"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.
"A cierta distancia del gran pueblo, en un valle hacia el norte, se elevaba un bosque sombrío de cipreces y abetos llamado el bosque de la sangre, a donde se ¡legaba por entre las ruinas de aquellos monumentos antiguos, pertenecientes en otro tiempo a un pueblo desconocido en el desierto. En el centro de este bosque se extendía una vasta arena, donde se inmolaban los prisioneros de guerra, y allí se me condujo en triunfo. Todo se prepara para mi muerte: se planta el poste de Areskui: los pinos, los olmos y los cipreces secos caen al(1) Se distingue bien el rubor en las mejillas de las jóvenes Salvajes. OBRAS COMPLETAS - TOMO II 459
golpe de la hacha: la hoguera se levanta: los espectadores forman anfiteatros de ramos y troncos de árboles: cada uno inventa un suplicio ; cual se propone arrancarme la piel del cráneo, cual quemarme los ojos con hierros encendidos, y yo empiezo mi canción de muerte".
"Yo no temo los tormentos; yo tengo valor ¡Muscogulges! y os desafío; os desprecio más que a las mujeres. Mi padre, el famoso Utalissi, hijo de Miscú ha bebido en el cráneo de vuestros más famosos desafío; os desprecio más que a las mujeres. Mi padre, el famoso Utalissi, hijo de Miscú ha bebido en el cráneo de vuestros más famosos guerreros. Vosotros no arrancaréis un suspiro de mi corazón".famosos guerreros. Vosotros no arrancaréis un suspiro de mi corazón".
"Irritado con mi canción, uno de los guerreros me traspasó el brazo con una flecha, y yo le dije: hermano, te lo agradezco".
"A pesar de la actividad de los verdugos, los preparativos del suplicio no pudieron acabarse antes de anochecer. Se consulta aJ juglar, éste prohibe el perturbar los Genios de las sombras, y mi muerte se difirió todavía hasta el día siguiente. Pero con el ahínco de gozar del espectáculo, y para estar más prontos al apuntar el alba, no quisieron desamparar el bosque de la sangre, sino pasar allí la noche en danzas y festines, alrededor de grandes fuegos".
"Entretanto, me tendieron de espaldas, me ataron del cuello, pies y brazos con cuerdas que iban a asegurarse a unas estacas clavadas en tierra, y sobre las cuerdas se acostaron varios guerreros; de manera que yo no podía hacer el más mínimo movimiento sin que ellos lo sintiesen. La noche crece, los cantos y las danzas van cesando sucesivamente, ya los fuegos no despiden más que una luz bermejiza, y todavía se ven pasar delante de ella las sombras de algunos salvajes errantes: todo se entrega al sueño. Al paso que el ruido de los hombres se disminuye se aumenta el del desierto, y los lamentos del viento en el bosque suceden al tumulto de las voces".
"Aquella era la hora en que la joven india que acaba de ser madre, se levanta sobresaltada en el peso de la noche, creyendo oir el llanto de su primogénito que le pide el dulce alimento. Los ojos fijados en el cielo, por donde erraba la luna entre nubes, yo reflexionaba sobre mi destino. Átala me parecía un monstruo de ingratitud. ¡Yo, que había querido más bien sacrificarme a las llamas que dejarla!. . . ¡ Abandonarme en el momento del suplicio!... Con todo, yo sentía que la amaba siempre, y que moría con regocijo por ella.
"Así como en los placeres excesivos tenemos siempre un aguijón que nos despierta, advirtiéndonos que aprovechemos los breves instantes de su duración, así por el contrario, en los grandes conflictos, no nos falta una cierta pesadez que nos adormece. Unos ojos can 460 SIMÓN RODRÍGUEZ sados de llorar quieren naturalmente cerrarse, porque hasta en nuestros infortunios nos hace sentir la Providencia los efectos de su bondad. Yo cedí al fin, sin poderlo remediar, a este pesado sueño de que gustan a veces los miserables. Soñaba que me aflojaban las ligaduras, y creía sentir aquel alivio que se experimenta, cuando después
de haber estado fuertemente oprimido, una mano caritativa rompe nuestras cadenas".
"Tan viva fue esta sensación, que me hizo levantar los párpados; y con un rayo de la pálida luz de la luna, que pasaba entre dos nubes, entreveo una gran figura blanca inclinada sobre mi, empeñada en desanudar silenciosamente mis lazos. Yo iba a dar un grito, cuando una mano, que al instante conocí, me tapó la boca. Una sola cuerda faltaba; pero parecía imposible romperla, sin tocar un guerrero que la cubría toda con su cuerpo. Átala la pulsa, el guerrero la siente y se endereza medio despierto: Átala se queda inmóvil mirándolo: el indio cree que es el Espíritu de las ruinas, se vuelve a acostar cerrando los ojos e invocando a su Manitú. El lazo se rompe al fin, yo me levanto y sigo a mi libertadora. Pero ¡cuántos peligros nos rodean!
Ya nos vemos a punto de tropezar con los salvajes que estaban dormidos en la obscuridad; ya nos interroga una guardia, y Átala responde fingiendo la voz; ya gritan los niños; ya nos ladran los perros al pasar. Apenas nos hallamos fuera de aquel funesto circuito, cuando los alaridos conmueven la floresta. El campo se despierta, los fuegos se encienden, los salvajes con hachones en las manos se ven correr por todas partes: nosotros apresuramos nuestra fuga".
"Para cuando la aurora salió del oriente, ya estábamos lejos en el desierto. ¡ Gran Espíritu! ¡ Tú sabes cuál fue mi felicidad al encontrarme otra vez en la soledad con Átala; con Átala mi libertadora; con Átala que se me consagraba para siempre!
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