"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.
Tal fue la historia de Átala, ¿Y quién era tu padre, le dije, pobre huérfana del desierto? ¿Cómo lo llamaban los hombres sobre la tierra?
¿Qué nombre tenía entre los Genios?
Nunca he lavado los pies de mi padre, respondió Átala: sólo sé que vivía con una hermana suya en San Agustín, y que ha sido siempre fiel a mi madre. Felipe era su nombre entre los ángeles, y los hombres lo llamaban López".
"A estas palabras levanté un grito que retumbó por toda la soledad. En mi enajenamiento mis voces se mezclaron con el ruido de los truenos, y entrechando a Átala contra mi corazón como si quisiera sofocarlo, exclamé con sollozos interrumpidos:
"¡ O hermana mía í O hija de López! ¡Hija de mi bienhechor!" Átala, asustada, me pregunta la causa de mi turbación. Pero cuando supo que López era aquel generoso huésped que me había adoptado en San Agustín, y que yo había dejado por ser libre, ella misma se sintió sobrecogida de confusión y de gozo".
468 SIMÓN RODRÍGUEZ
"Era demasiada sensación para nuestros corazones aquella ternura fraternal que venía a visitarnos, y a añadir su amor a nuestro amor. Todos los combates de Átala iban a ser inútiles. En vano la sentí llevar una mano a su seno, y hacer un movimiento extraordinario: ya yo me había apoderado de ella: ya me había embriagado con su aliento: ya había bebido toda la magia del amor en sus labios. Con los ojos elevados hacia el cielo a la luz de los relámpagos, yo tenía a mi esposa en mis brazos en medio de los desiertos, y en presencia del Eterno. ¡Pompa nupcial digna de nuestras desgracias, y de la grandeza de nuestros amores salvajes! Soberbias florestas que agitabais todos vuestros bejucos, todas vuestras copas, como las cortinas y el cielo de nuestro tálamo: pinos inflamados, que formabais las antorchas de nuestro himeneo: río derramado, montañas mugientes, espantosa y sublime naturaleza, ¿no erais vosotros, por ventura, más que un vano aparato dispuesto para engañarnos? ¿y no podíais ocultar por un momento en vuestros misteriosos horrores la felicidad de un hombre?
"Átala no ponía más que una resistencia débil, y yo tocaba ya al instante de mi dicha, cuando de improviso, un impetuoso relámpago seguido del estallido de un rayo surca la espesura de las sombras, llena todo el bosque de azufre y de luz, y despedaza un árbol a nuestros pies. Nosotros huímos espantados. ¡ O sorpresa.. . ! En el silencio que sucede a este gran destrozo, oímos sonar una campana. Suspensos ponemos el oído a un sonido tan extraño en el desierto. En el mismo instante ladra un perro a lo lejos, se acerca, redobla sus ladridos, llega aulla de gozo a nuestros pies, y un anciano solitario que traía una linterna le sigue atravesando la selva: "¡ La Providencia sea bendita! exclamó él luego que nos percibió. Hace ya largo tiempo que os busco.
Nosotros tocamos ordinariamente la campana de la misión por la noche, y en las tempestades, para llamar a los caminantes; y a ejemplo de nuestros cohermanos de los Alpes y del Líbano, hemos enseñado a nuestro perro a descubrir los extranjeros extraviados en estas soledades. El os sintió desde el principio de la borrasca, y me ha conducido
aquí. ¡ Buen Dios! ¡ y cuan jóvenes son! Pobres chicos! ¡ cuanto habrán padecido en este desierto! Vamos. Yo he traído ya una piel de oso que será para esta joven, y he aquí un poco de vino en nuestra calabaza: ¡sea Dios alabado en todas sus obras! ¡su misericordia es muy grande y su bondad infinita.!"
Átala estaba ya a los pies del religioso. "Jefe de la oración, le dijo, yo soy cristiana, y el cielo es quien aquí te envía para salvarme''.
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