martes, 23 de febrero de 2016

EL AVIÓN FANTASMA - Robert L. Scott, Abril de1945

  
Poco después de lo de Pearl Harbor, el piloto Robert Lee Scott solicitó el traslado a una unidad de cazas. Se denegó su solicitud. Era demasiado viejo, según se le comunicó, para tripular un caza. ¡Tenía treinta y cuatro años! Destinado al servicio de transporte en el Lejano Oriente, logró que el general Chennault le diese un P-40. En 1942, el coronel Scott, famoso ya por sus hazañas aviatorias, tomó el mando de los primeros cazas del ejército norteamericano en China. Aparte de numerosas condecoraciones y menciones en la orden del día, tenía el honor de ser el piloto del ejército que más aeroplanos enemigos había derribado.
El Times de Nueva York, dijo de su libro God Is My Co-Pilot «que era la narración individual más interesante de toda la guerra». Damned to Glory es una colección de relatos poco conocidos, compilados en homenaje a sus valientes camaradas y a sus incansables aeroplanos. El título está tomado un verso de una composición que el propio Scott escribió sobre el P-40: «Damned by words but flown to glory 
EL AVIÓN FANTASMA
 Condensado del libro «Danined to Glory »)
Por el coronel Robert L. Scott, Ir.
Autor de
God Is My Co-Pilot
 Abril de1945
               En el minúsculo campo de aterrizaje de Kienow está lloviendo sin parar. Falta todavía una hora para que cierre la noche. A través de la bruma se ven, puntiagudas cual hocico de tiburón, las proas de ocho aviones P-40. Johnny Hampshire jefe de escuadrilla, se asoma a la boca de la curva en que se halla instalada la comandancia. le echa un vistazo al cielo anubarrado. Su escuadrilla perteneciente a la escuadra área de operaciones de China, procede de Kunming. Le asignaron aquel campo como base para realizar incursiones. Pero la peertinaz cerrazón los tiene a él y a su gente desde hace una semana mano sobre mano, en forzada ociosidad, sirviendo de pasto a una epidemia de gripe.
En, aquel momento se dio la alarma. Campanillearon los teléfonos.
—    ¿Qué rayos ocurre, capitán Chow? El oficial chino fijó una banderita roja en el mapa.
No lo sé. Del R-15 avisan la presencia de un aparato desconocido que viene hacia acá volando muy bajo.
Japonés no era con seguridad. Los japoneses no se aventuraban tan adentro con aquel tiempo de perros. ¡Y un avión solo! Tampoco arriesgaban ellos así un aparato solo. Estaban harto escarmentados. De sobra sabían que lo enviaban a una destrucción segura.
Sin embargo... ¿si fuese un ardid? Por .si acaso, Johnny dio la orden: «Todo el mundo alerta. A Costello que se prepare a salir conmigo. Los otros que se queden en tierra. Que despeguen únicamente si los llamo ».
Dos aviones rodaron por la pista levantando a un lado y otro grandes salpicaduras de fango rojizo. Desaparecieron como tragados por las oscuras nubes que chorreban agua.
En la sala de radio se oyó a Johnny preguntando por la situación del aeroplano desconocido. Avisaban que se hallaba a unos 16 kilómetros al este.
Johnny contó después lo ocurrido. EStaba a unos 16 kilómetros del campo cuando avistó el aeroplano a unos 6o metros debajo del suyo. Maniobró en seguida para atacarlo. Era un aparato desconocido que venía de territorio enemigo. Las órdenes eran terminantes: debían derribarlo.
Johnny y Costello dispararon a la vez. Se acercaron tanto, que pudieron ver las insignias del aeroplano. Costello le gritó al otro por la radio: «¡Tiene la insignia norteamericana... es un P-40! ». No importaba. Ambos sospecharon un engaño. Era la insignia norteamericana, sí; pero la antigua: una estrella blanca en medio de un redondel rojo sobre fondo azul. Hacía un año casi que los Estados Unidos no la empleaban, porque el redondel rojo se confundía fácilmente con el sol naciente japonés.
Según Johnny, entre el y  Costello y él acribillaron el avión con su buen centenar de descargas antes de caer en la cuenta de que era inútil seguir disparando. El P-40 estaba ya literalmente hecho pedazos desde antes de lanzar ellos la primera ráfaga. La carlinga estaba casi desprendida a fuerza de balas. El cuerpo del avión era una criba. Al acercarse más aún, vieron que las concavidades en que entra el tren de aterrizaje retráctil, estaban vacías. Y no por obra de los proyectiles. El aparato no había tenido ruedas nunca.
Johnny y Costello, volando casi pegados al P-40, atisbaron al piloto detrás del cristal astillado del parabrisas. Tenía la cabeza caída sobre el pecho. Pudieron verle el pelo negro largo, la cara ensangrentada. Costello sostuvo después que el piloto llevaba ya un buen rato de muerto.
Al cabo de unos segundos vieron como el aeroplano fantasma se estrellaba contra el suelo y reventaba. Se fijaron bien en el lugar.
Después, acompañados del médico, orillando los arrozales, se dirigieron en un camión al aeroplano siniestrado. EL P-4o estaba materialmente deshecho por los balazos. Había recibido proyectiles de arriba, de abajo, del frente, de detrás. Se veía que habían hecho blanco en él no sólo otros aeroplanos, sino los antiaéreos también. Nadie atinaba a explicarse cómo el piloto pudo sobrevivir a aquel fuego graneado lo bastante para gobernar el aeroplano hasta allí.
Hubiera resultado imposible identificar al piloto, casi carbonizado, de no ser por unas cartas que se le hallaron en la cazadora de cuero con algunos fragmentos legibles, y por un diario chamuscado.
Sus amigos lo llamaban «Whiskey » Sherrill.*- *Este nombre es imaginario, lo mismo que en algunos casos, los de lugares, por motivos de seguridad militar.-Parece ser que había sido muy aficionado a esa bebida allá en sus buenos tiempos en la Carolina del Sur. Fue a Manila en 1937. Lo destinaron en una escuadrilla de caza. Lo pusieron después al frente del personal encargado de hacer una red de campos auxiliares. «Whiskey» era un aviador de cuerpo entero. No había lugar, por remoto y recóndito, en tódo el archipiélago, adonde él no supiese ir con rumbo certero. Nada más que con mirar el color del agua, sabía, al surgir de entre las nubes, si estaba sobre el mar de Sulú, o sobre el de Bisayas. Construyó campos de aviación por todas partes del archipiélago y se sabía de memoria la situación de cada uno. Así que hubo concluido aquella tarea, lo hicieron subcomandante de escuadrilla.
Después de la fecha luctuosa del 8 de diciembre de 1941, «Whiskey» Sherrill tomó parte en operaciones de reconocimiento y en vuelos rasantes ofensivos. Mermaban los efectivos de aviación a ojos vistas. Le tocó ir replegándose palmo a palmo, atacando y defendiéndose, hacia aquellos mismos aeródromos auxiliares que había construido en la selva.
El 5 de mayo lo halló, con unos cuantos compañeros, en Miramag, en Mindanao, aislado del resto del mundo. Batán se había rendido. Hasta donde llegaban sus noticias, Sherrill calculaba que todo el Poderío militar norteamericano, se reducía por aquellas fechas a once mecánicos que lograron escapar a las islas meridionales dando infinitos rodeos y a un P-40 inservible.
Pensaron que con su aeroplano, hecho de piezas sacadas de otros que se habían estrellado por aquellos parajes, podrían proseguir la guerra por algún tiempo. Fuera de una hélice doblada y un fuselaje medio desvencijado, el aparato, por lo demás, estaba todavía utilizable. Se pasaron dos semanas recorriendo los alrededores a caza de cuanto de aprovechable hubiera en los otros aviones. Por fin, a cosa de siete kilómetros de la base dieron con un P-4o que tenia el fuselaje en bastante buen estado. Con cuerdas y rodillos, ayudados por cuarenta indígenas, fueron llevándolo, metro a metro, hasta Miramag. ¡Pesaba una tonelada!, Cada vez que veían un aeroplano enemigo se apresuraban a tapar el fuselaje con hojas de palma.
Para el mes de agosto ya habían conseguido ajustar el ala útil del primitivo avión al fuselaje. Levantaron una cabria y pudieron izar el motor para colocarlo en su lugar. Sustituyeron el depósito de una de las alas, que se salía. Quitaron el radio y el dinamotor y pusieron un depósito de 5O galones en el compartimiento de equipajes. La gasoliNA la la hallaron en los tanques de un B-17 destrozado. Enderezaron la hélice a martillazos, con una maza pesada sobre el tocón de un árbol de madera dura.
Sólo faltaba por resolver lo del tren retráctil de aterrizaje. A uno de los sargentos se le ocurrió decir bromeando: «Si nevara, podríamos emplear esquíes». Al oírlo, Sherrill se acordó de la vez que había despegado y aterrizado en un P-6 con esquíes en un campo de yerba húmeda.
Cuanto más pensaban él y sus compañeros en los esquíes, más ganas les entraban de hacer la prueba.
Discurrieron el modo de ajustar al avión unos esquíes de bambú, y también el modo de «retraerlos»... el cual no era otro que dejarlos caer, después del despegue, tirando de un alambre. Por supuesto, una vez en el aire, no habría modo de volver a aterrizar. Y a bordo sólo podía ir un hombre.
Sacaron sus mapas y se pusieron a buscar el sitio en que podrían hacer más daño a los japoneses, con ese su único aeroplano. Se decidieron por Formosa. Había 1600 kilómetros hasta el gran apostadero naval japonés de Taihokú. En la costa china, 400 kilómetros más allá, estaba el aeródromo de Kienow. Aprovechando bien la gasolina, el piloto podría llegar allí.
El 6 de diciembre ya habían segado con cuchillos la hierba de la que debía ser la pista. Todo estaba preparado para el despegue. El P-4o hacía una extraña figura sobre sus esquíes. Tenía a bordo cuatro bombas de a 125 kilos y seis ametralladoras de calibre 5O.
Fue Sherrill el que propuso: « Qué les parece a ustedes la idea de celebrar el aniversario del día en que esos canallas nos atacaron, dándoles un susto? Saldré de aquí el 8 de diciembre por la mañana».
A las nueve dee ese día sacaron el avión de su esconditey lo llevaron al extremo alto de la pista. Quedó con la proa enfilada cuesta abajo. La pista, abierta en la yerba, remataba por el otro extremo en cl borde de una roca.
Sherrill fue estrechando la mano a todos. Al subir a la carlinga, notó que había lágrimas en los ojos de sus compañeros. Comprendió que los veía por última vez. Por encima del zumbido del motor, les gritó que arrojaría las bombas donde más daño hiciesen a los japoneses.
El caza arrancó. Fue dando tumbos por la pista, sobre sus esquíes de bambú. Con cada salto cobraba más velocidad. A poco dio un salto mayor, zumbó con más fuerza y se elevó en el aire.
A unos 300 metros de altura Sherrill enderezó el avión, dejó caer los esquíes, volvió a pasar sobre el campo para que sus compañeros, que le daban vítores, pudieran contemplar el fruto de tantos meses de trabajo; y puso rumbo a Formosa.
CINCO HORAS TARDÓ Sherrill en llegar a la isla japonesa, según ha contado después el propio enemigo. Los japoneses alardeaban de que hacía cuarenta años que ningún occidental  había podido echarle la vista encima a Formosa. Bueno, pues allí tenían ahora a uno que, paseando los ojos por aquella tierra vedada, los detenía en el espectáculo tentador de un aeródromo con hileras de bombarderos y cazas aparcados con perfecta simetría.
El teniente Sherrill voló sobre una y otra hilera vaciando cargador tras cargador de sus ametralladoras. Con el borde del ala cortó la bandera japonesa que ondeaba en el edificio de la jefatura. Arrojó la primera bomba en. el pabellón de las oficinas. Los aviones japoneses  empezaron a echar humo, a arder, a estallar.
Las descargas de los antiaéreo estremecían el aeroplano. Todo lo que Sherrill podía hacer era volar bajo para no ofrecer blanco seguido a los artilleros. Y siguió ametrallando cuanto aeroplano fue apareciendo en su mira.
Remontaron el vuelo unos cuantos zeros. Sherrill arrojó su última bomba en el cobertizo. Se lanzó sobre los cazas enemigos haciendo fuego para abrirse paso por entre ellos. Y no se sabe por qué prodigiosa alianza de la intrepidez serena de Sherrill y la insospechada resistencia del P-4o a las balas enemigas, pudo el aviador norteamericano remontarse hasta las nubes y desaparecer de la vista de sus perseguidgres rumbo a China. ¿Cómo halló, sin instrumentos, la derrota exacta? Fue volando derecho como un águila de Taihokú a Fuchau, a Kienow, como se comprobó por la red de puestos de escucha de los chinos que iban dando cuenta de su paso.
De la bruma emergió primero un aeroplano. Luego otros dos. Un tableteo de ametralladoras. Un avión y un piloto ya mortalmente heridos, que son otra vez, blanco de una granizada de proyectiles. Sherrill volvió la cara ensangrentada para dirigir una última mirada a través de la cúpula destrozada de su carlinga a aquel Caza norteamericano de afilada proa que volaba tan cerca de él. ¡Así es la vida! Ya estaba de vuelta. ¡Presente! ¡Cumplida la orden ...!


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