domingo, 16 de mayo de 2021

CUANDO SE JUNTAN EL ALCOHOL Y EL VOLANTE

 

CUANDO SE JUNTAN

EL ALCOHOL Y EL VOLANTE

 POR PAUL DITZEL

SELECCIONES DEI, READER'S DIGEST MAYO DE 1971

Si sabe usted lo que puede ocurrir, podrá evitar convertirse en una amenaza para sí mismo y para los demás.

MUCHOS automovilistas creen tener  método seguro  para determinar cuánto pueden beber sin peligro para con­ducir. "Conozco mi límite", suelen decir. "Lo que me preocupa es el otro, el que no conoce el suyo". Lo irónico, sin embargo, es que el «otro" dice exactamente lo mismo. Algunos automovilistas calculan "su límite" por el número de copas. Para otros el número no es lo im­portante, sino alguna señal de avi­so: por ejemplo, comezón en la pun­ta de la nariz o una sensación de adormecimiento.

Describí mi propio método al inspector Tom Janes, director de re­laciones , comunales en el Departamento de Policía de Los Ángeles.

—Es casi como si tuviera un sis­tema de alarma en mi organismo, una especie de termostato. Cuando anuncia: "¡Para!" tapo la botella. Él me sugirió entonces que me to­mara unos tragos:

Probemos su termostato.

Acepté sin vacilar y me serví un buen vaso de 45 c3 de whisky. A continuación me puse a examinar un cerro de material que había acu­mulado en entrevistas con especia­listas sobre el alcoholismo y la segu­ridad en las carreteras. Algunos de mis datos no eran muy claros, especialmente la contes­tación, a esta pregunta, aparentemente sencilla:  ¿es un conductor ebrio? California, por ejemplo, ha promulgado una ley según la cual "se presume que (el conduc­tor) está afectado por bebidas into­xicantes" cuando en la prueba quí­mica —sea del aliento, de la sangre o de la orina— resulte que su nivel de alcohol en la sangre (NAS) es de uno por mil (0,001), es decir, una gota de alcohol por cada mil gotas de sangre. Sin embargo, las palabras clave son "se presume". Hay gran­des diferencias entre los automovi­listas por el efecto que les produce el alcohol. El Dr. James Malfetti, de la Universidad de Columbia, autori­dad reconocida en este campo, con­firma lo anterior: "Iguales cantida­des de alcohol en la sangre no sig­nifican igual impedimento en dos individuos distintos. Los efectos del alcohol varían, no solamente de una persona a otra, sino también de un momento a otro en el mismo indi­viduo".

El termostato. Quince minutos después de mí primer trago, me serví otro. En el curso de mis inves­tigaciones había hablado con mu­chos conductores que no pudieron pasar la prueba del NAS. Parecía sorprenderles muchísimo que los consideraran conductores ebrios, pe­ro sus quejas me dejaban a mí indi­ferente, pues jamás hubiese imagi­nado que yo mismo pudiera colocarme en situación semejante.

Trascurrida media hora, observé que mi vaso estaba vacío; me sentía Muy bien. Me serví un tercer trago y después de 45 rninutos; el cuarto. Me creía ciertamente muy capaz de conducir un automóvil sin el menor peligro.

¿Me acercaba al 0,001 NAS? Claro que no. Lo que es más, mi termostato no me había da­do todavía la orden de parar, y yo estaba seguro de que podía llevar el volante mucho mejor que una per­sona que no hubiera estado bebien­do. Unos 30 minutos después levan­té la vista y vi al sargento Emil Iwansky, con quien había pasado la noche del sábado patrullando un sector metropolitano de Los Ánge­les. No sé cuánto tiempo habría es­tado él allí parado. Me sorprendió que no me hubiera percatado antes de su presencia, y empecé a sentir aquella perplejidad que deben no­tar los automovilistas cuando de pronto ven un agente de la policía que aparece, sin saber de dónde, y les ordena detenerse.

El sargento me dijo que el inspec­tor Janes lo había mandado para que me llevara a la más cercana es­tación de policía "para probar mi termostato".

—¿Vamos en mi coche o en el suyo? —le pregunté.

—Prefiero que vayamos en el de la patrulla —repuso.

—¿Cree que estoy ebrio?

—No lo creo, sino que lo sé. Le conozco y he hablado con usted cuando está en su sano juicio. Ahora tiene la lengua estropajosa y el paso inseguro.

En la estación de policía, Iwan­sky me hizo sentar frente a una gran caja de metal o aparato quími­co fotométrico que se usa para de­terminar el NAS analizando el aliento del fondo de los pulmones. Me ordenó que soplara fuerte y constantemente por la boquilla de plástico. Mientras el aparato anali­zaba, me pidieron que, cerrando los ojos, me tocara la punta de la nariz con el índice de la mano derecha. Dos veces quise hacerlo, pero ambas veces mi dedo tocó el labio superior. Unos pocos segundos después me enteré de que mi NAS llegaba a 0,11. Si yo hubiera estado condu­ciendo, me habrían encarcelado.

Lo más curioso es que todavía me sentía en condiciones de conducir bien. El efecto peculiar del alcohol es que lo hipnotiza a uno y lo hace creer que sus sentidos son más agu­dos que de costumbre. También nos hace perder la cuenta de los tragos que hemos tomado. A no ser por­que yo apunté lo que bebí aquel día, seguramente habría olvidado que tomé cuatro copas, y hubiera creído que fueron dos o tres.

La capacidad para reaccionar a las señales de tráfico o a situaciones de emergencia no sufre menoscabo en sí con la bebida, pero la operación de la computadora humana se hace más lenta. No da información instantánea al conductor, quien por ello cree que lo está haciendo muy bien cuando en realidad no es así. Hay un lapso mucho más largo en­tre el estímulo, tal como una luz roja, y el tiempo que se necesita pa­ra que el cerebro envíe su mensaje al pie que debe aplicar el freno.

La bebida también perjudica la visión, y nos hace ver mal los objetos débilmente iluminados o los que están a un lado. Es como ver a través de gemelos desenfocados",dice el Dr. Charles Bemis, siquiatra de California.

Robert Borkenstein, autoridad en problemas de conductores ebrios, dice que un automovilista cuyo NAS llegue a lo que llegó el mío, tiene unas seis probabilidades más de causar accidentes que el conduc­tor que no ha bebido nada. Con un NAS de 0,15, es casi inevitable un accidente.

¿Qué, dónde, cuándo? ¿ Cómo llevar el mensaje al bebedor antes de que trate de conducir un auto­móvil para regresar a su casa? El Dr. Julian Waller, del Colegio Mé­dico de la Universidad de Vermont, dice: "Como medida de prudencia, lo mejor es no combinar nunca el volante del automóvil y la bebida. Sin embargo, para aquellos que de vez en cuando se ven en el caso de mezclar estas dos actividades, una regla razonable —por más que uno se crea capaz de resistir mucho alco­hol— es no beber más de un trago por hora".

"El alcohol empieza a ejercer sus efectos casi inmediatamente des­pués del primer trago", anota el Dr. Nicholas Khoury, presidente de la comisión sobre alcoholismo de la Asociación Médica de California. "Pasa directamente al torrente san­guíneo por las paredes del estómago y el intestino delgado, y lo absorben los tejidos grasos a medida que circula". Por eso una persona gorda puede resistir mas copas

Otra consideración es que la pre­sencia de alimentos en el estómago retarda el paso del alcohol desde el sistema gastrointestinal hasta el to­rrente sanguíneo. El Dr. Waller di­ce: "La señora de la casa tal vez ignora hasta qué punto la comida puede reducir la concentración al­cohólica en la sangre de sus invita­dos. El alimento servido antes de las bebidas puede reducir la concen­tración hasta en un 50 por ciento".

La clase de bebida también afecta significativamente la concentración de alcohol en la sangre. Un trago de whisky puro da un nivel más alto que el mismo trago diluido en agua o en otra bebida sin alcohol. Y, por razones desconocidas, la cerveza es menos fuerte que una bebida com­binada que contenga el mismo por­centaje de alcohol.

El lugar donde se bebe también es importante. Por razones obvias de carácter comercial, en un bar o restaurante se mide mucho el licor, mientras que en una casa el anfi­trión sirve vasos más cargados.

El momento de beber influye tan­to que señala la propiedad más sor­prendente del alcohol: sus efectos no se pueden predecir. Los dos tra­gos que ingirió usted anoche antes de tomar el auto para regresar a su casa, tal vez no le hicieron daño; pero esos mismos dos tragos pueden convertirlo hoy en una amenaza más peligrosa que el conductor que se ha tomado diez. Las autoridades creen que la explicación de esta paradoja está en el siquismo. Las diarias preocupaciones de las cuales uno quizá ni siquiera se da cuenta, pueden aumentar mucho los efectos del alcohol. Lo mismo se puede de­cir de ciertas condiciones físicas. "El automovilista que tiene un ca­tarro y ha tomado antihistamínicos, por ejemplo, puede quedar tan bo­rracho con unos pocos tragos como el que ha tomado muchos", explica el Dr. Khoury.

Además de tener en cuenta su estado físico y mental, el Dr. Bemis sugiere que tome una dosis del com­plejo de vitamina B antes de una fiesta, porque estas vitaminas son esenciales para la descomposición del alcohol.

¿Puede el café desemborracharlo a uno? "El café lo mantiene a uno despierto y por tanto puede contra­rrestar el efecto adormecedor del al­cohol, que es un sedante, no un esti­mulante", dice el Dr. Khoury. Una caminata rápida o una ducha fría también pueden ayudar a contra­rrestar los síntomas alcohólicos, por­que estimulan el metabolismo. Algo ayuda, igualmente, conducir con las ventanillas abiertas, ya que el aire frío lo mantiene a uno des­pierto.

Vaya en taxi. "Su esposa puede ser su mejor garantía contra un arresto por embriaguez, o contra un accidente", dice el Dr. Bemis. "Pí­dale que lo observe a usted, y con­venga con ella una señal de preven­ción cuando usted esté bebiendo. Si le da esa señal, deje la botella. Que el orgullo masculino no se sobre­ponga al buen juicio de ella".

En  un :programa ideado por el Dr, James Ray Adams, entonces de la Universidad de Columbia, se da­ban a los anfitriones algunos consejos muy interesantes. Por ejemplo: Respete siempre los deseos de su huésped cuando él dice que no quie­re beber más. Nunca insista diciéndole: "Tómate el último, antes de irte". Cierre el bar poco más o menos una hora antes del momento en que usted espera que sus huéspedes se van a retirar. En vez de aquel trago final, ofrézcales café, ponche de frutas o una bebida gaseosa. Si nada de eso le da resultados, o si su huésped ha pasado más allá del punto de donde no se puede regre­sar, sugiérale diplomáticamente que se vaya en el automóvil de algún otro amigo y que sea otro el que conduzca. O llame un taxi. "La es­posa nunca debe reñir a su marido si llega a casa en taxi", dice el Dr. Bemis. "Al contrario; merece elo­gios por su buen juicio. El factor de orgullo es importante". Indudable­mente, al que ha empinado el codo más de lo debido, le resulta mucho más económico regresar a su casa en un taxi.

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