jueves, 18 de enero de 2024

CATARATAS DEL NIAGARA - "ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

 A todo esto la madre lloraba de gozo viendo la urbanidad que el extranjero usaba con ella, cuando en el mismo instante se acerca a nosotros un joven y dice: "Hija de Celuta, saca nuestro hijo: nosotros no estaremos aquí por mucho tiempo: al primer sol hemos

de partir". Entonces dije yo: "Hermano, te deseo un cielo azul, muchas cabras monteses, un manto de castor, y a más la esperanza. Qué ¿no eres tú de este desierto?" "No, respondió el joven: nosotros somos desterrados, y vamos a buscar una patria". Diciendo esto, el guerrero inclinó la cabeza sobre el pecho, y con la punta del arco abatía los remates de las flores; lo que me indicó que debía de haber lágrimas en aquella historia, y por tanto disimulé callando. La madre volvió a tomar su hijo de las ramas del árbol, y lo entregó a su esposo para que lo llevase. Ambos lo miraban con una llorosa

sonrisa. Yo les propuse si querían permitirme que les ayudase a hacer la lumbre aquella noche, y el guerrero me respondió: "Nosotros no tenemos cabañas; pero si gustas seguirnos, nuestro campo está a la orilla de la cascada". "Convengo en ello, dije yo", y partimos juntos.

A poco llegamos a la orilla de la catarata que se anunciaba desde lejos con un estruendo terrible. Fórmala el río Niágara que sale del lago Erié, y se pierde en el lago Ontario: su altura perpendicular es de ciento cuarenta y cuatro pies. Desde el lago Erié, hasta el Salto el río viene gradualmente precipitándose por un declive rápido, de manera que al tiempo de caer es menos un río que un mar, cuyos torrentes se estrechan para despeñarse en la garganta de una profunda caverna. La catarata se divide en dos brazos en forma de herradura, y en medio deja una isla que el ímpetu de las

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aguas ha excavado por debajo, y que se avanza con todos sus árboles

sobre el caos de las ondas. El brazo que cae al mediodía se recoge en un vasto cilindro, y después se desenrolla como una sábana de nieve, que brilla en todo género de colores con los rayos del sol. El que se precipita hacia el levante desciende a una obscuridad espantosa, tal que podría llamársele una columna de agua del diluvio.

Los iris se arquean y se cruzan sobre el abismo. Las olas, estrellándose contra los peñascos titubeantes, saltan en torbellinos de espuma, que se levantan por encima de las florestas como la humareda de un vasto incendio. Pinos, nogales silvestres, rocas talladas en forma de fantasmas decoran la escena. Las águilas, arrastradas por la impetuosa dirección del viento, bajan remolinando al fondo del tragadero, y los carcayues se cuelgan por sus largas colas a las puntas de una rama inclinada, para coger en el abismo los cadáveres de las dantas y de los osos.

Yo me quedé distraído entre el placer y el pavor que la contemplación de aquel espectáculo me infundía, tanto que la India y su esposo adelantándose me dejaron solo. Empecé a buscarlos remontando por la orilla del río hasta llegar encima del despeñadero, donde los encontré acostados sobre la hierba con unos viejos, al lado de varias osamentas humanas envueltas en pieles de animales. El sitio era sin duda a propósito para su dueño. Admirado de lo que estaba viendo hacía algunas horas sin entenderlo, me senté junto a la joven madre y le dije: "¿Qué significa todo esto hermana?" "Esta es, hermano, la tierra de la patria, me respondió ella; estos son los huesos d e nuestros abuelos que nos siguen a nuestro retiro". "Y ¿cómo, repliqué, yo os habéis visto reducidos a semejante desgracia?".

La hija de Celuta me hizo la relación siguiente:

"Nosotros somos el resto de los Nachez. Después de la carnicería que los Franceses hicieron de nuestra nación para vengar a sus hermanos, los nuestros que lograron escapar a los vencedores, hallaron asilo entre los Chikasas nuestros vecinos. Con ellos hemos vivido por mucho tiempo tranquilos; pero hace siete lunas que los blancos de la Virginia se han apoderado de nuestras tierras, diciendo que un rey de la Europa se las ha dado. Nosotros hemos levantado los ojos al cielo, y cargados con las cenizas de nuestros abuelos hemos tomado nuestra ruta por medio del desierto. Yo he parido en el camino, y como mi leche estaba dañada a causa de la pesadumbre, he envenenado con ella a mi hijo". Diciendo esto, la tierna madre se enjugó los ojos con su cabellera: yo lloré también.

 

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