viernes, 26 de febrero de 2016

EL BUEN PASTOR Por Pierre van Paassen 1941

miércoles, 2 de marzo de 2016

  Dos mundos frente a la infancia
 Golosinas nazistas
(Condensado del semanario «The New Republic»)
Por Bruce Bliven
El siguiente apunte está inspirado en una información cablegráfica que se publicó en The New  York Times.
   MAYO DE 1943

ESTA MAÑANA de octubre barren las calles de Amsterdam ráfagas de un viento cortante que sopla del Mar del Norte. Los transeúntes tiemblan de frío. También hace frío en las casas de altos tejados puntiagudos. ¡Escasean tanto la leña y el carbón!
Tambiénlos alimentos escasean. Camino de Alemania, a la cual se va todo en estos tiempos, han desaparecido las reses opulentas de Holstein. Camino de Alemania se han ido de igual modo los grandes quesos redondos con sus fundas escarlatas, las largas longanizas pálidas, los gruesos panes de tostada corteza... ¡todo!
A pesar del viento, hoy hace más calor al aire libre, donde alumbra el sol, que en las casas. Algunos chicos se han echado a la calle, enfundados en sus trajecillos llenos de remiendos. Con pasividad  de famélicos se agrupan quiete­citos en los sitios donde caliente más el sol.
Suenan al fondo de la calle acordes de música marcial. A su compás desfilan tropas de asalto alemanas. Marchan lentamente. Los chiquillos comienzan a seguir a los soldados. Al fin y al cabo, una banda siempre es una atracción.
Cuando el séquito de niños es bas­tante numeroso, la tropa hace alto. El  jefe  dirige la palabra a la chíquilleria.
Se expresa en excelente holandés. Pro­bablemente es uno de los niños ale­manes refugiados a quienes estas buenas gentes de Holanda dieron pan y alber­gue durante el período de hambre que siguió a la guerra anterior.
«¡Niños!» grita. «Hoy es un gran día. Vamos a repartir chocolates, pastas y dulces». Saca de una bolsa de papel una pastilla de chocolate y la muestra. La chiquillería aprieta el cerco. Hace meses que nadie ha visto chocolate.
«El que quiera chocolate, no tiene sino que acercarse mientras nuestros soldados cantan y marchan» continúa el jefe. « ¡Ah! otra cosa. Nada de caritas tristes» les advierte. «El que no se ría se quedará sin chocolate. Vamos, ven­gan ya, mientras cantan los soldados».
Un ansia de lograr los dulces, que solamente pueden comprender quienes se hayan visto privados de ellos por lar­go tiempo, vence al miedo en la mayo­ría de los niños. Los soldados van sa­cando chocolates, pasteles, dulces. Se los ofrecen a los chicos que, tras breve vacilación, avanzan decididos. Pero los soldados mantienen las codiciadas golosinas en alto, fuera del alcance de los pequeños.
«¡A reír!» les dicen en voz baja. «¡A reír, y a alcanzarlos!»
Un locutor describe la escena en el camión del micrófono. Sus comentarios se entremezclan con la música de la banda, el canto de los soldados y la risa de los niños.
«En estos momentos», perora, «son los niños quienes asaltan a los soldados de las tropas de asalto. Se les cuelgan de los brazos; se les trepan por el cuerpo. La escena es conmovedora: demuestra la fraternidad que reina entre las tropas de asalto alemanas y el pueblo de Ho­landa».
¡Trepa, Jan! ¡Sube, Wilhelmina! Apo­dérate de tu chocolate, pobre holande­sito; y agárralo bien fuerte y corre a buscar un escondite seguro, niño in­feliz al cual ha convertido la liberalidad de la «raza señora» en un animalito ¡asustadizo y famélico...
Sin embargo, puedes considerarte dichoso. Los soldados no correrán a darte alcance.
 Podrás devorar en paz tu chocolate. Aquí, en Holanda, no ocurre como en Grecia. En Grecia dis­tribuyen pan a la hambrienta multitud ante una cámara cinematográfica. Ape­nas han tomado la película, les arreba­tan el pan y salen para otro lugar de la ciudad a repetir la escena.
,¡Ríe, Pieter! ¡Rie Katrina! Ríe en pago de tu chocolate. A tu risa, en la cual siente uno el miedo, se une un eco, muy tenue para que tú alcances a oírlo; un eco que viene de los campa­mentos de\tortura de Noruega, de los atestados cementerios de Atenas, de los negros escombros de Varsovia, de las ruinas humeantes de Rotterdam, de las tumbas en que se ha convertido todo el pueblo de Lidice. Es un eco muy tenue, pero que aún seguirá resonando dentro de un millar de años...
 
 

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