El amor de una madre es capaz de mover montañas
“NUNCA TE RINDAS”
Por JOSEPH REAVES
Selecciones del Reader,s Digest Julio de 1998
LA Luz de una solitaria lámpara fluorescente parpadeaba en la sala de beneficencia del Hospital General de Filipinas, proyectando un tétrico juego de sombras en el rostro de César Mata.
—Mamá, me voy a morir —susurró el niño.
—No, Tetal, te vas a poner bien —repuso su madre, Erma, y le acarició la frente.
Ella y su esposo, César, habían gastado todo lo que tenían a fin de conseguir ayuda médica para su hijo, quien padecía una enfermedad incurable que estaba acabando con él. César, de casi nueve años, pesaba apenas 13.5 kilos y medía 97 centímetros. Los médicos no le auguraban más que unos cuantos años de vida, pero habían aconsejado a sus padres llevarlo a Estados Unidos, donde podrían atenderlo mejor. El problema era difícil, pues los Mata no disponían de medios para trasladarlo allí. Así pues, mientras su hijo se quedaba dormido esa calurosa noche de junio de 1983, en Manila, Erma tuvo una idea: le escribiría al presidente Ronald Reagan, de quien le habían dicho que era un hombre bueno. Sin duda él podrá ayudarnos, pensó.
Sólo una profunda desesperación podía llevar a esta madre campesina a pensar en semejante solución, pero Erma no era una mujer que se diera por vencida fácilmente.
Señales de alarma
A diferencia de su hermano mayor, Don, el pequeño César siempre había sido bajo de estatura para su edad. Su abultado vientre no guardaba proporción con sus delgados brazos y piernas, y a veces tenía dificultades para orinar. No obstante, jamás se quejaba: al igual que su madre, era sereno y tenaz.
Entonces, poco después de cumplir cuatro años, en 1978, empezó a mostrar una palidez extrema.
—Tienen que llevarlo de inmediato a un hospital de Manila ledijo un médico a la señora Mata.
Esa noche, cuando le dio la noticia a su esposo, Erma se echó a llorar. No tenían más que ocho pesos (menos de un dólar) y vivían unos 340 kilómetros al sureste de la capital.
Aunque casi todos sus familiares eran tan pobres como ellos, la abuela de Erma les dio un lechón para que lo vendieran, y una tía los ayudó con unos pesos que había ahorrado. Luego un tío llevó a César y a sus padres a Manila en un camión prestado.
Los médicos del Hospital General de Filipinas descubrieron que el niño padecía talasemia, una grave anemia hereditaria debida a un trastorno en la producción de hemoglobina. Erma no entendió ninguno de estos tecnicismos, pero sí lo que aquéllos dijeron en seguida: que la enfermedad era incurable.
—Lo único que podemos hacer por su hijo es transfundirle sangre cada vez que su concentración de hemoglobina disminuya demasiado y su vida peligre —le dijeron.
Le advirtieron además que habría complicaciones. Debido a la frecuencia de las transfusiones, el hierro, elemento esencial para la formación de hemoglobina, se acumularía en el organismo de César, lo que retardaría su crecimiento y a la larga le dañaría el corazón, el hígado y el sistema endocrino. En ese tiempo, los enfermos de talasemia rara vez vivían más de 20 años.
“Podría ser mi hJjo"
Para Erma, quien provenía de una familia de 12 hermanos, ser pobre no era una excusa para no actuar. De niña fue una buena estudiante, y desde entonces había desarrollado un tesón que la hacía luchar incansablemente por tener una vida mejor.
La enfermedad de César iba a ser su prueba de fuego. Durante varios años, y a intervalos de entre 6 y 12 semanas, ella y su hijo hicieron el largo viaje de ida y vuelta a Manila para que él recibiera las vitales transfusiones. Erma tuvo que tragarse el orgullo y pedir que le regalaran boletos de tren y autobús. Con súplicas a un secretario del palacio presidencial consiguió una tarjeta que le permitía solicitar pruebas de laboratorio gratuitas para César en los hospitales del gobierno.
Erma tocó puertas e hizo antesala muchas veces hasta que un redactor del diario The Manila Bulletin, conmovido al enterarse de su historia, escribió en un artículo publicado el 15 de junio de 1979: "César ni siquiera sabe que la muerte acecha cada vez más cerca, y al parecer no por mucho tiempo podrá seguir escapando de ella".
Podría ser mi hijo,, pensó Cheche Lázaro, una celebridad de la televisión, cuando vio la foto del niño en el periódico. A partir de entonces empezó a visitarlo en el hospital. Le llevaba regalos y ayudaba a su madre con los gastos.
El señor Mata, quien no había podido hallar un buen trabajo, se enteró de que una empresa de Arabia Saudita estaba contratando mecánicos. Erma le suplicó que aceptara el empleo. Al principio él rehusó hacerlo, pero luego de varios días de reñir y de que ella le hizo comprender que sólo así podría ayudar a su familia, accedió y en 1981 salió del país.
Carta a Reagan
Dos años después, el mal de César se agravó. Debido a una hiperfunción, su bazo estaba eliminando más glóbulos rojos de lo normal. Los médicos del Hospital General consideraron la posibilidad de extirpárselo, pero desistieron porque el niño estaba demasiado débil.
Fue en ese instante cuando Erma, al ver a su hijo postrado en cama, decidió enviar una carta a la Casa Blanca a fin de que allí conocieran el triste pasado de su hijo, su incierto futuro y la desesperación de la familia. "Por favor, ayuden a mi hijo a vivir más tiempo", escribió. Además de dirigir saludos al presidente, adjuntó una foto de César y su expediente médico, y remitió la carta a Nancy Reagan. El sistema de seguimiento de correspondencia de la Casa Blanca mandó la carta a los Institutos Nacionales de Salud (INS) con la petición de que dieran una "respuesta directa".
Seis semanas después, Erma recibió una alentadora carta del doctor Claude Lenfant, director del Instituto Nacional de Cardiología, Neumología y Hematología, de los INS, en la cual la enteró de que sus colegas estaban realizando investigaciones sobre la talasemia. Aunque el tratamiento con un fármaco llamado Desferal no curaba el trastorno ni eliminaba la necesidad de las transfusiones, podía reducir la concentración de hierro en la sangre y prevenir así el consecuente daño a órganos vitales, lo que por lo general causaba la muerte del enfermo.
Sin embargo, el doctor Lenfant también la puso al tanto de la cruda realidad: el tratamiento costaba unos 4000 dólares al año y los pacientes tenían que acudir una vez al año a los INS, en Maryland, para que les practicaran análisis de sangre y biopsias.
La señora Mata se propuso encontrar la manera de llevar a su hijo a Estados Unidos.
Palabras de aliento
A fines de 1993, diez años después de haberle escrito a Reagan, Erma recibió una carta del doctor Arthur Nienhuis, uno de los más eminentes expertos en talasemia del mundo, el cual, cuando trabajaba en los INS, le había escrito a menudo para mantenerla al tanto de los estudios más recientes. Lo habian nombrado director del Hospital de Investigaciones Pediátricas Saint Jude en Memphis, Tennessee, el cual podría atender gratuitamente al muchacho y proporcionarle alojamiento en la ciudad, así como transportación aérea dentro del país. Erma sólo tenía que llevar a su hijo a cualquier ciudad de Estados Unidos y el hospital se encargaría del resto.
La señora Mata recurrió con renovadas esperanzas a Cheche Lázaro, el cual le consiguió boletos de avión gratuitos. En el verano de 1994, madre e hijo por fin llegaron a Estados Unidos.
César, que entonces tenía casi 20 años y medía poco más de 1.20 metros, no cabía en sí de gusto cuando entró en el hospital acompañado de su madre.
Después de someterse a una serie de pruebas, se trasladó de nuevo a Los Ángeles a comenzar el tratamiento. Los médicos le extirparon el bazo y la vesícula biliar a fin de disminuirle la pérdida de glóbulos rojos y hacerle transfusiones con menos frecuencia. El doctor Robinson Baron, presidente de la Sociedad Médica Filipina del Sur de California, realizó la operación sin cobrar honorarios.
Unos residentes filipinos, impresionados por el valor del muchacho y el amor de su madre, les ofrecieron ayuda y mantuvieron informados de la recuperación de César a los asistentes de los Reagan.
Cierto día Erma recibió notificación por teléfono de que el ex presidente y su esposa querían reunirse con ella, su hijo y el doctor Baron.
—¡Vamos a conocer al presidente Reagan! —exclamó con alborozo—.i No puedo creerlo!
El encuentro se realizó en la oficina de Reagan en California, quien les dio la bienvenida en la puerta. Embargada de emoción, Erma recordó aquella noche, hacía ya tantos años, en que pensó en pedirle ayuda a ese influyente hombre.
Poco después César fue trasladado nuevamente al Hospital Saint Jude, donde lo sometieron a una rigurosa terapia para eliminar de su organismo el peligroso hierro sobrante que había acumulado tras muchos años de transfusiones. Un equipo de endocrinólogos le prescribió una dieta especial para aliviarlo de los trastornos hormonales que padecía.
En la actualidad César mide 1.55 metros de estatura, 30 centímetros más que cuando empezó el tratamiento. Él mismo se administra casi todos sus medicamentos en casa, en Filipinas, y no ha necesitado ninguna transfusión desde que le extirparon el bazo, en 1994.
Asiste a una universidad en Legazpi, capital provincial situada a pocos kilómetros de donde vive. "Me gustaría estudiar el mal que padezco", dice César, quien quiere ser investigador médico. "Así podría retribuir a todos los que me han ayudado".
La primera vez que él y su madre fueron al Hospital Saint Jude, las enfermeras les regalaron unas sudaderas que tenían impreso su lema oficial: "Nunca te rindas". Y éstas son justamente las palabras que han impulsado a Erma Mata toda su vida.
Foto- Ayuda vital– El ex presidente Ronald Reagan con Erma, César y el doctor Robinson Baron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario