo que soy y se que jamás saldré de este lugar. Soy atormentado día y noche en estas llamas y estos gusanos. Yo lloro, pero nadie viene a ayudarme. Nadie se interesa por mi alma aqui —nadie se interesa por mi alma.”
Se cayó al piso en un montón y continuó llorando.
Caminamos hacia otra celda. Una mujer estaba sentada quitándose los gusanos de sus huesos. Ella comenzó a llorar cuando vió a Jesús “Ayúdame Señor,” dijo ella. “Yo seré buena. Por favor, déjame salir.” Ella, también se paró y apretó las barras de la celda. Yo sentí gran pena por ella. Mientras ella lloraba, sus sollozos estremecieron su cuerpo.
Ella dijo, “Señor, cuando yo estaba en la tierra, yo adoré al dios de los Hindúes y muchos ídolos. Yo no creí en el evangelio que los misioneros me predicaron, aunque lo escuché muchas veces. Un día morí, yo clamé a mis dioses para que me salvaran del infierno —pero no podían. Ahora, Señor, yo deseo arrepentirme.”
Jesús Le dijo, “Ya es muy tarde.”
Las llamas cubrían su forma, mientras nosotros seguíamos hacia adelante; todavía sus gritos se sienten en mi alma. Satanás la ha enganado.”Con tristeza en su voz, Jesús dijo, “Ven, regresaremos mañana. Ya es hora de irnos.”
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