FELIPE LÓPEZ, PADRE DE ÁTALA (López)
OBRAS COMPLETAS - TOMO II 465
"En este intermedio, la soledad, la presencia continua del objeto amado, nuestras desgracias mismas redoblaban a cada instante nuestro amor. Las fuerzas de Átala empezaban a abandonarla, y las pasiones, debilitando su cuerpo, iban ya a triunfar de sus virtudes cristianas;
pero ella dirigía continuamente súplicas a su madre, cuya sombra irritada parecía querer aplacar. A veces me preguntaba si yo no oía una voz lastimosa, y si no veía salir llamas de la tierra. Yo, por mi parte, exhausto con el cansancio, ardiendo en deseos, y creyéndome perdido, quizá sin remedio, en aquellas selvas, cien veces me vi a punto de estrechar a mi esposa entre mis brazos, otras ciento le propuse el construir una choza en el desierto y sepultarnos en ella juntos; pero ella se me opuso siempre. "Considera, joven amigo mío, me decía, que un guerrero se debe a su patria. ¿ Qué es una frágil mujer en comparación de los deberes que tú tienes que cumplir? Anímate, hijo de Utalissi: no murmures de tu suerte. El corazón del hombre es como la esponja del río, que ya bebe de una onda pura en tiempo de serenidad, y ya se hincha de una agua cenagosa cuando el cielo ha enturbiado las corrientes. ¿Tiene acaso la esponja derecho para decir: yo creía que jamás habría habido borrascas, y que el sol nunca habría quemado 1"
"¡O Renato! si tú temes las inquietudes del corazón, desconfíate de los retiros salvajes. Las grandes pasiones son solitarias; y el transportarlas al desierto no es sino restituirlas a su imperio. Oprimidos de cuidados y de temores, expuestos a caer en manos de los Indios enemigos, a peligro de ser tragados de las aguas, picados de las serpientes, devorados de las fieras: hallando con dificultad un miserable alimento, y sin saber a qué parte dirigir nuestros pasos; nuestros males parecían ya no poder aumentarse, cuando un accidente vino a ponerlos en su colmo".
"Era aquel el vigésimo-séptimo sol después de nuestra salida de las cabañas: la luna de fuego había comenzado su curso, y todo anunciaba una tempestad. Hacia la hora en que las matronas indias cuelgan el cayado de labor a los ramos de la sabina, y en que las cotorras se retiran a los huecos de los cipreces, para gozar del fresco en los ardores del día, el cielo comenzó a cubrirse. Las voces de la soledad se extingueron, el desierto hizo silencio, las florestas enmudecieron, y todo quedó en una calma universal. Luego el estruendo redoblado de un trueno lejano, difundiéndose por aquellos bosques tan antiguos
como el mundo, hizo retumbar ecos agudos. Nosotros, temiendo sumergirnos en el río, tratamos a toda prisa de tomar la orilla y retirarnos
a una selva".
466 SIMÓN RODRÍGUEZ
"El terreno era cenagoso. Con dificultad podíamos adelantar un paso por debajo de una bóveda de Smilaxes, y por entre cepas de viña, añiles, frijoles, y bejucos esparcidos que a manera de redes nos trababan los pies. El suelo borbotaba alrededor de nosotros, de suerte que a cada instante pensábamos hundirnos en los pantanos. Un sin número de insectos y de murciélagos disformes nos ofuscaban la vista, las culebras cascabeles (1) sonaban por todas partes, y los lobos, los osos, los bisontes, los carcayúes, los cachorros de los tigres que venían a esconderse en aquellos retiros, los llenaban con sus rugidos".
"En esto la obscuridad aumenta: las nubes cargadas se desploman, y entran bajo las sombras de los bosques: rásganse de repente, el rayo traza rápidamente en el aire una faja de fuego, y un poniente impetuoso mezcla en un inmenso caos la nubes con las nubes. El cielo se abre y se cierra a cada instante, y entre estos espacios de luz aparecen nuevos cielos, nuevos campos ardiendo. La masa entera de las selvas se abate. ¡Qué espectáculo tan horrendo y tan magnífico! El rayo enciende por varias partes los montes: las llamas se esparcen ?omo una caballera: columnas de chispas y de humo suben a dar salto a las nubes, y éstas vomitan nuevos rayos sobre este vasto abrasamiento. La detonación del incendio y de la tempestad, el estrépito de los vientos, el crujido de los árboles, los gritos de las fantasmas, los bramidos de las fieras, el ronquido de los ríos, los zumbidos de los truenos que van a sepultarse en las olas: este estruendo multiplicado por los ecos del cielo y de las montañas, ensordece el desierto".
¡El Gran- Espíritu lo sabe! En aquel momento yo no vi sino a Átala, yo no pensé sino en ella. Al pie del olmo bajo el cual nos habíamos guarecido, mi cuerpo le sirvió de muro, y conseguí por algún tiempo defenderla de los torrentes de lluvia, que por todas partes descargaban sobre nosotros las hojas abatidas de los árboles. Sentado sobre el agua, sosteniendo a mi amada en mis rodillas, y calentando sus hermosos pies desnudos entre mis manos amorosas, me creía más dichoso que la nueva esposa que siente por la primera vez saltar en su seno el fruto de su ternura.
"Entretanto, nuestro oído estaba siempre atento al ruido de la tormenta: cuando, de golpe, siento caer en mi pecho una lágrima de Átala. "Tempestad! exclamé; ¿es esta una gota de tu lluvia?" Luego abrazando estrechamente a mi amada: "Átala, le dije, tú me ocultas
(1) Así se llaman en América les serpens a sonnette, que el diccionario
de Gatel traduce: serpientes de campanilla.
OBRAS COMPLETAS - TOMO II 467
algo: descúbreme tu corazón; oh beldad mía! ¡ Qué alivio no es para el afligido el que un amigo examine su alma! Cuéntame ese otro secreto doloroso que te obstinas en callarme. ¡Ah, tú lloras tu patria: ya lo veo!" Ella me responde inmediatamente: "Hijo de los hombres! ¿Cómo lloraría yo mi patria, si mi padre no era de la tierra de las palmas?" "¡ Qué! repliqué yo, lleno de admiración; ¡ Tus padres no eran del país de las palmas! ¿Quién es, pues, el que te ha echado en esta tierra de lágrimas? Respóndeme. Átala dijo entonces estas palabras".
"Antes que mi madre hubiese llevado en dote al guerrero Simaghan treinta yeguas, veinte búfalos, cien medidas de aceite de bellota, cincuenta pieles de castor y otras muchas riquezas, ella había conocido un hombre de la carne blanca. Mas la madre de mi madre le echó agua en la cara, y la forzó a casarse con el magnánimo Simaghan, semejante en todo a un rey, y honrado de los pueblos como un Genio.
No obstante esto, mi madre dijo a su nuevo esposo: mi vientre ha concebido: mátame. A lo que Simaghan respondió: ¡ El Gran-Espíritu me guarde de una acción tan mala! Yo no te mutilaré, yo no te cortaré la nariz ni las orejas: porque tú has sido ingenua, y porque no me has faltado a la fe conyugal. El fruto de tus entrañas será el mío; y yo no te veré hasta después que el pájaro del arrozal haya partido, cuando la décima-tercia luna hubiere brillado".
En aquel tiempo yo salí del vientre de mi madre, y empecé a crecer altiva como una Española, como una salvaje. Mi madre me hizo cristiana como ella, y como mi padre. Después, la tristeza del amor vino a buscarla, descendió
con ella a la cuevecita guarnecida de pieles, de donde no se sale nunca".
"Tal fue la historia de Átala, ¿Y quién era tu padre, le dije, pobre huérfana del desierto? ¿Cómo lo llamaban los hombres sobre la tierra?
¿Qué nombre tenía entre los Genios?
Nunca he lavado los pies de mi padre, respondió Átala: sólo sé que vivía con una hermana suya en San Agustín, y que ha sido siempre fiel a mi madre. Felipe era su nombre entre los ángeles, y los hombres lo llamaban López".
"A estas palabras levanté un grito que retumbó por toda la soledad. En mi enajenamiento mis voces se mezclaron con el ruido de los truenos, y entrechando a Átala contra mi corazón como si quisiera sofocarlo, exclamé con sollozos interrumpidos:
"¡ O hermana mía ¡O hija de López! ¡Hija de mi bienhechor!" Átala, asustada, me pregunta la causa de mi turbación. Pero cuando supo que López era aquel generoso huésped que me había adoptado en San Agustín, y que yo había dejado por ser libre, ella misma se sintió sobrecogida de confusión y de gozo".
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