viernes, 12 de enero de 2024

LA TRAGEDIA ÁTALA"- 2- DE CHATEAUBRIAND 479-481

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

"¡A salvarte! dijo el viejo con una voz terrible: ¡a domar tus pasiones! ¡a impedirte el atraer sobre ti la cólera del cielo! ¡Blas  OBRAS

COMPLETAS - TOMO II 479

femó! ¡Por cierto que está bien a un joven que apenas comienza a vivir, el quejarse de sus penas! ¿Dónde están las señales de lo que has padecido? ¿Qué injusticias has tolerado? ¿Dónde están las virtudes sobre que podías únicamente fundar el derecho de lamentarte? ¿Qué servicios has hecho: qué bien has obrado? ¡Desventurado! ¡Tú no me presentas más que pasiones, y todavía te atreves a acusar al cielo! Cuando hubieres pasado como el padre Aubry treinta años de destierro en los montes, quizá juzgaras con menos ligereza los arcanos de la Providencia: entonces conocerás que no sabes nada, que no eres nada, y que no hay castigo tan riguroso, males tan terribles que la carne corrompida no merezca sufrir".

"Los ojos del anciano centelleando, su barba temblándole sobre el pecho, y sus palabras fulminantes lo hacían semejante a un Dios.

Tanta majestad me aterró, y yo caí a sus pies pidiéndole perdón de mis desvarios. "Hijo, me dijo entonces, con un acento tan dulce que me cubrió de confusión, hijo, la reprensión que te he dado no ha sido por mí. ¡Ah! tú tienes razón, lo que yo he venido a hacer a estas selvas es muy poco; como que entre los siervos del Señor no hay uno más indigno que yo. Pero ¡el cielo! hijo mío: ese no se debe acusar. Perdóname si te he ofendido; pero escuchemos a tu hermana: quizá tendrá remedio aún: no nos cansemos de esperar.

¡Divina es sin duda, Chactas, la religión que ha hecho de la esperanza una virtud!".

"Joven amigo mío, prosiguió Átala, tú has sido testigo de mis combates; sin embargo, lo que has visto no es más que una pequeña parte, porque yo te ocultaba lo demás. ¡No, el negro esclavo que riega con sus sudores las arenas ardientes de la Florida, es menos

miserable que Átala lo ha sido! convidándote a la fuga, aunque segura de morir si te apartabas de mí: temiendo huir contigo a los desiertos, y anhelando no obstante por la sombra de los bosques, y llamando a gritos la soledad . . . ¡Ah si no hubiese sido menester más que dejar padres, amigos, patria: si aun (¡cosa espantosa!) no hubiera costado más que mi alma! . . . Pero ¡tu sombra! madre mía ¡tu sombra estaba siempre delante de mí, dándome en rostro con tus tormentos: yo oía tus ayes, y veía las llamas del infierno consumirte!

. . . Las noches las pasaba desvelada entre fantasmas, y mis días en la desolación: el sereno de la noche se secaba al caer sobre mi cutis ardiente: yo entreabría mis labios para recibir el ambiente, y el ambiente en lugar de refrescarme, se inflamaba con el fuego de mi aliento. ¡Que tormento el verte sin cesar junto a

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mí, lejos de todos los hombres, en profundas soledades, y sentir una barrera invencible entre los dos! Pasar mi vida a tus pies, servirte como tu esclava, prepararte la comida y la cama en un rincón ignorado del universo, hubiera sido mi suprema felicidad: ¡yo tocaba esta felicidad, y no podía disfrutar de ella! ¿Qué designios no he imaginado? ¿Qué delirios no ha fraguado este triste corazón?

¡Cuántas veces, fijando mis ojos en tí en medio del desierto, me propasé a formar deseos tan insensatos como culpables! Ya hubiera querido ser contigo la sola criatura que viviese sobre la tierra: ya, sintiendo una divinidad que me contenía en mis horribles desvarios, hubiera deseado que aquella divinidad se aniquilase, aunque yo tuviese que rodar de abismo en abismo con las ruinas de Dios y del mundo, con tal que fuese estrechada entre tus brazos! ¡Ahora mismo . . . ! ¿me atreveré a decirlo? . . . ahora mismo que la eternidad va a tragarme : que voy a comparecer ante el juez inexorable: en el momento en que, por obedecer a mi madre, veo con gozo que mi virginidad devora mi vida: si, en este momento, por una terrible contradicción, llevo conmigo el pesar de no haber sido tuya!".

"Hija mía, interrumpió el misionero, tu dolor te extravía. Ese exceso de pasión a que te entregas, es rara vez justo: ni tampoco es natural, porque más bien es efecto de un espíritu engañado, que de un corazón vicioso; y en esta parte es menos culpable a los ojos de Dios. Era menester, pues, reprimir ese transportamiento tan indigno de tu inocencia. Por otra parte, tu imaginación impetuosa te ha exagerado con exceso tus votos. La religión no pide sacrificios sobrehumanos: Sus sentimientos verdaderos, sus virtudes moderadas son muy superiores a los sentimientos exaltados  y a las virtudes  forzadas de un pretendido heroísmo. Si hubieras caído, el buen pastor te habría buscado como oveja descarriada para conducirte al  aprisco: los tesoros del arrepentimiento estaban abiertos para tí:

Ah! hija mía, arroyos de sangre nos cuesta el borrar nuestras faltas  a los ojos de los hombres, y una sola lágrima basta para Dios.

Repórtate, pues: tu situación exige reposo: dirijámonos al Señor  que cura todos los males de sus siervos. Si es su voluntad, como  lo espero, que escapes de esta enfermedad, yo escribiré al Obispo  de Quebec, que tiene las facultades necesarias para dispensarte el  voto, que no es sino simple; y después acabarás tus días a mi lado,  junto con Chactas tu esposo".

"Al acabar el anciano estas palabras, Átala, asaltada de una  convulsión, quedó por largo rato embargada, y no volvió en sí sino  para dar las muestras del dolor más espantoso. Cómo dijo encía-

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vijando fuertemente las manos, con qué había remedio. Con qué  se me podía relevar del voto . . . Sí, hija, respondió el padre, y se  puede aún. —Ya es tarde; demasiado tarde exclamó ella. Es posible que haya de morir en el instante mismo en que sé que podía  ser dichosa. Que no haya conocido yo más antes a este santo anciano.

De qué felicidad no gozaría yo hoy . . . contigo, con Chactas cristiano .. . consolada, dirigida por este augusto sacerdote ... en este desierto para siempre ... Oh esta hubiera sido demasiada fortuna" . . . "Tranquilízate, la dije yo, (tomando una mano de aquella  desgraciada entre las mías) tranquilízate, nosotros vamos a disfrutar  de esa fortuna".

 —"Nunca, nunca", dijo Átala. —

"Cómo, repliqué  yo".

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