LA BIBLIA EN ESPAÑA
JORGE BURROWS
Al preguntarle si era costumbre poner las Escrituras en manos de los chicos, me respondió que mucho antes de adquirir capacidad suficiente para entenderlas, los padres retiraban de la escuela a sus hijos para que los ayudasen en las labores del campo; en general, los padres no tenían el menor deseo de que sus hijos aprendieran cosa alguna, por considerar tiempo perdido el empleado en aprender. Dijo que, si bien las escuelas estaban nominalmente sostenidas por el Gobierno,era raro que los maestros cobrasen sus sueldos; por eso, muchos habían últimamente
renunciado sus empleos. Me declaró que poseía un ejemplar del Nuevo Testamen-
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to; quise verlo, y resultó ser tan sólo un ejemplar de las Epístolas, traducción de Pereira, con muchas notas. Le pregunté si consideraba peligroso leer las Escrituras sin
notas; replicó que, ciertamente, no había peligro alguno, pero que la gente no ins-
truida poco provecho podía sacar de la Escritura sin el socorro de las notas, porque en su mayor parte la encontraría ininteligible. En diciendo esto nos estrechamos la mano, y, al partir, le dije que no había pasaje de la Biblia tan difícil de entender como las mismas notas puestas para aclararla, y que nunca hubiese sido escrita si no bastara a iluminar por sí sola el entendimiento de toda clase de personas.
Uno o días después hice una excursión a Mafra, distante de Cintra unas tres leguas.
La mayor parte del camino corre por escarpados cerros, a veces peligrosos para las cabalgaduras; no obstante, llegué a mi des- tino sin novedad.
Mafra es un pueblo grande en las inmediaciones de un edificio inmenso, construído para convento y palacio, algo semejante al Escorial por su estructura; en él se halla la mejor biblioteca de Portugal, con libros de todas las ciencias y en todos los idiomas, muy apropiada a la magnitud y esplendidez del edificio donde se encierra.
Ya no había, empero, frailes para cuidarlo, como en otros tiempos; expulsados de allí,
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algunos mendigaban su sustento, otros habían ido a servir bajo las banderas de don a Carlos, en España, y me dijeron que muchos vivían del merodeo como bandidos.
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