¿DIOS O LA CASUALIDAD?
Tuvo que ser uno o la otra, pero, ¿no será menos difícil creer que hay un Dios, Creador supremo?
POR EL PADRE MARCEL-MARIE DESMARAIS, O.P.
Selecciones del Reader´s Digest Mayo de 1971
ERA UN atardecer lleno de aromas, del mes de julio. Mientras escribía, en torno a la lámpara de mi mesa revoloteaban y zumbaban algunos insectos. En esto una mariposa se desprendió del enjambre y vino a posarse en la hoja de papel que tenía delante de mí. Me puse otra vez a escribir, pero mi pluma rodeó a la frágil criatura para no interrumpir la fascinación con que contemplaba el fulgor de la cuartilla herida por la luz.
Cuando llegué al final de la hoja, comencé a dudar: ¿espantaría a la mariposa? Pero no. Decidí observar a la viviente joya con una lupa.
¿Cómo puede ser una criatura tan minúscula y tan complicada al mismo tiempo? Para convertirseen la mariposa la que yo veía, la crisálida tuvo que procurarse las sustancias necesarias a su metamorfosis; y trasformarlas después en ojos, patas, antenas, alas. Sobre todo, esas alas son lo que más me da que pensar. Sus colores al pastel, ordenados con tan geométrica perfección ... ¿ de dónde proceden? En un cuerpo tan pequeño, pues apenas es como un grano de arroz, hay colores que igualan y aun superan a los que plasmaron en sus obras nuestros más excelentes pintores.
Mientras estudiaba a la criatura, tan menuda, con todos los detalles que me revelaba la lupa, pensé en la imposibilidad de que tal obra de arte sea efecto de la casualidad. Y en mi corazón adoré de nuevo a Dios, "Hacedor de cielos y tierra, del mar y de cuanto en ellos hay".
Y si nos maravilla una mariposa, ¡cuánto más abrumador es el misterio de una vida humana recién nacida! ¡Es tan perfecto en sus proporciones el cuerpo del niño! Nada raro tiene que la madre, al bañarlo, lo contemple de vez en cuando sumida en una especie de éxtasis.
Pronto despertarán los miles de millones de neuronas de su cerebro, y el niño comenzará a aprender y a hablar, y el amor nacerá en su corazón, y la criatura se estrechará contra uno en expresión de su afecto espontáneo.
¿Será casualidad? ¿Será una serie de coincidencias? Pero, ¿no es más fácil creer en. un Dios, causa inteligente de tanta magnificencia?
CONSIDEREMOS esto: La luz tarda 2000 años en llegarnos desde una de las estrellas más cercanas a la Tierra, entre los miles de millones que pueblan el Universo. El parpadeo que vemos esta noche es un fulgor que viene por el espacio hasta nosotros, a una velocidad de 300,000 kilómetros por segundo, desde los días en Palestina.
Esta idea nos producirá vértigo si recordamos que el gigaintesco reloj del espaciofunciona con rigurosa exactitud. Cada estrellan cada sol, cada planeta se mueven con tal regularidad astrónomica que es el colmo de la precisión. Y se están moviendo así desde hace millones de años.
Admiramos la exactitud de los de la NASA. Los peritos de Houston calcularon el momento preciso en que Apolo XI tocaría la superficie lunar. Pero quizá no recordemos que también la Luna acudía a la cita con precisión más admirable todavía.
Si los eruditos de la época de Jesús hubiesen sabido calcular con el mismo rigor que nuestros matemáticos, hubieran determinado con anticipación de 2000 años en qué preciso lugar del espacio estaría la Luna el día 20 de julio de 1969 cando fueran las 10:56 de la noche en Houston, esto es, en el momento en que Neil Armstrong se convertía en el primer ser humano que pisaba la superficie lunar.
¿Puede ser simple casualidad todo esto? ¿No es más bien un orden que resucita nuestra fe en un ser infinito e infinitamente inteligente, en iiii ser (lile denominamos Dios?
Tuvo que ser uno u otra: Dios o la casualidad. Por lo que a mí respecta, me es muy difícil creer que la casualidad sea la creadora suprema del Universo. Así piensan también la mayoría de los astronautas. Son famosas ya sus expresiones de fe en Dios.
Cuando Armstrong y Edwin Aldrin venían en su largo viaje de regreso a la Tierra (dos días después de alunizar), trasmitieron a nuestro planeta imágenes (le televisión. Aldrin citó los versículos 3 y 4 del octavo Salmo de David: "Cuando contemplo los cielos, obra (le tus manos, la Luna y las estrellas, que tu has establecido: ¿Que', es el hombre para que de él te acuerdes ... ?- Y Armstrong, al expresar la gratitud de los astronautas a los centenares de miles de personas que colaboraron para que se realizara la expedición lunar, habló con voz trémula de emoción y terminó dictendo: "Dios os bendiga".
Armstrong y Aldrin, allá en la infinidad del espacio, optaron por Dios y no por la casualidad.
Aun mas impresionante fue el testimonio que manifestaron el 24 de diciembre de 1968 los astronautas de la expedición Apolo VIII. Borman, Lovelly Anders iban a pasar por (letras de la Luna y a perder el contacto con la Tierra durante 45 minutos. Su vida dependería de un motor: si no funcionaba, ellos quedarían para siempre en órbita alrededor de la Luna.
Ahora sabemos que todo salió bien, pero, después (le una prueba tan dramática, aquellos hombres pudieron haber entonado un elogio de sí mismos, exaltando el triunfo del espíritu humano. Todos hubiéramos comprendido tan legítimo orgullo. Sin embargo, no fue eso lo qúe hicieron.
Lo que mas les impresionó no fue 'su propia grandeza, sino su insignificancia en el Universo. Y aquel día de Nochebuena cuando millones de seres humanos se disponían a celebrar en la Tierra el nacimiento de Jesucristo, escuchamos las voces de Borman, Lovell y Anders (tres modernos Reyes Magos), que nos conmovieron al recitar uno tras otro el primer capítulo del Génesis: “Al principio creó Dios los cielos y la Tierra . .. Hizo Dios los dos grandes luminares, el mayor para presidir al día, y el menor para presidir a la noche, y las estrellas .. . y vio Dios ser buena su obra".
Para los astronautas (y para todos aquellos que no ven en la casualidad una razón suficiente del Universo) Dios mismo confirma misteriosamente la exactitud de su elección. A su modo, Él les dice: "Estoy allí".
RECORDÉMOSLO: Si el creyente no lo comprende todo, si le asaltan dudas, no es porque sea oscura la divina revelación, sino porque el espíritu humano tiene límites.
Cuando me veo arrastrado a las tinieblas, cuando me acosan dudas pasajeras, recurro a un pensamiento muy simple. Quizá alguien lo tilde de vano y aun de infantil, pero a mí me da muy buenos resultados.
Evoco las grandes mentes que en el curso de 20 siglos han creído en Jesús, mensajero de Dios. Con ellas ando en buena compañía. Y voy (espero que también el lector) por la vida siguiendo una senda de esperanza.
Sé que no acabaré del todo en la tumba de algún cementerio. Al final del camino Jesucristo me recibirá con los brazos abiertos y me llevará al Reino del Padre.
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