sábado, 17 de abril de 2021

EL SEMIDIÓS QUE FUE STALIN

  EL SEMIDIÓS QUE FUE STALIN

Por Robert Littell

Jamás hombre alguno fue objeto de tan extraordinaria adulación romo el dictador soviético, hoy trasformado en «un monstruo igno­rante y enloquecido.»

SÓLO TRES AÑOS han pasado desde su muerte y José Vissarionovich Stalin, el hombre a quien la prensa y los políticos de la Unión Soviética exaltaban como a Padre y Sabio Maestro, el «Amado de la Humanidad ya no es más que un inepto y un
vulgar asesino
. Valorado hoy por sus antiguos compañeros, el que fue la «Esperanza, la luz, la conciencia del mundo,» a quien millones de gentes apren dieron a reverenciar como la «Gloria de los que han nacido con el corazón
honrado,»
no es ahora más que un sujeto vano, ignorante, cobarde, cruel,suspicaz, malévolo, despótico, demente.

Fuera de la Rusia soviética, muy pocos saben a qué posición sobrehumana y endiosada fue llevado Stalin por los mismos cómplices que hoy denigran su memoria. El mito de Stalin era como la seta venenosa y repugnante que florece únicamente en la oscuridad total de una dictadura. Era inevitable que en todas partes se hallara su imagen; una fábrica no producía otra cosa que bustos de yeso del semidiós. Su severo rostro miraba desde los mu­ros de toda escuela, oficina o fábrica, y en todo hogar respetable, sumiso a la ley, temeroso de la policía, su retrato reinaba como un ícono. Un Stalin de 35 toneladas, de cobre, se alzaba en la entrada del canal del Volga-Don; otro, un mosaico de mármoles de color, en el tren subte­rráneo de Moscú. El secretario gene­ral del partido comunista húngaro dispuso que en las piezas de todos los hospitales se colocara un retrato de Stalin, porque según su racioci­nio, era «de extrema importancia el contacto entre las almas de los en­fermos y el alma de Stalin.»

Leningrado no se llamó así sino después de la muerte de Lenín; en cambio, a los pies de Stalin surgie­ron durante su vida Stalingrado, Stalinabad, Stalinir, Stalinissi, Sta­linka, Stalinogorsk, dos Stalinsks, dos Stalinskoyes, tres Stalinskis, cua­tro poblaciones llamadas Stalino, in­numerables calles, tiendas, granjas colectivas, barcos y puentes.

De los cuatro puntos cardinales del vasto imperio eslavo, los fieles, los amedrentados y los cínicos le al­zaban nubes de incienso como ja­más había conocido el mundo mo­derno. Era costumbre rematar los discursos y conferencias, aun las que versaban sobre temas científicos, con expresiones exaltantes, muy pareci­das a clarinadas de atención, como ésta: «Viva muchos años de gloria nuestro sabio caudillo, el camarada Stalin.» Estos pasajes oratorios eran  recibidos con «grandes aplausos» y, a veces con «estruendosas ovaciones.» A un refugiado ruso le oí re­ferir que en el club de la granja colectiva de la cual formaba parte, no había más que 10 discos de fo­nógrafo, grabados todos con un lar­go discurso de Stalin. El orador ocu­paba 19 caras de la grabación y la última no contenía más que «es­truendosos y prolongados aplausos.»

En los últimos años de su vida, ya no se le daba con frecuencia el tratamiento de «camarada Stalin»; aquél nombre «amado» merecía un luminoso y sonoro acompañamien­to. Por ejemplo: Antorcha y espe­ranza de la humanidad progresista; Creador de la felicidad; Corazón tierno y solícito; Aguila poderosa que enseña a los aguiluchos a volar.

Los intelectuales, los poetas, los escritores, subieron a las más incon­cebibles y vertiginosas alturas de la adulación. Uno de ellos decía que la letra «i» debería enorgullecerse por haberle sido permitido formar parte del nombre de Stalin. Otro juraba que la voz de Stalin seme­jaba «un vino fuerte fermentando en las faldas de los montes del Sur.» Y un poeta aseguraba que en sus trinos «el ruiseñor cantaba las glo­rias del Jardinero Incomparable.»

También la tediosa prensa del par­tido se arrodilló ante las gradas del trono. La Vida Económica lo llamó «Juventud del Mundo» y el princi­pal de los periódicos oficiales, Izves tia, fue el primero en descubrir la semejanza de Stalin con una fuente cristalina.

El Frente Cultural lo co­locó )unto a Sócrates, en la más ele­vada cumbre de la inteligencia. Era un genio del pensamiento; a la ver­dad, era el más grande de todos los pensadores. Un distinguido acadé­mico lo llamó «el más destacado de los científicos de todas las naciones y de todos los tiempos.»

Y naturalmente, fue Stalin quien ganó la guerra. Mientras vivió fue el único ser «coronado por los laure­les de la victoria.» Su genio militar «puso en fuga al más poderoso de los ejércitos que jamás invadieran el suelo ruso.» Según Molotov, fue Sta- lin «personalmente» quien llevó a su país hacia la victoria. En 1949, cuando cumplió 70 años, el Soviet Supremo de la U.R.S.S. lo encomió como «el más grande jefe militar de todos los siglos y todos los pue­blosA los jóvenes norteamericanos que pelearon contra el Japón duran­te tres años y medio; que tomaron a Guadalcanal e Iwo Jima; que re­sistieron a los kamikazes y bombar­dearon a Tokio desde baja altura, les interesará saber que fue «el plan estratégico del gran conductor de pueblos» el que «puso de rodillas al imperialismo japonés.»

Un esfuerzo sostenido y frenético se llevó a cabo para hacer aparecer a Stalin no sólo de mayor estatura física (medía 1,63 m.), sino «infi­nito, como la luz y como las olas del océano,» según decía la Radio de Moscú. Una emisora trasmitió en estilo más íntimo, las supuestas pa­labras que un niño de escuela se dijo a sí mismo al pasar frente a las dependencias de Stalin en el Kremlin: «Al apagarse la luz, EL se acostará. Me cuesta trabajo creer que duer­me como los demás ... Y cada vez que nace el sol, tengo la impresión de que es EL, Stalin, quien encien­de la luz sobre el mundo.»

Stalin era el sol, y «sus rayos da­ban calor a los pueblos de la tierra.» Era Dios: «Sois otro nombre de la inmortalidad,» exclamaba la Radio de Praga.

Los nuevos amos de Rusia que ahora lo censuran y envilecen, en otros tiempos lo santificaban y tejían guirnaldas literarias en su honor. Según Molotov, «Stalin representa­ba las mejores esperanzas y aspira­ciones de la humanidad progresistaBulganin gritaba: «Viva nuestro je­fe y maestro, el gran Stalin.» Y, de­cía Malenkov, «la posteridad agra­decida glorificaría su nombre.»

Los que acaban de actuar como se­pultureros de su memoria, también en aquellos tiempos entonaban sus loores: «Viva el sabio jefe del parti­do y del pueblo,» gritaba Khrush­chev, «el inspirador, el organizador de todas nuestras victorias, el cama­rada Stalin.» Lo que coreaba Miko­yan diciendo: «Es nuestro jefe y maestro, el brillante constructor del comunismo, nuestro amado cama­rada Stalin. Gloria a su nombre.»

Cuando «La Esperanza de la Hu­manidad» cumplió 70 años, las má­quinas de hacer elogios multiplica­ron su producción. Basta mencionar el inmenso ramo de flores ofrecido al ídolo por el comité central del partido comunista y el consejo de ministros de la U.R.S.S. «Todas las generaciones futuras —decía el men­saje de saludo— glorificarán vuestro nombre. Un ardiente amor hacia vos mantiene encendidos los cora­zones de millares de millares de tra­bajadores en la redondez de la tie­rra, oh gran hombre de ciencia, gran arquitecto del Comunismo, amigo incomparable, educador y guía» ...

Entre los firmantes se encontraban Khrushchev, Bulganin, Mikoyan.

Y luego Stalin murió... (Asfixia­do, dicen algunos, bajo una almoha­da en su lecho de enfermo).

Visto lo que ocurrió después, el duelo oficial acabó por ser indecen­te. De nuevo el comité central del partido y el consejo de ministros se desbordaron en elogios: «El corazón del sabio jefe y maestro ha dejado de latir,» decían en su comunicado. «El nombre inmortal de Stalin, in­finitamente caro a todos nosotros, vivirá para siempre en el corazón del pueblo soviético y de toda la hu­manidad progresista

Y fueron muchas las coronas in­dividuales colocadas sobre el féretro del jefe inmortal, lo mismo que mu­chas las lágrimas derramadas por los diversos cocodrilos ... «Adiós, amigo  adorado,» clamaba Malen­kov. «Es incomparable la pena que nos abruma —lloraba Molotov—Toda su vida, iluminada por gran­des ideas, es para nosotros un ejem­plo exaltante.»

En febrero pasado, en discursos que hicieron estremecer al partido y asombraron al mundo, comenzó el proceso de la demolición. Aquéllos que lo llamaron Sabio, Eterno, Gran­de, Amado, aseguran ahora que le causó graves males al país. Khrush­ chev explicó ante el comité central su «vigorosa condenación del culto individual como extraño al espíritu de Marx y de Lenin.» El «amigo adorado» de Malenkov se convirtió de pronto en un simple mortal cu­yas «decisiones personales y sus ar­bitrariedades produjeron inmensos perjuicios.» Mikoyan acusó a su «querido jefe y maestro» de haber suprimido la jefatura colectiva du­rante 20 años, y se refirió con des­precio a determinados escritos eco­nómicos de Stalin a quien en otra ocasión llamara «tesoro de ideas.»

Pocos días después, en el famoso discurso secreto que más tarde llegó a conocimiento de los diplomáticos occidentales y se difundió por el mundo entero, Khrushchev recono­ció ante sus camaradas lo que ya te­nían por sabido los hombres libres en todas partes: que Stalin había sido uno de los grandes criminales de la historia. Fue una denuncia inaudita y terrible no sólo de Stalin sino de todos aquéllos que habían obedecido sus órdenes, que lo ha­bían apoyado y que, sabiendo lo que ahora Khrushchev revelaba, habían aplaudido y alabado, como el mismo Khrushchev, al tirano.

El ídolo podrá haber sido hecho añicos, pero a través de la polvareda levantada por su derrumbe se perfila ahora una nueva lealtad, un nuevo culto. El culto a un individuo infali­ble deja paso al culto a un partido político que no comete errores.

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST octubre 1956

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