lunes, 15 de enero de 2024

"ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND - Los Funerales (1)

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

Los Funerales.

"Yo no intentaré pintarte hoy ¡Oh Renato! la desesperación que se apoderó de mi alma luego que Átala hubo dado el último suspiro. Era menester tener más calor que el que me queda: era menester que estos ojos, tanto tiempo cerrados, pudiesen volver a ver el sol, para pedirle cuenta de las lágrimas que derramaron ante su luz. Sí, esta luna que está brillando sobre nuestras cabezas se cansará de alumbrar las soledades del Kentucky: el Ohio que lleva ahora nuestras piraguas suspenderá el curso de sus ondas, antes que mis lágrimas cesen de correr por Átala. Durante dos días enteros permanecí insensible a los discursos del ermitaño. Procurando calmar mis penas, aquel hombre eminente no se servía de razones vanas ni tei*restres. El se contentaba con decirme: "hijo, esta es la voluntad de Dios", y me estrechaba entre sus brazos.

Jamás habría creído que estas pocas palabras de un cristiano resignado encerrasen tanto consuelo, si yo mismo no lo hubiese experimentado".

OBRAS COMPLETAS - TOMO II 489

"La ternura, la unción, la inalterable paciencia del anciano siervo del Altísimo vencieron al fin la obstinación de mi dolor. Yo me avergoncé de las lágrimas que le hacía derramar. "Padre mío, le dije, ya esto es demasiado: cesen las pasiones de un joven de perturbar la paz de tus días. Déjame llevar el cadáver de mi amante; yo iré a sepultarlo en algún rincón del desierto; y si la suerte me condena a vivir todavía, yo procuraré hacerme digno de las nupcias eternas que me prometió Átala".

"A esta inesperada reacción de ánimo, el buen padre saltó de gozo exclamando: "¡oh sangre de Jesucristo! ¡sangre de mi divino Maestro, bien se reconocen aquí tus merecimientos! Tú salvarás sin duda a este joven. ¡Oh Dios mío, acaba tu obra! Restituye la paz a esta alma conturbada, y no le dejes de sus desgracias sino útiles y humildes recuerdos".

"El justo rehusó dejar a mi elección el cuerpo de mi amante, proponiéndome hacer venir la misión para enterrar a la hija de López con toda la pompa cristiana; pero yo me rehusé también a mi turno diciéndole: "Las desgracias y las virtudes de Átala han sido incógnitas entre los hombres, participe pues de la misma obscuridad su sepultura cavada secretamente por mi mano y por la tuya".

El accedió, y convinimos en que al siguiente día al apuntar el alba partiríamos a enterrar a Átala bajo el arco del puente natural, a la entrada de los boscajes de la muerte, y que pasaríamos aquella noche en oraciones junto al cuerpo de la santa doncella".

"Al caer la tarde transportamos sus preciosos despojos a una abertura de la gruta que caía hacia el norte. El ermitaño los habían envuelto en una sábana de lienzo de Europa que su madre había hilado; único bien que le quedaba de su antigua patria, y que guardaba mucho tiempo había para su mortaja. Átala estaba tendida sobre un césped de sensitivas de montaña, con los pies, la cabeza, los hombros y una parte del pecho descubiertos.

 Entre sus cabellos se veía una flor de magnolia marchita . . . ¡la misma que yo había puesto sobre la cama de aquella virgen para volverla fecunda! Sus labios, como un botón de rosa cogido de dos auroras, parecían a un tiempo angustiados y risueños, y en sus mejillas de un blanco terso resaltaba el azul de algunas venas: sus hermosos ojos estaban cerrados, sus pies modestamente juntos, sus manos de alabastro apretaban contra su corazón un crucifijo de ébano, y aquel escapulario, signo de sus votos, colgaba de su cuello. No parecía sino encantada por el ángel de la melancolía, y por el doble sueño de la inocencia y de la tumba. ¡ Nunca he visto cosa más celestial! Cual

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quiera que hubiese ignorado que aquella vestala había visto la luz,

la habría tomado por la estatua de la virginidad dormida".

"El religioso no cesó de orar toda la noche, y yo la pasé sentado a la cabecera del fúnebre lecho de mi Átala. ¡Ah, cuantas veces había yo sostenido en mis rodillas aquella amorosa cabeza mientras dormía! ¡Cuántas veces me había inclinado sobre ella para oír y respirar su aliento! Pero ya a aquellas horas su pecho inmóvil no se sentía, y en vano esperaba yo ver despierta la hermosura".

"Hasta la luna prestó su pálida luz para aquella lúgubre vigilia, levantándose a media noche como una blanca vestala que viene a llorar sobre el féretro de su compañera. A poco, esparció por las selvas aquel secreto melancólico, que ella gusta contar a las viejas encinas y a las antiguas riberas de los mares. De tiempo en tiempo mojaba el religioso un ramo florido en agua bendita, y sacudiéndolo

después, perfumaba la noche con los bálsamos del cielo. A veces recitaba en un tono antiguo algunos versos de un anciano poeta llamado Job, que decían:

"Yo he pasado como una flor: yo me he secado como la hierba

de los campos".

"¿Por qué se ha dado la luz a un miserable, y la vida a los que

yacen en la amargura del corazón?".

 

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