sábado, 6 de enero de 2024

"ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND 462-464

 "ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

"En estos maravillosos hospedajes, preparados en medio de la soledad por el Gran-Espíritu, nos reposábamos al mediodía. Cuando los vientos bajaban del cielo a mover este alto cedro: cuando el aéreo edificio  fundado sobre sus ramas fluctuaba con las avecillas y los viajantes dormidos bajo su abrigo: cuando mil suspiros salían de las bóvedas y corredores de ésta vacilante mansión; las siete maravillas del antiguo mundo no podrían compararse con este monumento del desierto".

"Todas las noches hacíamos una gran lumbrada, y nos construíamos la choza de viaje con una corteza puesta sobre cuatro piquetes. Si yo había matado alguna pava de monte, paloma zurana o faisán silvestre, ¡o suspendíamos en la punta de una vara plantada en tierra delante de una encina inflamada, y dejábamos al viento el cuidado de voltear la presa del cazador. Comíamos muscos llamados tripas de roca, cortezas azucaradas de abedul, y manzanas de Mayo que reunían el gusto del durazno y de la frambuesa. El nogal negro, el zumaque, el ácer proveían de vino nuestra mesa solitaria. A veces yo iba a buscar entre las cañas una planta, cuya flor larga a manera de corneta, contenía una copa del más puro rocío. Bendecíamos la Providencia que, en medio de aquellas lagunas corrompidas, y en el débil tallo de una flor, había puesto aquella fuente cristalina; así como ha puesto la esperanza en el fondo de los corazones ulcerados con las pesadumbres, y así como ha hecho brotar la virtud del seno de las miserias de la vida".

"Pero jay de mi! que en breve conocí que la tranquilidad aparente de Átala me había engañado. Al paso que nos avanzábamos en el desierto, ella se entristecía. Cada rato se sobresaltaba sin motivo, y volvía la cara con precipitación; y a veces la sorprendía observándome con unos ojos apasionados, que inmediatamente volvía hacia el cielo lleno de una profunda melancolía. Lo que sobre todo me asustaba era no sé qué secreto, no sé qué pensamiento oculto en lo inte  OBRAS COMPLETAS - TOMO II 463

rior de su alma, que sus ojos me indicaban. Siempre atrayéndome y rechazándome, avivando y destruyendo mis esperanzas, cuando creía haber hecho algún progreso en su corazón, me volvía a encontrar en el mismo punto.

Cuantas veces me dijo: ¡Oh mi amado joven! ¡Yo te amo como la sombra de los bosques en medio del día! ¡Tú eres hermoso como el desierto con todas sus flores, y todas sus brisas! si me inclino hacia ti, me estremezco: Si mi mano cae sobre la tuya, me parece que voy a morir. El otro día, mientras tú reposabas reclinado en mi pecho, el viento me echó tus cabellos sobre la cara, y yo creía sentir el suave tacto de los Espíritus invisibles. Sí: yo he visto las cabras monteses de la sierra de Occúa: yo he oído los discursos de los hombres saciados del día (1) ; pero la dulzura de los cabritos, y la sabiduría de los ancianos son menos agradables, y menos fuertes que tus palabras. ¡Y bien, mi pobre Chactas! ¿No seré yo nunca tu esposa?

"Las continuas contradicciones del amor y de la religión de Átala, el abandono de su ternura y la castidad de sus costumbres, la entereza de su carácter y su profunda sensibilidad, la elevación de su alma en las cosas grandes y su delicadeza en las pequeñas, todo me

la hacía incomprensible. Átala no podía tomar sobre un hombre un imperio limitado: llena de pasiones, estaba llena de poder: era preciso adorarla, o aborrecerla".

"Después de quince noches de una marcha precipitada, entramos en la cordillera de los montes Allegany, y alcanzamos a uno de los brazos del Tenaso, río que desemboca en el Ohio. Por dirección de Átala construí una canoa que cubrí con goma de ciruelo, después dehaber cosido bien las cortezas con raíces de abeto; me embarqué con ella, y abandonamos nuestra suerte al curso de las corrientes".

"Sobre la izquierda, a la vuelta de un promontorio, se descubría el lugar de Estico con sus tumbas piramidales, y sus chozas arruinadas, y a la derecha dejábamos el valle de Keow, terminado con la perspectiva de las cabanas de Jore, suspendidas al frente de la montaña del mismo nombre. Arrastrados por el río, corríamos con él por entre peñascos empinados, y sobre sus cumbres veíamos ponerse el sol. La presencia del hombre no turbaba aquellas profundas soledades. No vimos más que un indio cazador, que apoyado sobre su arco, e inmóvil sobre la punta de una roca, semejaba una estatua erigida

en la montaña al Genio de los desiertos".

(1) Cansados de vivir.

464 SIMÓN RODRÍGUEZ

"Átala y yo añadíamos nuestro silencio al de aquella escena del mundo primitivo; cuando de repente, la hija del desierto hizo resonar por los aires una voz llena de emoción y de melancolía: ella cantaba la patria ausente".

"Dichosos los que no han visto el humo de las fiestas del extranjero, y que no se han sentado sino a los festines de sus padres".

"Si la granja azul del Meschacebé dijese a la sin par (1) de la Florida: ¿por qué te quejas con tanta tristeza? ¿No tienes aquí bellasaguas, hermosas sombras, y toda suerte de pastos como en tus florestas? Si: respondería la fugitiva sin par; pero mi nido está en el jazmín : ¿quién me lo traerá? y el sol de mi sabana, ¿lo tienes tú ?"

"Dichosos los que no han visto el humo de las fiestas del extranjero, y que no se han sentado sino a los festines de sus padres".

"Después de las horas de una marcha penosa, el caminante se sienta tristemente: contempla alrededor de sí los hechos de los hombres; el caminante no tiene en qué reclinar la cabeza: el caminante toca a la cabaña, pone su arco detrás de la puerta, y pide la hospitalidad : el dueño le hace un signo con la mano: el caminante vuelve a tomar su arco, y se torna al desierto".

"Dichosos los que no han visto el humo de las fiestas del extranjero, y que no se han sentado sino a los festines de sus padres".

"Maravillosas historias contadas junto al hogar, tiernas efusiones del corazón, larga costumbres de amar tan necesaria para la vida, Vosotras habéis llenado los días de los que no han dejado su país nativo. Sus sepulcros están en su patria junto con el sol en su ocaso, junto con el llanto de sus amigos, y junto con las delicas de la religión".

"Dichosos los que no han visto el humo de las fiestas del extranjero, y que no se han sentado sino a los festines de sus padres".

"Así cantaba Átala. Nada interrumpía sus quejas sino el ruido imperceptible de nuestra canoa sobre las ondas. Sólo en dos o tres parajes fueron recogidas por un débil eco que las repitió a un segundo más débil, y éste a un tercero más débil todavía. Se creería que las almas de los amantes, en otro tiempo desgraciados como nosotros, atraídas por esta tierna melodía, se complacían suspirando los últimos sonidos en la montaña".

(1) El original trae Nompareille.

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