jueves, 3 de agosto de 2023

AVE SIN NIDO Págs. 108-119 "MI POBRECITA LIDICE"

 Domingo, 23 de septiembre de 2018

"MI POBRECITA LIDICE" AVE SIN NIDO -HORACIO GALINDO CASTILLO

 AVE SIN NIDO
DR.HORACIO GALINDO CASTILLO
HUEHUETENANGO
"Para mis --y estimadas amiguitas---
Con mucho cariño y en recuerdo de nuestro inolvidable pueblito
Horacio Galindo
Guatemala, Enero-17 de 1983
Págs. 108-119
CAPITULO VIII
La primera piedra. El padre Teherán. Llega a Huehuetenango el segundo jinete del Apocalipsis. Lo que puede hacerse con una llave de candado. Mi pobrecita Lídice y un busto barbudo.

La construcción de esta magnífica iglesia, se inició el año 1867 (hace hoy exactamente un siglo), siendo vicario de la parroquia el reverendo padre Juan Bautista de Teherán.
Colocóse la primera piedra, en el ábside de la vieja iglesia cuya demolición fue haciéndose por partes, a fin de utilizar la antigua techumbre, para albergar las cosas de la cristiandad, aunque poco tiempo después, los santos emblemas fueron trasladados a una galera provisional construida con los materiales sobrantes, en el espacio que hoy ocupa el claustro conventual.
Podían aún verse en aquella fecha, los muros y parte del techo pajizo de la primera iglesia católica de Huehuetenango, cuyo emplazamiento puede situarse donde hoy se encuentra la Escuela de Niñas Nº 1. Tenía al frente (donde luego estuvo el parque La Unión) un cementerio, que fue también el primero con que contó la población, aunque en la época a que estoy refiriéndome, se hallaba en desuso por existir ya en su emplazamiento actual, el Cementerio general de la ciudad.
El entusiasta párroco, aparte su dinamismo infatigable y contagioso, únicamente contaba con la muy
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modesta suma de dinero procedente de las limosnas de los fieles, para sufragar los gastos enormes que supone la realización de una obra de tal magnitud y costo.
No desmayó por eso, ni siquiera cuando vio en qué forma, a medida que iba subiendo en las calles aledañas el amontonamiento de piedras de sillería traídas de la cantera próxima a San Lorenzo, iba también bajando la altura de las pocas filas de bambas que guardara en su cofrecillo.
Mientras albañiles y voluntarios cavaban las profundas zanjas de los cimientos tropezando a cada instante con alguna tinajona funeraria de los antiguos mames, un fémur carcomido o una que otra sonriente calavera, él recorría el pueblo llamando a las puertas de todos los ricos ; impetrando la ayuda de pudientes y de pobres ; ofreciendo a cambio de un puñado de reales o uno que otro plateado peso, las bendiciones del cielo. Vio que, como de costumbre, daban más quienes menos tenían, aunque por fortuna los que de ésta gozaban menos, eran más (perdón por este involuntario calambour de palabras), con lo que pronto vio moverse cual diligente enjambre de abejas oficiosas, la ínclita pobretería de mi pueblo. Aquel que por su connotada pobreza era incapaz de ofrecer un par de cuartillos, otorgaba en cambio el usufructo de sus anchas espaldas. El honorable gremio de placeras y regatonas del mercado (la política no había inventado aún la pro-electoral lisonja de "Señoras locatarias"), ofreció al punto su forzudo concurso y aquellos canastones ahítos ya de transportar tantas coles, remolachas y cebollas, vieron por fin satisfechos sus anhelos de renovación, acarreando del alba al anochecer, arrobas y más arrobas (que por efecto de la acumulación), fueron transformándose en toneladas y` más toneladas de la rósea arena que tanta-abunda en las canteras del río de la Viña.
Aquella espontánea y jubilosa contribución de los humildes,' fue contagiándose al resto de la población.
Se desprendían los ricos  con menos dificultad, de la parte alícuota de sus dineros. Las guapas muchachas y los jovencitos de "la sociedad", no desdeñaban acarrear en las ociosas manos, toda suerte de materiales de construcción. Y si es cierto que faltaba un polispasto, que no se contaba siquiera con un buen juego de aparejos o poleas, allá iba el rumoroso enjambre popular alzando del suelo entre alegres risas, bromas y canturrees, las pesadas moles de granito que lentamente: iban formando el zócalo de la pesada sillería.
Vio el párroco, transportado de agradecimiento y júbilo, en qué forma se invertía el inquietante principio de los vasos comunicantes : subía siempre afuera, el amontonamiento de piedra "de obra", arena y tierra; pero al mismo tiempo subían más en el modesto cofrecillo, las pilas de reales, medios reales y tintineantes bambas.
En menos de un año, el muro circular del ábside enteramente construido en piedra, daba ya la altura del deambulatorio; dos meses después se había concluido la armazón "de' madera que serviría de molde, para el fraguado De la cúpula. A fines de octubre, el cimborrio estaba ya fraguado, con la alegre linterna de su remate.
"Con esto no será remoto que podamos  "ponerle   punto' hasta a la misma Metropolitana --exclamó el buenísimo del padre Teherán, frotándose las manos con
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satisfacción y orgullo no menos santos que su modestia y humildad—. Para Concepción podremos cantar misa en la capilla".
No vio el padre, sin embargo, cumplido aquel modesto deseo ; porque inesperadamente, la incipiente estructura, en vez de consagrarse a la paz de los oficios, fue requisada de inmediato, para prestar servicio militar.
Como por desdicha para la patria, la historia nacional se ha visto plagada de asonadas y golpes militatares ; una expedición (para variar) capitaneada por el general Justo Rufino Barrios, el mariscal de campo don Serapio Cruz, su hermano don Felipe y sus primos carnales Vicente Méndez Cruz" y Manuel de los mismos apellidos (ambos coroneles), irrumpió en son de guerra, por el noreste del departamento.
No se ha esclarecido aún, en qué forma proyectaban los insurrectos repartirse los cargos de gobierno, en el supuesto de que fuese el triunfo el galardón de la aventura. Algún historiador afirma que para aquel entonces, el general Barrios traía en las mangas de su chaqueta los galones de teniente coronel. Mas, como quiera que el ínclito guerrero graduado fuese únicamente en la Academia Militar de su fantasía, ¿qué le costaba haberse ascendido ya de una vez a general?
Acababa de crearse, como es bien sabido, el departamento de Huehuetenango (8 de mayo de 1866), aunque su cabecera no tuviese todavía el rango de ciudad, sino el de simple villa. Era capitán de la Corregiduría, el teniente coronel don Aquilino López Calongo.
Ninguna resistencia encontró la expedición invasora, en los pueblos del departamento; más bien se vio engrosada con gran número de indios de la serranía.
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El día 3 de diciembre (1867), los insurrectos acamparon en Chiantla, donde se sumó a sus efectivos, gran contingente de milicianos resueltos y aguerridos, como son todos los chiantlecos.
Clareando el día 5, fue atacada la villa de Huehuetenango, súbitamente y por dos lados (en forma de pinza, como 70 años después lo sería la línea Maginot).
El ala norte, al mando del general Barrios, contaba, amén de un número indeterminado de indígenas de Nebaj, Chajul y algunos pueblos de la cordillera, con unos trescientos soldados, en su mayoría provistos del fusil más moderno que se conocía entonces : el Rémington 43, de retrocarga y capaz de hacer hasta quince disparos por minuto.
La poderosa pinza del noroeste al mando del mariscal Cruz, contaba con menos efectivos, pero traía como jefes tácticos a los tres coroneles familiares del mariscal.
Contra estas dos tenazas del amenazador cangrejo, don Aquilino sólo contaba con veintidós hombres de la guarnición, equipados con fusiles "de chispa" que se cargaban por la boca y al máximo de su rendimiento, podían hacer hasta un disparo cada diez o doce minutos.
Lógicamente, a las primeras de cambio, las avanzadas del defensor de la plaza tuvieron que replegarse. Barrios se adueñó inmediatamente de todo el sector noreste de la población. En menos de un minuto empezaron a arder las casas de ese lado y la soldadesca entró a saco en las viviendas de los moradores.
Afortunadamente para la villa, dicho sector era el más diligente en la elaboración del aguardiente clandestino. Realmente a ello debió su salvación, porque
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en un santiamén, la alborotada tropa procedió a trasegar el contenido de garrafones y garrafas, ollas y alambiques, al fondo sin fondo de los apurados estómagos.
De modo que cuando el general Barrios —luego de tan riguroso fuleo— pudo al fin reorganizar sus efectivos y lanzarlos al ataque, sus huestes marciales fueron apareciendo por en medio de las calles, tambaleándose lo mismo que si hubiesen recibido ya uno o varios impactos y luego cayendo de bruces sobre los fusiles, sin parar ya mientes ni en la guerra ni en la paz. Casi todos perecieron carbonizados conforme el incendio fue acercándose de la periferia al centro del poblado ; mas no debemos afligirnos mucho por ellos : pasaron a mejor vida concienzudamente anestesiados.
Los que venían por el cerro del maíz, no habían bebido, excepto la ración reglamentaria de aquel entonces: un vaso de aguardiente (vaso de herraje), mezclado a onza y media de pólvora (per cápita). Pero ya he dicho que eran los menos y a ello se debió que la acción se demorara por todo el resto del día.
Evidentemente, no es mi propósito relatar paso a paso los incidentes de aquella ingloriosa jornada. Me interesa solamente su desenlace, porque aunque haya sido indirectamente, éste tuvo lugar en el cimborrio de la iglesia, por en medio del andamiaje construido por los albañiles.
Agazapado a aquella altura, se encontraba Justo Gómez, un diestro cazador de la aldea "El Cambote", que como buen miliciano había acudido a tomar las armas al ser citado por el toque del clarín. Esta expresión de "tomar las armas", debe entenderse en sentido figurado, porque Justo ya venía provisto de su larga camoyana, amén de una arroba de pólvora holandesa, otras dos de perdigones y toda la ropa íntima de su mujer, destinada a convertirse en tacos conforme fuese requiriéndolo el calor de la refriega.
Yo no tuve la fortuna de escuchar de los propios labios de Justo, la relación de tan ruda efemérides ; pero se la contó a mi padre tantas veces, que él llegó incluso a memorizarla y en muchas ocasiones y para mi júbilo y deleite, me la refirió así, empleando el sabroso modismo en que se la relatara el protagonista :
"Pues ay va ver don Rafeilito : Ya bía queido la escurana y yo ya taba jarto de darle escopetazos a too bulto que disembocara por el lao e la calle en que agora disen que se ta irijiendo el tiatro. Mi capitán Aquelino, me bía encomendad el puesto e sentinela en medio e la palazón onde taba repellándose el cinborrio. Es porque como usté ha de saberlo, sempre juí güeno pa la casería e el venao
"Pues de ripente, como quen medio e las teileblas vide yo algo; allá encima diana paré queman e la casa e doña Marina Sotomayor•: er un  jueguenazo que chispiaba puntualito y tan seguio, que oritamente disidí que no podía ser otro que alguno que tuviera tirando con uno de esos rémitos que bía dicho mi teñente.
"Como bía yo treido coimigo a mi patojo quera el que con los dientes me taba menestrando el taco, lurgí pa que lueguito me deshilachara too lo que quedaba del último fustán de la Emeteria. Y comuel bulto que taba haciendo esos desparos sihallaba comunas dos cuerdas más atrás e la propia liña e juego, tuve que meterle a la camoyana comunos tres deos. más de su ración e pólvora.
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113_¿Quiacemos tata? —preguntuentonce mi patojo—. ¡Ya nuay posta! ¿No le servirá la llave e el candao?
"Pues no va a crérmelo don Rafeilito, pero jué esa llave e mi candao , diaqueos Miller quiantes si hacían y era del grueso del den gordo e mi pie, lo que metí en la boca e la escopeta.
"—Darle juego a la cheminella, darle juego agora —pedí a mi patojo—, ansina apunto yo con más propiedá.
"Y i catapungún!
"Patió la camoyana con tal fuerza, que por poco me despriende el brazo.
"Yo sentí que bía dao en carne. Desepao el humo, vide que sí le bía pegao. Bía soltao aquel palo negro que chispiaba tan puntualito. Y onque no pude trérmelo diun viaje, vide cómo séyba resbalando : suavecito , suavecito , muy, muy suavecito, hasta que lo tapó el tejao que teníamos enfrente.
"Dispués supe quera el mesmo general, al que yo le bía abierto la pierna, con la llave e mi candao. ¿ Si-acuerda del indito Mingo, aquel aguacateco que onque cargaba naguas como toos los aguacatecos, se ponía en-sima una chaqueta e melitar? Pues él jué quen la puso pial y mecapal al jefe y se lo llevó a tato pa su aldella. Tres meses lo tuvo escondío, curándolo con zacates mascaos, resos y saliva en plebe". (zacates mascados, rezos y saliva)
Aquel escopetazo magistral salvó la población de la derrota, aunque no del saqueo ni del incendio que- consumió más de la mitad de sus casas y ardió durante tres largos días.
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Herido el general y á tuto" sobre las espaldas del indio Mingo, tuvo que abandonar la escena del combate. Lo mismo hizo el mariscal Cruz (Tatalapo), picando la mula de día y de noche, hasta esconderse en las montañas de Verapaz.
Pero el general Barrios no olvidó nunca aquel desastre alcohólico-táctico, ni tampoco (aunque ignoró siempre el nombre del otorgante) el llavinazo de tiro largo que le propinó el pundonoroso Justo. Su odio implacable hacia Huehuetenango, hizo que al asumir el solio presidencial, se ensañara inhumanamente contra el pueblo más inocente y sumiso de la República. No es posible imaginar crueldad más inaudita, ni saña más perversa y malvada. Nombró jefe político y comandante de armas del departamento, a un canalla sin entrañas, a un sicario inhumano y sanguinario : Evaristo Cajas, el cual puso inmediatamente en práctica procedimientos que habrían hecho palidecer de envidia hasta a los más sombríos ejecutores del Santo Oficio.
Los tormentos comenzaron, precisamente, contra las gentes más pacíficas y religiosas de la población : mujeres y ancianas. Profanó la santidad del templo obligando a todas las viejecitas rezadoras, a orar de rodillas sobre granos de maíz, de día y de noche, azotando a latigazos a aquellas que enmudecieran vencidas por el hambre o el cansancio. Varios sargentones chicote en mano, descargaban sin piedad azotes , sobre las espaldas y los hombros de las aterradas mujeres y las viejecitas desorbitadas sobre cuyas blancas y venerables cabezas caían sin tregua los chicotazos y los golpes. Es imposible olvidar en esta lista de mártires, los nombre de doña Isidra Herrera y de doña Refugio Rivera. Dignas figuras del magisterio fueron a continuación vejadas y ultrajadas. El preclaro intelectual huehueteco licenciado y maestro don Domingo Morales, quien por sus relevantes méritos llegó en regímenes posteriores a ocupar el. cargo de ministro de Instrucción Pública, fue encarcelado y apaleado, obligándosele luego a barrer las calles de la población hostilizado y vapuleado en plena vía pública por un sicario de chicote.
Cajas encarceló a todos los vecinos del pueblo martirizándolos de día y de noche con la tortura del hambre, la sed y el palo, exigiéndoles a cambio de su rescate, dinero y alhajas, propiedades y semovíentes: todo cuanto tenían. Y no contento con despojarlos de todos sus bienes, procedió a fusilar a muchos de ellos, en la plaza de armas del pueblo. Reunió en masa al aterrado vecindario y le sometió a trabajos forzados, obligando a la población de Huehuetenango, bajo el sol o la lluvia, los insultos y los golpes, a construir con sus propias manos los empedrados de la villa de Chiantla. Trasladó con orden del gobierno la cabecera departamental a aquella villa, provocando así la rivalidad y el odio entre los dos pueblos hermanos (odio y rivalidad felizmente desaparecidos a la fecha). La ola de espanto cundió pronto por todos los pueblos del departamento (salvo en Chiantla, que el tirano nunca hostilizó porque sus milicianos siempre le ayudaron en sus reiteradas intentonas). Fue Benito Melgar, el ejecutor de aquellas depredaciones sangrientas; mejor dicho, de aquellas feroces carnicerías. Y fue Cuilco, el primer pueblo infortunado que de pronto
le vio llegar investido del cargo de comandante local El referido esbirro saqueó las entonces
haciendas, robó los bienes y el ganado,
amontonó  en
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la cárcel a todos los vecinos pudientes, sometiéndolos al tormento del látigo y el hambre y a los vejámenes más inicuos. En la propia plaza del pueblo y en presencia de los aterrados habitantes, fusiló a don Alejandro Quiñónez, a don Felipe Osorio y seis vecinos más, luego de despojarlos de todo cuanto tenían: dinero en efectivo, ganado y propiedades. De allí pasó (en premio a su barbarie y su obediencia incondicional al tirano) a la ciudad cabecera, con el cargo de mayor de plaza, confabulándose así los dos réprobos en su atroz y repugnante tarea. Luego, Melgar, con fuerte contingente de tropas, llegó el 14 de septiembre de 1884 al tranquilo pueblecito de Soloma, procediendo a encarcelar a los habitantes más conocidos, para luego fusilarlos en presencia de los moradores del lugar. Así fueron sacrificados don Joaquín Rivera, don Abraham Santos, don Martín Luis, don Juan Montoya, don Mariano Tello y doce infelices más.
De Benito Melgar, dice don Adrián Recinos en su excelente "Monografía del departamento de Huehuetenango" (edición de 1913) : "Sentenciaba sin apelación, imponía castigos que él mismo ejecutaba para aturdirse con la sangre y el dolor ajenos; azotaba, colgaba y mutilaba a sus víctimas; les amputaba los miembros, los desollaba, les arrancaba la lengua... ".
Y no hay que olvidar al leer esta cita textual, todo lo que de prudente, imparcial y justiciero tuvo siempre don Adrián en la redacción de sus escritos. En esa misma página de su libro, dice, refiriéndose a lo que pasaba entonces en la ciudad cabecera : "De todos los pueblos iban llegando nuevas víctimas, para ser inmoladas ante el pueblo horrorizado. La alarma y la zozobra reinaban en todos los hogares; se allanaban las
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casas, se ocupaban los bienes, se amenazaban las vidas, se mancillaba el honor". (Página 120 de la obra citada).
Eso fue lo que el "Reformador" hizo con mi pobre pueblo : ¡ primera Lídice inocente y atormentada, cuyo martirologio no es justo ni es honrado que se olvide. ¡ Primero, el saqueo y el incendio ; después, las vejaciones, las torturas, los robos, las violaciones y los fusilamientos!
Huehuetenango olvidó, en cambio, sus heridas, sus afrentas y martirios, con más generosidad que el autócrata. Aplaudió entusiasmado sus posteriores triunfos; le ofrendó la sangre de sus hijos cuando emprendió la campaña unionista y le lloró conmovido, a la hora de su muerte.
Hay, sin embargo, en la plazoleta de entrada, por el lado sur de la ciudad, cierto busto barbudo que si yo fuera alcalde de mi pueblo, bajaría del zócalo inmediatamente y con honda satisfacción para mi conciencia.
_________________ Nota: CAPITAN AQUILINO GOMEZ CALONGE, CORREGIDOR Y COMANDANTE GENERAL DEL DEPARTAMENTO DE HUEHUETENANGO, ORIGINARIO DE TEJADO, PROVINCIA DE SORIA, ESPAÑA.

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