lunes, 7 de agosto de 2023

CARTA (II) ESCRITA POR JELIS BERNAERTS A SU ESPOSA

CARTA (II) ESCRITA POR JELIS BERNAERTS A SU ESPOSA

Gracia y paz de Dios el Padre, quien ha venido a nosotros por medio de Jesucristo su Hijo unigénito, nuestro Señor. Que él te consuele en toda tu tribulación por el poder del Espíritu Santo.

El Espíritu es el consolador de todos los afligidos, y es enviado a nosotros del Padre por medio de Jesucristo su Hijo. Es enviado como el instructor de todos los creyentes, y consolador de todos los afligidos que tienen la tristeza que es según Dios, la cual produce arrepentimiento para salvación (2 Corintios 7.10). Este mismo Dios todopoderoso, íntegro, inmutable y eterno, es expresado en tres nombres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en un solo Ser, como está escrito en 1 Juan 5.7:Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”. Que él sea tu consolador hasta el fin. Esto oro desde lo

profundo de mi corazón, por medio de su querido Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Mi querida y amada esposa, y hermana en el Señor, te mando un afectuoso y cariñoso saludo. Te amo como a mi propia alma, según el espíritu y la carne, ya que eres carne de mi carne, y yo soy lo mismo contigo. No puedo (percibiendo tu aflicción) olvidarte ni dejar de consolarte por medio de mis cartas, mientras tenga tiempo.

Ten presente, mi amada, que mi separación de ti es difícil para mí. Pero me consuelo con la palabra del Señor, que dice que tenemos que aborrecer y dejarlo todo: padre, madre, esposa, hijos. Y que el que no toma su cruz diariamente, no puede ser su discípulo (Lucas 14.26; Mateo 16.24). Cuando me doy cuenta de que la unión de la carne que juntos hemos formado no puede durar para siempre y que nuestra separación es según la voluntad del Señor, renuncio mi propia voluntad en cuanto a esto y me someto a su voluntad. Haz tú lo mismo, mi amada. Te suplico que te rindas al Señor, porque él es tu vida y tu muerte, como leemos en Romanos 14.8: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” Cuando yo, mi querida esposa, contemplo la unidad en la que aún estamos, o sea, en el cuerpo espiritual de Cristo, ya que por un Espíritu todos somos bautizados en un mismo cuerpo, entonces me regocijo porque tú también estás en comunión conmigo. Me regocijo porque te haces partícipe de la naturaleza divina; sí, ambos somos ramas en la vid, que es Cristo. Somos ovejas del verdadero Pastor, hijos de la promesa, nacidos de la libre. Somos herederos del reino de Dios, con Cristo en el reino de su Padre, ya que por él somos hijos de Dios. Somos hijos por la simiente incorruptible,

la palabra de verdad, que es él, ya que él es la palabra del Padre, y el Verbo hecho carne. Por el Verbo y el Espíritu llegamos a esta comunión, y nos hicimos carne de su carne y hueso de sus huesos.

Ahora somos miembros de su cuerpo, o sea, de su iglesia, de la cual él es la cabeza. Cuando me doy cuenta de que ambos somos miembros de su cuerpo, me regocijo al igual que tú, mi amada, y te ruego; porque esta unión durará para siempre si permanecemos fieles a él con quien estamos unidos y no cometemos adulterio, disfrutaremos en el porvenir todas las riquezas gloriosas con él en el reino de su Padre. Pero ten presente, mi querida oveja, que Cristo, cuando dejó la gloria de su Padre y vino a la tierra, tuvo que volver a tomarla por medio de muchas tribulaciones y aflicciones. Y si él, que es la cabeza, pasó por esto antes, nosotros, los miembros, tenemos que imitarlo. Y como hay un solo camino y una sola puerta, los miembros tienen que seguir el mismo camino y entrar en la misma puerta; el cuerpo no puede entrar dividido en la casa. Por tanto, mi amada, si vamos a ser miembros con la

cabeza, tenemos que entrar con Cristo en la casa de su Padre, de la misma forma que él entró. Para disfrutar las riquezas gloriosas tenemos que aceptar todo lo que se nos presente; porque si vamos a reinar con él, también tenemos que sufrir con él. Si somos hijos, también somos herederos, “herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.17–18).

Y Cristo dice: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16.20–21). Así que,  mi amada, toma estas palabras de Cristo como ejemplo, para que sea así con nosotros hasta que demos a luz a Cristo.

Por tanto, mi amada, analiza bien las escrituras para que veas cómo él constantemente habla de la tribulación y la aflicción en este tiempo presente, aunque siempre da consuelo también cuando dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5.4). Y dice: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16.33). Y otra vez dice: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14.18). Y aun cuando habla mediante el profeta Isaías, dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49.15).

Así que, mi amada, consuélate con estas palabras y con todas las riquezas gloriosas de las cuales te has hecho partícipe por medio de la fe. No tienes que asombrarte de llorar ahora, porque bien sabes que en este tiempo presente no se nos promete otra cosa que no sea la tribulación, el sufrimiento, la persecución y la aflicción.

Pero escrito está: “Bienaventurados los que ahora lloráis, porque

 . (…) ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis” (Lucas 6.21, 25). Así que, es mejor llorar ahora que después, ya que llegará el momento que durará para siempre, y lo que ahora es, pronto pasará. Por tanto, mi amada, echa toda tu ansiedad sobre el Señor, porque él tiene cuidado de ti. “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado

al reino de su amado Hijo”, Jesucristo nuestro Señor, al que sea toda la alabanza, el honor y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén (Colosenses 1.11–13).

Ahora yo, tu fiel esposo, te encomiendo, mi muy amada esposa, al Señor y a la palabra de su gracia. Amén. Que el Señor te fortalezca y te establezca por su Espíritu, para que guardes hasta el fin lo que ahora posees y así recibas la corona de la vida, y esperes con paciencia el tiempo de tu redención. La paz del Señor sea contigo, y con todos los que temen al señor y lo aman, y guardan sus mandamientos. Bibliografía. El Sacrificio del Señor- Autor anónimo   Primera edición Año de 1562

 

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