Escalofriante historia del buzo pescador de perlas que luchó muerte con un pulpo gigante
TERROR DE LOS MARES
VICTOR Berge dejó su casa en Suecia para irse al mar cuando tenía solamente 14 años. Después de cuatro de rodar por el mundo como marinero sin barco fijo, descubrió su verdadera vocación . . . la vida de buzo pescador de perlas y aventurero de los Mares del Sur.
PórVictor
Berge Según lo relató a Henry Wysham Lanier-Condensado de «Pean Diver»
DURANTE Los 20 años que llevo pes cando perlas he recorrido gran parte
del Pacífico del Sur. He bajado a sus profundidades en innumerables sitios, he recorrido kilómetros de su fondo siguiendo mi
balandra y he visto muchos extraños animales
submarinos. Los tiburones me han enseñado bastantes cosas—
una vez luché para salvar mi vida con uno de ellos que me persiguió como un
gato a un ratón. Pero entre
todos los monstruos formidables que pululan en el mundo donde trabajamos los
buzos , el pulpo gigante número uno. Sin exageración ninguna, es el terror de
las profundidades
Este terrible animal tiene ocho tentáculos
larguísimos que irradian de su repugnante boca. La fiera que estuvo
a punto de matarme tenía el cuerpo del tamaño de un barril de harina y sus
tentáculos medían cinco metros y medio. Estos
tentáculos tienen una fuerza casi sobrehumana, v su flexibilidad
y agilidad de movimientos son precisamente las
de una activa serpiente. Cuando el monstruo trepa veloz por un
risco, como una araña, o se arrastra bajo una roca saliente, se retuerce con horrible, espantable vitalidad.
De repente se para ... y es tan horrendo inmóvil como lo era moviéndose.
Tendido en acecho de su presa, toma cualquier
color para hacer juego con lo que le sirva de fondo ... rosa,
rojo, morado, azul. Hasta le he visto aparecer rayas negras en el cuerpo.
A lo largo de la parte interior de cada tentáculo tiene una doble fila de
ventosas que pueden adherirse como sanguijuelas
monstruosas; y donde se juntan estas líneas de ventosas, alrededor de su
boca voraz, tiene otra línea de discos de succión. Cualquier
presa que los repugnantes tentáculos lleven hasta aquella caverna pegajosa queda firmemente sujeta entre las fauces de la
destrucción. Porque dentro de la enorme boca abierta hay un gran pico corvo, como el de un loro monstruoso, que
puede despedazar cualquier carne que entre en aquella cámara de
tortura. Digiere con increíble celeridad . . . su estómago parece un
mecanismo devorador en el cual fieros ácidos
disuelven instantáneamente todo lo que se introduce allí.
¡Y qué ojos! Son pequeños, ovales, oblicuos; se
clavan con fría malignidad en
todos los demás seres vivientes. La expresión de su
mirada aviesa sólo puede calificarse de infernal.
Con un poderoso impulso retrocede, como un
cohete, de 15 a 30 metros; tanta es su
rapidez que la vista casi no alcanza a seguirlo. Es un salto de tigre,
el movimiento más rápido que he visto en el mundo acuático. Sus largos
tentáculos se tienden hacia atrás pegados al cuerpo—me imagino que se guía con
ellos—y tan pronto como ha hecho su puntería lanza esas serpientes hacia
adelante, agarra la presa y la arrastra hacia su boca.
Por añadidura, puede lanzar chorros de un líquido azul negruzco que le sirve de
cortina de humo mientras se escurre entre las rocas, trepa y se lanza al asalto
desde un punto inesperado. Es increíblemente difícil
de matar. Puede uno cortarlo en dos
pedazos y parece que las dos mitades siguen luchando.
En mis primeros años de pescador de perlas había oído muchos cuentos
amedrentadores de este monstruo del mundo submarino. Como tenía 19 años y no
llevaba sino uno en el oficio, y como hasta entonces no me había ocurrido
ningún contratiempo serio, mi respuesta era siempre: «¡Patrañas!»
Tiempo después recibí mi lección.
Viajábamos de Borneo al Estrecho de Macasar y yo iba mirando el fondo del mar
en los sitios poco profundos. Alcancé a ver algunas conchas de aspecto
prometedor, me embutí en mi escafandra y bajé a explorar.
El agua era bastante profunda, unas veinte brazas. A uno de los lados había un
espacio despejado entre masas de coral. Me abrí camino hasta allí y me incliné
para recoger una concha. En aquel instante sentí que algo me tocaba ligeramente
en el brazo izquierdo.
El instinto y la educación submarina me salvaron
la vida. Agarré el-cuchillo, afilado
como navaja de afeitar, que pendía de mi cinturón y di un tajo al azar. Por suerte corté dos de los
tentáculos del pulpo gigante que quería apoderarse de mí; un instante más y hubiera tenido mis brazos atenazados sin
remedio.
Mientras sentía que la hoja cortaba una masa de carne blanda, otros dos tentáculos me agarraron simultáneamente, uno
por cada tobillo. Recibí entonces un
violento tirón de las piernas que casi me hace perder el equilibrio.
Ninguna descripción podría pintar el horror de aquel momento. Aunque estaba muy
oscuro pude ver una especie de masa informe, unos
brazos que se agitaban y retorcían ... y hasta el muñón de un tentáculo
cortado. Instantáneamente tuve la rápida visión de mis compañeros que sacaban
oscilando del agua una cuerda salvavidas y un tubo de aire hechos pedazos; y la
de un ser humano—yo mismo—llevado a la boca de
aquel monstruo horripilante.
Mientras tanto seguí luchando automáticamente. Cada vez que intentaba
inclinarme para dar un tajo y libertar mis tobillos, el
animal tiraba de mí con tal violencia que yo parecía un chiquillo arrastrado
por un hombre fornido. El casco y el peto me aporreaban la cabeza y el
pecho con violencia. Reuní todas mis fuerzas y seguí tratando desesperadamente
de cortar más de aquellos terribles grilletes.
Entretanto, casi subconscientemente calculaba si debía arriesgarme a dar la última señal a que recurre un buzo—cuatro tirones, que
significan: «¡Halen hasta que se rompa la cuerda!» Temía que mi tubo
de aire y mi cuerda salvavidas se hubieran enredado en alguno de los salientes
coralinos; a ser así, los violentos tirones de arriba podían cortarlas y
dejarme atrapado en una grieta.
Me mantenía en pie con la mayor dificultad. Necesitaba sostener firmemente el
casco encima de los hombros para que el aire no entrase en el cuerpo y las
piernas del traje, porque si tal ocurre, el buzo está
perdido. Al mismo tiempo pugnaba por enderezarme cada vez que el pulpo
me tiraba de los tobillos.
Parecía que aquel voraz aborto del infierno comprendía
perfectamente mi situación; porque en el instante
que yo alargaba la mano armada del gran cuchillo, él tiraba furiosamente de mí; varias veces logró
arrastrarme hasta tres metros, haciendo que el casco me golpease el cráneo y la
barbilla, moliéndome el cuerpo contra el muro
de roca. Todo esto en un pozo
ennegrecido y enturbiado por la tinta del monstruo
Poco después una ligera corriente se llevó parte del denso tinte. Cuando eché
una ojeada a aquella masa repulsiva de retorcidos
tentáculos, y especialmente cuando miré sus
ojos diabólicos, me erguí para dar la señal de peligro.
Instantáneamente el pulpo me arrastró cuatro metrosa y no sé cómo me las
compuse para no caer.
Nuestro infernal duelo pudo durar
diez o quince minutos ... pero me pareció, una eternidad.
Comprendí que no podía más. Precisamente un
segundo antes de perder el conocimiento, levanté los brazos y di cuatro tirones
frenéticos a la cuerda salvavidas y al tubo de aire. Por un instante tuve la sensación de que me partían en dos. Después no me
di cuenta de nada.
Arriba, mi socio Ro, un muchacho polinesio, había estado atento desde la
cubierta de la balandra. No podía ver lo que pasaba abajo pero su sentido de pescador le advirtió que algo malo ocurría.
Durante todo aquel angustioso cuarto de hora había aguardado, tenso, seguro de
que me encontraba en grave apuro pero temeroso de
quitarme la vida si obraba antes de recibir alguna señal mía.
Cuando sintió mis cuatro llamadas, Ro tiró de las cuerdas. Nada se movió.
Entonces gritó al compañero que estaba en la bomba y éste corrió y se puso a
tirar detrás de Ro. Pero tampoco se movió nada. Llamó frenéticamente a un
tercer compañero, pero toda la fuerza de los tres
no logró que lo que me sujetaba se moviese
un milímetro.
Fue entonces cuando la rápida imaginacíón de Ro me salvó de espantosa muerte. La balandra subía y bajaba con el
oleaje. Ro dio varias vueltas con cuerda y tubo a un puntal y ordenó a los
otros dos que tirasen hasta tenerlos tensos cuando la balandra estuviera
en lo bajo de una ola. El mar, al hincharse otra vez, levantó el barco, y
toda la fuerza de la elevación repercutió en la cuerda y el tubo que estaban
tirantes.
Mi captor debió de ser sorprendido cuando estaba
cambiando de sitio los dos tentáculos con que estaba anclado en lugar
sólido, pues yo di un gran bote hasta llegar a unos tres metros
de la superficie. Recobré el conocimiento con la
sacudida.
Desperté con la misma sensación de que me partían en dos. Miré hacia abajo y vi los brazos succionadores del demonio marino enroscados
todavía en mis tobillos; la horripilante masa de su cuerpo colgaba
debajo y tiraba con toda su fuerza..
En cuanto estuve lo bastante cerca, los hombres me pasaron una gruesa maroma
por el cuerpo y me izaron, mientras Ro se lanzaba
al agua con su cuchillo listo. De dos tajos cortó los horribles tentáculos.
Me izaron a la superficie más muerto que vivo, con
los pedazos de tentáculos todavía enroscados en las piernas. Me tendieron en la cubierta y me quitaron el
casco. Parecía venir de la lucha más espantosa de mi vida ... cara y cuello
cubiertos de sangre, brazos y piernas lacerados por
las ventosas, contusionado de
pies a cabeza por el aporreamiento. Estaba verdaderamente acabado.
Vagamente vi a mis tres compañeros en pie que me miraban con la ansiedad
pintada en el rostro. Pero tanto ellos como la balandra familiar me perecieron
extraños. Si un muerto pudiera retornar a la vida sentiría lo que yo sentí
entonces.
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