"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.
"Así cantaba el antiguo de los hombres. Su voz grave y algo cadente se difundía por el silencio de los desiertos. Todos los ecos, todos los arroyos y todas las florestas repetían los nombres de Dios y del sepulcro. Los arrullos de la paloma de Virginia, la caída de un torrente desde la montaña, el tañido de la campana llamando a los caminantes se mezclaban con aquellos cantos fúnebres, y parecía oírse en los boscajes de la muerte, el coro lejano de los difuntos respondiendo a la voz del solitario"."En esto se formó una barra de oro en el oriente. Los gavilanes piaban sobre los peñascos, y las martas se retiraban a los troncos huecos de los olmos. Aquella era la señal del acompañamiento de
Átala. Yo cargué el cuerpo sobre mis hombros, el ermitaño marchaba por delante con una hazada, y así empezamos a bajar de roca en roca. La vejez y la muerte retardaban igualmente nuestros pasos.
Aquel mismo perro que nos había descubierto en la floresta, allí retozando de contento nos trazaba ya otra ruta: yo no podía contener mis lágrimas al verlo.
Muchas veces la larga cabellera de Átala, juguete de las brizas matutinas, extendía su velo de oro sobre mis
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ojos; y a ratos, agobiado del peso, me veía obligado a deponerlo sobre el musgo, y sentarme junto a él mientras recobraba fuerzas.
En fin llegamos al paraje marcado por mi dolor, y entramos bajo
el arco del puente. ¡ Ah hijo . . . ! era menester haber visto un joven salvaje y un viejo eremita cristiano, ambos de rodillas, frente a frente en el desierto, cavando con sus propias manos la sepultura de una pobre doncella, cuyo cuerpo estaba tendido allí cerca en el barranco seco de un arroyo".
"Acabada nuestra obra trasladamos la hermosura a su lecho de barro. ¡Ah! ¡Qué diferente cama había yo pensado prepararle
. . . ! Tomando entonces un poco de polvo, y guardando un temeroso silencio, fijé por la última vez mis ojos en el rostro de Átala, y luego cubrí con una tierra antigua una frente de diez y ocho primaveras. Yo vi desaparecer gradualmente las facciones de mi amante, y sus gracias esconderse bajo el velo de la eternidad.
Su pecho superó por algunos instantes la negra tierra, a la manera que un blanco lirio resalta en medio de un barro obscuro.
"¡López! exclamé entonces, ¡mira a tu hijo sepultando a su hermana! . . .". Y acabé de cubrir a Átala con la sábana del sueño eterno".
"De allí volvimos a la gruta, y comuniqué al misionero la intención que había formado de establecerme en su compañía. El santo hombre, que conocía maravillosamente el corazón humano, penetró mi pensamiento y ia estratagema de mi dolor, y me dijo:
"Chactas, hijo de Utalissi, mientras que Átala vivía yo te instaba que habitases estos desiertos; pero ahora tu suerte se ha mudado.
Tú te debes a tu patria. Créeme, hijo mío, el sentimiento no es eterno: tarde o temprano es preciso que llegue a su fin, porque el corazón del hombre es finito; y una de nuestras grandes miserias es el ser incapaces aun de vivir mucho tiempo desgraciados. Vuélvete al Meschacebé: ve a consolar a tu madre que llora todos los días, y que necesita de tu apoyo. Haste instruir en la religión de tu querida Átala cuando tuvieres oportunidad, y acuérdate que le prometiste ser virtuoso y cristiano. Por mí, yo velaré aquí sobre la sepultura de tu hermana . . . Parte, hijo mío: Dios, el alma de tu amante y el pensamiento de este viejo ermitaño tu amigo te seguirán hasta en el desierto".
"Tales fueron las palabras del habitante de las peñas. Su autoridad era demasiado grande, y su sabiduría demasiado profunda para no obedecerle. Al día siguiente me despedí de mi venerable huésped, el cual estrechándome contra su corazón me dio sus últimos
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consejos, su última bendición y sus últimas lágrimas. De allí pasé al sepulcro de Átala: en él se distinguía la muerte por una pequeña cruz, así como se distingue un bajel que ha naufragado, por el mástil que asoma todavía sobre el agua. Yo quedé sorprendido al ver aquel signo, y juzgue que el solitario había venido a orar sobre la sepultura durante la noche: sus muestras de amistad y de religión renovaron mi llanto con más abundancia. Yo me vi tentado a volver a abrir el hoyo para remirarme por la última vez en mi amante; pero un temor religioso me contuvo
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