"ÁTALA"
DE CHATEAUBRIAND
EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.
a fin de que aprendan la economía social, las cosechas se deposi476 SIMÓN RODRÍGUEZ
tan en graneros comunes para mantener la caridad fraternal, y cuatro viejos distribuyen con igualdad el producto de la labor. Si añades a esto las ceremonias religiosas y muchos cánticos, la cruz donde yo he celebrado los misterios, el olmo bajo el cual predico en los días serenos, nuestras sepulturas próximas a nuestros sembrados, nuestros ríos en que baño los infantes y los San Juanes del desierto, tendrás entonces una idea completa de este reino de Jesucristo".
"Las palabras del solitario me transportaron, y yo concebí al instante la superioridad de esta vida estable, moral y ocupada, sobre la vida errante, inútil y ociosa del salvaje".
"¡ Ah! Renato. No murmuro de la Providencia, pero confieso que nunca me acuerdo de esta sociedad evangélica, sin experimentar toda la amargura del pesar. Cuan dichosa habría sido mi vida en aquella comarca, disfrutando de un choza con Átala. Allí se habrían terminado mis peregrinaciones: allí con una esposa adorada, desconocido de los hombres, y ocultando mi felicidad en la profundidad de los desiertos, habría pasado como estos ríos del yermo que ni siquiera tienen
nombre. Pero en lugar de esta paz que osaba entonces prometerme, ¡ entre que sobresaltos no se han deslizado mis días! Juguete continuo de la fortuna, estrellado contra todas las costas, largo tiempo desterrado de mi país, no hallar a mi vuelta más que una cabaña arruinada y amigos olvidados en la huesa; tal debía ser el destino de Chactas".
EL DRAMA
"Si mi sueño de felicidad fue vivo, fue corto a lo menos; pues lo que me había de despertar me aguardaban en la gruta del solitario.
Tornando a ella al mediodía, quedé sorprendido al ver que Átala no corriese a recibirnos. Ni sé que horror súbito se apoderó de mí. Yo sentí desfallecer mi corazón, y me pareció que los laureles susurraban tristemente en el monte. Acerqueme a la gruta, y no me atreví a llamar a la hija de López. Mi imaginación temía igualmente a la voz, o el silencio que sucedería a mis gritos. Más asustado todavía de la noche que reinaba en la entrada de la roca, dije al misionero: ¡ Oh tú, a quien el cielo acompaña y fortifica! Penetra en esas sombras, y restitúyeme a Átala".
"i Qué débil es el hombre a quien las pasiones dominan!. !Y qué fuerte el que reposa en Dios! Había más valor sin duda en aquel corazón religioso marchitado con setenta y seis años, que no en toda la juventud de mi corazón. El hombre de paz entró en la gruta, y yo
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quedé fuera aterrorizado. Luego, un débil murmullo, semejante al que causan los quejidos de un paciente, vino a penetrar mi oído. Alzando un grito y recobrando todas mis fuerzas, me lancé en la noche de la caverna.. . ¡ Espíritus de mis padres! ¡ Vosotros solos sabéis el espectáculo que hirió mis ojos"!.
"El solitario había encendido una tea, que tenía con su mano trémula encima de la cama de Átala. Esta hermosa y joven doncella, a medio incorporarse apoyándose sobre el codo, pálida, desgreñada, y mostrando su angustia en las gotas de sudor que brillaban en su frente; sus ojos marchitos procuraban todavía expresar su amor, y su boca hacía por sonreirse. Yo quedé, como herido de un rayo, inmóvil, los ojos fijos, los brazos extendidos, los labios entreabiertos...
Un profundo silencio reina por un breve instante entre los tres actores de esta escena dolorosa. . . Al fin el solitario lo rompe, diciendo:
"Esto no será más que una fiebre ocasionada de la fatiga, y si nos resignamos en la voluntad de Dios, él se compadecerá de nosotros".
A estas palabras, mi sangre detenida volvió a tomar su curso en mi corazón, y con la ligereza característica del salvaje, pasé repentinamente de un exceso de desesperación a un exceso de confianza. Pero Átala no me la dejó gozar por largo tiempo. Balanceando tristemente
la cabeza nos pidió por señas que nos acercásemos a su lecho.
"Padre mío, dijo dirigiéndose al religioso con una voz extenuada : yo toco a mi última hora! Oh Chactas! modera tu desesperación, y escucha el funesto secreto que te he querido ocultar, por no reducirte a una suerte demasiado lamentable, y por obedecer a mi madre.
Procura no interrumpirme con muestras de dolor, que no harían sino apresurar los pocos instantes de vida que me restan. Mucho tengo que contar; y no obstante, los cansados latidos de este corazón que ya desmaya.
. . No sé qué peso helado que mi pecho apenas puede sustentar,me instan que no pierda tiempo..."
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