martes, 22 de junio de 2021

UN EMPRESARIO JUSTO, NOBLE Y MISERICORDIOSO

Con un empresario así, la lealtad y colaboración de sus empleados,no debe hacerse esperar- Un huehueteco apasionado por la historia-el autor del blog-

Nos hemos quedado sin trabajo", dijo un obrero, pero el dueño de la fábrica tenía otros planes.

UN PATRÓN SIN IGUAL

POR PETER MICHELMORE

Selecciones del Reader´s Digest Mayo de 1997

FELIZ cumpleaños, Aaron! El coro tomó por sor­presa a Aaron Feuerstein cuando entraba al Café Budapest, en Boston. En su ros­tro arrugado se dibujó una son­risa, y sus amigos se acercaron a abrazarlo y a felicitarlo. Des­pués de toda una vida de traba­jo, este hombre pelirrojo, alto y delgado, de 70 años, había cons­truido una de las industrias más prósperas del ramo textil.

Era el lunes 11 de diciembre de 1995. Unos 40 kilómetros al norte, en la localidad de Lawrence, Massachusetts, el viento soplaba con fuerza por los ca­llejones situados entre los cen­tenarios edificios de ladrillo ro­jo de su fábrica, Malden Mills. Casi a la misma hora en que él celebraba con sus amigos, 400 obreros iniciaban sus labores en el turno de la noche.

De repente, a eso de las 8, se produjo una tremenda explosión en uno de los edificios. Las llamas se propagaron al inmueble contiguo y de éste al prin­cipal, de cinco pisos.

Cuando Feuerstein y su esposa, Louise, llegaron a casa, a las 10:45, el teléfono estaba sonando.'

—¡Hay un incendio en la fábrica! —le avisó con voz agita­da uno de los ejecutivos de la empresa.

Inserto: El incendio de Malden Mills causó pérdidas que se calculan en cientos de millones de dólares. Derecha: Aaron Feuerstein entre los escombros del siniestro, planeando la reconstrucción.

Voy para allá —respondió atur­dido el industrial.

Cuando llegó, todo eran llamas y humo. Se reunió con los directivos en un edificio de seguridad de la fábrica.

—¿Hay víctimas? —preguntó.

—Veintiséis heridos. A los más gra­ves se los llevaron en helicóptero.

—¡Dios mío! --exclamó Feuerstein.

Entonces recordó que, según las enseñanzas del judaísmo ortodoxo, la adversidad es una prueba. Cuando era niño, su padre solía repetirle su aforismo favorito: "Cuando estés en un lugar donde no haya hombres, haz cuanto puedas por ser un hombre".

En esta ocasión, mucho estaba en juego. El negocio empleaba a más de 3000 trabajadores; era impensable ce­rrarlo. Es su medio de vida, se dijo Feuerstein. ¿Cómo puedo salvarlo?

BESSIE ARSENAULT, mujer de 40 años radicada en Lowell, Massachu­setts, estaba en casa viendo las noti­cias del incendio por televisión cuan­do sonó el teléfono.

—Vengo de la fábrica —le dijo su hermano Michael Goujon, de 36 años— No pueden apagar el incen­dio. Nos hemos quedado sin trabajo.

Los ocho hermanos de Bessie y Mi­chael habían sido obreros de la fábri­ca, y ellos dos aún lo eran. Madre de tres hijos, Bessie tenía pensado con­servar su empleo hasta jubilarse.

Aaron no se va a dejar vencer por un incendio —repuso—. Ya en­contrará la forma de seguir adelante.

LA TENACIDAD de Aaron Feuer­stein le venía de su padre y de su abuelo paterno, Henry. Éste último, inmi­grante húngaro, fundó la fábrica en 1906 en Malden, Massachusetts, y al morir se la dejó a su hijo Samuel, quien tuvo especial cuidado de incul­car en sus. descendientes las enseñanzas de los profetas bíblicos. "Un buen nombre es el mayor tesoro que se puede adquirir", le decía a Aaron cuando era pequeño.

El nieto de Henry estudió filosofía y literatura inglesa en la Universidad Yeshiva, en la Ciudad de Nueva York. Cuando tomó las riendas de la fábri­ca, siguió dedicándose, por las noches, a estudiar la Torá y la poesía clásica. "Dedicarse sólo a los negocios no en­riquece al hombre", les decía a sus amigos.

Al igual que su padre y su abuelo, Aaron a menudo iba contra la co­rriente. En los años 50, la mayoría de las industrias textiles del noreste de Estados Unidos se trasladaron al sur, atraídas por impuestos bajos y mano de obra barata. En cierta ocasión, un alcalde de Carolina del Norte le ofre­ció a Feuerstein construirle una nave 'industrial y eximirlo de pagar impues­tos para que trasladara allí su fábrica, pero él rechazó la oferta.

A la larga, las mayores utilida­des proceden de emplear la mejor mano de obra y hacer la mejor tela —respondió.

En 1956 mudó la fábrica a Lawren­ce y empezó a producir telas más va­riadas, entre ellas la felpa Polartec, que tuvo mucho éxito.

El empresario se enorgullecía de sus trabajadores y de la calidad de las telas que elaboraban. "Ustedes son los mejores", les decía mientras reco­rría las instalaciones.

La mañana después del siniestro, Feuerstein salió a evaluar los daños causados por el incendio. Entre los rescoldos aún humeantes asomaban máquinas destrozadas y vigas venidas abajo, cubiertas por la escarcha de la madrugada. Sin embargo, de los nue­ve edificios de la fábrica quedaban seis en pie, además del administrati­vo, de cinco pisos.

' —¡Esto es un milagro! —exclamó aliviado.

Luego entró en el edificio adminis­trativo, donde estaban reunidos más de 1000 obreros. Al instante se hizo el silencio.

—Cuando toda la industria textil de Lawrence se fue al sur en busca de mano de obra barata, nosotros nos quedamos —dijo, con una voz que re­sonaba por toda la sala—. Ahora tam­bién nos quedaremos, y vamos a re­construir nuestra fábrica.

Los obreros estallaron en aplausos y él se llenó de emoción. Había hecho una promesa y no tenía más remedio que cumplirla. Entonces le vino a la mente una máxima judía: "Debes va­lorar los bienes de tus amigos tanto como los tuyos".

ESE MISMO DÍA, Feuerstein se reu­nió con los 15 gerentes principales de la compañía. Señalando hacia la plan­ta de Polartec, les dijo:

—Por ahí empieza la reconstruc­ción. Quiero que en una semana esté otra vez levantada y funcionando

. —No se puede en menos de cuatro semanas, y eso haciendo hasta lo imposible —objetó Bill Demmons, jefe de ingenieros.

Bill, eres el mejor ingeniero del mundo —insistió Feuerstein sin per­der la calma—. Ya encontrarás la manera de lograrlo. —Luego se vol­vió hacia los demás y agregó—: ¿En cuánto tiempo podemos conseguir maquinaria nueva? Quiero que nues­tros obreros vuelvan a la producción cuanto antes.

—Se puede traer en avión —dijo alguien—. Cuesta mucho, pero nos saldría más caro fallarles a nuestros clientes..

Al concluir la reunión, el industrial añadió:

—Recuerden todos lo que está en juego. No me digan que les he pedido un imposible.

LA NOMINA debía pagarse_en el cur­so del martes y el miércoles. "¡Que se les pague a todos su salario comple­to!", instruyó el patrón, "y a tiempo".

Los obreros se quedaron atónitos cuando lo supieron. El miércoles por la mañana, cada uno recibió su sueldo más 275 dólares de aguinaldo y un mensaje de Feuerstein: "No se deses­peren, y que Dios los bendiga".

El jueves, pasados tres días de ocu­rrido el incendio, hubo una junta con los trabajadores.

—Iré al grano —anunció el empresario mirando a su alrededor—: Durante los próximos 30 días, o más, si se puede, los salarios se pagarán íntegros. Todos vitorearon. Feuerstein alzó
la mano para pedir silencio y continuó: —Lo más importante que nuestra empresa puede hacer por sus obreros es reintegrarlos a sus labores. El 2 de enero reanudamos la producción.

Esta vez el alboroto fue en grande. Los hombres levantaron los puños y las mujeres rompieron a llorar. "¡Es un orgullo trabajar para Aaron!", gri­tó un obrero.

LA DIRECCIÓN de la compañía tra­zó la estrategia de recuperación. Se

Los obreros aplauden la decisión de Feuerstein de seguir pagando salarios íntegros (millones de dólares a la semana).

desalojaron dos edificios y se dispuso todo para la producción temporal. En el complejo principal se empezó a eri­gir un andamiaje y una red de 240 me­tros de tubería de 20 centímetros de diámetro.

—No será una obra de arte —le di­jo el ingeniero Demmons a su jefe—.. pero funcionará.

Siete días después del desastre, el 18 de diciembre, se puso en marcha la primera máquina del edificio en que se produciría el Polartec. Cuatro días más tarde comenzó a funcionar parte de una línea de producción.

EL MARTES 2 de enero de 1996 —apenas 22 días después del incen­dio—, Bessie Arsenault, su hermano Michael y 300 obreros más se pre­sentaron a trabajar.

Para producir el Polartec, los ejecu­tivos pusieron en marcha un plan po­co común de reincor­poración al trabajo: primero llamaron a los obreros más expe­rimentados y con ma­yor variedad de apti­tudes, sin importar sus puestos anterio­res ni su antigüedad. Esta medida violaba el contrato colectivo, pero el presidente del sindicato dejó de lado las reglas. "Debemos colaborar", dijo.

Michael Goujon, que trabajaba en la sección de teñido, em­pezó a manejar un montacargas. "Tengo amigos y veci­nos que no están trabajando", decla­ró, "y haré lo que sea para que pue­dan regresar".

Bessie Arsenault, que antes estaba asignada a la sección de tejidos, se convirtió en ayudante del supervisor. Un viernes, poco antes de terminar la jornada, su jefe le preguntó si podía tener 1100 metros de felpa empaca­dos para el lunes por la mañana.

De momento, Bessie no supo qué decir;  tenía importantes compromisos familiares ese fin de semana. No obs­tante, después de pensarlo le propuso al supervisor:

Está bien, puedo venir el domin­go a las 4 de la mañana y hacerlo.

¿En serio?

—¡Claro! Por algo Aaron no nos cambiaría por nadie más.

PARA PROBARLES a los clientes que su empresa se recuperaba con rapi­dez, Feuerstein asistió a una exposi­ción de fabricantes rle telas en Ne­vada. Los compradores participantes vieron funcionar las líneas de produc­ción de Polartec por un enlace vía sa­télite. El dueño de la compañía les aseguró que estaba en condiciones de surtir 80 por ciento de sus pedidos.

Mis trabajadores han hecho un milagro —añadió.

Feuerstein era exigente con todos, pero lo era aun más consigo mismo. Al salir de la exposición quedó en ver­se -al día siguiente a las 4:30 de la ma­ñana en la recepción del hotel con el director de seguridad de su firma, Ro­bert Fawcett, para salir a correr.

Fawcett no creía que su jefe se pre­sentara, pero, aunque estaba llovien­do, éste llegó muy puntual. Más aun, llevó la delantera a lo largo de los 10 kilómetros de recorrido, y, una vez que volvieron al hotel, le propuso:

—Ahora te juego unas carreras.

—¡No, muchas gracias! —respon­dió Fawcett jadeando.

Feuerstein sonrió y se lanzó a co­rrer él solo por el pavimento húmedo.

Esa misma mañana, en Lawrence, Bessie Arsenault ya iniciaba su faena. Al ver que otros obreros se reincorpo­raban al trabajo, pensó maravillada: Esto es como una reunión familiar.

Se daba cuenta de que los extraor­dinarios acontecimientos de las últi­mas semanas no sólo no los habían derrotado a ella ni a sus compañeros, sino que los habían fortalecido.

Aaron Feuerstein había enfrentado la adver­sidad con entereza y lealtad. Lo hizo por sí mismo, pero también por noso­tros, pensó Bessie con orgullo.

Por fortuna, el incendio no causó ninguna muerte, y todos los heridos habían salido del hospital en abril de 1996. Aún no se ha podido determinar la causa del siniestro.

Aaron Feuerstein pagó la nómina completa durante 90 días. Al cabo de este tiempo, 75 por ciento de sus traba­jadores estaban de vuelta en sus pues­tos. En mayo de 1996 se inició la cons­trucción de una nueva fábrica pensada para ser la más avanzada del mundo, lo que simboliza el compromiso de su dueño. Las operaciones ya han co­menzado y la fábrica se estrenará ofi­cialmente este mes.

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