"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.
Las palabras faltaron a mi lengua, yo me arrodillé, y dije a la hija de Simaghan: "La pequeñes del hombre es mucha, y si los Genios lo visitan el hombre es nada. Tú eres un Genio, tú me has visitado, y yo no puedo hablar delante de tí". Átala me alargó la mano con una sonrisa melancólica.
"Preciso es que yo te siga, dijo, puesto que no quieres huir sin mí.
Esta noche he seducido al juglar con regalos, he embriagado a tus verdugos con esencia de fuego (1), y he debido arriesgar mi vida por tí ya que tú habías dado la tuya por mí. ¡ Sí: joven idólatra! Añadió ella con un acento que me atemorizó, el sacrificio será recíproco".
(1) Aguardiente.
OBRAS COMPLETAS - TOMO II 461
"Átala me entregó las armas que había traído, me curó la herida enjugándola con una hoja de papaya, pero mojándola con sus lágrimas.
"Es un bálsamo, la dije: lo que derramas sobre mi llaga".
"Temo no sea más bien una ponzoña, me respondió, porque sale del corazón". Luego rasgó uno de los velos que cubrían su pecho, y con él hizo un cabezal, que me ató al brazo con una trenza de sus cabellos".
"La embriaguez, en los salvajes, es una especie de enfermedad que les dura mucho tiempo; y esto fue, sin duda, lo que les impidió perseguirnos durante los primeros días. Es probable que, si nos buscaron luego, fuese hacia el occidente, creyendo que habríamos bajado al Meschacebé; pero nosotros habíamos dirigido nuestro rumbo hacia la estrella inmóvil (1), gobernándonos por el musco de los troncos de las encinas".
"No fue menester mucho tiempo para que conociésemos lo poco que habíamos ganado con mi libertad. El desierto desenvolvía ya delante de nosotros sus interminables soledades. ¿Qué iba a ser de nosotros en aquellos montes salvajes, extraviados de nuestro verdadero camino, andando al acaso, sin conocimiento de la vida de los bosques? Muchas veces, mirando a Átala, me acordaba de aquella historia antigua de Agar que López me había hecho leer, sucedida en el desierto de Bersabé, allá en tiempos pasados, cuando los hombres vivían por tres edades de la encina".
"Átala me hizo un manto de la segunda corteza del fresno, porque estaba casi desnudo: me bordó unas mocasinas (2) de piel de rata almizclada, con pelos de puercoespín. Yo, por mi parte, tenía también cuidado de su adorno: ya le ponía en la cabeza una corona de malvas azules, que encontrábamos en el camino, en los cementerios abandonados por los Indios; ya le hacía collares de granos encarnados de azale; y después me ponía a sonreir contemplando su maravillosa hermosura".
"Cuando encontrábamos algún río lo pasábamos, o encima de unabalsa, o a nado. Átala se sostenía de mis hombros con una mano, y como dos cisnes viajantes, atravesábamos aquellas ondas solitarias".
"En los grandes calores del día, nos poníamos de ordinario a cubierto bajo los muscos de los cedros. Casi todos los árboles de la Florida, principalmente el cedro y la carrasca, están cubiertos de un
(1) El norte.
(2) Calzado que usan los Indios.
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musco blanco, que desciende desde sus ramas hasta el suelo. Cuando de noche, a la claridad de la luna, percibieras sobre la desnudez de una sabana una encina sola revestida de este ropaje creerías ver un fantasma arrastrando tras sí sus largos velos. La escena no es menos pintoresca en el peso del día: porque una multitud de mariposas, de luciérnagas, de colibris, de cotorras verdes, de grajas azules vienen .a prenderse a estos muscos, y a hacer con ellos el efecto de un tapiz de lana blanca, en que el artífice Europeo habría bordado un conjunto
de insectos y de pajarillos brillantes".
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